George Bernard Shaw dijo que «el perdón es el refugio del mendigo»; nosotros debemos pagar nuestras deudas. Pero otros lo ven como el emblema del evangelio, enraizado en una característica esencial de Dios.
Alexander Pope hizo que el perdón fuera casi axiomático con su aforismo familiar: «Errar es humano, perdonar divino». O, como dijera Heinrich Heine: «Dios me perdonará: ese es su negocio».
Estas actitudes contradictorias ayudan a explicar por qué el perdón es uno de los aspectos más incomprendidos de la salvación cristiana. ¿Es una ficción moral o una necesidad apremiante? ¿Abarata y corrompe la doctrina cristiana de la salvación o nos señala el concepto más alto de la salvación revelada a la raza humana? ¿Nos permite retroceder el calendario y vivir como si algo pecaminoso no hubiera pasado o realmente lava la «mancha» y lava la purga de una culpa eterna?
Para contestar estas preguntas polémicas, debemos entender primero exactamente el papel que el perdón juega en el proceso de la salvación. Entonces estaremos en una posición para interpretar tanto el papel divino como el humano en el acto del perdón genuino. Podemos empezar con una mirada cuidadosa a la forma en que el perdón funciona en la Biblia.
Empecemos con una lista de metáforas concretas que se hallan más frecuentemente en las Escrituras. Allí se representa al perdón en los siguientes términos:
- Quitar o apartar alguna cosa ofensiva, poniéndola detrás o debajo de los pies o en el fondo del mar (Salmos 103.3; Isaías 38.17; Miqueas 7.19)
- Cubrir o esconder algo quitándolo de la vista, como al olvidar o borrar un recuerdo doloroso (Éxodo 29.36; Salmos 32.1; 1 Pedro 4.8).
- Limpiar algo quitando una mancha o lavando lo impuro (Salmos 51.1, 7; Isaías 43.25).
- Cancelar una deuda liberando a alguien de una obligación (Lucas 6.37; 7.48).
- No contar o imputar una penalidad dejando de hacer cumplir un juicio contra alguien que merece un castigo (Salmos 32.2; Hechos 17.30).
- Preocuparse profundamente por alguien en dificultades demostrando generosidad y mostrando misericordia (Lucas 7.43: Efesios 4.32).
A pesar de su diversidad, este vocabulario tiene algo importante en común: describe la eliminación de algún obstáculo en una relación real. En otras palabras, el perdón no es una teoría abstracta, sino una acción decisiva por la cual se eliminan los obstáculos entre las personas.
El perdón es la forma en que Dios trata con las trasgresiones que nos han separado de él.
El pecado en una barrera concreta, un obstáculo, un impedimento, una ofensa que se encuentra en el camino de una relación libre con Dios. Isaías 59.2 dice: «Son las iniquidades de ustedes las que han creado una división entre ustedes y su Dios. Son sus pecados los que le han llevado a volverles la espalda para no escucharlos».
Cuando la gente peca, no solo rompe alguna regla impersonal. Sucumbe a un poder con vida propia que tiene la característica de impedir, corromper y, finalmente, frustrar la verdadera comunión con Dios.
El perdón es Dios haciendo lo que haga falta para eliminar todo obstáculo a nuestra comunión creado por nuestro pecado.
Es cuando nos arrepentimos y el perdón de Dios anuncia que se nos abre un nuevo camino hacia él. Es una nueva oportunidad de relacionarnos con Dios, pues lo que bloqueaba nuestra relación con él ha sido removido. El pecado ya no obstruye el camino.
Salmos 103.12 nos da una clave sobre el alcance del perdón de Dios, pues dice: «Tan lejos como está el oriente del occidente, [el Señor] alejó de nosotros nuestras rebeliones».
El perdón es de Dios, pues es su fuente; por Dios, pues es su agente; y para
Dios pues es su meta. Solo él tiene el poder de alejarnos de nuestras rebeliones, pues nosotros solos no podemos alejarnos de esa maldición.
Isaías 43.25 dice: «Yo, y nadie más, soy el que borra sus rebeliones, porque así soy yo, y no volveré a acordarme de tus pecados».
Nunca debemos olvidar que el perdón es altamente costoso para Dios, porque involucra el haber mandado a su Hijo para morir en la cruz. Pablo lo dice enfáticamente en Colosenses 2.13, 14: «Antes, ustedes estaban muertos en sus pecados… Pero ahora, Dios les ha dado vida juntamente con él, y les ha perdonado todos sus pecados. Ha anulado el acta de los decretos que había contra nosotros y que nos era adversa; la quitó de en medio y la clavó en la cruz».
Ya que solo Dios puede quitar nuestros pecados y borrarlos por completo, las personas, ¿somos enteramente pasivas en el proceso? ¡De ninguna manera!
El perdón descansa básicamente en la obra expiatoria de Cristo, lo que equivale a decir que es un acto de pura gracia. «…él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados» (1 Juan 1.9). Una y otra vez se insiste en que el hombre tiene que arrepentirse.
El arrepentimiento y la confesión de los pecados corren por cuenta de nosotros. Debe hacer en nosotros un verdadero arrepentimiento. Por eso dice: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad».