Cuando, como cristianos, consideramos el plan de Dios para nuestra vida, por lo general pensamos en qué quiere Dios que hagamos en la iglesia, la sociedad, nuestras relaciones, etc. Y eso está bien, debemos obrar de acuerdo a la voluntad de Dios para nuestra vida, a fin de ser parte del plan general de Dios, pero ¿qué se necesitó para que hoy podamos dedicar nuestros dones y talentos a fin de cumplir ese propósito? ¿Desde cuándo —si podamos usar ese término respecto a un ser eterno— Dios nos tuvo en cuenta para lograr en nosotros su plan?
La Biblia nos enseña que Dios ya nos tuvo en cuenta desde antes de la fundación del mundo. Es más, dice: «En él [en Cristo] Dios nos escogió desde antes de la fundación del mundo, para que en su presencia seamos santos e intachables» (Efesios 1.4). Asimismo, él se aseguró de disponer todas las cosas para nuestro bien y de acuerdo a su plan: «Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, es decir, de los que él ha llamado de acuerdo a su propósito» (Romanos 8.28), y en esa frase estamos todos aquellos que hemos sido salvados por la gracia de Dios. Eso implicó no solo cuidarnos a lo largo de nuestra vida, sino también cuidar a cada uno de nuestros antepasados a fin de que naciéramos y formemos parte del plan de Dios. Él cuidó de que todos nuestros ancestros vivieran de acuerdo a su plan, a fin de que hoy nosotros podamos vivir «para que en su presencia seamos santos e intachables». Él cuidó de que todos nuestros antepasados, incluso los incrédulos, formaran parte de su plan para nuestra vida hoy.
Para poner esto en perspectiva, recordemos de dónde venimos; es decir, qué se necesitó para que naciéramos. Retrocedamos solo unos pocos años para reflexionar en esto.
Para nacer, necesitamos:
- 2 padres
- 4 abuelos
- 8 bisabuelos
- 16 tatarabuelos
- 32 tras tatarabuelos
- 64 pentabuelos
- 128 hexabuelos
- 256 heptabuelos
- 512 octabuelos
- 1024 eneabuelos
- 2048 decabuelos
Solo en las últimas 11 generaciones, fueron necesarios 4094 ancestros, ¡todo esto en aproximadamente 300 años antes de que naciéramos!
La mayoría de nosotros no conocemos las historias —muy probablemente ni los nombres—de nuestros antepasados de solo las últimas 11 generaciones; ni qué hablar de todas las anteriores desde la misma creación del mundo.
Sin embargo, Dios sí las conoce, él sabe quiénes fueron, y no solo eso, sino que se preocupó de que vivieran lo suficiente para que finalmente lleguemos nosotros. No somos el producto de la casualidad, sino del plan perfecto de Dios.
Para que una persona esté aquí hoy, se requiere la existencia de sus padres, abuelos y toda su línea de ancestros. Cada uno de ellos desempeñó un papel crucial al unirse y transmitir la vida a las generaciones futuras. Cada generación tuvo que enfrentar diferentes circunstancias históricas, sociales y culturales. Las decisiones y acciones de los antepasados, así como los eventos que ocurrieron en el pasado, sin duda han influido en nuestra existencia. Desde decisiones personales como el matrimonio y la elección de tener hijos o no, hasta eventos históricos que afectaron a comunidades enteras —como guerras, hambrunas, terremotos, etc.—, todos estos factores sin duda fueron observados y dirigidos por Dios para que hoy podamos existir y servirle adecuadamente.
Sin duda, el lugar y la cultura en los que nacieron y crecieron nuestros antepasados y el lugar y cultura de nosotros mismos fueron determinantes para que podamos actuar según la voluntad y propósito de Dios. Las influencias culturales, tradiciones religiosas y oportunidades educativas pueden moldear la visión del mundo y sus capacidades para cumplir con el propósito de Dios.
Asimismo, en la vida de las personas, a menudo hay encuentros y relaciones significativas que influyen en su camino y en su capacidad para actuar según la voluntad de Dios. Esto puede incluir amistades, mentores, cónyuges y otros individuos que desempeñan un papel importante en su desarrollo espiritual y en la búsqueda de su propósito divino.
Es decir, Dios estuvo presente y tuvo un plan para cada etapa de nuestra historia pasada, desde antes que el mundo existiera a fin de que hoy podamos amarlo y servirlo. Dios cuidó de nuestra historia desde antes de la fundación del mundo, en cada detalle, a fin de que hoy vivamos y formemos parte de su plan. ¡Qué tremenda responsabilidad!, ¿no es cierto?
Solo existimos gracias al plan de Dios para nuestra vida. Recordémoslo siempre. El hecho de nuestra existencia no fue el producto de una serie de «casualidades», sino, por el contrario, fue el producto del plan concebido por Dios antes de la fundación del mundo. Fue el producto del cuidado de Dios de cada uno de nuestros antepasados; de la guía de Dios en cada decisión y circunstancia tomada a lo largo de la historia de la humanidad a fin de que hoy existamos tal y como somos, con las capacidades y dones otorgados por Dios a fin de servirle para su gloria y honra. Pensar en eso nos sobrepasa de tal manera que es literalmente inimaginable comprender qué significó en la práctica todo es. Solo Dios puede llevar a cabo tamaña tarea, ¡y para que podamos cumplir nuestro lugar en el plan de Dios!
«Tú, Señor, cumplirás en mí tus planes; tu misericordia permanece para siempre» (Salmos 138.8)
«El corazón del hombre pondera su camino, pero el Señor le corrige el rumbo» (Proverbios 19.9).
«Son muchas las ideas del corazón humano; solo el consejo del Señor permanece» (Proverbios 19.21).
«Solo yo sé los planes que tengo para ustedes. Son planes para su bien, y no para su mal, para que tengan un futuro lleno de esperanza» (Jeremías 29.11).
«Nosotros somos hechura suya; hemos sido creados en Cristo Jesús para realizar buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que vivamos de acuerdo a ellas» (Efesios 2.10).
«Estoy persuadido de que el que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo» (Filipenses 1.6).
Estos versículos nos recuerdan que Dios tiene un plan y un propósito para cada uno de nosotros. Él nos ama y desea que vivamos de acuerdo con su voluntad, confiando en que él dirige nuestros pasos y cumple su obra en nuestras vidas.
Reflexionar respecto al cuidado de Dios, no solo de nosotros sino también de todos nuestros antepasados, nos revela hasta qué punto Dios cuidó de nosotros para cumplir su plan eterno. Somos parte de algo eterno, algo enorme, pongamos todo de nosotros para que Dios cumpla ese plan a través de nosotros.
«Y aquel que es poderoso para cuidar que no caigan, y presentarlos intachables delante de su gloria con gran alegría, al único Dios, nuestro Salvador por medio de Jesucristo, sean dadas la gloria y la majestad, y el dominio y el poder, desde antes de todos los siglos y siempre. Amén» (Judas 24-25).