Introducción:
La iglesia cristiana, muy temprano en su historia, sintió la necesidad de especificar los libros con los cuales Dios comunicó su voluntad a la humanidad. Esa necesidad se fundamenta en la creencia de que si Dios ha roto el silencio de los tiempos para entablar un diálogo con los seres humanos, debe haber alguna forma adecuada de saber con seguridad dónde se encuentra esa revelación. El canon de la Biblia delimita los libros que los creyentes han considerado como inspirados por Dios para transmitir la revelación divina a la humanidad; es decir, establece los límites entre lo divino y lo humano: presenta la revelación de Dios de forma escrita.
Por Samuel Pagán
En la tradición judeocristiana, el canon tiene un propósito triple. En primer lugar, define y conserva la revelación a fin de evitar que se confunda con las reflexiones posteriores en torno a ella. En segundo lugar, tiene el objetivo impedir que la revelación escrita sufra cambios o alteraciones. Y en tercer lugar, brinda a los creyentes la oportunidad de estudiar la revelación y vivir de acuerdo con sus principios y estipulaciones.
Es fundamental, para la comprensión cristiana del canon, tomar en consideración la importancia que la comunidad apostólica y los primeros creyentes dieron a la teología de la inspiración. Con la certeza de que se escribieron ciertos libros bajo la inspiración de Dios, los creyentes seleccionaron y utilizaron una serie de libros, reconociéndoles autoridad ética para orientar sus vidas y decisiones. Esos libros alimentaron la fe de la comunidad, los acompañaron en sus reflexiones y discusiones teológicas y prácticas, y, además, les ofrecieron una norma de vida. Los creyentes, al aceptar el valor inspirado de un libro, lo incluían en el canon; en efecto, lo reconocían como parte de la revelación divina.
El término griego kanon es de origen semítico, y su sentido inicial fue el de «caña». Posteriormente, la palabra tomó el significado de «vara larga» o listón para tomar medidas, utilizado por albañiles y carpinteros. El hebreo qaneh tiene ese significado (Ez 40.3, 5). El latín y el castellano transcribieron el vocablo griego en «canon». La expresión, además, adquirió un significado metafórico: se empleó para definir las normas o patrones que sirven para regular y medir.(1)
Desde el siglo II de la era cristiana, el término kanon se empleó para referirse a «la regla de fe», (2) al ordenamiento religioso (se empleaba su forma plural «cánones eclesiásticos») (3) y a la parte invariable y fija de la liturgia. En la Edad Media los libros jurídicos de la iglesia se identifican como los «cánones». La Iglesia Católica, además, llama «canon» al catálogo de sus santos, y «canonización» al reconocimiento de la veneración de algunas personas que han llevado vidas piadosas y consagradas al servicio cristiano.
En el siglo IV se empleó la palabra «canon» para determinar no solamente las normas de fe, sino también para referirse propiamente a las Escrituras. El «canon» de la Biblia es el catálogo de libros que se consideran normativos para los creyentes y que, por lo tanto, pertenecen, con todo derecho, a las colecciones incluidas en el Antiguo Testamento y en el Nuevo. Con ese significado específico la palabra fue utilizada posiblemente por primera vez por Atanasio, el obispo de Alejandría, en el año 367. (4) A fines del siglo IV esa acepción de la palabra era común tanto en las iglesias del Oriente como en las del Occidente, como puede constatarse en la lectura de las obras de Gregorio, Prisciliano, Rufino, san Agustín y san Jerónimo. (5)
El canon de la Biblia hebrea
De acuerdo con los diversos relatos evangélicos, Jesús utilizó las Escrituras hebreas para validar su misión, sus palabras y sus obras (véanse Mc 1.14; Lc 12.32). Los primeros creyentes continuaron esa tradición hermenéutica y utilizaron los textos hebreos —particularmente sus traducciones al griego— en sus discusiones teológicas y en el desarrollo de sus doctrinas y enseñanzas. De esa forma la Iglesia contó, desde su nacimiento, con una serie de escritos de alto valor religioso.
De particular importancia es el uso que Jesús hace del libro del profeta Isaías (61.1–2), según se relata en Lucas 4.18–19. El Señor, luego de leer el texto bíblico, afirmó: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros (Lc 4.21, RVR). Este relato pone de manifiesto la interpretación cristológica que los primeros cristianos hicieron de las Escrituras hebreas. El objetivo primordial de los documentos judíos, desde el punto de vista cristiano, era corroborar la naturaleza mesiánica de Jesús de Nazaret (Lc 24.27). De esa forma la Biblia hebrea se convirtió en la primera Biblia cristiana. Con el paso del tiempo, la Iglesia le dio el nombre de «Antiguo Testamento», para poner de manifiesto la novedad de la revelación de la persona y misión de Cristo. (6)
Los libros de la Biblia hebrea son 24, (7) divididos en tres grandes secciones:
La primera sección, conocida como Torah («Ley»), contiene los llamados «cinco libros de Moisés»: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.
La segunda división, conocida como Nebi˒im («Profetas»), se subdivide, a su vez, en dos grupos: (a) «Los profetas anteriores»: Josué, Jueces, Reyes y Samuel; (b) «Los profetas posteriores»: Isaías, Jeremías, Ezequiel y el Libro de los Doce. (8)
La tercera sección, se conoce como Ketubim («Escritos»), e incluye once libros: Salmos, Proverbios y Job; un grupo de cinco libros llamados Megilot («Rollos») —Cantar de los Cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés y Ester—; y finalmente Daniel, Esdras─Nehemías y Crónicas.
Con las iniciales de Torah, Nebi˒im y Ketubim se ha formado la palabra hebrea Tanak, nombre que los judíos usan para referirse a la Biblia hebrea, nuestro Antiguo Testamento.
Los 24 libros de la Biblia hebrea son idénticos a los 39 que se incluyen en el Antiguo Testamento de las Biblias «protestantes»; es decir, las que no contienen los libros deuterocanónicos. La diferencia en numeración se originó cuando se empezó a contar, por separado, cada uno de los doce profetas menores, y cuando se separaron en dos las obras siguientes: Samuel, Reyes, Crónicas y Esdras-Nehemías.(9)
Proceso de «canonización»
La teoría, tradicionalmente aceptada,(10) de que las secciones del canon hebreo representan las tres etapas en el proceso de su formación es seriamente cuestionada en la actualidad. Aunque esta hipótesis parezca lógica y razonable, no hay evidencias que la respalden en el AT o en otros documentos judíos antiguos.
De acuerdo con esa teoría, la Torah fue la primera en ser reconocida como canónica, luego del retorno de los judíos a Judá, al concluir el exilio de Israel en Babilonia (c. siglo V a.C.). Posteriormente los Nebi˒im fueron aceptados en el canon, posiblemente al final del siglo III a.C. Y finalmente, los Ketubim —que representan la última sección de la Biblia hebrea— fueron incorporados al canon al final del siglo I d.C., al concluir el llamado «Concilio» de Yamnia.(11)
El reconocimiento de la autoridad religiosa de algunas secciones de las Escrituras hebreas puede verse en el Antiguo Testamento (Ex 24.3–7; Dt 31.26; 2 R 23.1–3; Neh 8.1–9.38). Sin embargo, ese reconocimiento de textos como «Palabra de Dios» no revela que la comunidad judía pensara en un cuerpo cerrado de escritos que sirviera de base para el desarrollo religioso y social del pueblo. Incluso algunos profetas reconocían la autoridad y el valor de mensajes proféticos anteriores (cf. Jer 7.25 y Ez 38.17). Pero la idea de agrupar las colecciones de dichos y mensajes proféticos en un cuerpo de escritos tomó siglos en hacerse realidad. Posiblemente, la primera referencia a una colección de escritos de esa naturaleza se encuentra en Daniel 9.2. Allí se alude a la profecía de Jeremías, referente a la duración del exilio en Babilonia, que encontró entre un grupo de «libros» (Jer 25.11–14).
La documentación que reconoce la división tripartita del canon de la Biblia hebrea es variada. En primer lugar, el Talmud Babilónico (12) acepta la autoridad religiosa y la inspiración de los 24 libros de las Escrituras judías. Además, discute el orden de tales libros.
En el prólogo a la traducción del Eclesiástico (13) —también conocido como la Sabiduría de Jesús ben Sira, el nieto de ben Sira, traductor del libro—, indica que su abuelo era un estudioso de «la Ley y los Profetas, y los otros libros de nuestros padres». Si esos «otros libros de nuestros padres» son los Ketubim, la obra reconoce, ya en el 132 a.C., el ordenamiento tradicional de la Biblia hebrea.
En el NT hay otras alusiones a la división de la Biblia hebrea en tres secciones. En uno de los relatos de la resurrección de Jesús, Lucas 24.44 indica que el Señor les recordó a los discípulos en Jerusalén lo que de él decían «la ley de Moisés, los profetas y los Salmos». Recordemos que los Salmos constituyen el primer libro de los Ketubim, la tercera sección de la Biblia hebrea. Otras referencias a las Escrituras judías en el NT aluden a «la ley y los profetas» (Mt 7.12; Ro 3.21) o a «la ley» (Jn 10.34; 1 Co 14.21).
El descubrimiento de numerosos manuscritos cerca del Mar Muerto ha arrojado gran luz en el estudio y la comprensión de la cuestión del canon entre los judíos de los siglos I a.C. y I d.C. Entre los manuscritos encontrados existen copias de todos los libros de la Biblia, con la posible excepción de Ester.(14) Aunque la gran mayoría de los documentos bíblicos se han encontrado en forma fragmentaria, se han descubierto también varios documentos bíblicos casi completos.
Lamentablemente, los miembros de la comunidad de Qumrán no dejaron documentación escrita que nos indique con claridad cuáles de los libros que mantenían en sus bibliotecas constituían para ellos parte del canon. Sin embargo, al evaluar las copias de los textos encontrados y analizar sus comentarios bíblicos, podemos indicar, con cierto grado de seguridad, que el canon en Qumrán incluía: la Torah, los Nebi˒im y los Salmos (posiblemente con algunos salmos adicionales); incluía también los libros de Daniel y de Job. (15)
Posiblemente, ya para el comienzo de la era cristiana había un acuerdo básico entre los diferentes grupos judíos respecto a los libros que se reconocían como autoritativos. Lo más probable es que, con relación al canon judío, durante el siglo I d.C. se aceptaban como sagrados los 24 o 22 libros de la Tanak, pero la lista no se fijó de forma permanente hasta el final del siglo II o a comienzos del III de la era cristiana.
Es muy difícil determinar con precisión los criterios que se aplicaron para establecer la canonicidad de los libros. Algunos estudiosos han supuesto que entre los criterios se encontraban el carácter legal del escrito y la idea de que fueran inspirados por Dios. Otros, sin embargo, han indicado que cada libro debía aceptarse de acuerdo con la forma que celebraba o revelaba la manifestación de Dios. Ese criterio brindaba al libro la posibilidad de ser utilizado en el culto.(16)
La Septuaginta: el canon griego
Uno de los resultados del exilio de Israel en Babilonia fue el desarrollo de comunidades judías en diversas regiones del mundo conocido. (17) En Alejandría, capital del reino de los Tolomeos, (18) el elemento judío de la población de habla griega era considerable. Y como Judea formó parte del reino hasta el año 198 a.C., esa presencia judía aumentó con el paso del tiempo.
Luego de varias generaciones, los judíos de Alejandría adoptaron el griego como su lengua cotidiana, dejando el hebreo para cuestiones cúlticas. Para responder adecuadamente a las necesidades religiosas de la comunidad, pronto se vio la necesidad de traducir las Escrituras hebreas al idioma griego. La Torá —o «Pentateuco» como se conoció en griego— fue la primera parte de las Escrituras en ser traducida; posteriormente se tradujeron los Profetas y el resto de los Escritos.
Una leyenda judía, de la cual existen varias versiones,(19) indica que 70 o 72 ancianos fueron llevados a Alejandría desde Jerusalén para traducir el texto hebreo al griego. Esa leyenda dio origen al nombre «Septuaginta» (LXX), con el que generalmente se identifica y conoce la primera traducción al griego del Antiguo Testamento.
En un documento conocido como la «Carta de Aristeas» se alude y se expande la leyenda. Dicha carta describe cómo los ancianos de Israel finalizaron la traducción del Pentateuco en solo 72 días; el documento indica, además, que produjeron la versión griega luego de comparaciones, diálogos y reuniones.
Posteriormente se añadieron a la leyenda —en círculos judíos y cristianos— nuevos elementos. Se incorporó la idea de que los ancianos trabajaron aisladamente y, al final, produjeron 72 versiones idénticas. Filón de Alejandría, el famoso filósofo judío, relata cómo los traductores trabajaron de forma independiente y escribieron el mismo texto griego palabra por palabra. (20)
Aunque Filón y Josefo indican que solamente la Torá o el Pentateuco se tradujo al griego, los escritores cristianos añadieron a la leyenda de la Septuaginta la traducción de todo el Antiguo Testamento, contando entre ellos libros que no formaban parte de las Escrituras hebreas. Pseudo-Justino, en el siglo III, incluso indica que vio personalmente las celdas en las cuales trabajaron, por separado, cada uno los traductores de la Septuaginta. (21) Estas adiciones a la antigua leyenda judía revelan el gran aprecio que la iglesia cristiana tenía por la Septuaginta.
De la leyenda judía se desprenden algunos datos de importancia histórica. El Pentateuco fue la primera sección en ser traducida. Los trabajos comenzaron a mediados del siglo III a.C., y es lógico pensar que la traducción se efectuara en Alejandría, lugar que concentraba a la comunidad judía más importante de la diáspora.
El orden de los libros en los manuscritos de la Septuaginta difiere del que se presenta en las Escrituras hebreas. Al final del capítulo se encuentra un diagrama donde se pueden comparar ambas listas. Posiblemente ese orden revela la influencia cristiana sobre el canon. (22) No fueron los judíos de Alejandría los que fijaron el canon griego, sino los cristianos. (23)
Con respecto a los libros y adiciones que se encuentran en la Septuaginta, la nomenclatura en los diversos círculos cristianos no es uniforme. La mayoría de los protestantes denomina esa sección de la Septuaginta como «Apócrifos»; (24) la Iglesia Católica los llama «deuterocanónicos». (25) «Apócrifos», para la comunidad católica, son los libros que no se incluyeron ni en el canon hebreo ni en el griego. Los protestantes los conocen como «pseudoepígrafos». (26)
Los libros deuterocanónicos son los siguientes: Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico (Sabiduría de Jesús ben Sira), Baruc, 1 y 2 Macabeos, Daniel 3.24–90; 13; 14 y Ester 10.5—16.24. La mayor parte de estos textos se conservan únicamente en manuscritos griegos.
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1En Alejandría, la colección de obras clásicas que podía servir de modelo literario se identificaba con la palabra «canon». Cicerón, Plinio y Epicteto utilizaban el mismo vocablo para designar algún conjunto de reglas o medidas. Véase A. Paul, La inspiración y el canon de las Escrituras(Estella: Editorial Verbo Divino), 1985, p. 45.
2Los Padres de la iglesia emplearon la palabra kanonpara designar «la regla de la tradición» (Clemente de Roma), «la regla de fe» (Eusebio de Cesarea), «la regla de verdad» (Ireneo) y «la regla de la iglesia» (Clemente de Alejandría y Orígenes). Véase la obra citada en la nota anterior.3De ese uso lingüístico se deriva la designación de «canónigos» para identificar a los religiosos que vivían en comunidad la «vita canonica»; esdecir, vivían de acuerdo con el ordenamiento eclesiástico establecido.4F. F. Bruce, The Canon of Scripture(Downers Grove: InterVarsity Press, 1988), p. 17.5J. C. Turro y R. E. Brown, «Canonicidad», Comentario Bíblico de San Jerónimo-V(Madrid: Ediciones Cristiandad, 1972), p. 56
6Bruce, pp. 28, 63–67.7Al unir el libro de Rut al de Jueces y el de Lamentaciones al de Jeremías se cuentan 22 libros, como letras tiene el alfabeto hebreo. Esto explica por qué en la literatura judía se dice que el canon hebreo contiene 22 libros.8«El libro de los Doce» se conoce también como «Los profetas menores» debido a la extensión, no a la calidad o importancia de sus escritos.9Josefo, el historiador judío, en el primer volumen de su tratado Contra Apión, alude a 22 libros que contienen la historia judía. Esos libros son los mismos 24 de la Biblia hebrea en un orden un poco diferente: en la primera sección incluye los cinco libros de Moisés; en la segunda agrupa 13—posiblemente al añadir 5 libros a los 8 de la división tradicional: Job, Ester, Daniel, Crónicas y Esdras-Nehemías—; los cuatro libros en la sección final pueden ser Salmos, Proverbios, Eclesiastés y Cantar de los Cantares. Flavio Josefo, Autobiografía -Contra Apión(Madrid: Editorial Gredos, 1994): 1.38–41.10Esta teoría fue popularizada por H. E. Ryle en 1892; véase Bruce, p. 36
11Luego de la destrucción del Templo y el colapso de la comunidad judía en Jerusalén, en el año 70 d.C., un grupo de judíos, liderados por el rabino Yohanan ben Zakkai, se organizó al oeste de Judea en una comunidad conocida como Yamnia (o Yabne). El objetivo principal del grupo era discutir la reorganización de la vida judía sin las instituciones religiosas, políticas y sociales relacionadas con el Templo. En Yamnia los rabinos no introdujeron cambios al canon judío; únicamente revisaron la tradición que habían recibido. Bruce, pp. 34–36; J. P. Lewis, «What do we mean by Jabneh?» JBR32 (1964), pp. 125–132; R. T. Beckwith, The Old Testament Canon of the New Testament Church(London: 1985), pp. 278–281.12Baba Batra, 14b-15a.13El prólogo de esta obra, que se incluye entre los libros Deuterocanónicos, posiblemente se redactó luego de que el nieto del autor emigrara de Palestina a Alejandría, en el año 132 a.C. Véase: Alexander A. DiLella, «Wisdom of Ben-Sira», ABD-6:936.
14La ausencia del libro de Ester entre los documentos hasta ahora encontrados en el Mar Muerto puede ser accidental; aunque puede revelar también la percepción que la comunidad tenía de ese libro: además de no contener el nombre de Dios y destacar la fiesta de Purim, presenta cierta afinidad con los ideales de Judas Macabeo, que entre los miembros de la comunidad eran rechazados; Turro y Brown, p. 67.15Aunque en Qumrán se han descubierto fragmentos de libros deuterocanónicos (Carta de Jeremías, Tobit y Eclesiástico) y pseudoepígrafos (por ejemplo, Jubileos y Enoc) es muy difícil determinar con precisión si eran reconocidos con la misma autoridad con que se aceptaban los libros «bíblicos»; Bruce, pp. 39–40; Turro y Brown, p. 67.
16Turro y Brown, pp. 64–65.17Sobre la «diáspora» judía, los siguientes libros pueden orientar al lector: John Bright, La historia de Israel: Edición revisada y aumentada(Bilbao: Descleé de Brouwer, 2003), pp. 521-585; S. Hermann, Historia de Israel: En la época del Antiguo Testamento(Salamanca: Sígueme, 1985).18Fundada por Alejandro el Grande en el 331 a.C.19Ernst Würthwein, The Text of the Old Testament: An Introduction to the Biblia Hebraica(Grand Rapids: W.B. Eerdmans Publishing Co.,1979), pp. 49–53.20Filón, Vida de Moisés, 2.37.
21Citado por Würthwein, p. 50.22Würthwein, pp. 51-68.23Los primeros intentos por fijar el canon en la Iglesia revelan las dificultades y conflictos teológicos entre judíos y cristianos durante el siglo II. Tanto Justino como Tertuliano fueronconscientes de las diferencias entre los textos hebreos y la traducción griega. Posteriormente, la iglesia Occidental aceptóun número fijo de libros del Antiguo Testamento, entre los que se incluyeronalgunos deuterocanónicos; los teólogos orientales estaban a favor del canon elaborado por los judíos. Turro y Brown, pp. 69–70; Bruce, pp. 68–97.24La palabra griega apokryphatenía como sentido básico la idea de «cosas ocultas»; particularmente el de «libros ocultos» o «secretos». En la comunidad judía, el término no tenía ningún sentido peyorativo: se utilizaba para identificar a los libros que por estar en mal estado debían retirarse. El sentido negativo de la palabra surgió en la comunidad cristiana, en relación conlas disputas y contiendas contra los herejes. Los libros gnósticos y los de las religiones de misterio eran «apócrifos»; sin embargo, como con frecuencia esos libros eran heréticos—desde la perspectiva cristiana—, la voz «apócrifo» se convirtió en sinónimo de «herético», «falso» o «corrompido». A. Paul, pp. 46–47.25Sixto de Siena, en el 1556, fue posiblemente la primera persona en utilizar los sustantivos «protocanónicos» y «deuterocanónicos» para designar dos categorías de escritos en el Antiguo y el Nuevo Testamento. A. Paul, p. 46; Bruce, p. 105.
26James H. Charlesworth, «Pseudepigrapha, OT», ABD-5: 537–540