«Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón. Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará.» (Salmos 37.4-5)

Isabel enfrentó diversos problemas familiares durante su juventud. Cuando era tan solo una adolescente tuvo que salir a trabajar junto a sus tres hermanos para poder pagar una deuda contraída por sus padres, por la que estuvieron a punto de perder la casa. Años después se casó con «el hombre de sus sueños», pero el matrimonio resistió apenas ocho años y desembocó en una triste separación. Sufrió problemas económicos, no pudo concluir sus estudios secundarios, debió educar a sus dos hijos sola y negarse a sí misma el derecho de darse por vencida.
–Tenía dos opciones, –le comentaba a una amiga– hundirme en la depresión y dejar que la existencia siguiera su curso, o aferrarme a la vida y enfrentarla. Opté por confiar en Dios y salir adelante.
A pesar de todo lo que le tocó vivir, Isabel logró sanar sus heridas emocionales y volvió a soñar.
Nuestros sueños, grandes o pequeños, deben contener cierta dosis de paciencia, sabiduría y perseverancia.
Nuestros sueños, grandes o pequeños, deben contener cierta dosis de paciencia, sabiduría y perseverancia. Paciencia para no dejarnos vencer por la ansiedad, sabiduría para elegir el camino indicado y tomar decisiones correctas, y perseverancia para lograr lo que tanto anhelamos. Soñar no cuesta nada, es cierto, pero concretar nuestros sueños demanda acción.
¡Vaya que la vida es complicada! Pero si nos animamos a soñar y estamos dispuestos a desarrollar una acción paciente, sabia y perseverante, transformaremos la rutina diaria en un mundo lleno de posibilidades.
Sumérgete: Quizás hayamos abandonado los sueños y pensemos que nunca será posible hacerlos realidad. Pongamos nuestra confianza en Dios, volvamos a creer en sus promesas… ¡y animémonos a vivir lo que hemos soñado!