«Tus ojos miren lo recto, y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes delante.» (Proverbios 4.25)

Las librerías están llenas de textos cuyo propósito es ayudar a quienes deseen mejorar su vida, salir de la depresión, convertirse en personas de éxito, alcanzar la prosperidad financiera, lograr sus objetivos, triunfar en las relaciones con los demás, etc.
¡A nadie le gusta quedarse «abajo»! ¡Todos quieren «subir»! Y ésa es una buena actitud que demuestra el interés que la gente tiene por el progreso y la realización personal.
Los hombres y las mujeres que transitan ese camino suelen pedir el apoyo de los demás, buscar la ayuda de Dios, seguir los consejos de la Biblia, solicitar que se eleven oraciones a favor de ellos y mantener una actitud de humildad que demuestra un auténtico interés por superar toda limitación.
Sin embargo, a veces el asunto cambia cuando logran lo que tanto deseaban alcanzar. Porque una vez que están «arriba», en la cima de la montaña del desafío que pudieron conquistar, se olvidan de los valores, los principios y de las personas que los guiaron hasta allí. Ahora el orgullo y la autosuficiencia se convierten en características inocultables de su carácter.
¿Cómo evitar que esto ocurra?
Simple. Sencillo. Sin vueltas. El secreto está en afirmar nuestra vida interior y decidir qué clase de persona queremos ser. En otras palabras: preparar la mente y el corazón de modo que cuando lleguemos «arriba» no abandonemos las convicciones y las virtudes que supimos elegir estando «abajo.»
Nos esforzamos por alcanzar el éxito. ¡Bravo! ¿Estamos preparados para convivir con él?
Sumérgete: Si Dios nos concediera hoy todo lo que deseamos, ¿cómo sería nuestra vida? ¿Cambiaríamos nuestra manera de ser? ¿Compartiríamos tiempo con los amigos? ¿Cómo utilizaríamos el dinero? Los valores que decidamos incorporar en la juventud nos guiarán durante el resto de la vida.
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