abuelos

Abuelos

«Oye a tu padre, a aquel que te engendró; y cuando tu madre envejeciere, no la menosprecies.» (Proverbios 23.22).

Cada tarde, los ancianos ocupaban las mesas del salón con la esperanza de que alguien los visitara. Pero no, lamentablemente eso no ocurría. Las horas pasaban y lo único que se escuchaba era la voz del periodista del noticiero. Ningún nieto, ningún hijo… ¡nadie que se acercara para dar un abrazo y conversar durante unos minutos!

Ésa es la triste realidad de muchos ancianos que sufren el olvido y el abandono de sus familias. Así se vive la soledad en varios geriátricos, esos lugares que algunos usan como si fueran
depósitos de ancianos. De la misma manera también otros sufren en sus casas, sin que nadie los llame por teléfono ni recuerde que están ahí, ¡que todavía viven y anhelan disfrutar la alegría de la familia!

Los que tenemos la dicha de tener abuelos, ¿nos acordamos de sus cumpleaños? ¿Dedicamos tiempo para escuchar sus anécdotas y consejos?

Nuestra sociedad les da más importancia a los jóvenes que a los ancianos. Como si los mayores no fueran personas con anhelos, sueños y deseos de vivir. Como si ya hubieran vivido su época y ahora solo esperaran el momento de morir.

Pero debemos ser diferentes. ¡Tenemos que amar a todos y preocuparnos porque la gente no viva triste, solitaria y abandonada! Por eso, hagamos algo por los ancianos de nuestra familia y de nuestra comunidad. Pasemos tiempo con ellos, escuchémoslos y compartámosles el amor de Dios.

Sumérgete: Una buena idea sería visitar un geriátrico junto a nuestros amigos de la iglesia y compartir con los ancianos algunas tardes al mes. Cantemos canciones y leamos algún texto de la Biblia. ¡Nos sorprenderemos al ver la alegría que causa en ellos nuestra visita!

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