Introducción:
En Génesis 24, leemos la conocida historia del patriarca Abraham, quien ya en su vejez procura conseguir una esposa idónea para su hijo Isaac. Dios prometió a Abraham que sería padre de una gran nación (Gn 12.1-7). Esa promesa se vio en peligro por la vejez de Abraham y la esterilidad de Sara, pero milagrosamente Dios les dio el hijo de la promesa: Isaac. Nuevamente, la promesa se vio en peligro, porque si Isaac se casaba con una mujer del Canaán esto significaría una contaminación religiosa (cf. Ex 34.15-16; Dt 7.3-4; Esd 9.2). De acuerdo con la costumbre cultural cada uno debía contraer matrimonio dentro de su propia tribu o con personas emparentadas (endogamia). Esa costumbre quedaba ahora vinculada a la promesa divina hecha a Abraham y a su descendencia. Esta mezcla de la revelación divina con la cultura concreta de los participantes humanos en la «historia de la salvación» se nota claramente en el capítulo 24 de Génesis. En este capítulo se hacen referencias continuas a costumbres del antiguo Próximo Oriente. La actividad divina y el mensaje teológico del pasaje no pasan por encima de esas realidades culturales sino a través de ellas.
Por Marlon Winedt
Escenas Narrativas
El capítulo 24 de Génesis se puede dividir en cuatro escenas narrativas. El narrador utilizó este recurso para interrelacionar los eventos del relato, los cuales están anclados en las costumbres cotidianas del mundo de los patriarcas. Muchas de estas costumbres y temas seguían vigentes en el mundo mediterráneo en el tiempo de Jesús, y aun después de ese tiempo. La siguiente división en escenas del capítulo 24 nos ayudará en nuestro análisis de esta larga sección:
1. Abraham y su siervo en Canaán (vv. 1-9)
2. El siervo encuentra a Rebeca en Mesopotamia (vv. 10–28)
3. Negociaciones en la casa de Rebeca (vv. 29–61)
a. Entrada del siervo (vv. 29–32)
b. Proposición de matrimonio (vv. 33–49)
c. Aceptación de la proposición (vv. 50–53)
d. El siervo se lleva a Rebeca (vv. 54–61)
4. El siervo, Isaac y Rebeca en Canaán (vv. 62–67)
A partir de esta división repasaremos la historia, haciendo donde se pueda algunos comentarios de índole histórico-cultural; la última escena nos llevará al eje del mensaje teológico.

Escena 1: Abraham y su siervo en Canaán (vv. 1-9)
La primera escena (vv. 1-9) comienza informando que «Abraham ya era muy viejo». Él llama a su siervo principal y le da una encomienda de vital importancia para la supervivencia de su familia y, sobre todo, para el cumplimiento de la promesa de Dios (Esta tierra se la voy a dar a tu descendencia [Gn 12.7]). No se dice si se trata de Eliézer (Gn 15.2), pero en todo caso es el «más viejo de los siervos», y por consiguiente el más importante.
Lo que acontece en esta escena es un rito cultural para establecer un pacto, una alianza. Las diferentes naciones del antiguo Próximo Oriente tenían diferentes formas de expresar las relaciones sociales por medio de alianzas. A lo largo de todo el AT podemos ver reflejada esta mentalidad de «pactar», «de hacer alianzas». Dios hizo alianzas con su pueblo (Ex 19—24) y con individuos particulares, como Noé (Gn 9.8-17), Abraham (Gn 15.9-21), y David (2 S 7.5-16), entre otros. También encontramos pactos entre individuos del mismo rango, por ejemplo entre Abraham y Abimelec para consolidar el cese de hostilidades entre ellos (Gn 20; 21.27), o entre un rey y su siervo (1 S 22.7; 27.6; Est 8.1). En el entorno cultural del AT, se usó mucho el pacto o contrato, tal como lo demuestran una buena cantidad de documentos encontrados.1
Un análisis del material bíblico y los escritos no bíblicos demuestra que a menudo los pactos consistían de estos aspectos: promesa, posible condición, acto de juramento verbal y ritual de confirmación. Por ejemplo, en el establecimiento de la alianza con Abra(ha)m en Gn 15, Dios le declaró la promesa incondicional de que la tierra sería suya. Por su parte Abraham –en nombre de sus descendientes— correspondió depositando su confianza en Dios, su acto de fe (15.6). Este parece ser el juramento. Para confirmar el pacto Abram sacrificó algunos animales los cuales fueron partidos por la mitad. Esta acción parece pertenecer a una ceremonia muy antigua en la cual los participantes en un pacto pasaban entre las dos mitades de los animales, pronunciando juramentos o maldiciones que les afectarían directamente si no cumplían con su parte del pacto. Los animales partidos por la mitad simbolizaban la suerte de los que no cumplían con el contrato. En este caso Dios mismo, su presencia simbolizada por la antorcha encendida y el horno humeante, pasó en medio de las dos mitades (15.17). En Génesis 17, cuando Dios pactó con Abraham y sus descendientes, el acto ritual que se exigió fue la circuncisión, símbolo de la entrega de Abraham y sus descendientes a los términos de la alianza.
Otro pacto es el del Sinaí, mediante el cual Dios pactó con el pueblo de Israel. Aquí se trata de un convenio según el modelo de las alianzas entre alguien de rango superior y alguien de rango inferior. Este tipo de alianzas se conocen como «pactos de soberanía» o «pactos de vasallaje». El Señor es el libertador del pueblo y exige lealtad absoluta. El juramento del pueblo consiste en aceptar el pacto y prometer que seguirá al Señor como su único soberano (Ex 24.3). Las condiciones del pacto son las leyes mosaicas, con los diez mandamientos como eje. En el Deuteronomio vemos que cuando se celebra la alianza en el monte Ebal, se incluyen de forma descriptiva las promesas y las sanciones del pacto (cf. Ex 27—28: bendiciones y maldiciones). El pacto del Sinaí fue sellado simbólicamente mediante el rito de rocío de sangre (Ex 24.4-7).
Regresemos al pacto entre Abraham y su siervo (Gn 24.1-9). ¿Cuál es la alianza en este caso? Abraham le hizo jurar al siervo que no dejaría que Isaac se casara con una cananita y que le buscaría una esposa entre la familia de Abraham en Mesopotamia. ¿Cuál es la condición de la alianza? Si la muchacha correcta no quisiera ir a Canaán, el siervo no llevaría a Isaac allá, y quedaría libre de su juramento (24.5-6). ¿Cuál es el acto ritual? En este caso es un acto simbólico no muy claro para nosotros: el siervo puso la mano bajo el muslo de su amo Abraham. Es probablemente un eufemismo para hablar de los órganos genitales, o de tocarle cerca de estos. De acuerdo con la opinión de muchos eruditos, se trata de relacionar el juramento con la continuación del linaje de Abraham, pues en los órganos de reproducción está el origen de la vida, y la promesa divina fue para Abraham y sus descendientes. Un ejemplo parecido lo encontramos en Génesis 47.29, cuando Jacob le hace jurar a José, mediante el mismo gesto simbólico, que no lo enterrará en Egipto.
Este pacto entre Abraham y su siervo constituye el preludio de un pacto más conocido para nosotros: el pacto o alianza matrimonial.

Escena 2: El siervo encuentra a Rebeca en Mesopotamia (vv. 10-28)
En esta sección encontramos todos los elementos culturales de las preparaciones para una alianza matrimonial entre dos familias. Se trata de un pacto por el que una hija pasa de la custodia del padre o hermano a la custodia y responsabilidad de su esposo. En este concepto cultural, el matrimonio es una «negociación» entre dos familias, una alianza arreglada por los responsables de la familia. El compromiso matrimonial podía establecerse muchos años antes de la consumación del matrimonio. Como era un compromiso entre familias, cualquier acto que rompiera ese pacto se convertía en un escándalo público y social, además de las implicaciones religiosas. Romper el compromiso era considerado un acto de divorcio.
Antes de viajar a Mesopotamia para cumplir con el encargo de su amo, el siervo de Abraham escogió regalos entre lo mejor que su amo tenía (24.10). Cuando encontró a Rebeca y le pareció que ella sería la mujer adecuada —ahondaremos más adelante sobre esto—, tomó un anillo de oro que pesaba como seis gramos, y se lo puso a ella en la nariz (24.22). Más tarde, al presentarse ante la familia de Rebeca, el siervo puso énfasis en el tema de las riquezas de su amo (24.35); y tan pronto como la familia aceptó la proposición de alianza, sacó varios objetos de oro y plata, y vestidos y se los dio a Rebeca. También a su hermano y a su madre les hizo regalos (24.53). Es notable el carácter material de la transacción. En esas sociedades (agrícolas) antiguas, la familia era el centro de producción económica. Ceder a una hija era perder en cierta forma a un participante en el proceso de proveer el sustento para la familia. Eso explica por qué el novio tenía que dar una retribución por la «pérdida». No se buscaba un esposo para consuelo o compañía de la mujer; el esposo idóneo era el que pudiera cuidar y proteger a la hija. Por otro lado, como la familia del esposo asumía la responsabilidad económica a favor de la novia, la familia de ella también aportaba una dote matrimonial que ella llevaba a su nueva vida. La dote era en primera instancia un regalo para la novia; podía constar de algunas siervas para su servicio personal (Gn 16.1; 24.61), una propiedad concreta (Jos 15.18) o, en el caso de la hija de un rey, una cuidad completa (1 R 9.18).
Reiteramos que el matrimonio era un pacto entre dos familias. Se encargaba de la negociación el jefe de cada familia: el padre o el hermano mayor, como en el caso de Rebeca (24.28). El texto hace mención del padre en 24.50, pero su rol no fue preponderante. Al concretarse el contrato (24.53) el siervo dio regalos a todos los protagonistas importantes ¡con excepción de Betuel! Cuando quiso llevarse a Rebeca a Canaán, el hermano mayor, la madre y la novia misma fueron consultados (55, 57). Es probable que la introducción de Betuel en 24.50 haya sido el trabajo posterior de un escriba, a quien le pareció peculiar la ausencia del padre en la redacción anterior del relato. En todo caso, no era extraño que el hermano mayor tomara la posición del padre, ya fuera porque hubiera fallecido o porque estuviera temporalmente ausente. Incluso en escritos antiguos, revelados por hallazgos arqueológicos en la región de Mesopotamia, que datan del tiempo de los patriarcas, se han encontrado contratos matrimoniales en los cuales el hermano mayor funciona como la autoridad familiar. Veamos ahora cómo se desarrollaron las negociaciones: la proposición matrimonial (vv. 34-49), la aceptación de la proposición (v. 50), la entrega de regalos para la familia (vv. 52-53), la cena para consolidar la alianza (v. 54), la confirmación de la novia (vv. 54-57), y la bendición de la familia (vv. 59-61). Es poco probable que en cada negociación se cumplieran todas estas etapas, pero ciertamente cada aspecto nos enseña algo acerca del contorno cultural.
Escena 3: Negociaciones en la casa de Rebeca (vv. 29-61)
La proposición
El siervo inició la proposición narrando la historia desde el principio. Observemos en este texto la importancia que se le da a la procedencia de la muchacha (24.15, 24, 38, 47): hija de Betuel, Betuel era hijo de Milcá y de Nahor, el hermano de Abraham. No solamente era normal, sino incluso deseable casarse con alguien de la misma familia. En este caso, Abraham pidió explícitamente que la futura esposa de su hijo perteneciera a su mismo clan.

El relato nos dice que el siervo dio regalos a Rebeca (24.22, 30) y ella los aceptó. Luego, el siervo fue invitado a entrar en la casa y se dispuso una comida. Pero el siervo no quiso empezar a comer sin antes exponer el propósito de su viaje: la proposición de matrimonio (24.33). De acuerdo con el contexto patriarcal del antiguo Próximo Oriente —regido por los valores de honra y vergüenza— el acto de dar regalos a la joven virgen se entendía como el inicio de una proposición de matrimonio. Eso explica por qué Rebeca aceptó regalos de manos de un extraño que acababa de conocer junto al pozo de su padre. La invitación a comer cumple aquí dos propósitos: primero, el deber de la hospitalidad, y segundo, señala la disposición para el establecimiento de un pacto.
Toda clase de pactos se cerraban por medio de una comida o en el contexto de una comida. Compartir una comida simbolizaba un intercambio de confianza, establecía y fortalecía un lazo íntimo de hermandad entre los pactantes. En el ámbito del hogar, el acto de comer juntos era fundamental para la cohesión familiar. En el culto del templo encontramos los sacrificios de comida y la celebración de cenas ante la deidad (1 S 9.12-13). Como parte de los requerimientos del pacto con Yavé encontramos toda una lista de rituales que incluían sacrificio de comida o el comer juntos ante el Señor su Dios (Lv 8.11–16; Dt 27.7). La comida que llegó a convertirse en el símbolo perfecto de la relación entre Dios y la comunidad de fe del pueblo hebreo es el seder, la cena de la Pascua, la cena ritual que recuerda la liberación de Egipto (Ex 12.27, 40—42). La fiesta de la Pascua y otras fiestas solemnes incluían un elemento de sacrificio de comida en honor a Dios (Ex 12.2-7; Lv 23.2-8); asimismo en la fiesta de las primeras cosechas o primicias (Lv 23.9-11). La cena de la Pascua, celebrada en el seno de cada familia, reafirmaba el carácter colectivo del pueblo de Dios en el presente de los participantes, a la vez que los proyectaba hacia las futuras generaciones (Ex 12.34-49; 13.8-10). Considerando todo este trasfondo cultural, podemos entender mejor por qué el siervo de Abraham se negó a comer antes de presentar claramente la proposición de matrimonio, el motivo que lo había llevado hasta ese lugar. Podemos concluir que la comida que celebraron a continuación no fue meramente una muestra de hospitalidad, sino una ceremonia de celebración y de confirmación del nuevo pacto entre las dos familias (24.54 Después él y sus compañeros comieron y bebieron, y pasaron allí la noche).
En el contexto del antiguo Próximo Oriente, el matrimonio era considerado un hecho a partir del momento cuando se establecía el compromiso del mismo, de tal modo que cualquier contacto sexual con una mujer «comprometida» era equivalente a cometer adulterio (Dt 22.23-24). Después de la fiesta pública la novia era entregada oficialmente al novio.
Aceptación de la proposición
Previamente, el narrador había señalado el interés despertado en Labán a causa de los primeros regalos a Rebeca: Tenía ella un hermano llamado Labán, el cual corrió al pozo a buscar al hombre, pues había visto el anillo y los brazaletes que su hermana llevaba en los brazos, y le había oído contar lo que el hombre le había dicho (24:29-30). Por su parte, el siervo de Abraham no dejó espacio para dudas sobre el poder económico de su amo y por lo tanto de su hijo, Isaac: Yo soy siervo de Abraham. El Señor ha bendecido mucho a mi amo y lo ha hecho rico: le ha dado ovejas, vacas, oro y plata, siervos, siervas, camellos y asnos (24.34-35). Después de esa amplia explicación, la familia aceptó la proposición: Entonces Labán y Betuel le contestaron: —Todo esto viene del Señor, y nosotros no podemos decirle a usted que sí o que no. Mire usted, aquí está Rebeca; tómela y váyase. Que sea la esposa del hijo de su amo, tal como el Señor lo ha dispuesto (24.50-51). No debemos tomar estas palabras a la ligera. Recordemos que la protección de la hija (el honor de la familia) pasará a las manos de otra familia. Profundicemos en este tema.

En el ámbito cultural de los patriarcas y del mundo mediterráneo, por muchos siglos —incluso después de Cristo— la relación entre hombre y mujer se anclaba en patrones de comportamiento establecidos y en expectativas muy rígidas. El varón representaba a la familia ante la sociedad; la mujer tenía su función en el círculo de la familia. Salvo algunas excepciones, los diversos estratos de la sociedad vivían regidos por el estricto concepto de honor y vergüenza. El honor de la familia era defendido por el varón. El honor era definido como la imagen o concepto que los demás tenían de una familia o individuo. El individuo no era importante por sí solo, sino como representante de su familia, su tribu, y su pueblo. La mujer tenía que estar protegida, «insertada» dentro del honor de un varón: su padre, su hermano, o su marido. En ese sentido el matrimonio significaba que la joven desposada pasaba a pertenecer dentro del sistema de honor de la familia de su esposo. En otras palabras, la preocupación del honor de la familia de la joven desposada pasaba también a ser responsabilidad de la familia del joven esposo. Si una hija casada cometía adulterio o si su marido se divorciaba de ella, acarreaba vergüenza a su familia biológica. Un texto en el libro conocido como Sirácida o Eclesiástico, de c. 200 a.C., demuestra cómo era vista una hija en este entorno cultural —el mismo criterio se aplica todavía en ciertos países y regiones del mundo:
Cuidado de las hijas (42.9-14)
9 La hija es para el padre un tesoro inseguro;
su cuidado por ella le hace perder el sueño.
Si es joven, teme que se quede sin casar;
si es casada, teme que el marido la repudie.
10 Si es soltera, y aún vive con su padre,
teme que la violen y quede embarazada;
si es casada, y ya vive con su esposo,
teme que sea infiel, o que resulte estéril.
11 Hijo mío, vigila mucho a tu hija soltera,
para que no te traiga mala fama,
habladurías de la ciudad y deshonra entre la gente,
y te haga avergonzar ante la asamblea.
En su aposento no debe haber ventana,
ni su entrada se debe ver de todas partes.
12 Que no muestre su belleza a cualquier hombre,
ni trate íntimamente con otras mujeres. [Se refiere a los chismes y malos consejos que pueden traer otras mujeres a la joven].
13 Porque de la ropa sale la polilla,
y de la mujer sale la maldad de la mujer.
14 Más vale esposo duro que mujer complaciente,
y una hija temerosa que cualquier deshonra.
Todos los temas que menciona el antiguo escritor tienen que ver con la amenaza al honor de la familia (¿Qué dirá la gente? ¿Cómo se verán en la sociedad? ¿Cómo hablarán en privado?) y es de suma importancia, porque el honor era determinante o equivalente del nivel de influencia —política, moral, etc.— en medio de la sociedad.
El matrimonio arreglado o convenido entre dos familias es un concepto completamente diferente al concepto de matrimonio que parte de criterios personales —enamoramiento, sentimientos y felicidad personal— practicado en muchas culturas del mundo occidental. En el concepto de matrimonio convenido, el interés de la familia y del clan familiar es lo primordial. Conviene que hagamos una comparación de estos dos tipos de matrimonio. Cabe señalar que en diferentes regiones del mundo encontramos la práctica mixta de ambos conceptos. Y lo que describimos aquí como característico en el mundo del antiguo Próximo Oriente, sigue en vigor en gran parte de las culturas mediterráneas así como también en otras regiones del mundo.

**********Busque la continuación de este artículo aquí: «Contexto cultural del Antiguo Testamento — Parte 2»
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Notas y comentarios
1Matthews, Victor H. y Banjamin, Don C. Paralelos del Antiguo Testamento: Leyes y relatos del Antiguo Oriente Bíblico. Santander: Sal Terrae, 2004. En este libro se encuentran varios ejemplos de pactos o alianzas provenientes de otras naciones.