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Charles A. Briggs abandonó su fe en la Palabra de Dios

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¿Es la Biblia la inspirada Palabra de Dios? A lo largo de la historia, la Iglesia ha respondido: «Sí». Pero en el siglo 19, Julius Wellhausen, un profesor de historia alemán, dijo que casi todo el Antiguo Testamento estaba plagado de mitos y leyendas. Nunca hubo algo llamado Tabernáculo. Moisés, si es que existió, fue un simple vocero de un dios de una montaña local, y probablemente adoraba un pedazo de piedra. La religión israelita provenía de un comienzo así de simple. La Biblia era una fusión de varios documentos anteriores, profusamente editados por sacerdotes a fin de establecer su poder e influencia.

Charles Augustus Briggs estudiaba teología en Alemania cuando las ideas de Wellhausen estaban en su pico máximo. Briggs volvió a los EE.UU. con la convicción de que la Biblia estaba llena de errores. Aun cuando contenían el germen de la inspiración, no había sido verbalmente inspirada, como él había pensado.

Briggs comenzó a trabajar como Director del Departamento de Teología del Seminario de la Unión, en Nueva York. En su discurso de inauguración, el 20 de enero de 1891, Briggs atacó abiertamente a la Biblia. «No hay nada divino en el texto; en sus letras, palabras o cláusulas», dijo. Y agregó: «La alta crítica ha encontrado errores y nosotros debemos aceptarlo

El Seminario de la Unión coincidía con las ideas de Briggs. La Asamblea General de la Iglesia Presbiteriana estaba en total desacuerdo. En una reunión especial la Asamblea rechazó la nominación de Briggs como director del Departamento de Teología. El Presbiterio de Nueva York seleccionó un comité para considerar el discurso inaugural de Briggs. Aunque no quiso presentarse ante el comité, Briggs hizo algunos comentarios a la prensa diciendo que los liberales lucharían con todas sus fuerzas. El comité decidió que Briggs debía ser evaluado. El 4 de noviembre de 1891 fue convocado para presentarse ante el comité.

En su evaluación, Briggs cambió de táctica. En lugar de defender las teorías de Wellhausen, pidió perdón por cualquier dolor que hubiera causado a su denominación. En lugar de defender sus ideas argumentó que los cargos en su contra no seguían las reglas de la denominación. Aunque tuvo sus aliados, el Presbiterio de New York decidió finalmente sacarlo de su cargo.

Dos años más tarde, la Asamblea General excomulgó a Briggs, denunciando su visión herética. En una mirada retrospectiva, podemos ver que Briggs abandonó el sólido fundamento de la fe por una teoría que a la larga demostró ser falsa. Sesenta años después de la publicación de Wellhausen en cuanto a la alta crítica, la arqueología desenmascaró la mayoría de sus ideas. Pocos leen todo su trabajo hoy en día. Mientras tanto, Wellhausen hizo mucho daño a hombres débiles en la fe como Briggs. Es un daño que, en muchos casos, está aún sin reparar.

Sin embargo, esta triste historia encierra una poderosa lección para nosotros

La Palabra de Dios es viva y eficaz. Es veraz, históricamente correcta, y poderosa para cambiar vidas y transformar comunidades. Sin importar qué tan lógicos puedan parecer los argumentos en su contra, todos los descubrimientos arqueológicos y científicos no han hecho más que confirmar su irrefutable verdad. Nuestra responsabilidad es asirnos a ella y con el poder del Espíritu Santo anunciar las bondades de Jesucristo, afianzándonos en la poderosa y fidedigna Palabra de Dios.

Si bien recibimos a Dios por gracia a través de la fe, no descansamos en una fe ciega. Hoy en día, la veracidad de la Biblia es indiscutible. Si bien siguen las críticas que buscan menoscabar la Palabra de Dios, todos los descubrimientos arqueológicos, geográficos, paleontológicos, etc. No hacen más que atestiguar que la Biblia es la inerrable Palabra revelada de Dios para los hombres.

Aferrémonos confiados a su veracidad, dependiendo de ella para nuestra vida diaria. Dejemos que Dios nos hable a través de su Palabra cada vez que nos acerquemos a ella. Nunca olvidemos que «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra» (2 Timoteo 3.16-17).

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