Introducción
El estudio del lenguaje humano, conocido como lingüística, ha sido desde hace mucho parte integrante de la capacitación de los traductores, especialmente de quienes se dedican a la traducción de la Biblia. En el pasado, muchas veces los traductores no eran hablantes nativos de la lengua receptora, sino más bien misioneros extranjeros. Por eso se veían obligados a pasar muchos años viviendo en la comunidad y estudiando la lengua receptora antes de poder iniciar siquiera la traducción. Generalmente se les daba preparación en lingüística descriptiva con el fin de facilitarles el aprendizaje de la lengua.
Por L. Ronald Ross1
Hoy en día, es cada vez más común que la traducción de la Biblia la hagan personas cuya lengua materna es la lengua receptora, y en tales casos se hace innecesario invertir años en aprender la lengua y realizar una detallada descripción gramatical de ella. Por ello, algunos se han preguntado si ahora no se podría prescindir del estudio de la lingüística. Quizá haya perdido importancia el tipo de preparación lingüística tradicional, que capacitaba al lingüista/traductor para recoger un copioso léxico de la lengua fuente así como los datos necesarios para llevar a cabo una descripción precisa de su fonología, morfología y sintaxis. No obstante, en lo que sigue, se pretende demostrar que la lingüística aún tiene mucho que ofrecerle al traductor, sea o no hablante nativo de la lengua receptora, y que algunas de las subdisciplinas del campo no se han aprovechado como se debería.
Diferentes lingüistas conciben el lenguaje de manera diferente, y la manera en que lo hagan es determinada fundamentalmente por sus supuestos en torno a preguntas como qué es el lenguaje, qué clase de datos lingüísticos se deben recoger y cuáles son las facetas más interesantes del lenguaje. Las respuestas que se den a estas preguntas determinan, a su vez, la naturaleza de sus investigaciones, la clase de preguntas que se plantean y, finalmente, las conclusiones a las que llegan.
La ciencia lingüística se divide en numerosas ramas, algunas de las cuales se tratarán en este capítulo. Algunas tienen que ver con los diversos niveles o componentes de la estructura lingüística tales como la fonología (el estudio de cómo se emplean los sonidos de una lengua para distinguir significados), la morfología (el estudio de la formación de las palabras), la sintaxis (el estudio de cómo se combinan las palabras para formar oraciones), y la semántica (el estudio del significado, ya sea a nivel de palabras o a nivel de proposiciones). Cabría observar que el hecho de tener el lenguaje diferentes componentes en modo alguno implica que éstos sean autónomos e independientes unos de otros.
Otras ramas de la lingüística enfocan el lenguaje desde ópticas distintas. La tipología lingüística clasifica las lenguas de acuerdo con aspectos estructurales que tengan en común. Los sociolingüistas se interesan en cómo se utiliza el lenguaje en la sociedad, cómo se reflejan en el habla las diferencias sociales y cuáles son las causas sociales del cambio lingüístico. Los psicolingüistas analizan, entre otras cosas, la forma en que las personas procesan la información que se les comunica lingüísticamente, las estrategias que emplean para adquirir una primera o segunda lengua y los efectos sobre la comunicación causados por la afasia. La pragmática resulta algo más difícil de definir.2 Como definición parcial podría decirse que estudia la forma en que los hablantes utilizamos el lenguaje para producir enunciados y la influencia que sobre el significado y estructura de estos ejerce el contexto global del evento comunicativo. El análisis del discurso difiere tanto de la lingüística formal como de la gramática tradicional en que su objeto de estudio no se limita a la oración gramatical, sino que incluye (o puede incluir) textos muchísimo más extensos. Existen otras muchas subespecialidades de la lingüística.
Una cuestión que actualmente divide el campo de la lingüística y que refleja discrepancias fundamentales en el modo de conceptuar el lenguaje es la del universalismo lingüístico frente a la relatividad lingüística. Los universalistas parten del supuesto de que la gran mayoría de las estructuras del lenguaje se heredan como elemento integrante del genoma humano, y que, por ello, todas las lenguas humanas guardan entre sí una enorme similitud. Según un enfoque actual,3 existe un conjunto de principios universales que explican la supuesta similitud entre las lenguas. Lo único que tiene que hacer un niño es adquirir ciertos parámetros peculiares de la lengua que le ha tocado aprender. La adquisición de dichos parámetros se ha comparado a mover palanquitas hacía arriba o hacia abajo, de acuerdo con las exigencias del idioma. Lo anterior pareciera implicar que todo lo que se pueda decir en una lengua se puede decir también en cualquier otra.
Los relativistas tienen un concepto muy diferente del lenguaje humano. En primer lugar, sostienen que una porción mucho menor del lenguaje humano se transmite genéticamente de una generación a otra y que las lenguas individuales difieren entre sí muchísimo más de lo que reconocen los universalistas. Asimismo afirman que las diferencias léxicas y gramaticales reflejan hasta cierto punto la manera en que los hablantes de una lengua dada conceptúan y clasifican el mundo en que viven. Ha habido varias versiones de esta teoría. De acuerdo con las más radicales, la lengua que habla un pueblo determina en cierta medida la forma en que este percibe su realidad. Así pues, la lengua vendría siendo una especie de rejilla a través de la cual los hablantes miran su mundo. Esta rejilla les permitiría ver algunos aspectos de ese mundo al mismo tiempo que les ocultaría otros. Hoy por hoy, la mayoría de los lingüistas no aceptarían el determinismo que privó durante la primera mitad del siglo xx, pero muchos sí afirmarían que una lengua cuando menos influye sobre la visión del mundo que tienen sus hablantes.4
Este capítulo trata de lo que el campo de la lingüística tiene que ofrecer a una teoría de la traducción. Nos proponemos demostrar que la lingüística puede ayudar a identificar aquellas áreas donde hay mayor probabilidad de que el traductor se tope con problemas y en algunos casos incluso sugerir estrategias para solucionarlos. Sin embargo, la postura que asumamos respecto del debate entre universalistas y relativistas no puede menos que afectar nuestras expectativas. Por ejemplo, si optamos por seguir a los universalistas y damos por sentado que todas las lenguas son esencialmente iguales a nivel subyacente, no habrá mucho que decir con respecto a la traducción.5 Esta postura nos haría suponer que la traducción es una empresa mucho más sencilla de lo que en realidad es. En cambio, si adoptamos la postura de que las lenguas pueden diferir radicalmente entre sí para reflejar culturas y visones del mundo radicalmente divergentes, estaremos mejor ubicados para descubrir una amplia gama de dificultades traductológicas. Desde aquí, presupondremos la validez de una versión moderada de la relatividad lingüística.
También es claro, tal y como se insinúa en el párrafo anterior, que la postura que asumamos en el debate en cuestión repercutirá directamente en muchas de nuestras presuposiciones relativas a la traducción en sí, como por ejemplo el grado de fidelidad que se puede esperar razonablemente de una traducción y si es realista hablar alguna vez en función de la «equivalencia». Actualmente muchos teóricos prefieren hablar más bien en función de diferentes tipos y grados de similitud.6
Relatividad lingüística
Las personas que pertenecen a culturas distintas tienen por lo mismo distintas visiones del universo, diferentes formas de relacionarse con el prójimo, diferentes sistemas para clasificar las entidades que conforman el mundo que los rodea. Generalmente, cada pueblo tiende a suponer que su propio sistema de categorizar las cosas es el único que tiene sentido. Si nos asomamos a una cultura distinta de la nuestra, puede que su sistema de categorización nos parezca caótico y carente de lógica. Sin embargo, si tenemos la oportunidad de llegar a conocer esa cultura, es frecuente que la lógica inmanente en su sistema se nos manifieste.
Pongamos por ejemplo el caso de un joven estadounidense llamado Peter que estudia español. En su lengua materna, Peter tiene el término brother-in-law, que se refiere al esposo de su hermana, al hermano de su esposa y al esposo de la hermana de su esposa. Es probable que nunca se haya detenido a pensar en cómo se diferencian estas tres relaciones. Todos son simplemente sus brothers-in-law. Pero su estudio del español lo hará descubrir una diferencia que no había notado anteriormente, porque en español no pertenecen a una misma categoría. Las primeras dos personas serían sus cuñados y la tercera sería su concuñado o concuño, según el dialecto. ¿Por qué, se preguntará Peter, los hispanohablantes hacen esta distinción? Parece ser cuestión de grado de parentesco. La diferencia se puede apreciar por el número de sustantivos que se necesitan para describirlo.
[1] a. esposo de la hermana (2)
b. hermano de la esposa (2)
c. esposo de la hermana de la esposa (3)
El término inglés es más amplio; incluye a., b. y c. Los términos españoles son menos inclusivos y, por tanto, más precisos. Puede ser que alguna lengua tenga términos distintos para las tres relaciones, logrando de esa manera un grado máximo de especificidad. Este ejemplo demuestra cómo tres culturas distintas podrían percibir y por ello categorizar de manera diferente una misma realidad. Si uno tuviera que traducir al castellano la oración: Peterʼs brother-in-law brought roses («el cuñado / concuñado de Peter trajo rosas»), no habría forma de saber a ciencia cierta si la traducción correcta es cuñado o concuñado y sin embargo habría que escoger uno de los dos. El traductor, por tanto, se vería obligado a sobretraducir. Es decir, la traducción necesariamente traería más información que el texto original por el hecho de haberse empleado un término más específico. Y a la inversa, si hubiera que traducir la misma oración, pero del español al inglés, habría que subtraducir, porque brother-in-law es menos específico y aporta, por tanto, menos información.
Encontramos un ejemplo mucho más problemático en la forma en que diferentes pueblos tratan el espacio. Tal parece que todos los idiomas poseen una orientación espacial absoluta, es decir basada en las direcciones cardinales. Esto no implica que todas las lenguas tengan términos que correspondan a norte, sur, este y oeste. En muchas lenguas el Este es «de donde sale el sol» y el Oeste es «donde el sol se pone». Norte y Sur suelen estar arraigados en la geografía local («río arriba», «río abajo», «hacia las montañas», «hacia el mar», etc.). Esta orientación espacial se denomina «absoluta» porque es fija.
El hecho de estar arraigadas las direcciones cardinales en la geografía regional origina dificultades muy espinosas para la traducción. El pueblo garífuna vive principalmente en la costa caribeña de Honduras. En la lengua garífuna, en vez de «norte» se dice «hacia el mar» y el equivalente de «sur» es «hacia las montañas». Esto funciona muy bien cuando se está hablando de la vida cotidiana en una aldea garífuna, pero cuando se pretende narrar lo que sucedía hace 2000 años en Israel surgen problemas difíciles de resolver. En Israel, «hacia el mar» sería el equivalente de «oeste» y «hacia las montañas» sería el «norte».
Muchos idiomas, pero de ninguna manera todos, tienen también una orientación espacial relativa. Entre los que la tienen se incluyen el castellano y otras lenguas europeas. La orientación espacial relativa generalmente se expresa en relación con el cuerpo del que habla y en español se emplean términos como derecha, izquierda, delante, detrás, etc. No es necesario que estas direcciones estén relacionadas con el cuerpo del hablante. Este puede proyectarlas hacia otras personas u objetos. Cuando hablamos cara a cara con otro, nuestra izquierda es la derecha de él. Pero el norte es igual para los dos.
En aquellas lenguas que carecen de una orientación espacial relativa, todas las direcciones se expresan como cardinales. Esto implica que los hablantes de tales lenguas deben poseer una orientación perfecta, y se ha demostrado empíricamente que así es.7 En una investigación reciente se trató en vano de desorientar a numerosos miembros de una de tales culturas, mientras que resultó sumamente fácil desorientar a un grupo similar de personas pertenecientes a culturas europeas tradicionales. Uno se pregunta cómo haría una madre para enseñar a su hijo a poner la mesa correctamente sin poder decir, por ejemplo: Ponga el cuchillo y la cuchara a la derecha del plato y el tenedor a la izquierda.
Obviamente tales diferencias lingüísticas tienen implicaciones muy serias para la traducción, si, por ejemplo, se está traduciendo de una lengua fuente que tiene ambos tipos de orientación espacial a una que tiene solo la absoluta. Esto es justamente lo que ocurre cuando se traduce la Biblia a lenguas como el tzeltal, lengua maya hablada en el sur de México. En el texto bíblico hay numerosos pasajes en los que se ubica un lugar de acuerdo con la orientación espacial relativa. Uno de los más complejos es sin duda la descripción de la visión de Ezequiel en Ezequiel 1.10.
Las caras de los cuatro seres tenían este aspecto: por delante, su cara era la de un hombre; a la derecha, la de un león; a la izquierda, la de un toro; y por detrás, la de un águila.
El idioma tzeltal no posee términos equivalentes a delante, derecha, izquierda y detrás, de modo que se le plantea al traductor el dilema de cómo ubicar las cuatro caras distintas de los seres vivientes. Puesto que el tzeltal solo tiene la orientación espacial absoluta, podría sentirse tentado a buscar ahí la solución a su problema. Se podría poner por ejemplo: hacia el norte su cara era la de un hombre; hacia el este, la de un león; hacia el oeste, la de un toro; y hacia el sur la de un águila. El problema es que no se le da esa información en el texto fuente, por lo que se vería forzado a improvisar, es decir, a tomar decisiones arbitrarias en cuanto a las direcciones. Cabría preguntar, incluso, si tiene sentido hablar de direcciones cardinales tratándose de un sueño. En casos como este, la mejor opción del traductor probablemente sea subtraducir, esto es omitir de la traducción toda mención de las direcciones.
Las caras de los cuatros seres tenían este aspecto: tenían una cara de hombre, una cara de león, una cara de toro y una cara de águila.
Es claro que esta traducción no reproduce perfectamente el texto fuente. Pero ninguna traducción reproduce perfectamente un texto fuente. El buen traductor procura que lo que comunica la traducción sea lo más similar posible a lo que comunica el texto fuente,8 dada la disimilitud cultural entre ambos textos y las diferencias estructurales y de recursos de los dos idiomas.
La semántica transcultural
Muchas personas suponen que las lenguas constan esencialmente de un inventario léxico y que entre los vocablos de dos lenguas cualesquiera hay un alto grado de correspondencia semántica. Es decir, las palabras de una lengua significan básicamente lo mismo que las de otra lengua cualquiera. Se cuenta que una mujer recién pensionada quería dedicar su tiempo libre a ayudar en la traducción de la Biblia. Se puso en contacto con un misionero que estaba traduciendo el NT en algún lugar remoto y le pidió que le enviara un diccionario bilingüe. Le aseguró que cuando le llegara el diccionario se pondría a trabajar de inmediato. Es una verdad de Perogrullo que los idiomas casi nunca tienen sinónimos que signifiquen exactamente lo mismo. Muchos lingüistas piensan que de la misma manera, diferentes lenguas tampoco tienen palabras que signifiquen lo mismo. Abstracción hecha de tecnicismos como computadora, penicilina y marcapasos,9 es poco frecuente que dos palabras pertenecientes a dos lenguas distintas cubran el mismo territorio semántico.
Cuanto más distantes sean dos culturas, tanto más disímiles serán sus respectivos esquemas conceptuales y tanto más dispares sus estructuras semánticas. Anna Wierzbicka es, quizá, la lingüista que más se ha dedicado al estudio de las diferencias semánticas entre culturas distintas. Ella afirma que el léxico de un idioma es fiel reflejo de la cultura de quienes lo hablan y que por ello es también una rica fuente de información sobre ese pueblo. A diferencia de Chomsky,10 quien sostiene que la estructura semántica es parte del bagaje genético de cada persona y por eso difiere muy poco de una persona a otra, cualesquiera que sean las lenguas que hablen, Wierzbicka asevera que las diferencias léxicas entre lenguas y culturas distintas son más bien colosales.11 Parte de que no pasan de 60 los primitivos semánticos (conceptos sumamente sencillos y supuestamente comunes a toda la humanidad), que los hablantes de diferentes lenguas combinan de maneras distintas para formar los conceptos más complejos que posibilitan la comunicación normal.12 Son estos conceptos complejos los que son peculiares de cada lengua y explican la colosal disparidad semántica que, según Wierzbicka, se observa entre las lenguas. Cuanto más sencillo sea un concepto, tanto mayor la probabilidad de que sea universal. Y, a la inversa, mientras más complejo sea un concepto, mayor será la probabilidad de que sea peculiar de una lengua.
Wierzbicka cree que aunque las palabras de lenguas distintas tienen significados diferentes y no son, por consiguiente, directamente traducibles, cualquier significado que se puede expresar en una lengua se puede explicar en cualquier otra por medio de lo que ella denomina el Metalenguaje Semántico Natural (MSN). En este metalenguaje, que han desarrollado Wierzbicka y sus colegas, se procura emplear exclusivamente aquellas palabras que constituyen el conjunto de primitivos semánticos (véase nota 3). Dicho de otra manera, aunque generalmente las palabras de una lengua no pueden traducirse por palabras de otra lengua que signifiquen exactamente lo mismo, sí pueden parafrasearse en otra lengua por medio del MSN. A continuación aparece un ejemplo de MSN aplicado a la palabra inglesa apathy («apatía»)13
apathy:
uno no puede pensar:
si digo: >No quiero esto=, sucederá
si digo: >No quiero esto=, no sucederá
Yo no quiero nada por eso,
X no quiere hacer cosas
X no siente mucho
X no hace mucho
(Yo pienso que esto es malo.)
No cabe duda de que Wierzbicka ha contribuido mucho a nuestra comprensión de las sutiles diferencias semánticas que se dan entre las palabras, y el autor ha podido aprovechar el MSN para ayudar a los miembros de equipos de traducción a entender el significado de términos complejos de la lengua fuente e incluso ha tratado de que ellos también lo utilicen para explicar el sentido exacto de algunas de las palabras de su lengua. No obstante, el MSN y su lista de primitivos semánticos no dejan de ser controversiales. Las palabras que Wierzbicka explica por medio de su MSN tienden a ser cualidades humanas, actitudes, conceptos morales, emociones y otras abstracciones. Cabría preguntar cómo podrían configurarse sus 60 primitivos semánticos para formar conceptos como persianas, archivador y apio. Incluso queda por verse si todos los conceptos de la lista son verdaderamente universales.
Uno de los términos que propone como primitivo semántico es persona. Todas las comunidades humanas, por su condición de tal, se componen de personas, de modo que las personas deben constituir una experiencia universal por parte de otras personas. Pero ni siquiera un ejemplo tan verosímil como este está exento de dificultades. Thomas Payne (comunicación personal) ha apuntado que la lengua panare carece de un término para persona en general. Por ejemplo eˊñapa significa persona solo en contraposición a los animales salvajes. En todos los demás contextos designa exclusivamente una persona panare. Tato designa una persona de origen europeo y cuando quieren referirse a un miembro de otro grupo indígena vecino, emplean el nombre específico de esa tribu. De modo que no existe ningún término en panare que pueda referirse por igual a todos los seres humanos del planeta, y esto pareciera implicar que el concepto general de persona no es universal ni es tan simple como Wierzbicka lo considera y necesita que sea para poderlo incluir entre sus primitivos.
Pero cualesquiera que sean los problemas con su lista de primitivos semánticos, Wierzbicka sin duda alguna nos ha hecho conscientes de la descomunal disimilitud de las estructuras semánticas de lenguas diferentes, disimilitud que supone un enorme problema para la traducción. Ni siquiera un concepto tan aparentemente universal como amigo resulta significar lo mismo en diferentes lenguas y culturas. Sin embargo, los traductores suelen traducirlo como si todos lo entendiésemos igual. Y en la medida en que los lectores del texto fuente y del texto receptor no coincidan, la traducción deja de ser fiel.
Tipología
Todos los idiomas se parecen de muchas maneras. Por ejemplo, no se ha encontrado ninguna lengua que no tenga vocales y consonantes. Todas combinan vocales y consonantes para formar cadenas más largas, como las palabras, si bien el concepto palabra es muy difícil de definir. Sucede que todas las lenguas diferencian por lo menos tres personas y dos o más tiempos verbales, y todas parecen tener construcciones similares a la oración tradicional.14 Parece que todas tienen pronombres (o afijos que hacen las veces de pronombres) y son capaces de diferenciar los distintos participantes en un evento (por ejemplo, distinguen sujetos de complementos directos), y todas pueden afirmar y negar proposiciones. La lista podría extenderse mucho más.15 Pero asimismo las lenguas se diferencian de múltiples maneras y cualquiera de ellas puede constituir un parámetro para la comparación. La tipología agrupa las lenguas de acuerdo como similitudes estructurales. Se pueden tipologizar de acuerdo con la forma en que expresan posesión, si marcan o no casos gramaticales, cómo distinguen sus respectivas gramáticas roles semánticos como Agente y Paciente, y si tienen o no género gramatical. Se observará que es muy importante que los traductores tengan muy presentes las diferencias tipológicas entre la lengua fuente y la lengua receptora.
Orden de los constituyentes
Hoy en día, los tipólogos se interesan en todos los aspectos del lenguaje, pero originalmente se interesaban primordialmente en el orden básico en que aparecían los constituyentes principales de la oración, es decir, el (S)ujeto, y (V)erbo y el (O)bjeto directo. Por orden básico se entiende el orden en el que aparecen estos constituyentes en una oración desprovista de contexto y estilísticamente neutra como la del ejemplo [2].
[2] El perro persiguió al gato.
S V O
De esta oración tan sencilla se desprende que el orden básico de los constituyentes en español es SVO (y no VSO o SOV, etc.). Esto no significa que este orden sea el único que existe en español. Cuando una oración se produce como un enunciado16 inserto en un contexto mayor, puede haber cualquier cantidad de razones para que un hablante decida alterar este orden, pero al hacerlo añade matices pragmáticos que están ausentes del orden básico. En la jerga lingüística, el orden básico de los constituyentes se conoce como el orden no marcado. Cuando el hablante decide modificar el orden básico con el fin de lograr algún efecto especial, se dice que está usando un orden marcado. En español se caracteriza por tener bastante flexibilidad sintáctica. Por ejemplo, sucede que con extraordinaria frecuencia el sujeto va después del verbo. Veamos dos ejemplos sumamente sencillos:
[3] a. Juan comió.
b. Comió Juan.
Semánticamente estas dos oraciones son equivalentes, pero no lo son desde la perspectiva de la pragmática. Y esto se puede ver por el hecho de que responden a preguntas diferentes.
[4] a. ¿Qué hizo Juan?
b. Juan comió.
c. Comió.
[5] a. ¿Quién comió?
b. Comió Juan.
c. Juan.
Las dos oraciones en [3] responden preguntas distintas. El ejemplo [3a] comunica qué hizo Juan, mientras que el [3b] comunica quién comió. En ambos casos la respuesta se puede reducir a una sola palabra, la que lleva la carga informativa. Pero [4c] y [5c] demuestran que no es la misma palabra en los dos casos. Así pues, aunque [3a] es el orden no marcado (porque el sujeto va delante del verbo), es frecuente que el hablante se vea movido por las exigencias del contexto a sustituir el orden no marcado por otro marcado. En estos ejemplos vemos, pues, que el hablante se decide por una u otra posibilidad de acuerdo las necesidades pragmáticas del mensaje.
Hemos dicho que el orden no marcado de los constituyentes en español es SVO. Esto no constituiría un dato muy interesante si no fuera porque algunas otras lenguas tienen órdenes no marcados diferentes. De hecho, hay cinco posibilidades más, aunque solo dos son comunes: VSO y SOV. Recientemente, algunos lingüistas han sugerido que lo que realmente importa en estas configuraciones es el orden del objeto con respecto al verbo y que el orden del sujeto con respecto a los otros dos no tiene mayor trascendencia. Por consiguiente, de ahora en adelante nos referiremos exclusivamente a lenguas con el orden básico VO u OV.
Pero, ¿qué tiene que ver el orden básico de los constituyentes con la traducción? Es evidente que si diferentes lenguas tienen órdenes no marcados diferentes, también deben diferir en cuanto a sus órdenes marcados. El orden no marcado de una lengua perfectamente podría ser el orden marcado en otra. Además, diferentes clases de órdenes marcados tienen funciones distintas. De todo lo anterior se colige que el traductor debe tener presente en todo momento cuál es el orden marcado tanto de la lengua fuente como de la lengua receptora para traducir estructuras no marcadas en la lengua fuente por otras no marcadas en la lengua receptora y estructuras marcadas en la lengua fuente por estructuras marcadas de función similar en la lengua receptora. En la traducción siempre hay una fuerte tendencia, sin que el traductor se lo proponga, a reproducir las estructuras de la lengua fuente en el texto de la lengua receptora.
Cuando se traduce la Biblia a una lengua indígena, los traductores indígenas, al no tener acceso a las lenguas bíblicas, realizan la traducción a partir de otra versión existente. En tales casos es frecuente que la lengua fuente sea alguna lengua internacional (por ej.: el inglés, el francés o el español) que tiene más prestigio y es más conocido que el idioma del traductor, que ha sido menospreciado durante siglos por la cultura dominante.17 El traductor tiene que luchar continuamente para minimizar la interferencia de la lengua fuente en el texto de la lengua receptora, pero la probabilidad de que haya interferencia de la lengua fuente aumenta si el traductor cree, aunque sea inconscientemente, que la lengua fuente es de alguna manera superior a la de él.
Pongamos por ejemplo el caso de un traductor indígena ficticio que está traduciendo la Biblia, por decir algo, al quichua (Ecuador) a partir del español. El quichua es una lengua tipo OV, es decir, el verbo va al final. [6a] es un buen ejemplo de una oración no marcada en quichua. El español, ya se ha dicho, es una lengua del tipo VO. [6b] es un buen ejemplo de una oración no marcada en español:
[6] a. Paicunapaj maistruta rijsini
O V
de ellos el maestro conozco
Conozco al maestro de ellos
b. Conozco a su maestro.
V O
Pese a que el quichua normalmente coloca el verbo en posición final, hay circunstancias en las que también permite el orden VO en estructuras marcadas. Pero debido a que el mismo orden VO se da en ambos idiomas, nuestro traductor ficticio, si no se mantiene alerta, bien podría caer en la trampa de reproducir la estructura no marcada del español como una estructura marcada en la traducción quichua. Muchos traductores tienden a traducir una oración a la vez, y puesto que se admite en quichua el orden VO en ciertas circunstancias (como estructura marcada), una por una las oraciones quizá no le parezcan del todo mal. Pero, en conjunto, el resultado sería una traducción sumamente extraña, carente de coherencia, en la que muchas oraciones parecerían comunicar matices especiales inapropiados al contexto. Sin embargo, si los traductores están plenamente enterados de las diferencias tipológicas entre ambas lenguas, tales problemas fácilmente pueden eludirse.
El estar enterados de la tipología del orden de los constituyentes importa no solo porque les permite a los traductores evitar la tentación de copiar las estructuras de la lengua fuente en la lengua receptora. Greenberg descubrió que hay universales implicacionales,18 los cuales no son literalmente universales. Más bien, indican que si una lengua tiene una estructura característica X, entonces también tiene otra característica estructural Y. Por eso, el saber el orden básico de los constituyentes de una lengua nos permite suponer también varias otras características. Por ejemplo, si una lengua tiene VO como su orden de constituyentes no marcado, se puede estar bastante seguro de que el orden más natural del sustantivo y su modificador (por ej.: los adjetivos) será sustantivo + adjetivo. Y de hecho así sucede en español. Tiene el orden VO y el adjetivo normalmente le sigue al sustantivo.
[7] Pepito es un niño mimado
Sust Adj
Este es el orden más natural (esto es, no marcado), pero no es el único posible. Hay circunstancias en las que el español admite que el adjetivo anteceda al sustantivo.
[8] a. Las ovejas blancas
b. Las blancas ovejas
Pero aunque el sustantivo y el adjetivo se pueden ordenar de cualquiera de las dos formas, sería un error suponer que ambas estructuras sean intercambiables. El ejemplo [8a] sería más normal si al hablante le interesara distinguir las ovejas que son blancas de otras que no lo son: Cuida tú de las ovejas blancas y yo cuidaré de las negras. El ejemplo [8b], sería más esperable si solo se quisiera mencionar de paso el color de un rebaño sin que el color fuese la base de una distinción entre dos clases de ovejas.
El inglés puede hacer esta misma distinción, pero no lo hace cambiando de posición el sustantivo y su modificador, sino por medio de la entonación.
[9] a. The white sheep (forma no marcada)
las blancas ovejas
b. The WHITE sheep (forma marcada)
las ovejas blancas
Puesto que en tales casos el inglés y el castellano emplean medios diferentes para expresar un mismo contraste lingüístico (en español, el orden de las palabras y en inglés, la entonación), el traductor tendría que estar muy enterado de esta diferencia de estrategias para no utilizar la de la lengua fuente como si fuese de la lengua receptora.
*****Busque la segunda parte de este artículo aquí: «El traductor como lingüista — Parte 2»
________________
Notas y referencias
1Me baso ampliamente, en especial en las secciones 5 y 6, en Ronald Ross, «Advances in Linguistic Theory and their Relevance to a Modern Theory of Translaton» en Bible Translation: Frames of Reference (Manchester: St, Jerome Press, 2002).
2 Stephen Levinson, Pragmatics (Cambridge: Cambridge University Press, 1983) dedica 30 páginas a la definición de pragmática.
3Conocido con el nombre de Principios y parámetros.
4Muchos también opinan que se trata de una influencia bidireccional y que la cultura también influye en el lenguaje.
5 Chomsky mismo (1988:190) ha dicho que es poco probable que la lingüística tenga mucho que decirle a las personas dedicadas a asuntos prácticos como la traducción. Supuestamente se refería a la lingüística generativa, de la cual es el principal exponente.
6 Véase, por ejemplo, Andrew Chesterman, Contrastive Functional Analysis (Ámsterdam: John Benjamín, 1998).
7 Véase Eric Pedersen et al., ASemantic Typology and Spatial Conceptualization,@ Language 74 (3, 1998).
8Los traductores por lo general se refieren al texto que traducen como el «texto fuente».
9Es casi seguro que la mayoría de las más de 6000 lenguas del mundo no tengan esas palabras, ya que son parte de una subcultura tecnológica para muchos no conocida ni tampoco disponible.
10Noam Chomsky, «Language in a psychological setting», Sophia Linguistica (Tokio) 22 (1987), 1-73.
11Anna Wierzbicka, Semantics, Culture and Cognition: Universal Human Concepts in Culture-Specific Configurations (Oxford: Oxford University Press, 1992), 19.
12Entre los conceptos básicos que Wierzbicka considera como buenos candidatos a primitivos semánticos figuran: Yo, tú, alguien, gente/persona, algo/cosa, pensar, saber, desear, sentir, decir, oír, palabra, hacer, suceder, moverse, hay, vivir, morir, este, lo mismo, otro, uno, dos, alguno, mucho(s), bueno, malo, grande, pequeño, cuando/tiempo, ahora, antes, después, largo tiempo, corto tiempo, algún tiempo, donde/lugar, aquí, arriba, debajo, lejos, cerca, costado, dentro, porque, si, poder, muy, más, clase de, parte de, similar.
13Wierzbicka, Semantics, Culture and Cognition, 188.
14Sin embargo, muchas lenguas, las llamadas lenguas aglutinantes, pueden expresar por medio de una sola palabra lo que en otras requeriría de una oración completa.
15Los aspectos del lenguaje que son literalmente comunes a todas las lenguas se denomina universales absolutos.
16Los enunciados (por lo general) son oraciones que se usan como actos de comunicación verdaderos en contextos verdaderos, en contraste, por ejemplo, con oraciones que se inventan y se escriben en el pizarrón como ejemplos en una clase de lingüística.
17Tan arraigada está la noción de que los idiomas indígenas son inferiores que muchas personas incluso les niegan la categoría de idiomas, llamándolos «dialectos».
18Joseph Greenberg, «Some Universals of Grammar with Particular Reference to the Order of Meaningful Elements», en Universals of Language (2a. ed; ed. J. Greenberg; Cambridge: MIT Press), 73-113.