Introducción
De qué trata: Se propone mostrar a Jesús como rey en quien se cumplen las profecías del Antiguo Testamento para Israel, pero también como un maestro (según queda claro en el llamado Sermón del Monte, caps. 5—7), muy innovador para la época, pues no discrimina entre varones y mujeres (4.18-22; 27.55-56); pero sobre todas las cosas, Jesús es Dios con nosotros, Emanuel (1.23; 8—10).
Autor: La tradición atribuye la autoría a Mateo, también conocido como Leví hijo de Alfeo (Mt 2.14), el recaudador de impuestos (Lc 5.27) que fue uno de los discípulos de Jesús (Mt 9.9.; 10.3).
Fecha de escritura: La hipótesis tradicional fecha la redacción hacia el año 61 o a lo sumo el 64, y sostiene que Mateo estaba en Antioquía de Siria cuando la compuso. Más modernamente se ha considerado que este Evangelio es la obra conjunta de una escuela de escribas cristianos cuya resultado, tal como llegó a nosotros, data del año 80.
Período que abarca: Mateo comienza con la genealogía de Jesús que retrocede hasta Abraham y pasa por David (1.1-17), con el propósito de mostrar que Jesús es el Mesías descendiente directo del linaje davídico. Además, las narraciones del nacimiento e infancia de Jesús (1.18—2.24) prueban que se cumplieron las profecías del Antiguo Testamento. A partir del capítulo 4 comienza el ministerio de Jesús cuyo anuncio central es el arrepentimiento y la llegada del reino de los cielos (4.17). Desde el capítulo 16 comienza a hacerse más notoria la oposición de los fariseos y escribas. Los capítulos dedicados a narrar el arresto y crucifixión (26.47—27.66) también muestran el cumplimiento de las profecías del AT. El evangelio culmina con la resurrección (28.6) y la final gran comisión (28.18-20).
Ubicación dentro de la historia universal: Habían pasado 50 años de la muerte y resurrección de Jesús, y la realidad sociopolítica y religiosa ya no era la misma, pues las políticas imperiales romanas determinaban la vida (y las zozobras) de los cristianos bajo los sucesivos emperadores (como la guerra judeo-romana, 66 a 73 d.C.). Muchos cristianos de la primera generación, que vieron y experimentaron a Jesús en persona, ya habían muerto; otros habían sido perseguidos por los judíos y expulsados de las sinagogas, por lo cual emigraron hacia Galilea o Siria. Así que se hizo necesario poner en palabras las vivencias de Jesús el Cristo para no perder la memoria del pueblo.