«Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia.» (Colosenses 3.12)

¡Cómo se reían de Rodolfo!
Días atrás sus compañeros habían decidido celebrar la graduación en la casa de uno de los muchachos y le habían dicho que se trataba de una fiesta de disfraces. Supuestamente cada uno debía elegir su propio disfraz y sorprender a los demás con su ocurrencia. ¡Pero en realidad nadie estaría disfrazado!
Fue entonces cuando el pobre Rodolfo apareció caracterizado como un súper héroe. ¡Qué vergüenza cuando miró a todos lados y se dio cuenta de que nadie estaba disfrazado! Si bien prefirió reírse y tomarse la broma con humor, nunca olvidará el mal momento que vivió en esa fiesta.
Todos sabemos que cada ocasión requiere una manera determinada de vestirse. A menos que queramos bromear y hacer el ridículo, no llevaríamos a la playa una corbata ni tampoco trabajaríamos en una oficina vistiendo un traje de baño. ¡Cada cosa en su lugar!
Lo mismo ocurre con nuestra conducta, es decir, con la forma en que hablamos y actuamos en cada etapa de la vida. Con la adolescencia y la juventud llega el momento de abandonar las costumbres de la niñez para comenzar a dar los primeros pasos hacia la madurez.
Eso no significa dejar de ser alegres ni abandonar las ocurrencias. ¡La diversión es una parte muy importante de nuestra vida! El asunto es acompañar cada etapa con una manera de vivir que agrade a Dios, inspire a los demás y nos ayude a crecer como personas.
Sumérgete: Si no sabemos algo, aprendamos. Si tenemos dudas, preguntemos. No pongamos excusas ni les echemos la culpa a los demás. ¡Esforcémonos cada día por ser personas más maduras!
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