«Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.» (Apocalipsis 21.4)
Julieta comenzó a llorar desconsoladamente. Nadie sabía por qué, pero la imagen era tan triste y dolorosa que sus compañeras no pudieron quedarse inmóviles. Se acercaron, la abrazaron y, luego de unos minutos, intentaron descubrir el motivo de su angustia.

En ese momento les dio una respuesta rápida, pues no quería hablar del asunto. Pero más tarde se acercó a su amiga y le contó por qué había llorado aquella mañana.
La noticia de una niña abusada había llegado a sus oídos y se había acordado de su propia experiencia cuando era solo una niñita. A los cuatro años de edad, su tío se había aprovechado violentamente de ella y después de doce años aquel doloroso recuerdo volvió a su mente. ¡Se sentía sucia, avergonzada, enojada y profundamente herida!
Tal vez hayamos sufrido una situación similar durante la niñez y ahora, en esta etapa de la juventud, los recuerdos nos aprisionan y los pensamientos amargan nuestro corazón. ¿Habrá esperanza? ¡Por supuesto que sí!
Busquemos la ayuda de Dios en oración. Leamos la Biblia y descubramos lo que dice acerca de cada uno de nosotros. Pidámosle que nos ayude a perdonar a quienes nos lastimaron.
Hablemos del asunto con gente que ama a Jesús y desea ayudarnos. Pidamos el consejo y la orientación de un especialista.
Sobre todo, que ningún recuerdo triste del pasado enturbie nuestra alegría ni destruya nuestra persona. ¡Dios desea sanar nuestro corazón para que vivamos libres de toda amargura!
Sumérgete: No ocultemos lo que nos haya ocurrido en el pasado. Mostrémoselo a Dios en oración y compartámoslo con gente que nos comprenda y desee ayudarnos a sanar nuestra alma. Con esfuerzo, paciencia y decisión, superaremos todo conflicto para vivir una vida en plenitud.