
«Y el rey dijo a Arauna: No, sino por precio te lo compraré; porque no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada.» (2 Samuel 24.24a)
Nadie quiere cosas malas para su vida, ¿no es cierto? A todos nos gusta disfrutar al máximo y tener lo mejor que podamos conseguir. Esto se aplica a lo que compramos como así también a las relaciones, proyectos y tareas que emprendemos.
Ocurre lo mismo en nuestra relación con Dios. ¡Debemos darle lo mejor!
Algunas personas, sin embargo, tratan al Creador y le sirven con mucha mediocridad. Oran de vez en cuando, leen la Biblia solo cuando tienen ganas, asisten a la iglesia cada tanto, ofrendan poquísimo dinero (no porque les falte, sino porque no lo consideran importante), y cuando hacen algo para Dios, lo hacen a medias, justificándose con una frase popular entre los mediocres: «Dios entiende nuestras flaquezas, ¿por qué deberíamos esforzarnos más?»
¡Nada que ver con el verdadero cristianismo! ¡Esa actitud es una «caricatura» de lo que significa seguir a Jesús!
Las personas que confían de veras en Dios, reconocen la importancia de relacionarse con él, y por eso se esfuerzan día tras día por agradar a su Creador y darle siempre lo mejor. Dedican tiempo para orar, leen la Biblia cada día y hacen lo posible por servirle con excelencia. ¡Saben que Jesús dio todo en aquella cruz y por eso le retribuyen con amor, pasión y entrega en todo lo que realizan!
Que nuestra vida se caracterice siempre por dar lo mejor para Dios.
Sumérgete: Jamás practiquemos la mediocridad, y mucho menos en nuestra relación con Dios. ¡Ofrezcámosle siempre lo mejor de nosotros!
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