«Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno.» (Colosenses 4.6)

¡Cuántas guerras, divorcios, peleas familiares, discusiones entre amigos y un sinfín de problemas podrían evitarse mediante el diálogo sincero y honesto!
Sin embargo, a veces la gente toma el camino más fácil: esconder los problemas «debajo de la alfombra» intentando seguir adelante, pensando que todo está bien ¡Pero ése no es el camino!
Al terminar el partido de fútbol Gustavo y Josué no dejaban de pelearse. El entrenador del equipo se acercó y trató de averiguar qué pasaba. Quería ayudarlos a arreglar el asunto y terminar la discusión.
Minutos después, Gustavo y Josué admitieron que el problema venía desde hacía tiempo: nunca se habían sentado para resolver los malos entendidos. Se dieron cuenta de que la falta de diálogo los había llevado a pensar cosas malas y a pelearse por algo que ahora parecía sin importancia.
¡Cuántas veces elegimos la senda más cómoda! El miedo a descubrir quiénes somos sumado al temor de enfrentar los temas pendientes en nuestras vidas, a veces hace que tratemos de esconder nuestra personalidad debajo de una aparente serenidad y un supuesto autocontrol. ¡Pero no se puede vivir todo el tiempo así!
Para relacionarnos bien con los demás tenemos que aprender a dialogar con sinceridad. No dejemos las cosas para otro día. Hablemos y cultivemos la confianza de la gente y no les demos lugar a los chismes ni a los malos entendidos.
Sumérgete: Quienes viven con nosotros en casa necesitan que los escuchemos y dialoguemos con ellos. Invirtamos unos minutos cada día y veremos cuánto bien nos haremos a nosotros mismos y a nuestros seres queridos.
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