Diversidad cultural: elemento clave para la interpretación bíblica

Diversidad cultural: elemento clave para la interpretación bíblica

Por Esteban Voth 

La revelación de Dios ha llegado hasta nosotros hoy a través de varias y variadas culturas de la antigüedad. Esto significa, entre otras cosas, que la palabra de Dios que buscamos interpretar no se originó en un vacío. Al contrario, estas palabras (hago énfasis en lo plural) surgieron de contextos histórico-culturales bien concretos. Dios se revela a través de la cultura y de esa manera el mensaje que propone está bien encarnado en la cultura. El ejemplo mayor de esto lo tenemos en la experiencia de Jesucristo, el hijo de Dios. Jesucristo mismo, siendo Dios, se encarna, se contextualiza en una cultura, en un momento histórico definido, con características particulares de ese momento y de esa cultura. Pero mucho tiempo antes, Dios había comenzado a revelar su mensaje dentro de la historia y por medio de la cultura. 

A la hora de interpretar el texto bíblico, esta realidad ineludible nos presenta un desafío real y concreto. Para poder comprender el texto en su sentido más cabal y amplio es muy necesario conocer bien los códigos culturales que se manejaban en ese mundo que existió hace unos tres mil años. Esto implica entender elementos geográficos, realidades sociales, movimientos políticos, valores morales y éticos y muchas otras realidades que conforman las diversas culturas reflejadas en el texto bíblico. Para esto deberemos, ante todo, intentar comprender la “cosmovisión” de los semitas del primer milenio antes de Cristo. Esta cosmovisión tiene que ver con la “lente” a través de la cual el ser humano mira, observa y analiza su mundo. Una cosmovisión, entonces, es ese marco teórico o conjunto de creencias medulares con el cual el ser humano mira, observa y evalúa el mundo en el que vive. En este sentido, las cosmovisiones tienen que ver con las preocupaciones más importantes que tiene una persona: ¿Quién soy?, ¿Adónde voy?, ¿De qué se trata?, ¿Existe un dios? 

Cuando uno le presta atención a la “cosmovisión” semita uno descubre que la manera de pensar del semita antiguo es bastante diferente a la de una persona moderna del mundo occidental. El personaje bíblico semita se maneja con otros códigos y otros valores. En este mundo semita, el modo de pensar es más “oriental” que “occidental.” En este mundo no existe una preocupación obsesiva con la precisión histórica, con la coherencia, con la lógica occidental, con lo científico, y con lo abstracto. En este mundo, conviven la paradoja, la incongruencia, la contradicción, la repetición, la ambigüedad, lo simbólico, y otros elementos más, que para el occidental contemporáneo representan serios problemas. Por eso, cuando hablamos de prestarle atención al contexto cultural semita del texto bíblico, en realidad estamos advirtiendo al intérprete a no imponer criterios occidentales al texto bíblico. 

El desconocer la cosmovisión de los autores bíblicos lleva a cometer graves errores en la interpretación de lo que ellos escribieron. Por otro lado, el conocer la manera de pensar, de “ver”, de “percibir” de estos autores, nos hará más sensibles a sus realidades y nos ayudará a no imponer nuestros criterios culturales como si estos fueran absolutos. En este sentido hacemos un llamado a todo lector de la Biblia a que ejerza una sensibilidad cultural para que de esa manera intérprete con mayor respeto la revelación de Dios. A continuación mostraremos algunos ejemplos que surgen del Antiguo Testamento que demuestran la necesidad de practicar una sensibilidad cultural para poder interpretar con más eficacia este texto que fue escrito en otro lugar y en otro tiempo. 

Les invitamos a considerar algunos ejemplos importantes del libro de Génesis que servirán de ilustración. En el relato que habla de la creación de todas las cosas, el texto de Génesis 1 nos comenta que en el cuarto día de la creación Dios hizo la “lumbrera mayor” y la “lumbrera menor”. Durante mucho tiempo los intérpretes no entendían por qué el autor de esta poesía creacional no utilizó las palabras para sol y luna en hebreo. Pero, al analizar documentos religiosos escritos por los vecinos babilónicos y al entender mejor las culturas que rodeaban a los israelitas, nos hemos dado cuenta de una posible explicación. 

Resulta que en Babilonia, el dios del sol se llama Shamash y la diosa de la luna se llama Yarij. Estos dos nombres son muy similares a los términos hebreos para sol y luna: shemesh y yareaj. Si a esto le agregamos que en hebreo se escribía sin vocales y sin mayúsculas, los nombres serían idénticos: sh-m-sh y y-r-j. Por lo tanto, el autor bíblico cuidadosamente evita el uso de las palabras shemesh (sol) y yareaj (luna) para evitar cualquier identificación con Shamash el dios del sol y Yarij la diosa de la luna. Al llamarlas «lumbreras» está declarando que no existe ninguna conexión entre la luna y el sol y las divinidades babilónicas. 

La polémica planteada por el relato de Génesis es que el sol y la luna están desprovistos de todo poder divino. El único poder que tienen es aquel que les da el Creador para servir a la tierra. Su razón de ser es eminentemente geocéntrica. Por lo tanto, el conocer algo de la cultura del cercano oriente antiguo nos permite interpretar mejor un texto un tanto enigmático, y a la vez nos ayuda a no sugerir ideas erróneas. 

El relato patriarcal comienza en Génesis 11:27 donde leemos que Téraj, el padre de Abram era de Ur de los caldeos y que un día emprendió un viaje con su familia. El texto bíblico nos cuenta que de pronto paran en la ciudad de Jarán. Si bien sabemos que esta ciudad estaba ubicada en la ruta que se tomaba para ir desde la zona de Babilonia hacia la zona de Canaán, lo que no sabemos es por qué Téraj, Abram y la familia pararon en Jarán y se quedaron allí hasta la muerte de Téraj. Una vez más, el estudiar la cultura nos sugiere una posible explicación. 

En la “cosmovisión” babilónica, los dioses no tenían poder absoluto en todo el mundo. Eran dioses regionales que ejercían su poder en zonas geográficas definidas. Cuando el habitante babilónico se alejaba de la zona donde su dios tenía poder, se sentía desprotegido. Resulta que el dios de Ur se llamaba Sin y este también era el dios que se adoraba en Jarán. Por lo tanto, era lógico y normal que Téraj y su familia se quedara en Jarán porque allí se sentirían protegidos. Hoy podemos sugerir que la parada en Jarán no fue casualidad, sino más bien un acto que concordaba con la costumbre y creencia de aquella época y lugar. 

Siguiendo con el relato patriarcal, nos enteramos de que en Jarán Abram recibe una promesa de Dios que ha de tener una gran descendencia. A su vez, leemos que Saray, la esposa de Abram era estéril y no podía tener hijos. Con el correr del tiempo, Abram y Saray preocupados por el hecho de no tener hijos, deciden hacer algo que para el lector moderno occidental cristiano resulta ser bastante cuestionable. Saray le entrega su sierva Agar a Abram para que tengan relaciones sexuales y así Abram tenga un hijo por medio de la sierva Agar. Muchos se han preguntado cómo puede ser que Abram, el amigo de Dios, el que recibió la promesa de que a través de él serían benditas todas las naciones, haga una cosa así. No obstante, la arqueología nos ayuda a entender esta acción. 

En la Mesopotamia antigua, existieron dos ciudades llamadas Mari y Nuzi. En estas ciudades, se han encontrado bibliotecas con miles de documentos escritos sobre tablillas de arcilla. Particularmente en Nuzi, se han encontrado muchos documentos que explican costumbres de la época. En ellas encontramos que la ley exigía que la mujer estéril debía entregarle su sierva a su esposa para asegurar la descendencia de la familia. La costumbre y la ley establecía que en el momento de dar a luz, la sierva debía hacerlo sobre las rodillas de la esposa estéril. En ese momento, al recibir la criatura sobre sus rodillas, esa criatura se convertía en hijo o hija de la esposa, y la sierva no tenía ningún derecho sobre esa nueva vida. Esto nos enseña que Abram y Saray estaban haciendo lo que la ley les mandaba. Uno hasta podría sugerir que si Abram no hacía esto, estaría quebrantando la ley. Al estudiar la cultura de aquella época podemos entender mejor la conducta de Abram y no emitir juicios de valor equivocados. 

Estos tres ejemplos nos muestran que comprender las culturas representadas en la revelación de Dios es sumamente importante para poder interpretar dicha revelación. A estos ejemplos podríamos agregarles muchos más, ya que el texto bíblico está bien arraigado en la historia y en varios contextos socioculturales. Esto significa que, en la medida que en nuestra lectura del texto bíblico tomemos muy en cuenta factores culturales, el mensaje bíblico cobrará su verdadera dimensión. 

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