«Mis labios se alegrarán cuando cante a ti, y mi alma, la cual redimiste.» (Salmos 71.23)

¡Cuántas veces gritamos a lo largo de nuestra vida! Sea por un motivo o por otro, cada tanto gritamos para decirles a los demás lo que sentimos.
¡La gente grita de dolor! Golpearse el dedo al martillar un clavo, caer al piso luego de haber tropezado en la acera, lastimarse al hacer un mal movimiento mientras se practicaba un deporte, reponerse de una intervención quirúrgica… ¡Cuántas razones para gritar!
¡Las personas gritan al enojarse! Descubrir la traición de un amigo, ser testigo de la injusticia y la discriminación, recibir las burlas de los demás, sufrir la desatención y el maltrato, recibir malas noticias… ¡Cuántos motivos para gritar!
¡Los seres humanos gritamos para pedir auxilio! Una situación que requiere atención médica urgente, el pedido de ayuda inmediata frente a un problema, la falta de elementos necesarios para la vida… ¡Cuántas causas para gritar!
¡Los hombres y las mujeres gritamos al lograr la victoria! El triunfo del equipo favorito, la conclusión exitosa de una etapa, las excelentes calificaciones en los estudios, la alegría de comenzar un noviazgo, el entusiasmo al conseguir un trabajo… ¡Cuántas ocasiones para gritar!
Dios está a nuestro lado en cada etapa de la vida y desea que le expresemos todo lo que sentimos. ¡Él escucha nuestros gritos de victoria, auxilio, enojo y dolor! Si lo buscamos y se lo pedimos, promete respondernos con amor, ternura y pasión.
Sumérgete: Dios quiere ser parte de cada experiencia de nuestras vidas. Cuando estamos tristes, enojados, contentos y necesitados. ¡En todo momento quiere abrazarnos y darnos su amor!
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