Los aspectos textuales del nombre de Dios en el Antiguo Testamento
La forma genérica de nombrar a Dios en el AT es la expresión Eloah (más de 2500 veces en sus distintas formas). Ocasionalmente aparece en singular, para hablar de un dios en particular, o de un ser humano que se cree un dios. Pero cuando se nombra a Dios, con pocas excepciones, se usa el plural. Se supone que a la raíz de esta palabra está la forma El, que sería la manera de nombrar lo trascendente, lo divino, el poder extraordinario; es una raíz común a varios idiomas semíticos. De hecho en el AT a veces se usa Elohim (la forma plural) para nombrar a otros dioses, e incluso para hablar de seres de gran poder, o cuando el poder de Dios aparece en seres humanos (por ej., los «gigantes» de Gn 6.1-6 son hijos de Dios [o de los dioses], o Moisés siendo Dios para su hermano Aarón—Ex 4.16, o el Faraón—Ex 7.1). La palabra El para nombrar a Dios aparece también en otras culturas y lenguas cercanas a Israel (los pueblos cananeos), como un nombre propio de un Dios particular o como nombre genérico que se agrega a una cualidad para formar nombres propios de dioses.
Por Néstor O. Míguez
Algunas de estas formas las encontramos también en nuestra Biblia. Ya mencionamos el caso de Génesis 14, donde se identifica a YHVH con el «Dios Altísimo» (El-‘elion) de Melquisedec. En Génesis 16.13 Agar nombra a Dios como El-roi. Nuestras traducciones, siguiendo al griego de la LXX, traducen por lo general como «Dios me ve», pero es una traducción puramente conjetural, dado que Roi puede ser simplemente el nombre del lugar donde Agar se encuentra con YHVH.1 También en el caso de Bet-El aparece una interpretación posible como un nombre de Dios. En Génesis 21.33 se nos dice que Abraham, en Beer-seba, llamó a YHVH El’olam, Dios de la eternidad (o también se puede traducir, el Dios Antiguo: el Dios de los muchos años). La construcción de la oración permite interpretar que El’olam es un nombre de Dios. Estos nombres para Dios también los encontramos entre los cananeos. Por otro lado encontramos nombres propios de personas, compuestos con la forma El, como Samuel, Ariel, y el mismo Israel. Encontramos nombres similares en las culturas vecinas también.
La forma hebrea más frecuente en nuestra Biblia es Elohim, que es un plural. De allí que a veces resulta difícil establecer, al interpretar o traducir, si hay que hablar de Dios o de dioses. Ayuda a distinguir, a veces, que aunque el sujeto Elohim esté en plural, los verbos están en singular. Una excepción que ha provocado muchas conjeturas se encuentra en Génesis 1.26, donde el verbo aparece en plural, «hagamos»; también se puede apreciar el uso del plural en el episodio de Babel (Gn 11.7). No son las únicas citas, aunque hay pocas. ¿Por qué se nombra a Dios en plural? Aparte de las cuestiones doctrinales que se han esbozado, desde el punto de vista lingüístico hay que pensar que se trata del llamado «plural mayestático», es decir, una persona singular que por su fuerza y representatividad es en sí mismo un ser colectivo (como los reyes o el Papa solían hablar de sí mismos usando la primera persona del plural). También puede deberse al hecho de que para Israel todos los atributos repartidos entre los distintos dioses de los otros pueblos se encuentran reunidos en uno solo; de allí que aunque sea uno, es nombrado como plural, como «el Dios de los dioses», el que reúne en sí todo lo divino. El uso del plural para nombrar un Dios particular no es, sin embargo, exclusivo del idioma hebreo.
Pero el nombre genérico Elohim aparece muchas veces acompañado o reemplazado por un nombre propio. Hay varios, pero solo nos detendremos en uno por su reiteración y significación en el texto bíblico. Es el caso de El Sadday (mencionado por primera vez en Gn 17.1). La traducción del nombre no es segura. Nuestras Biblias, en general, lo traducen como «Dios todopoderoso», siguiendo la interpretación de Jerónimo en la Vulgata Latina. Esta lectura la encontramos en la LXX en el caso de Rut 1.20, sin embargo, no siempre se traduce igual, ya que suele saltearse la palabra y simplemente poner Dios, o el Señor. En Ezequiel 10.5, la LXX lo transcribe sin traducir, y otras veces se pone «Dios del cielo» (Sal 68.15 y 91.1). Pero otros proponen otra traducción. Algunos suponen que la raíz puede significar «el montañés», Dios de lo alto. Pero también la raíz puede tener que ver con la palabra con que se designan los pechos de la mujer (raíz sdh), y en ese caso sería «el Dios que amamanta, que nutre». Esta posibilidad no debe escandalizarnos, ya que el profeta Isaías usará esa figura en Isaías 66.10-13. Por otro lado, en Génesis 49.25, en la bendición de Jacob a José, se menciona que Sadday bendecirá «los pechos (sadaim) y los vientres», una referencia seguramente a una bendición de fecundidad. ¿Tendremos aquí un nombre que deriva de una imagen maternal, nutricia, femenina, de Dios? Lo cierto es que, más allá de la referencia en Éxodo 6.3 de que el nombre de YHVH reemplaza al antiguo nombre de Sadday que usaban los patriarcas, volvemos a encontrar este nombre para Dios en Rut, Job, los Salmos ya mencionados y Ezequiel.
Ciertamente el nombre de Dios más citado en la Biblia hebrea es YHVH. Se reitera en 6007 oportunidades en los libros canónicos. En cuanto a la expresión YHVH, generalmente se interpreta que corresponde a formas del verbo ser (o estar) hebreo. Con todo, algunos estudiosos han propuesto otros orígenes. Algunos piensan que la forma original es la forma breve (Jah), que encontramos en los salmos y forma parte de expresiones de alabanza (Alelu-Jah). El nombre sería originado en la expresión espontánea de asombro ante la potencia de Dios, o incluso como expresión de temor ante la fuerza natural del Dios (las tormentas, los rayos, etc.). Otras etimologías lo remontan al verbo hvh, que significaría «soplar» (El Dios de las tormentas, o el Dios viento-Espíritu). No hay, sin embargo, nada que confirme tales suposiciones. Aunque debe reconocerse que el nombre es más antiguo que la revelación del Sinaí, según aparece ya expresado en el texto bíblico, a partir de Génesis 4.26.2
¿Cómo se pronuncia este nombre? Sabido es que la escritura del hebreo antiguo no tenía vocales, de allí que solo tengamos las cuatro consonantes (originalmente tres, la última es una «mater lectionis» agregada) y haya que reconstruir la expresión. Los masoretas, estudiosos hebreos que vocalizaron el texto bíblico hacia el siglo X d.C., no vocalizaron el Tetragrama YHVH para dejarlo impronunciable, y evitar que el nombre de Dios fuera profanado. Pero para recordar al lector que al llegar al nombre santo debía decir en su lugar Adonay (Señor), pusieron las vocales correspondientes a esa palabra. De allí nació la forma «Jehovah», que es, por lo tanto, producto de una confusión, y que nunca correspondió a la tradición hebrea. Los primeros cristianos que usaron el texto hebreo, los llamados «padres griegos», que no conocieron el texto hebreo vocalizado (masorético) lo transcriben como Iaoué (Clemente de Alejandría) o Iauó (Porfirio), lo que indicaría la pronunciación de la época. La LXX, así como Jerónimo, traductor de la Biblia al latín, y también Lutero cuando tradujo al alemán, evitaron el Tetragrama, y le reemplazaron directamente con la expresión «el Señor» (Kyrios, en la LXX; Dominus, en la Vulgata; o Herr, Lutero). Hoy en día los estudiosos coinciden mayormente en que se pronunciaría Iahvé, y se translitera al castellano como Yavé.
Pero más allá de la disputa sobre etimologías o pronunciación, importa discernir qué significado tiene en el texto bíblico el nombre de Dios. En ese sentido el nombre YHVH siempre se ha entendido como derivado de una forma antigua del verbo «ser» o «estar», (en hebreo, como en muchos otros idiomas, estos verbos no se diferencian entre sí). No cabe duda de que así es cómo lo comprendieron los autores bíblicos. Aunque sean formas arcaicas del verbo ser, que ya no se usaban ni siquiera en tiempos de la escritura del texto bíblico. Si traducimos textualmente, hasta donde es posible remontarse, sería «Yo Soy y aún seré», o mejor aún «Yo estoy y estaré». Es el Dios que estuvo con los padres (de Abraham, Isaac y Jacob, y el Dios que ahora sigue estando y estará por siempre. Cuando Dios se revela a Moisés en Éxodo 3.14 aparece la explicación: Dios es el que estará a su lado: «yo estoy y seguiré estando». La promesa contenida se transformó en nombre. Ante la pregunta de Moisés de cómo presentará al pueblo, descreído de su propia suerte, a este Dios que ahora lo llama (véase Ex 6.9), aparece esta expresión. La forma breve Jah, que aparece en los Salmos, o en el compuesto de varios nombres propios (los que en castellano comienzan o terminan en «ía», o en «ías»), sería simplemente «Yo soy», o «Yo estoy». Es la idea de un Dios que siempre está presente. Su presencia se muestra en sus poderosos actos.
La interpretación es abierta. La idea de una declaración filosófica ciertamente no concuerda con el contexto de la Escritura. Lo que más vale lo que se refleja en esta expresión es la seguridad que debe tener Moisés primero, y luego todo el pueblo de Israel, de que YHVH está y estará a su lado. Podríamos interpretarlo como la promesa de la presencia del Dios de los antepasados en el presente y futuro de este pueblo: es el Dios que ha llamado, que libera, y que acompañará al pueblo hebreo (Emmanu-El). El Dios que hoy se hace presente es el Dios de los antepasados, pero también el Dios de la promesa. Para los cristianos, esa promesa encontró su cumplimiento en la encarnación de Dios en Jesús, el Cristo.
El nombre de Dios en el Nuevo Testamento
A pesar de la reiteración de los nombres de Dios en las Escrituras hebreas, especialmente YHVH, no los encontramos nunca en el NT. Pareciera que, para esa época, ya estaba plenamente en vigencia la prohibición de pronunciar el nombre, como lo refleja la traducción de la LXX. Justamente, el gran escándalo para los judíos por el cual querían apedrear a Jesús en Juan 8.58-59 es que, si retraducimos la expresión al idioma arameo que probablemente usara Jesús, usa para sí la fórmula abreviada del nombre de Dios (Jah, «Yo soy»). Por eso, el cristianismo de origen judío no lo asimila, y menos aún los creyentes venidos de la gentilidad, para los cuales el nombre YHVH era desconocido o poco menos. Así que allí encontramos una discontinuidad, y aparecen otras formas de invocar a Dios.
En cambio, abundan las metáforas para nombrar a Dios, mucho más que en la Biblia hebrea. Este proceso ya se había iniciado con la LXX, al reemplazar el nombre YHVH con «Señor» (Kyrios), que es una metáfora. «Señor» describe, originalmente, una condición humana: el ser grande, fuerte, poderoso. En términos sociales ese poder es más que físico, es el poder de dirigir, de poseer, por lo que es aplicada al patriarca, el dueño, el que ordena, y de allí, superlativamente, a la deidad. De hecho, la palabra «baal», tan denostada por los profetas por ser la forma en que eran nombradas ciertas deidades cananeas, significa «señor». En ese sentido, para la forma más antigua, aparece como opuesta a YHVH. Pero, en la traducción posterior al griego, esa conexión ya se ha perdido y la LXX usa libremente la palabra «Señor».
Quizá por ello, Jesús, por usar el idioma arameo y quizá hebreo, no utiliza tanto «Señor» para dirigirse a Dios. En el Evangelio de Mateo, por ejemplo, otros aplican a Jesús la palabra «Señor». Pero la expresión solo aparece en labios de Jesús cuando usa citas de las Escrituras; en ese caso, es probablemente que Jesús no usara esa expresión al hablar en arameo, pero que luego aparezca cuando los evangelistas usan el correspondiente texto griego de la LXX. La expresión también aparece en las referencias indirectas de las parábolas (El señor de la viña, por ejemplo). En cambio, se dirige a Dios como «Padre», incluso, a veces en la expresión menos solemne, como «Abba». El único caso en el Evangelio de Mateo en que Jesús utiliza por sí la palabra «Señor» para dirigirse a Dios lo hace después de nombrarlo como Padre: En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. (Mt 11.25). Pero en ese caso, Señor tiene su significado original: «dueño del cielo y de la tierra», o «el que ordena los cielos y la tierra». Encontramos lo mismo en los otros Evangelios sinópticos. La excepción está en Marcos 5.19, donde después de la curación del poseído de Gadara, Jesús le pide que anuncie «lo que el Señor hizo por ti». Pero la expresión ocurre en territorio gentil, y tiene la ambigüedad de que «el Señor» es Dios, pero Dios en Jesús. Esto mostraría que la expresión Adonay para hablar de Dios sería poco usual en la Galilea de Jesús. En sus oraciones, Jesús se dirige a Dios como Padre, y así enseña a los discípulos a orar: Padre nuestro, que estás en los cielos…
Lo mismo ocurre aun con mayor intensidad en el Evangelio de Juan. La expresión más común de Jesús es «el Padre», o «mi Padre». La expresión «Padre» para referirse a Dios no es frecuente en el AT (solo aparece ocasionalmente en los profetas, o como metáfora en los Salmos). Jesús nos muestra otros aspectos de la presencia de Dios (Quien me ha visto a mí ha visto al Padre, Jn 14.9). Es la confirmación del amor sin límite de Dios, del cual nosotros también podemos participar por el Espíritu (Ro 8.15) lo que hace que clamemos a él como «Padre» (Abba). De paso señalemos el uso de la palabra Abba, que es la expresión aramea. Es la expresión coloquial para hablar del Padre, y de esa manera la usa Jesús. A veces se ha exagerado ese sentido coloquial y se propone traducirla como «papito». Pero debemos desechar esto: la cultura antigua ponía una distancia en el trato al padre que no es comparable a los usos modernos. De manera que si bien Abba es una forma menos solemne de referirse al Padre, no es tampoco una expresión infantil. Es la forma, a la vez respetuosa y afectiva, con que el hijo llama a quien lo nutre y cuida. Así se anuncia también que el Padre es el Dios que acompaña desde la creación, que se muestra en Jesús, el Hijo, y que sigue estando junto a los suyos hasta la consumación y el establecimiento total de su Reino.
La forma más frecuente, sin embargo, de hablar de Dios en el NT es con la palabra griega Theos. La etimología griega de esta palabra se remonta a orígenes oscuros, y una forma particular de ella es el nombre de la máxima deidad olímpica, Zeus (notar la cercanía en el sonido). La misma raíz está en el latín Deus, que ha dado nuestro castellano Dios. Pero no será la raíz etimológica la que resuena en el NT, sino el concepto monoteísta del judaísmo. Esto ya aparece en la traducción de la LXX, donde theos se suele usar para El, Eloah o Elohim. Sin embargo, ocasionalmente estas palabras también se traducen por Señor, el Poderoso, u otras formas. La LXX no usa, en cambio, conceptos corrientes en las escuelas filosóficas griegas o aun del judaísmo helenista, como «deidad» o «divinidad». El NT da por sentada la experiencia israelita de un solo Dios y también descarta las palabras genéricas.
El monoteísmo también tiene antecedentes en algunos filósofos griegos y latinos, que encuentran ridícula la antigua mitología de los dioses llenos de pasiones, bajezas y de carácter inestable. Pero, a diferencia de la fe de Israel, llegan a ello por una deducción lógica más que por la experiencia de un Dios vivo y activo en el mundo. El Dios que muestran los filósofos es un Dios pasivo, sin historia, sin «proyecto». Entre las gentes comunes del mundo grecorromano sigue predominando un concepto politeísta. Esto aparece especialmente en los relatos del ministerio de Pablo que nos trae el libro de Hechos. Allí Pablo debe confrontarse repetidas veces con las consecuencias del politeísmo, sea en Listra (Hch 14.8-20), Atenas (Hch 17.17-32), Éfeso (Hch 19.23-41), y Malta (Hch 28.6). En Tesalónica y Corinto el tema resuena en las cartas (1 Ts 1.9-10; 1 Co 10.18-22). Una muestra de esto también aparece en el episodio en Filipos según Hch 16.16-21, donde la muchacha esclava proclama a Pablo y su grupo como «siervos del Dios Altísimo», expresión que reproduce uno de los nombres de Dios que vimos en el AT, pero que también es un apelativo helénico para Zeus. En este caso, el nombre de Dios se presta para una confusión (o podríamos decir cierto sincretismo) del que no estuvo exento cierto judaísmo de la diáspora ni tampoco el cristianismo de la gentilidad, y contra el cual Pablo debió confrontar en algunas de sus cartas.
Conclusión
De manera que cuando hablamos de Dios, hablamos, desde la fe bíblica, del único que es Dios. Pero como también en nuestro mundo aparecen muchos ídolos que se proclaman como dioses, para distinguir con claridad señalamos a Dios con su historia: es el Dios de Abraham (de Isaac, Jacob, Moisés, Isaías, etc.). Es el Dios que siempre está con su pueblo, el Dios de la Promesa y el Padre de Jesús, que se revela plenamente en él. Así lo nombra también el autor del Apocalipsis (Ap 1:4-6). Justamente, la imagen final de Dios que nos deja el libro de Apocalipsis: un Dios glorioso, que llena todo con su luminosidad; un Dios justo y estricto; el vencedor sobre el mal: el autor de una nueva creación. Sin embargo, también es un Dios tierno y compasivo como un padre o una madre que sienta a sus hijos e hijas doloridos sobre sus faldas, y mientras les seca las lágrimas, los consuela diciendo: ya no habrá más muerte ni llanto, ni grito de angustia ni dolor, yo hago nuevas todas las cosas (Ap 21.4).
Libros recomendados
Briend, Jacques. Dios en la Escritura. Bilbao: Editorial Desclée de Brouwer, 1995.
Mettinger, Tryggve N. D. Buscando a Dios: Significado y mensaje de los nombres divinos en la Biblia. Cordoba: Ediciones El Almendro, 1994.
Preuss, Horst Dietrich. Teología del Antiguo Testamento-I: Yahvé elige y obliga. Bilbao: Editorial Desclée de Brouwer, 1999. Véanse las pp. 243-278.
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Notas y referencias
1Las versiones castellanas, en general, siguen la interpretación que hicieron los autores de la LXX. Sin embargo, la NBJ prefiere mantener la forma El-Roi sin traducir, ya que, si nos atenemos al puro texto hebreo, la forma resulta poco clara. No sabemos si es una cualidad de Dios o el lugar donde Dios aparece, como lo indica el versículo siguiente.
2En versiones como la DHH, o la NVI, que han optado por no reproducir el tetragrama, sino traducirlo directamente por «el Señor», muchas veces se produce confusión, duplicaciones, y se pierde el sentido del texto hebreo en cuanto menciona a Dios por su nombre.