«Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?» (Números 23.19)

Todos los seres humanos fallamos en algún momento. A veces nuestros amigos no están cuando los necesitamos, nuestros parientes se olvidan de nuestro cumpleaños, nuestro novio llega tarde a la cita, los profesores tienen actitudes contrarias a lo que enseñan, los gobernantes no cumplen con sus promesas. ¡Cuántas veces nosotros mismos decepcionamos a otros!
Es cierto que no todas las decepciones están al mismo nivel. Una persona que no asiste a un compromiso importante no se puede comparar con la infidelidad sexual en el matrimonio. Existe un amplio abanico de posibilidades, pero la sensación de tristeza y desilusión que experimenta quien ha sido defraudado es desagradable en todos los casos.
¿Qué hacer cuando las personas fallan?
En todo momento, como una clave para la vida, pidámosle a Dios que nos ayude a tener misericordia de los demás. Esto no significa pasar por alto los problemas y hacer de cuenta que no ha pasado nada. ¡Se trata de algo diferente! Hablar con la gente y expresarle nuestro enojo por lo ocurrido. Y hacerlo con actitud firme pero compasiva, intentando ver cambios en las personas.
Jamás olvidemos que Dios nunca nos fallará y siempre podremos confiar en él. ¡Él siempre cumple lo que ha prometido!
Sumérgete:
¡Cuántas veces le hemos fallado a Dios! Sin embargo sabemos que podemos acercarnos a él con arrepentimiento y la decisión de cambiar. ¡Siempre nos recibirá con amor y nos mostrará su misericordia!
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