«Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio.» (Salmos 18.2)

Cuenta la historia que en cierta ocasión un barco naufragó a tan solo un kilómetro de la costa. Sus tripulantes, todos marineros con amplia experiencia, nadaron hasta la orilla y lograron salvarse de morir ahogados. Pero en ese territorio había pandillas que robaban y mataban a quienes se cruzaran por su camino, así que de todos modos, perecieron.
Carlos conocía esa zona y, por eso, hizo algo diferente: nadó hasta una gran piedra, se subió a ella y se quedó allí con la esperanza de que alguien lo salvara.
Finalmente, luego de un día y medio de sobrevivir aferrado a ese lugar, un barco que pasaba por allí lo vio y logró rescatarlo.
Todavía temblaba de frío cuando le preguntaron si no había tenido miedo de las fuertes olas y el viento que azotaba ese lugar. Fue entonces que respondió: «¡Por supuesto que estuve aterrado! Pero al mismo tiempo tenía la seguridad de que la roca no se movería. ¡Que estaba aferrado a algo sólido que ninguna tormenta podría derribar!»
- Cuando leemos la Biblia cada día…
- Cuando tratamos de seguir los consejos de Dios en nuestra vida…
- Cuando intentamos imitar a Jesús y parecernos más a él en la forma de hablar, pensar y actuar…
- Cuando dedicamos el tiempo necesario para tomar decisiones acertadas…
- ¡estamos construyendo nuestra vida sobre la roca! Vendrán los problemas y las crisis, pero lograremos mantenernos firmes, siempre felices al saber que nuestra vida está en las manos de Dios.
Sumérgete: Nuestro noviazgo, la vocación que hayamos elegido, las amistades, la manera en que administramos el dinero… que todo lo que pensamos, decimos, decidimos y hacemos esté dirigido por el consejo de Jesús.