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El padre de las misiones de fe

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Hudson Taylor: El padre de las misiones de fe

Hudson Taylor: El padre de las misiones
Hudson Taylor

Hudson Taylor nació en Yorkshire, Inglaterra, en 1832. La oración y la lectura de la Biblia fueron parte integral de su educación desde muy chico. Hudson Llegó a China desde el Reino Unido en 1853 con la Chinese Evangelization Society (CES), con quienes cortó relación más adelante por diferentes razones. Después de eso, continuó en China como un misionero independiente hasta que la enfermedad lo forzó a regresar a su país en 1860. Completó su entrenamiento médico, y el 1865 fundó la China Inland Mission (CIM, Misión al Interior de China. Luego, esta misión fue llamada Overseas Missionary Fellowship y actualmente la OMF Internacional), que fue el prototipo de las misiones de «fe», que jugarían un rol prominente como parte de le evangelización mundial durante el siglo xix.

Deseoso de no desviar fondos de otras misiones, él resolvió nunca apelar en busca de apoyo económico. Sin ninguna duda, él fue responsable, más que ninguna otra persona, de llegar a este enorme grupo étnico con el evangelio. Taylor tenía la visión de llevar el evangelio a todo el país, especialmente al interior de China.

En 1865, después de muchos problemas serios de salud y desilusiones, desconocido y sin sostén de ninguna denominación, Taylor estableció una misión de fe sostenida única y directamente por oración y fe, que en su tiempo fue la más grande del mundo. El ejemplo de George Müller lo llevó a determinar que solo se apoyaría en le fe y la oración para llevar adelante su misión; y en un conservador uso de los fondos que recibía. Esto era nuevo; y fue implantado por esta misión que era interdenominacional y teológicamente conservadora.

Hudson Taylor introdujo varias innovaciones en la práctica general de las misiones de su tiempo. Se invitaba a individuos con poca —o nula— educación formal. La administración de la misión estaba en China y su énfasis estaba en evangelizar a las personas identificándose con ellos. Un elemento importante de su estrategia era incentivar a los chinos a que desarrollaran su propia iglesia, y sus propios líderes de educación cristiana. Él pedía que sus misioneros se identificaran profundamente con la cultura china, a través de usar ropas culturalmente apropiadas por los chinos, es decir, ropas chinas. Taylor insistía que el control de la misión no debía estar en el país de envío de los misioneros, sino en el campo misionero.

Taylor estableció algunos principios de la misión, que de alguna manera diferían de los principios en aquellos días en boga en las otras misiones e iglesias del mundo protestante:

La misión tenía que ser interdonominacional. Conservadora en su teología, aceptaría como misioneros a todo cristiano convencido de toda denominación, si ellos firmaban su simple declaración doctrinal.

Una puerta estaba abierta a quienes tenían poca educación formal. Esto fue de una gran importancia; las misiones tendían a convertirse en profesionales, y tener menos espacio para pioneros del tipo de Robert Moffat. Y no era raro que aquellos que comenzaban su carrera misionera con poca educación formal terminaran convirtiéndose en eruditos y sinologistas (especialistas en las lenguas y culturas de China).

La dirección de la misión debería estar en China, no en Inglaterra —un cambio de importancia fundamental. Y el director debía tener total autoridad para dirigir.

Los misioneros deberían vestir ropas chinas, y tanto como sea posible identificarse con el pueblo chino.

La meta primaria de la misión siempre era el evangelismo generalizado. El pastorado de las congregaciones y la educación podría ser llevado a cabo, pero no de manera que esconda u obstaculice el propósito central.

A Taylor no le faltaron dificultades, pero casi desde el principio su éxito fue sensacional. Los reclutas abarrotaban su puerta. Algunos tenían que ser rechazados, pero la mayoría quedaba, y algunos de ellos probaron ser sobresalientes misioneros pioneros. Para 1882, todas las provincias habían sido visitadas y en todas ellas —con la excepción de tres— tenían misioneros residentes. Treinta años después de comenzar, la misión tenía 641 misioneros provenientes de muchas tierras. Quedó claro el marcado interés de Taylor por llevar el evangelio a cada provincia del imperio chino.

Los siete de Cambridge

El impacto de la obra de Hudson en Inglaterra fue claro. En 1885, su enseñanza y ejemplo misionero impacto a la familia Studd. Tres hermanos Studd se convirtieron y se involucraron profundamente en la fe. Uno de ellos, el gran misionero Charles Studd, viajó a China junto con un grupo de sus compañeros de la universidad de Cambridge, que luego serían conocidos como los «Siete de Cambridge». Cada uno de ellos fue aceptado como misionero de CIM.  Antes de embarcarse, los «Siete de Cambridge» visitaron las universidades en Inglaterra y Escocia, hablando cada noche en auditorios atestados de personas. Cientos se entregaron a Cristo gracias a sus reuniones, trayendo un despertar espiritual en Inglaterra. En su servicio de despedida en Londres, tres mil quinientos se reunieron para decirles adiós.

El 18 de marzo de 1885, los Siete de Cambridge llegaron a China, en donde sirvieron por muchos años, algunos hasta su muerte.

La revolución de los bóxer —llamada así porque los extranjeros creyeron que los chinos usaban sus puños como boxeadores— en 1900 en China se desarrolló directamente contra todo extranjero, y echaron a 135 misioneros protestantes. Fue una persecución salvaje. Solo de la MIC fueron asesinados 58 misioneros y 21 de sus hijos. Aun así, la interrupción no disminuyó el empuje de la misión. Para 1910, la fuerza de los misioneros protestantes llegó a los 150. Sin embargo, la difusión del evangelio fue obstaculizada por muchos jóvenes chinos cristianos que estaban más preocupados con expresiones nacionalistas que en el evangelismo.

Algo a lo que Taylor le dio mucha importancia era mantener informados a los cristianos en el Reino Unido, y a través de sus escritos y sus predicaciones logró un gran impacto durante su vida.

Taylor —a diferencia de cómo se consideraban a las actividades misioneras de su tiempo— creía que la mujeres solteras estaban completamente capacitadas para manejar avances misioneros sin la ayuda de misioneros varones, y eso, también, tuvo un gran impacto evangelístico en el interior de China.

Taylor era capaz de predicar en varios dialectos chinos, incluyendo el mandarín, el chaozhou y el dialecto ningpo. En 1858, tras trabajar durante cuatro años en un hospital, se casó con la hija de otro misionero. Volvió a Inglaterra en 1860 y durante cinco años tradujo el Nuevo Testamento a la lengua ningpo.

Según la historiadora Ruth Tucker, «durante los diecinueve siglos transcurridos después del apóstol Pablo, ningún misionero ha tenido una visión más amplia y un plan más sistemático para evangelizar una extensa zona geográfica que Hudson Taylor».

China fue el campo misionero protestante más grande del mundo entre 1830 y 1949. En su apogeo, antes de la guerra civil china de 1925-27, el número de misioneros llegó a los 8000.

Aunque antes de Taylor hubo otros misioneros a China que hicieron trabajos admirables —Juan de Monte Corvino llegó a China en 1294 y bautizó a más de 6000 jóvenes; Mateo Ricci, en 1601, fue el primero en llegar a las clases más altas de China, aprender el idioma chino con profundidad, y vestir ropas chinas; Robert Morrison, el primer misionero protestante que llegó a China en 1807, por ejemplo—, ninguno logró resultados tan extensos como Hudson Taylor.

Justo después de que Taylor muriera, un joven evangelista chino, mirando su cuerpo, resumió el legado más importante de Taylor: «Querido y venerable pastor, nosotros también somos tus pequeños hijos. Abriste para nosotros el camino al cielo. No queremos traerte de vuelta, pero te seguiremos».

Para terminar, recordemos el secreto espiritual de Hudson Taylor. «Hudson tuvo varios secretos, pues avanzaba siempre por los caminos de Dios, pero todos se resumen en uno solo: el secreto sencillo y profundo de apropiarse de “las insondables riquezas de Cristo” para satisfacer cada necesidad espiritual o temporal… Cuando ya era mayor de 70 años, un día, con su Biblia en la mano, le dijo a uno de sus hijos: “Acabo de terminar de leer mi lectura número cuarenta de la Biblia en cuarenta años”. Y no solo la leía, sino que la vivía». Ese era el secreto de Hudson Taylor; amaba y vivía la Palabra de Dios.

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