«El corazón del sabio hace prudente su boca, y añade gracia a sus labios.» (Proverbios 16.23)

Los seres humanos invertimos demasiado tiempo hablando acerca de los demás.
Todos tenemos nuestra propia opinión y somos libres para expresarla (aunque no todos los sistemas políticos permitan hacerlo en forma pública). El problema está en las intenciones que nos mueven a hacerlo. Hay cuatro formas típicas de opinar:
1) La «opinión maliciosa»: hablar de los defectos y errores de nuestro prójimo para perjudicarlo, guiados por el deseo inconsciente de «medir» nuestra vida con lo que logran los demás.
2) La «opinión del montón»: repetir frases hechas, motivados por la frustración y, al mismo tiempo, por la «comodidad» que nos ofrece sentirnos parte de un grupo que piensa lo mismo que nosotros.
3) La «opinión neutral»: mencionar hechos y situaciones pero sin juzgar a los demás. Hasta aquí podría parecer la opinión correcta, pero a veces se hace con la intención de dar a conocer
chismes y rumores sobre gente que no está presente.
4) La «opinión positiva»: vemos la realidad, reflexionamos sobre ella y nos consideramos a nosotros mismos como protagonistas activos para la transformación positiva de nuestro prójimo y de la sociedad. En otras palabras: ser parte de la solución y no del problema. Hablamos y opinamos, pero al mismo tiempo hacemos algo acerca de eso.
Sumérgete: Pensemos por unos instantes en la manera en que nos referimos a los demás, en especial cuando están ausentes. ¿Con qué tipo de opinión nos identificamos? ¿Qué haría Jesús en nuestro lugar?