Introducción
De qué se trata: Es la última carta de Pablo y se la considera su testamento espiritual. En ella alienta a Timoteo a seguir fiel y a no avergonzarse de Jesucristo (1.6—2.13), y le encarga que anuncie el evangelio (3.14—4.2), que amoneste a los creyentes (2.14), los corrija con humildad (2.24-25) y que esté dispuesto a hacer frente a los sufrimientos (2.3). También lo alerta contra conductas desviadas que algún día podrían llegar a introducirse en la iglesia (3.5,8; 4.4); y le aconseja sobre el cumplimiento de la responsabilidad pastoral que le había encomendado (1.6; 2.1; 4.5).
Autor: El apóstol Pablo (1.1); aunque algunos piensan que pertenece a las cartas deuteropaulinas, escrita por un discípulo del apóstol.
Fecha de escritura: Según algunos, puede situarse en la época de Nerón, por los años 66 o 67, cuando el apóstol estaba preso en Roma (2.9; cf. 1.8,16-17). Quienes sostienen la autoría de un discípulo de Pablo la ubican hacia fines del siglo I, en torno al 95 o 96 d.C.
Período que abarca: Pablo se encontraba prisionero y era consciente de que su vida estaba llegando al final (2.9; 4.6-8). Además estaba entristecido por el mal comportamiento de Demas y Alejandro (4.10,14), y porque se sentía olvidado de otros hermanos en medio de los problemas que atravesaba (4.16).
Por otra parte, su salud se había quebrantado y necesitaba ropa de abrigo (4.13) y solo Lucas estaba con él (4.11), los demás colaboradores se habían alejado, para cumplir con sus propios ministerios, por eso es tan insistente en pedirle a Timoteo que vaya a verlo (4.9,21).
Ubicación dentro de la historia universal: Si se considera que esta carta es de autoría paulina, debe tenerse en cuenta que coincide con el gobierno de Nerón, durante el cual Pablo sufrió el martirio. Por otro lado, si se considera que esta carta pertenece a un discípulo de Pablo, es contemporánea del gobierno del emperador Domiciano, quien era un ferviente defensor de la religión tradicional romana. Durante su gobierno se restauró el templo de Júpiter en el monte Capitolino, se restableció el culto al César y se toleraron las religiones mistéricas. Sin embargo, el historiador de la iglesia Eusebio de Cesarea (260-340 d.C.) sostiene que durante el gobierno de Domiciano los cristianos y los judíos fueron cruelmente perseguidos.