Por Bill Mitchell:
El oficial de inmigración miró mi pasaporte y luego me miró a mí. Yo viajaba por los Estados Unidos de América.
—¿En qué trabaja usted? —me preguntó.
—Soy traductor de la Biblia.
—¡Qué interesante! Yo he leído mucho acerca de la Biblia —dijo—. ¡Lástima que haya sido escrita cientos de años después que Jesús murió!
—Bueeeno. De hecho, no sucedió así en cuanto a los cuatro Evangelios. El de Marcos se escribió probablemente apenas treinta años después de la muerte de Jesús —repliqué.
—¿De veras? —exclamó—. Un libro que leí dice que fue escrito cientos de años después, y el autor sostiene al principio que todo lo que dice en el libro es verdad. ¿Sabe usted de estas cosas? —Hizo una pausa y añadió—: Me imagino que sí sabe, sobre todo por el trabajo al que se dedica.
De repente se fijó en la fila de pasajeros que había detrás de mí. Rápidamente puso el sello en mi pasaporte, me lo devolvió y dijo:
—Lo siento; podría conversar toda la noche sobre este tema, pero usted tiene que tomar otro avión.
Al tomar yo mi pasaporte y alzar mi valija, el oficial de inmigración me dijo:
— ¿Sabe? Creo que yo mismo debería leer el Nuevo Testamento.
—¡Esa es una gran idea! —le respondí.
Al igual que otros cientos de miles de personas, ese oficial había leído El Código Da Vinci. Y lo había encontrado muy convincente.
La novela teje una fascinante historia relacionada con la búsqueda del santo grial y sostiene que la Iglesia Católica Romana ha ocultado por siglos el verdadero significado de ese hecho. Alega, además, que el santo grial era, en realidad, María Magdalena, amante y esposa de Jesús, de quien le había nacido una hija.
Después de la crucifixión, María Magdalena se fue, con su hija, a Francia, y allí continuó la ancestral descendencia a lo largo de los siglos.
Mediante una serie de intrigas y subintrigas, un profesor de Harvard (Robert Langdon), una descifradora francesa (Sophie Neveu), una organización secreta llamada Priorato de Sión, miembros del Opus Dei y un aristócrata inglés (Leigh Teabing) están comprometidos en desenmarañar el misterio del santo grial.
La novela hace muchas afirmaciones acerca de quién era Jesús, del desarrollo de la iglesia cristiana primitiva, del papel que en ella desempeñaba María Magdalena, de cómo se escribieron los Evangelios y se formó el Nuevo Testamento, y acerca del papel que cumplió en la iglesia el emperador Constantino.
En el prefacio, el autor sostiene lo siguiente: «Todas las descripciones de obras de arte, edificios, documentos y rituales secretos que aparecen en esta novela son veraces» (p.11*). Pero ¿son realmente verdaderas? En nuestro escrito vamos a investigar aquellos aspectos que tienen que ver con Jesús, la iglesia primitiva y el Nuevo Testamento.
Jesús, ¿un simple hombre?
Una de las afirmaciones más extrañas que encontramos en el libro es que los cristianos no consideraron que Jesús era divino sino hasta que así fue declarado por la iglesia en el Concilio de Nicea, en el 425 A.D. En efecto, leemos: «Durante ese encuentro se debatió y votó sobre muchos aspectos del cristianismo… y, por supuesto, la divinidad de Jesús… Hasta ese momento de la historia, Jesús era, para sus seguidores, un profeta mortal…, un hombre grande y poderoso, pero un hombre, un ser mortal… El hecho de que Jesús pasara a considerarse “el Hijo de Dios”» se propuso y se votó en el Concilio de Nicea» (p. 290).
Sin embargo, mucho antes de que se celebrara el Concilio de Nicea, ya los cristianos creían firmemente que Jesús era divino. Los cuatro Evangelios muestran que Jesús era verdaderamente humano: comía, bebía, se entristecía, se enojaba, sufría, sangraba, y murió, y también muestran que Jesús era Dios.
Marcos comienza el suyo con estas palabras: «Principio de la buena noticia de Jesús el Mesías, el Hijo de Dios» (1.1). Y Juan, en su prólogo es igualmente claro: «En el principio ya existía la Palabra; y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios… El amor y la verdad se han hecho realidad por medio de Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo único, que es Dios y que vive en íntima comunión con el Padre, es quien nos lo ha dado a conocer» (1.1, 17-18).
El apóstol Pablo, que redactó sus cartas sólo veinte o treinta años después de la muerte de Jesús (o sea, entre los años 50 y 60 d.C.), escribió estas palabras acerca de Jesús, dirigidas a los cristianos de Filipos: «Aunque existía con el mismo ser de Dios, no se aferró a su igualdad con él, sino que renunció a lo que era suyo, y tomó la naturaleza de siervo. Haciéndose como todos los hombres…» (Filipenses 2.6-7).
Desde fecha muy temprana en el ministerio de Jesús, los discípulos se sentían intrigados respecto de la identidad del Maestro. Después que él hubo calmado la tempestad, ellos se preguntaban:
«¿Quién será este, que hasta el viento y el mar le obedecen?» (Marcos 4.41). En los siglos que siguieron, la mayoría de los cristianos creía que Jesús era humano y divino. No lo dudaban, pero discutían sobre cómo podía ser eso posible. Y ese fue uno de los asuntos que se debatió en Nicea.
El Nuevo Testamento, ¿creado por el emperador romano?
Además de sostener que un concilio de la iglesia, celebrado en el siglo cuarto, declaró que Jesús era divino, la novela asume la tesis de que la iglesia y Constantino destruyeron muchos documentos antiguos que eran históricamente fidedignos y que mostraban que Jesús era sólo un hombre y no Dios. En vez de esos documentos, prefirieron otros, unos pocos, entre los que se encontraban los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento:
«…miles de seguidores de su tierra quisieron dejar constancia escrita de su vida… Jesús fue una figura histórica de inmensa influencia… para la elaboración del Nuevo Testamento se tuvieron en cuenta más de ochenta evangelios, pero sólo unos pocos acabaron incluyéndose, entre los que estaban los de Mateo, Marcos, Lucas y Juan… La Biblia tal como la conocemos en nuestros días, fue supervisada por el emperador romano Constantino el Grande, que era pagano» (p. 288).
Estas aseveraciones no cuentan con el respaldo de lo que sí sabemos. En tiempos de Jesús, solo cerca del 10% de la población del mundo grecorromano sabía leer y escribir, por lo que no había «miles de seguidores» que registraron por escrito los hechos de la vida de Jesús. No hay evidencia alguna de que más de ochenta evangelios hubieran sido tomados en consideración para ser incluidos en el Nuevo Testamento.
Mateo, Marcos, Lucas y Juan no se cuentan «entre los que estaban» en el Nuevo Testamento, pues esos son los únicos Evangelios que se incluyen en el Nuevo Testamento. La novela también afirma que Jesús mismo mantuvo un registro escrito de lo que hacía —conocido ahora como documento Q—, y tal afirmación es falsa.
Los escritos cristianos más antiguos que tenemos son los de Pablo, datados, como ya se indicó, entre los años 50 y 60 d.C. Los Evangelios del Nuevo Testamento son los relatos más antiguos de la vida y del ministerio de Jesús de los que se tiene noticia, y fueron escritos entre los primeros años de la década del 60 y el 95 d.C.
Los otros libros del Nuevo Testamento se escribieron alrededor de esas mismas fechas. Cuando los cristianos comenzaron a conferir a esos escritos la misma autoridad que le reconocían a la Biblia hebrea —casi 200 años antes de Constantino—, ya estaban decidiendo cuáles libros eran autoritativos.
En el siglo segundo, la creciente iglesia fue tomando diferentes formas y desarrolló una gran diversidad en su seno. Aparecieron nuevos «evangelios», algunos de ellos escritos para llenar los vacíos que había en los otros. Así se explican, por ejemplo, los llamados «evangelios de la infancia», que nos proveen material legendario relacionado con el niño Jesús. Otros provinieron de maestros o se originaron en grupos que entendieron la fe cristiana de diferente manera. Los líderes de la iglesia consideraron que estos —como los que manifestaban ideas gnósticas— eran heterodoxos. Estos son los documentos que Leigh Teabing sostiene que fueron destruidos por orden de Constantino y reemplazados por los Evangelios que tenemos en el Nuevo Testamento.
Y luego añade: «Por suerte para los historiadores algunos de los evangelios que Constantino pretendió erradicar se salvaron» (p. 291). Y con esas palabras se refiere a manuscritos como los Rollos del Mar Muerto, el Evangelio de María, y los documentos de Nag Hammadi (como el Evangelio de Felipe y el Evangelio de Tomás). No obstante, ¿sucedió de verdad así?
Los escritos de los dirigentes de la iglesia en la segunda mitad del siglo segundo, mucho antes de Constantino, nos muestran una realidad diferente. En el 150 d.C., Justino Mártir escribe acerca de las «memorias de los apóstoles», con lo que probablemente se refiera a los cuatro Evangelios que son parte del Nuevo Testamento. Alrededor del 170, su discípulo Taciano compiló el Diatessaron, una armonía de los Cuatro Evangelios. En el 180 d.C., Ireneo escribió sobre los cuatro Evangelios como Evangelios reconocidos por las iglesias.
La lista de libros canónicos del Nuevo Testamento más antigua que se conoce es el Canon de Muratori. El original de esta lista probablemente se escribió en la segunda mitad del siglo segundo, quizás en Roma, alrededor del 190 d.C. Contiene 22 de los 27 libros del Nuevo Testamento e incluye los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y ningún otro.
Fue la iglesia la que decidió cuáles Evangelios estaban revestidos de autoridad, y esos Evangelios muestran, como ya hemos indicado, que Jesús era humano y divino. No fue una imposición tardía por influencia de Constantino en su intento de encontrar algún personaje divino especial para consolidar las bases de su propio poder político.
Constantino, ¿cristiano o pagano?
Según Leigh Teabing, Constantino transformó el cristianismo en aras de sus propios propósitos políticos. Ya hemos visto que es imposible sostener su tesis de que el Emperador eliminó aquellos evangelios que celebraban la humanidad de Jesús y en su lugar canonizó los que mostraban que era divino.
Constantino, ¿era cristiano? ¿Está en lo correcto Teabing cuando afirma que Constantino «fue pagano toda su vida y le bautizaron en su lecho de muerte, cuando ya estaba demasiado débil como para oponerse»? (p. 288).
Eusebio, el escritor cristiano del siglo cuarto que ha sido considerado «padre de la historia de la iglesia», escribió una biografía de Constantino. Él afirma que en el 312 d.C. Constantino vio una señal sobrenatural antes de una batalla muy importante. Era el signo de la Cruz. Esa noche soñó que Cristo se le acercaba con el mismo signo y le decía que lo usara como protección contra sus enemigos. Su victoria en aquella batalla, bajo el signo de la Cruz, lo llevó a hacerse cristiano. Un año más tarde ordenó el fin de la persecución de los cristianos y se proclamó el Edicto de Milán en el que se decretaba la libertad religiosa en todo el Imperio.
Aunque no conocemos todos los detalles, la conversión de Constantino fue uno de los acontecimientos más significativos en la historia de la civilización occidental. El cristianismo pasó de ser una religión minoritaria perseguida a ser la religión del propio emperador. Si este trató de usar el cristianismo para unificar el Imperio, como afirma la novela, entonces tenía que enfrentarse a un serio problema: ¡la iglesia misma estaba dividida a causa de muchas discrepancias teológicas!
La verdadera razón por la que se convocó a más de 200 obispos para que se reunieran en Concilio en la ciudad de Nicea, en el año 325, fue precisamente para tratar los temas que estaban causando disputas entre ellos.
Jesús, María Magdalena y la iglesia
Uno de los personajes principales de la novela es María Magdalena. El libro sostiene que ella fue desplazada de su verdadero puesto en el liderazgo de la iglesia por los dirigentes varones y por la manipulación que Constantino hizo del canon del Nuevo Testamento. Recurriendo a pasajes del evangelio de María y del evangelio de Felipe, a María Magdalena se la presenta como la esposa de Jesús y la madre de su hija.
María Magdalena era de la ciudad de Magdala, ubicada a unos 5 km de Tiberias, en el lado occidental del Lago de Galilea. Era una ciudad predominantemente no judía y los judíos la miraban con desprecio por ser una ciudad licenciosa. No hay evidencias de que María fuese «de la casa de Benjamín» o de que descendiera «de reyes» (p.309).
De las mujeres que seguían a Jesús, María misma era una de las más prominentes. Fue parte de un gran grupo de mujeres que proveían los medios necesarios para Jesús y sus discípulos (Lucas 8.2). Había sido sanada por Jesús: era aquella «de la que habían salido siete demonios». Se la menciona específicamente como una de las que comunicaron a los apóstoles que Jesús había resucitado… aunque solo fuera para que no le hicieran caso (Lucas 24.10-11).
En los Evangelios sinópticos —Mateo, Marcos y Lucas—, cuando se relatan estos hechos siempre es la primera de las mujeres que se mencionan. El Evangelio de Juan, por su parte, relata su encuentro con Jesús resucitado (20.11-18) y solo en ese relato se la llama simplemente «María» (v. 11 y 16).
Quizás el papel especial que desempeñó María como testigo de la resurrección y el hecho de que en los Evangelios canónicos se hable de su encuentro con Jesús junto a la tumba, hicieron que posteriormente se ampliaran las informaciones relacionadas con su vida. En algunos documentos de los siglos segundo y tercero, especialmente en los de tendencias gnósticas, María ocupa una posición muy importante. De esos documentos se alimenta la trama de la novela. Sin embargo, no todos esos documentos presentan a María en la misma perspectiva. En un pasaje del evangelio de Tomás, Pedro se opone a que María esté con ellos, pues según él las mujeres no son dignas de la vida. La respuesta que ahí se le atribuye a Jesús es intrigante: «Mira, yo la traeré y la haré varón. Ella será espíritu viviente, similar a vosotros los varones. Porque cualquier mujer que se haga varón, entrará en el Reino de los cielos» (fragmento 114, traducción de Manuel Alcalá).
Así, pues…, ¿estuvo Jesús casado con María? El libro insiste en que «ese matrimonio está documentado en la historia» (p.305). Sin embargo, no hay ni siquiera un solo documento antiguo que indique que Jesús estuviera casado, y, por ende, que estuviera casado con María Magdalena. Robert Langdon afirma: «las pautas sociales durante aquella época prácticamente prohibían que un hombre judío fuera soltero. Según la tradición judía el celibato era censurable» (ibidem). Pero esto es simplemente falso.
Por ejemplo, en tiempos de Jesús muchos miembros de la comunidad esenia eran solteros. La opinión de Leigh Teabing de que Jesús era casado se basa en una traducción errónea de un versículo del evangelio de Felipe.
El Nuevo Testamento, el documento confiable
A modo de resumen: las ideas que se desarrollan en la novela proceden de la creativa imaginación de Dan Brown y no de lo que conocemos del Jesús de la historia. La popularidad que ha alcanzado la novela —y otras similares que le siguieron— muestra que la gente está fascinada con teorías de conspiración, ¡y aún más si estas tienen que ver con la iglesia! Al mismo tiempo, muestra también que la gente sigue fascinada con Jesús, lo que debe desafiar a sus seguidores a aprender más acerca de los orígenes de la fe cristiana. Si lo hacen, descubrirán que los documentos que forman el Nuevo Testamento son confiables, y los capacitarán para estar siempre «preparados a responder a todo el que pida razón de la esperanza que tienen» (1 Pedro 3.15).
Los escritores continuarán produciendo libros y novelas basados en la vida de Jesús, pues, tal como el Evangelio de Juan nos recuerda, «Jesús hizo muchas cosas; tantas que, si se escribieran una por una, creo que en todo el mundo no cabrían los libros que podrían escribirse» (Juan 20.25).
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* Todas las citas están tomadas de Dan Brown, El Código da Vinci (Barcelona: Ediciones Urano, 2003).
Cuando se escribió este artículo, el doctor Bill Mitchell era Coordinador de traducciones para las Américas de Sociedades Bíblicas Unidas.
El presente artículo ha sido tomado del número 278 de la revista La Biblia en las Américas, actualmente fuera de circulación.