El contexto histórico del Nuevo Testamento — Parte 1

El contexto histórico del Nuevo Testamento — Parte 1

La mayoría de los libros del NT se escribieron durante la segunda parte del siglo I d.C., y en ellos se refleja el medio histórico y cultural imperante en ese momento. Fueron tres las grandes culturas de la época en la que surgió el NT: la judía, la griega y la romana. Por ende, no es accidental el hecho de que sobre la cruz de Jesús apareciera un letrero escrito en el idioma propio de cada una de esas culturas: hebreo, griego y latín (Jn 19.19–20).

Por Equipo DHH y José Soto Villegas

El NT y el ambiente judío

Sin un conocimiento de la cultura judía del Mediterráneo del siglo I, es imposible comprender el NT. Esto es cierto porque gran parte de los personajes de esa época fueron judíos: Jesús, sus discípulos y sus apóstoles, y los primeros creyentes de la iglesia. Jesús habló, principalmente, el arameo, vivió en Galilea y Judea, y murió en Jerusalén. Hay tres aspectos del ambiente judío que son importantes destacar aquí: el religioso, el social y el literario.

Aspecto religioso

Hay una estrecha relación entre la iglesia cristiana y el pueblo judío, sobre todo en lo que a la religión respecta. En el centro de la fe judía está la afirmación de que «Yavé es el único Señor» (Dt 6.4; Mc 12.29); que sus leyes son sabias y dignas de obediencia (Sal 78.5–8), y que él ha escogido un pueblo para sí mismo. Nada de eso está ausente en la fe cristiana. En realidad, las Escrituras de Israel, donde los profetas dejaron registrado el mensaje de Dios para su pueblo, siguieron siendo las Escrituras de la iglesia cristiana. Sería mucho tiempo después cuando se agregaría el NT. Por eso en esta parte de la Biblia se ven registradas muchas de las costumbres religiosas judías y se menciona a los grupos judíos más influyentes de la época (Mt 22.23–33; Hch 23.6–8; 1 Co 15.12–58).

Por otra parte, la esperanza en la venida del Mesías significaba para los judíos el deseo de ver cumplida la justicia por la mano misma de Dios. De modo que las naciones e individuos que se oponían al pueblo judío recibirían su castigo; y el pueblo escogido y los justos tendrían su recompensa. Pero con la muerte y resurrección de Cristo los primeros cristianos entendieron que la salvación prometida y el juicio mismo incluían a todos los seres humanos de todas las épocas (Jn 3.14–18; 12.32; 1 Ti 1.15; 2.4).

Contexto del NT Parte I

Aspecto social

En la sociedad israelita de la época de Jesús había tres clases sociales: alta, media y baja. La clase alta se componía de las familias de los jefes religiosos y políticos, de los comerciantes adinerados y terratenientes y de los recaudadores de impuestos. La clase media contaba con los medianos y pequeños comerciantes, los artesanos, los sacerdotes y los maestros de la ley. Por último, la clase pobre, la más numerosa, estaba formada por jornaleros que vivían al día (Mt 20.1–16), y por muchos otros que vivían al margen de la sociedad, como los mendigos, los leprosos y los paralíticos (Mc 10.46).
Según las leyes, el lugar más bajo en la escala social lo ocupaban los esclavos, aunque su situación concreta dependía de la posición y carácter de sus amos. Los esclavos que no eran judíos rara vez recuperaban su libertad. En cambio, los esclavos israelitas podían recuperar su libertad en el año sabático, que se celebraba cada siete años, y su objetivo era que no se cultivara la tierra durante un año, para celebrar así un año en honor a Dios (Ex 23.10–11; Lv 25.1–7; 26.34, 43). Como no se debía cultivar, no se podían saldar las deudas, y estas se perdonaban.

Los principales oficios eran la agricultura, la ganadería, la pesca (en el lago de Galilea), trabajos artesanales (alfarería, zapatería, carpintería, albañilería, etc.) y el comercio. También la atención del templo daba trabajo a un gran número de sacerdotes y levitas.
Se dice que la población de Palestina en la época de Jesús pudo haber sido de aproximadamente un millón de personas.

Los judíos no formaban un grupo religioso y político unido. Decimos religioso y político porque ambos aspectos estaban muy relacionados. En este sentido, los judíos se habían dividido en muchos grupos. En el NT se mencionan varios de ellos: los fariseos, los saduceos, los herodianos y los maestros de la ley.

Los fariseos eran un grupo más que todo religioso. Defendían la estricta obediencia de la ley de Moisés, de las tradiciones y de la piedad popular (Flp 3.5–6). Representaban el grupo con más autoridad e influencia entre la mayor parte de la población. Después de la destrucción del templo de Jerusalén (año 70 d.C.), fue el grupo que predominó entre los judíos. Este grupo sostuvo las ideas de la vida eterna, el libre albedrío y la providencia.

Los saduceos formaban un grupo menor que el de los fariseos, pero más influyente. En su mayoría, venían de familias de sacerdotes aristocráticos. El grupo se asociaba con los sacerdotes y con el Sanedrín o Consejo de ancianos —órgano supremo de gobierno de los judíos. En la época de Jesús apoyaron al Imperio romano, negaban la vida futura y la existencia de los ángeles y espíritus (Mt 22.23–33; Hch 23.6–8). También desaparecieron con la caída de Jerusalén.

Además de los dos anteriores, tenemos dos grupos menos numerosos y de poca influencia: los herodianos (partidarios de Herodes; Mt 22.16), y los esenios. Los esenios no se mencionan en el NT; sin embargo, los historiadores y testigos de la época (Filón de Alejandría, Flavio Josefo, Plinio), e incluso los primeros padres de la iglesia (Justino, Clemente de Alejandría, Orígenes), reconocieron su importancia. Cultivaban una vida comunitaria y muy organizada, los bienes eran comunes y exigían el celibato, la rectitud moral, la modestia, los vestidos blancos, las comidas comunitarias, las abluciones o ritos de purificación con agua, y el separarse del resto de los judíos. Creían en las doctrinas hebreas y en la necesidad de purificarse con persistencia. Pero también tenían muchas creencias paganas: el determinismo universal, la adoración del sol como dios, y la reencarnación. Este grupo desapareció al enfrentarse a Roma en la lucha que se inició el año 66 d.C. con los zelotes («los celosos») a la cabeza de la rebelión.

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Por último, mencionaremos a un grupo importante por su influencia literaria: los maestros de la ley (escribas, letrados o rabinos). Ellos enseñaban la religión y las tradiciones, y explicaban las Escrituras. En su mayoría eran laicos. Enseñaban en el templo (Lc 2.46) o en las sinagogas (Hch 15.21). Ejercían mucha influencia por su piedad y erudición. Hacían estrictas interpretaciones de la ley, creían en cierta libertad humana, pero limitada por la providencia. Creían en la resurrección y en los ángeles, en la venida del Mesías y en la reunión final de todas las tribus de Israel. Su marcado carácter separatista los volvió presumidos, y con eso disminuyeron su fuerza espiritual. Junto con los fariseos, se opusieron fuertemente a Jesús (Mt 23). Sus enseñanzas se conservaron en la llamada «literatura rabínica», escrita después del NT.

Aspecto literario

La literatura cristiana, ante todo el NT, se inspira en el AT y en el judaísmo contemporáneo. Esto es llamativo, porque el NT y los primeros escritos cristianos se hicieron en griego. En efecto, sin importar la influencia griega, muchas palabras, mensajes y enseñanzas corresponden al espíritu hebreo. La enseñanza fue primero oral y en arameo, luego se vertió al griego, pero conservando su cualidad judía. Así, en el NT conservamos palabras como: abbá y maranata.

El cristianismo primitivo se originó a partir del pueblo judío (Hch 2.46), y poco a poco fue distinguiéndose de este, hasta separarse del todo. La separación definitiva fue motivada por el mismo mensaje proclamado: no es requisito ser judío para ser cristiano (Hch 15.1–35). Así, muchas personas que no eran judías se integraron a la iglesia y contribuyeron a la separación (Ro 11.11–12). Esa separación era inevitable, pues la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios, existe porque con su vida, muerte, resurrección, presencia y actuación subsiguientes, vino a realizar un acontecimiento totalmente nuevo. Es la nueva creación (Mc 1.27; 2.21–22; Jn 13.34; Gl 6.15; Ef 2.15). Además, este nuevo acontecimiento se transmitió con formas literarias nuevas, como los Evangelios, y con la transformación de formas tradicionales, como las Cartas.

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El NT y el ambiente griego

Las grandes conquistas militares de Alejandro Magno en Asia (año 333 a.C.) hicieron que la cultura griega se difundiera por el occidente asiático, por el norte de África, por el sur de Europa y por Roma misma. No es de extrañar que, para el siglo I d.C., el griego fuera el idioma de las personas cultas de la zona del mar Mediterráneo, e incluso la lengua popular en muchas de las regiones de la zona. Esta difusión de la cultura griega es lo que se ha denominado «helenismo».

Dado que el pueblo de Israel sufrió diversas deportaciones masivas a lo largo de la historia, era común encontrar comunidades judías fuera de Palestina, que constituyeron lo que se llama el judaísmo de la «diáspora» o dispersión. Aunque estas comunidades siguieron fieles a sus tradiciones religiosas (por ejemplo, Hch 16.13), adoptaron el griego como idioma propio. Fue así cómo en la comunidad judía de Alejandría (Egipto) se tradujeron al griego las Escrituras israelitas. La principal de estas traducciones es la LXX, la cual se convirtió en el texto de uso común de los cristianos de habla griega. Hoy se acepta que después del año 70 d.C. eran más los judíos de la diáspora, que los que vivían en Israel.

También en Jerusalén hubo un grupo de judíos cristianos que hablaban griego (Hch 6.1). Eso hizo posible la difusión del evangelio en las comunidades de la diáspora y entre los paganos (Hch 11.19–20). El judío más notable entre la diáspora es, sin duda, Pablo de Tarso, quien primero fue perseguidor de cristianos y luego, convertido ya al cristianismo, seguidor y propagador de Cristo entre los paganos (Gl 1.14). Sus viajes misioneros abarcaron la mayoría del mundo conocido hasta entonces y sus cartas constituyen una parte muy importante del NT.

Por todas estas razones no es extraño que el NT se haya escrito en griego, aunque algunos manuscritos y tradiciones anteriores puedan sugerir que al inicio se escribieron en hebreo y arameo. Lo cierto es que su redacción y texto definitivos se hicieron y se conservaron en griego.

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El NT y el ambiente romano

Alrededor del siglo II a.C., el poder militar de Roma se había extendido por todo el Mediterráneo. A partir del 63 a.C., Palestina quedó sometida al poderío militar y político de Roma.

Al principio, los gobernantes judíos conservaron el título de reyes, aunque estuvieran sometidos al poder romano. El NT destaca a Herodes el Grande, quien gobernó Palestina del 37 al 4 a.C. Fue bajo su mandato cuando nació Jesús (Mt 2.1–20; Lc 1.5). Cuando Herodes murió, el reino se dividió entre sus tres hijos: Arquelao gobernó Judea y Samaria hasta el año 6 d.C., Herodes Antipas en Galilea y Perea, hasta el 39 d.C., y Filipo en el nordeste del Jordán, hasta el 34 d.C. (Mt 2.22; Lc 3.1). Hacia el año 6 d.C., el emperador romano Augusto quitó del reino a Arquelao, y Judea y Samaria pasaron a ser propiedades del Imperio romano. Los nuevos cambios administrativos incluyeron nuevas autoridades romanas (los prefectos y los procuradores). El más conocido de todos en la historia cristiana es Poncio Pilato, prefecto de Judea (26–36 d.C.) quien condenó a muerte a Jesús (Mt 27.1–26).

Para el año 37 d.C., el rey Herodes Agripa sustituía a Filipo, y en el 40 d.C. a Herodes Antipas. En el año 41 d.C. Herodes Agripa extendió su dominio hacia Judea y así reconquistó un reino tan grande como el que había tenido su abuelo Herodes el Grande (Hch 12.1–19). Herodes Antipas murió en el año 44 d.C. (Hch 12.19–23), y con ello toda Palestina pasó a manos de los romanos. Esto duró hasta el año 66 d.C., cuando se produjo la guerra judía (Hch 23.24; 24.27).

Entonces Roma desplegó su fuerza militar por todo Israel. Los soldados se organizaban por «compañías», las que tenían a su cargo velar por la adoración del emperador en todo el Imperio. Diez compañías formaban una legión (unos 6000 hombres). Los soldados debían facilitar las conquistas y aplacar las rebeliones. Vigilaban las fiestas judías, las prisiones y las ejecuciones (Mt 28.11–15; Lc 23.47; Jn 19.2, 23–24, 34). Pese a ello, también los soldados se acercaban a Jesús y al cristianismo (Mt 8.5–13; 27.54; Lc 23.47; Hch 10; 27.3–11). En su carta a los efesios, Pablo compara al cristiano con un soldado romano (Ef 6.10–18).

El creciente descontento del pueblo judío hacia los romanos llegó a su punto máximo en el año 66 d.C. En ese año, los «zelotes» organizaron una rebelión contra Roma. La lucha duró cuatro años. En el primer año de guerra, Roma decidió que los gobernadores de Palestina debían seguir siendo generales del ejército, a quienes llamaron «legados». El primero de ellos fue Vespasiano, quien en el año 69 d.C. fue proclamado emperador. La rebelión judía fue aplacada con la intervención de los ejércitos romanos que conquistaron Jerusalén y destruyeron el templo en septiembre del año 70 d.C. (Mt 24.2; Lc 21.20). Esta derrota se debió a la superioridad militar de los romanos y a las irreconciliables disputas internas de los judíos.

Con la caída de Jerusalén también desaparecieron las autoridades del Sanedrín, o Junta Suprema de los judíos; las familias sacerdotales se vieron diezmadas, y el grupo de los maestros de la ley empezó a desaparecer. El cargo de sumo sacerdote resultó obsoleto, al igual que el culto del templo. Las enseñanzas religiosas, tradicionales y culturales se reorganizaron alrededor de los rabinos y sus escuelas.

Fuera de Palestina, la iglesia cristiana supo aprovechar bien los beneficios que ofrecía el Imperio romano. La unidad política y cultural facilitó la rápida propagación del evangelio por el mundo pagano (Ro 15.19, 28; 1 P 1.1). Esto se debió en parte a que en un principio las autoridades romanas no se oponían a la práctica de la religión judía ni de la religión cristiana. Pero cuando la fidelidad a Cristo entró en conflicto con los intereses de Roma, los primeros cristianos empezaron a ser martirizados y perseguidos. Los cristianos se resistían a dar culto al emperador y a sus dioses. A esto se agregó que muchas disposiciones contra los judíos también se aplicaron a los cristianos (Hch 18.2). Esta tensa situación en que vivieron los cristianos de los siglos I y II se refleja en 1 Pedro 4.12–16 y en el libro de Apocalipsis, donde Roma aparece como el enemigo número uno del cristianismo.

*****Busque la segunda parte de este artículo  «Problemas de traducción en el Nuevo Testamento Parte 2»: aquí 

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