«¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis.» (1 Corintios 9.24)

Toda carrera tiene un punto de partida, un trayecto a recorrer y una meta por alcanzar. Hay ciertas reglas y un número determinado de competidores que hacen todo lo posible por ser los primeros en llegar y lograr el premio.
La vida se puede comparar con una carrera. El punto de partida es el nacimiento, el trayecto es la cantidad de años de vida y la meta final, nos guste o no, es el día en que el corazón deja de latir. Nacemos, existimos y nos morimos. Así ha sido la vida humana desde que el primer hombre y la primera mujer pisaron este planeta.
En muchas ocasiones, la Biblia se refiere a otro tipo de carrera, una que todos deberíamos correr para alcanzar una vida plena. ¡Es la carrera de una vida nueva en Cristo!
Comienza en el momento en que le entregamos nuestra vida a Jesús como Dios y salvador y experimentamos el nuevo nacimiento y no se detiene cuando morimos. ¡Seguirá por toda la eternidad junto a Dios!
Esta carrera tiene un trayecto claro y cuenta con reglas específicas. No se trata de competir con los demás para ser los mejores ni los primeros. Corremos para superarnos a nosotros mismos cada día y para lograr vivir todo lo que Dios quiere para nosotros.
Tenemos que estar seguros de dos cosas: que nada nos impida correr con libertad y que nuestra mirada esté fija en la meta. ¡Ser cada día más parecidos a Jesús!
Sumérgete: Dios promete ayudarnos a correr la carrera de la vida con éxito. Recordémoslo cuando sintamos la tentación de «tirar la toalla» y abandonar.