Jesús y el Antiguo Testamento
El AT tenía un rol importante en la vida de Jesús. No sabemos a ciencia cierta si su madre le cantara al niño Jesús himnos de su pueblo, pero el himno de María (Lc 1.46-55) tiene la forma de un salmo hebreo y emplea muchas expresiones del AT. En la tentación, Jesús usó pasajes de su Biblia, el AT (Mt 4.1-11; Lc 4.1-13). En la crucifixión, el grito de desesperación vino de los Salmos: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (22.1, TLA). Hay otros versículos de ese Salmo que bien pueden describir esa experiencia: me han desgarrado las manos y los pies (22.16). El giro repentino de ese Salmo hacia la confianza en el poder liberador de Dios (22.22-24) podría haberle servido como fuente de fuerza y aliento. Desde luego, su grito al momento de su muerte (Lc 23.46) —una expresión de confianza en Dios— lo encontramos en Salmo 31.5.
Por William Mitchell
En su enseñanza, Jesús se esforzaba por ayudar a sus oyentes a entender y beneficiarse de la revelación de Dios a Israel. A simple vista es posible encontrar cierta contradicción entre lo que enseñaba Jesús de la relación entre el AT y su ministerio. Por un lado dijo: No crean ustedes que yo he venido a suprimir la ley o los profetas; no he venido a ponerles fin, sino a darles su pleno valor (Mt 5.17). Por otro lado, al aclarar por qué sus seguidores no ayunaban como los fariseos y los seguidores de Juan el Bautista, dijo: Si un vestido viejo se rompe, no se le pone un parche de tela nueva. Porque al lavarse el vestido viejo, la tela nueva se encoge y rompe todo el vestido… Tampoco se echa vino nuevo en recipientes viejos, porque cuando el vino nuevo fermenta, hace que se reviente el cuero viejo… hay que echar vino nuevo en recipientes de cuero nuevo (Mt 9.16, 17, TLA). En Jesús hubo algo radicalmente nuevo, que revolucionó las formas de religiosidad en vigencia hasta ese momento.
En realidad, no hay una contradicción entre ambos Testamentos, sino una tensión inherente. Esa tensión se nota con más claridad al entender la palabra «testamento» como «pacto» o «alianza». Jesús es el mediador y garante del «nuevo pacto», y el «antiguo» encuentra su cumplimiento y plenitud en él. De por sí, el AT es incompleto y proporciona un entendimiento parcial de la revelación divina. A la vez, sin el AT nuestro entendimiento del NT queda trunco.
Los judíos dividen la Biblia hebrea en tres secciones: «la ley, los profetas y los escritos». Jesús usó las tres secciones en su vida y ministerio:
La Ley | Resumió la ley en dos principios fundamentales (Dt. 6.4-5/Mc. 12.29-31). |
Aprobó los Diez Mandamientos (Ex. 20.1-17/Mc. 10.19-21). | |
Enseñó el verdadero propósito de la ley; fue más allá de la letra a su significado real (Mt. 5.21-30, 33-37). | |
Los Profetas | Para Jesús los profetas explicaban el propósito y significado de su ministerio (Lc 4.18-19/Is 61.1-2). |
Los Escritos | Los Salmos forman parte de «los Escritos» de la Biblia hebrea. Jesús los usó para explicar el significado de su sufrimiento y muerte, p. ej.
«El que come conmigo, se ha vuelto contra mí» (Jn 13.18/Sal 41.9), |

Su uso constante del AT preparó a sus discípulos para su muerte y para un futuro diferente. Pero antes de la resurrección de Jesús, a los discípulos les fue difícil captarlo. Esto lo vemos en el camino a Emaús: ¡Qué faltos de comprensión son ustedes y qué lentos para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿Acaso no tenía que sufrir el Mesías estas cosas antes de ser glorificado? (Lc 24.25, 26).
La vocación mesiánica de Jesús se ve claramente en su uso del AT, y permite ver el conocimiento de sí mismo, su conciencia e identidad:
Jesús es el Señor
A un Moisés titubeante y vacilante Dios reveló su nombre: «YO SOY EL QUE SOY… dirás a los israelitas: “YO SOY” me ha enviado a ustedes» (Ex 3.14). En el lenguaje bíblico, el nombre es mucho más que el vocablo que se emplea para llamar o designar a una persona; es más bien la persona misma, que se hace presente y se revela dando a conocer su nombre. Es conocer su naturaleza e identidad.
En el Evangelio de Juan las palabras «yo soy» comienzan una serie de afirmaciones de Jesús acerca de sí mismo, que en más de una ocasión escandalizaron a sus oyentes, pues recordaban las palabras con las que Dios se reveló a Moisés y se dieron cuenta de la alusión clara a esa fórmula divina de identificación (Jn 4.25, 26; 6.20; 6.35, 41, 48, 51; 8.12, 24, 28; 9.5; 10.7, 9, 11, 14, 15; 11.25; 13.19; 14.6; 18.5, 6, 8).
Jesús es el Hijo del hombre
El modismo hebreo «hijo del hombre» aparece muchas veces en el AT, con el sentido general de «ser humano» (Sal 8.4). En el libro de Ezequiel aparece 87 veces, y allí pone en relieve la pequeñez del ser humano frente a la majestad de Dios. En el libro de Daniel y los Evangelios las expresiones «hijo de hombre» e «hijo del hombre» reciben una nueva significación. En Daniel 7.13, 14, 27 aparece alguien llamado «hijo de hombre» que viene entre las nubes y a quien le fue dado el poder, la gloria y el reino.
Este personaje fue pronto identificado con el Mesías. Así sucede en los Evangelios: Jesús usa la expresión en tercera persona, pero se la aplica a sí mismo (Mt 16.13-16). La une con el concepto del siervo de Dios que sufre (Is 53, Mc 8.31; 9.31; Jn 3.14-15). La expresión «Hijo del hombre», indudablemente un título mesiánico, afirma la naturaleza humana de Jesús y la forma como este revela su misión divina.

Esta conciencia e identidad se ven en Juan 13 en la acción de un Jesús que sabía que había venido de Dios, que iba a volver a Dios y que el Padre le había dado toda autoridad (13.4) y que, sin embargo, se quitó la capa y se ató una toalla a la cintura, luego echó agua en una palangana y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura (13.4, 5). Lo hizo a la sombra de la cruz, consciente de lo que iba a pasar: Cuando ustedes levanten en alto al Hijo del hombre, reconocerán que Yo Soy (Jn 8.28).
Pablo y el AT
Aunque los Evangelios son los primeros libros del NT, este no refleja el orden cronológico en que fueron escritos. Las cartas de Pablo se escribieron antes que los Evangelios. Son comunicaciones pastorales enviadas a determinadas iglesias aun antes que aparecieran los Evangelios. Por consiguiente, cuando Pablo usa la palabra evangelio se refiere al mensaje predicado por los primeros cristianos y no a un escrito (p. ej., el Evangelio de Lucas). En el mundo romano se usaba la palabra evangelio («buena nueva») en relación a la pax romana, los triunfos de Roma, los logros del emperador César, su cumpleaños, el nacimiento de su hijo, etc. —todo fue «buena nueva» celebrando los éxitos de Roma. En ese contexto el evangelio predicado por Pablo, la buena nueva de Jesucristo de un reino de justicia, paz y alegría (Ro 14.16), fue un mensaje subversivo.
Ya que Pablo escribió antes que existiera el NT, las «Sagradas Escrituras» para él eran las que había estudiado y aprendido a los pies de Gamaliel: Yo de cierto soy judío,… instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la Ley de nuestros padres (Hch 22.3, RVR). El vocabulario y cadencias de esas Escrituras —sobre todo la versión griega, la LXX— estaban grabados en la mente de Pablo. Su cosmovisión estaba condicionada por las narrativas del pueblo de Israel. De allí salen las metáforas y símbolos que formaban su percepción del mundo, su entendimiento de la promesa de liberación divina, e incluso de la identidad propia y el llamado por Dios.
Para Pablo las Escrituras de Israel se habían cumplido en Jesús el Mesías. Él predicó esta «buena nueva», pero paradójicamente la gran mayoría de sus congéneres no la aceptaron. Esto le pesó: tengo una gran tristeza y en mi corazón hay un dolor continuo (Ro 9.2). Confesó: El deseo de mi corazón y mi oración a Dios por los israelitas es que alcancen la salvación. En su favor puedo decir que tienen un gran deseo de servir a Dios; solo que ese deseo no está basado en el verdadero conocimiento (Ro 10.1, 2). Esto lo empujó a estudiar las Escrituras nuevamente para poder responder a dos asuntos: la relación entre el evangelio y el pacto de Dios con Israel, y la manera por la cual el evangelio se basaba en el AT.

Dondequiera que viajaba, Pablo se dirigía primero a los judíos y a los prosélitos, y después a los no-judíos. La carta de Pablo a los Romanos es un ejemplo excelente de su uso del AT para apoyar lo que argumentaba. En sus cartas, Pablo citó textos del AT unas cien veces, y se refirió a él con gran frecuencia. En Romanos hay 67 citas directas del AT:
- La Ley: 20 citas (8 de Deuteronomio)
- Los Profetas: 26 citas (18 de Isaías)
- Los Escritos: 21 citas (16 de Salmos)
Es notable que los libros que más citó Jesús son los mismos (de igual modo sucede con los documentos del Qumrán): Deuteronomio, Salmos e Isaías.
Normalmente las citas son de la LXX y no de la Biblia hebrea. A veces refleja el texto de la LXX pero no de la otra. Algunas veces parece ser una revisión «hebraizada» de la LXX. Otras veces no corresponde ni al griego ni al hebreo; quizá sean paráfrasis de Pablo. En muchos casos es poca la diferencia —p. ej. «Dios» en vez de «Señor». En otros casos la diferencia sí es significativa, y normalmente se debe a la interpretación paulina del pasaje del AT.
El conocimiento profundo que tuvo Pablo de la Biblia hebrea contribuyó a la intertextualidad que caracteriza la literatura paulina —el uso multiforme de elementos o fragmentos de textos del AT en sus escritos—, todo parte de una convicción plena que lo que Dios hizo en Jesucristo sucedió «según las Escrituras» (1 Co 15.4). Por lo cual, ideas y conceptos del AT fueron reapropiados por Pablo en un proceso de reactualización, reformulación y relanzamiento a la luz de la revelación de Dios en Jesucristo. Bajo la guía del Espíritu Santo, Pablo creó nuevos significados que generaban correspondencias inesperadas e invitaban a la reflexión y a la decisión.
A veces, el texto fue incorporado literalmente a una carta (p. ej. Ro 8.36, 10,15, 1 Co 1.31, 2 Co 8.15). A veces Pablo alude a un texto sin citarlo (p. ej. 1 Co 5.7):
Así que echen fuera esa vieja levadura que los corrompe, para que sean como el pan hecho de masa nueva. Ustedes son, en realidad, como el pan sin levadura que se come en los días de la Pascua. Porque Cristo, que es el Cordero de nuestra Pascua, fue muerto en sacrificio por nosotros.
La alusión recuerda la prohibición de usar levadura en la fiesta de la Pascua (Ex 12.15; 13.7). En preparación para la Pascua, los judíos limpiaban ceremonialmente sus casas quitando todo resto de levadura, e incluso la más pequeña migaja de pan hecho con levadura. Pablo lo relaciona a una situación escandalosa en esa iglesia —se ha sabido que hay entre vosotros fornicación, y fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles; a tal extremo que alguno tiene a la mujer de su padre (1 Co 5.1, RVR-95).
Otras veces se escucha el eco de un texto (p. ej. Flp 1.19, NVI):
Porque sé que, gracias a las oraciones de ustedes y a la ayuda que me da el Espíritu de Jesucristo, todo esto resultará en mi liberación.
La frase «todo esto resultará en mi liberación» es del texto griego de Job 13.16. En su contexto Job afirma su inocencia e integridad y expresa la convicción que Dios le vindicará (13.17, 18). Al usar la frase en su apología por su encarcelamiento (Flp 1.7, 12-14), Pablo parece presentarse como el que sufre injustamente, según el modelo de Job. La frase «porque sé que…» (Flp 1.19) ocurre tres veces en los labios de Job (9.28; 19.25; 30.23) en la LXX, de manera que hay correspondencias verbales en Filipenses. Por otro lado hay paralelos temáticos entre los dos libros, por ejemplo, los que «predican a Cristo por envidia y rivalidad» son como los «consoladores» que acusaban falsamente a Job.
Pablo tenía una misión profética y se ubicó en la tradición de los profetas de Israel que tomaban temas y textos de épocas anteriores (p. ej. de la ley) y los interpretaban y aplicaban a la realidad contemporánea. En su prédica y enseñanza, él manifiesta continuidad y cambio (Hays 1989:14). En este sentido la hermenéutica paulina es una hermenéutica bíblica.
Conclusión
Una interpretación fidedigna de las Escrituras exige una apropiación de toda la narrativa bíblica. No se puede entender el NT a cabalidad sin el AT, tampoco el AT sin el NT.
Por un lado, hay que leer la Biblia «al revés», del NT al AT —entendiendo la trama del drama bíblico a la luz de su punto culminante, la muerte y resurrección de Jesucristo. Este no es igual a contentarse con ciertos «textos mesiánicos» utilizados para comprobar la «veracidad» del NT.
Al mismo tiempo, es imprescindible leer la Biblia con el AT como punto de partida —entendiendo el desenlace final del drama, la revelación de Dios en Jesucristo, a la luz de la larga historia de la revelación de Dios a Israel.
Respetamos a los que argumentan que los cristianos hoy solo deben de entender la Biblia hebrea de acuerdo con los moldes de pensamiento vigentes cuando se formaron esas Escrituras. Pero afirmamos que una lectura del AT que respeta las categorías y características de la composición histórica y, que a la vez, toma en cuenta el NT, revela aspectos de la verdad del Dios único que actúa y habla en los dos. Son dimensiones que se captan en su plenitud solo a la luz de la cruz y la resurrección.
Asimismo, reconocemos una tendencia que busca entender a Jesús exclusivamente en términos de los credos y confesiones de la teología cristiana, formulados siglos después de la ascensión. Sin embargo afirmamos que nunca entenderemos a Jesús sin volver una y otra vez al AT, para ubicarlo en continuidad directa con la esperanza de Israel y su entendimiento de Dios (Davis: 2). Recordemos que «cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo» (Gl 4.4).
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Bibliografía
Davis, Ellen F. and Richard B. Hays (eds.)
2003. The Art of Reading Scripture. Grand Rapids: Eerdmans.
Evans, Craig A and James A. Sanders, eds.
1993. Paul and the Scriptures of Israel. Sheffield: Sheffield Academic Press.
Hays, Richard B.
1989. Echoes of Scripture in the Letters of Paul. New Haven: Yale University Press.
2004. ‘Is Paul’s Gospel Narratable?’, Journal of the Study of the New Testament 27.2: 217-239.
Hinson, David F.
2001. The Theology of the Old Testament. London: SPCK.
Johnston, Luke Timothy.
2004. ‘Making Connections’. Interpretation 58.2:158-177.
Thiselton, Anthony C.
2000. The First Epistle to the Corinthians. Carlisle: Paternoster Press.
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