I La fuente del sufrimiento
Todo sufrimiento humano es, en última instancia, un resultado del pecado. Todo empezó con el pecado. Sin embargo, no todo el sufrimiento humano de hoy en día es un resultado directo de un pecado específico. El mal y el sufrimiento en el mundo vienen de diferentes fuentes.
1. Satanás es una muy importante fuente del mal y el
sufrimiento en el mundo. Estamos en guerra y uno que pertenece a Dios puede esperar el ataque del enemigo (Gn 3.15; Job 2.2-7)
Sin embargo, algunos cristianos atribuyen todos sus problemas al trabajo directo del diablo. En un sentido, eso puede ser un poco egoísta. Dado que el diablo no es omnipresente, es muy improbable que invierta mucho de su tiempo en el cristiano promedio.
Por supuesto que Satanás y su ejército de espíritus inmundos buscan herir y destruir y cada cristiano sufrirá a causa de ello.
2. Mucho del sufrimiento humano viene del resultado natural a causa de que vivimos en una creación caída. Toda nuestra existencia está bajo la maldición del pecado (Gn 3.16-19) y toda la creación aún «clama» con dolores de parto (Rom 8.22). Los cristianos mueren de cáncer. Los edificios de las iglesias son robados o destruidos. Misioneros han muerto de hambre. Estamos sujetos a toda clase de calamidades que afligen a toda la humanidad excepto cuando Dios, por alguna razón especial y en una ocasión especial, puede intervenir.
3. El sufrimiento viene de otra gente. Puede ser la herida deliberada de un enemigo (Sal 41.7, 9), o la herida deliberada de un amigo que actúa por nuestro bien (Prov 27.6). Por supuesto, el sufrimiento también puede venir por otros como resultado de la ignorancia o accidente sin que sea deliberado. A menudo, los niños sufren a causa de la ignorancia de sus padres o de su pecaminosidad.
4. A menudo, el sufrimiento puede venir de nosotros mismos. Por ejemplo, cuando pecamos tenemos que soportar las consecuencias naturales de nuestros pecados (Prov 23.29-30).
El sufrimiento puede venir también a causa de los propios errores o estupidez (Prov 10.10). Por último, el sufrimiento puede venir como una elección nuestra. Por el nombre de Cristo podemos elegir sufrir (Mt 10.38).
Normalmente tratamos de identificar la fuente de nuestro sufrimiento y, usualmente, culpamos a algo o alguien fuera de nosotros: nuestra pareja, nuestros padres, nuestras circunstancias, etc.; cualquier cosa menos reconocer que quizás somos nosotros mismos los que hemos causado nuestro propio dolor.
5. En última instancia, sin embargo, la fuente de todo sufrimiento es Dios mismo (Dt 32.29; Job 1.12; 2.6; Ef 1.11; 2 Cor 12.7; Amós 3.6; Is 45.7; Prov 16.4). Dios permite el sufrimiento en la vida del cristiano o lo envía. Nada pueda alcanzar al hijo de Dios a menos que Dios lo consienta.
Una vez que entendemos esta verdad básica acerca del sufrimiento, ya no necesitamos asignar responsabilidad, determinar quién es el culpable. Así podremos dedicarnos a entender la razón o propósito de nuestro sufrimiento. Hallar la fuente puede ser difícil o imposible. Usualmente, eso no logra gran cosa, de todos modos. Sin embargo, descubrir el propósito en el sufrimiento nos libera de la más profunda agonía que eso nos causa, pues el sufrimiento sin causa es el tormento más grande.
II El propósito del sufrimiento
El cristiano sufre por varias razones:
- Todo sufrimiento en el cristiano es para la gloria de
Dios (Ez 20.9, 14, 22, 33, 39). Sin embargo, este no es simplemente una muletilla. Dios es glorificado a través del sufrimiento del cristiano en una de las siguientes formas:
(a) Cuando el cristiano es liberado por la intervención de Dios, esto hace que el cristiano alabe a Dios y también otros que ven lo que sucedió y comprenden (Jn 9.2, 3).
(b) También Dios es glorificado cuando, de acuerdo a su propósito, sostiene al cristiano a través del sufrimiento (2 Cor 12.7-10).
2. Los hijos de Dios pueden sufrir como consecuencia de sus pecados (Jer 11.10-11; 1 Cor 11.30-32; 2 S 12.13-14; Jn 5.14). Ningún hijo de Dios sufrirá un castigo eterno, sin embargo, aún en la carne, sufrimos por nuestros propios pecados.
3. El propósito del sufrimiento del hijo de Dios en pecado es buscar que vuelva a Dios y camine por el camino correcto (Sal 119.67, 71).
4. El sufrimiento sobre un hijo de Dios en el camino errado puede, también, venir como lección a otros a fin de que se cuiden (1 Cor 10.11).
5. A veces, es necesario que Dios envíe sufrimiento a nuestras vidas para guiarnos. Esto sucedió en la iglesia primitiva cuando los cristianos estaban demasiado cómodos en Jerusalén y no obedecían el mandato de salir a predicar el evangelio. En aquella ocasión Dios envió la persecución y la Iglesia fue impelida a salir (Hch 8.4). A menudo los cristianos estamos tan cómodos donde estamos que no seguimos las directivas de Dios de salir y predicar el evangelio hasta que viene el sufrimiento, nos sacude y comenzamos a hacer lo que debíamos.
6. El sufrimiento prepara al cristiano para ayudar a otros (2 Cor 1.3-4). A menudo es difícil ser confortado por alguien que no ha sufrido. El sufrimiento nos permite comprender cabalmente los alcances del mismo y nos capacita para consolar a otros.
6. El sufrimiento es el crisol de Dios para purificar nuestra fe (1 P 1.6-7). Hasta que el sufrimiento llega, no hay seguridad de que nuestro obrar sea el producto de depositar nuestra confianza en nosotros mismos o en Dios. Sin embargo, cuando el sufrimiento viene, la fe o la falta de ella es rápidamente demostrada.
8. El sufrimiento nos conduce a la recompensa (Mt 5.10-12; 2 Cor 4.17). Aquellos que sufren con Cristo reinarán con él. Esto está conectado con la prueba de nuestra fe. La recompensa será fundamentada sobre la fidelidad y el sufrimiento es un medio espléndido para probar esa calidad.
9. El más importante propósito del sufrimiento es hacernos como Cristo. Cada circunstancia en nuestra vida es diseñada con ese propósito en mente (Rom 8.28-29). Paciencia, humildad, conocimiento de Cristo, poder de resurrección, disciplina, fruto abundante, esperanza, perdurabilidad, obediencia, justicia, limpieza, etc., todos estos elementos son frutos del sufrimiento (Stg 1.2-4; 2 Cor 12.7; Fili 3.10; He 12.4-13; Jn 15.2 ss; Rom 5.3-4).
El progreso hacia la imagen de Cristo puede ser más rápido si nos sostenemos sobre las piedras de las pruebas. Sin embargo, este resultado dependerá de nuestras respuestas a las pruebas. Si no pasamos la prueba, esta se convierte en una piedra con la que tropezamos que perjudica o detiene nuestro progreso. El resultado positivo o negativo de nuestras pruebas no depende del tipo de pruebas sino de nuestra respuesta a las mismas. La misma prueba puede producir crecimiento o estancamiento.
III Qué NO hacer cuando viene el sufrimiento
1. No extrañarnos. El sufrimiento es inevitable; no es inusual.
Uno no es el único que sufre y tenemos la seguridad de que el justo sufrirá. El cristiano camina derecho en un mundo torcido, es correcto en un mundo incorrecto y esto hace inevitable que sufra (Job 5.7; Sal 34.19; Lam 3.31-33; Jn 16.33; Hch 14.22; He 12.8 ss.)
2. No responder con autocompasión. Amargura y queja
son respuestas propias de la falta de fe. A decir verdad, el
sufrimiento puede ser el sello de aprobación de Dios de que
uno es digno (Hch 5.41; Fil 1.27-30). Rebelarse
en contra de Dios, resentir contra los problemas, resistir y
quejarse es la respuesta de la falta de fe. Esto significa que
en realidad, no creo que Dios mismo ha permitido eso y que
lo ha hecho por mi bien.
La tragedia de la falta de fe en nuestras respuestas al
sufrimiento es que nos lleva a enfrentarlo con nuestras
fuerzas. De esa manera, dado que no estamos confiando en
Dios, no podremos experimentar la provisión de Dios.
Estamos negando que Dios puede manejar el problema o
que, aún pudiendo, su amor no es suficiente para hacerlo.
3. Hay otras respuestas desde la falta de fe. Podemos
minimizar el problema o ignorarlo (He 12.5-6), pero no debemos negarlo, sino enfrentarlo, admitirlo, mensurarlo.
4. También es posible escapar del problema con miras a
evitarlo a toda costa. Sin embargo, la fe es coraje (He 11). La cobardía y la confianza en Dios son incompatibles (Ap 21.8).
5. Por otro lado, están aquellos que buscan el problema en una clase de masoquismo. Algunos no buscarán el problema, pero se aferran tanto a él que lo hacen durar mucho más de lo que Dios hubiera querido. Algunas personas se aferran a ciertos problemas pues les permiten explicar el fracaso de sus vidas y los protege dándoles la fama de héroes. Por esa razón Jesús le preguntó al hombre cojo si quería ser sanado (Jn 5.6).
Todas estas respuestas son las respuestas de la falta de fe. Para aquellos que responden de esta manera, los problemas se han convertido en un medio de destrucción en lugar de un medio de gracia como Dios los había designado.
IV Qué hacer cuando viene el sufrimiento
Si la falta de fe es la respuesta equivocada que nos lleva a la debilidad y al fracaso, la correcta respuesta al sufrimiento es la fe. La fe reconoce que, sin importar quién o qué es la causa inmediata, en realidad el sufrimiento ha venido de parte del Señor. En lugar de buscar culpables para echarles la culpa, la respuesta de fe es buscar el propósito de Dios al permitir el sufrimiento. Debemos buscar en las Escrituras los diferentes propósitos dados en ellas a la luz de las propias circunstancias y determinar, a través de oración y la Palabra, los principios bíblicos que nos permitirán saber qué busca Dios en nuestro sufrimiento. La prueba más difícil es aquella por la cual no encontramos una razón. Para el cristiano, sin importar la razón específica, siempre hay dos propósitos: Traer gloria a Dios y el crecimiento personal en gracia. En toda prueba y bajo toda circunstancia esos beneficios del sufrimiento siempre podrán ser atesorados por el sufriente. Debemos confiar en Dios en cuanto a que tomará nuestra prueba y la usará para su gloria y nuestro bien supremo.
1. La fe recibe al problema con gozo y agradecimiento
(Mt 5.10-12; Lc 6.22-23; Hch 5.41; Stg 1.2-4; 1 P 4.12-19). Santiago dice: «Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas» (Stg 1.2).
Santiago no dice que cada prueba es una cosa gozosa. Él dice:
«considérenla» como si lo fuera. Es decir, por fe trátenla
como si fuera algo bueno, sabiendo que fue designada para
producir buenos resultados. Es por eso que Santiago nos
exhorta a regocijarnos. También nos dice que debemos
considerar a la prueba con gozo; eso no quiere decir que
deberemos estar exuberantemente gozosos. Él quiere decir que
el gozo no debe mezclarse con resentimiento ni con falta de fe.
Traten a la prueba como una bendición no una maldición. Esta es la respuesta de la fe.
No importa tanto qué tan grande es la prueba, sino dónde la
ubicamos. Si la presión ocasionada por la prueba me acerca
más a Jesús y respondo en fe, es una bendición. Si la prueba
se coloca entre Jesús y nosotros provocando en nosotros rechazo y falta de fe, es una maldición.
La pregunta es ¿cómo podemos desarrollar ese tipo de fe?
2. La Palabra de Dios nos ayuda a edificar nuestra fe, por lo
tanto, en tiempos de problemas es una buena cosa leerla y meditar en las promesas de Dios (Sal 23; 34; 37; 42.5; 46.1; 50.15; 55.22; 103.13-14; Prov 24.10; Is 41.3, 10; 42.3; 43.2; 51.12-13; 66.13; Cnt 3.22-26, 39; Mt 11.28; Jn 14; 16.20, 22, 33; Rom 8.31-39; 1 Co 10.13; Stg 5.15; Job; 1 y 2 P). Las fuertes promesas de Dios nos ayudan a edificar confianza y fe. La fe, en su momento, usa los problemas como material para desarrollar los grandes propósitos de Dios en nuestras vidas.
3. La respuesta de fe a los problemas también es clara en la oración. Cada parte del problema, en un acto voluntario, se pone en las manos de Dios. Esto debe ser total; de nada sirve comentarle al Señor sobre el problema, dejárselo por un tiempo y luego volver a cargarlo en nuestras vidas diarias. El cambio de carga debe ser total (2 R 20.1-5; Sal 9.9; 27.5; 46.1; 55.22; Mt 11.28; Fil 4.6-7, 11; Stg 5.16; 1 P 4.12-19; 5.7).
4. Finalmente, la fe ante la realidad del sufrimiento es fortalecida cuando la consideramos en comparación con los sufrimientos de Cristo a nuestro favor (He 12.2-4). Todo el sufrimiento que debiéramos soportar es tan pequeño que resulta invisible a la luz de su sufrimiento por nuestro bien. Por último, en su misericordioso amor, es su sufrimiento lo que lo preparó para comprender cabalmente mi propio sufrimiento.
La fe en la segura Palabra de Dios acerca de que él tomará cada problema de mi vida y lo transformará en un perfecto bien es la clave para mantenernos en pie cada vez que el sufrimiento nos acontezca.