En la intimidad con Dios 

En la intimidad con Dios 

Introducción 

Moisés fue uno de los hombres más importantes en la historia del pueblo de Israel. Fue un libertador, un conquistador y un líder. Su historia dio los elementos necesarios para escribir libros, hacer películas, pintar un sinfín de cuadros y hasta para hacer una de las esculturas más hermosas de la historia de la humanidad (el «Moisés», de Miguel Ángel). 

Sin embargo, la característica más importante en su vida fue su relación íntima con Dios. De Moisés se dice que veía a Dios cara a cara, como habla cualquiera a su compañero (Éx 33.11). Y es esa relación íntima con Dios la que nos dejó uno de los eventos más particulares del AT. 

Después descendió Moisés del monte Sinaí con las dos tablas del Testimonio en sus manos. Al descender del monte, la piel de su rostro resplandecía por haber estado hablando con Dios, pero Moisés no lo sabía (Éx 34.29)

El estar en la presencia de Dios había transformado el rostro de Moisés y él ni siquiera lo había notado. Estar en la presencia de Dios era algo normal en su vida. 

¡El que tenga oídos para oír, oiga! 

Ocho veces en los evangelios y ocho veces en Apocalipsis, Jesús utilizó esta frase para recordarnos que no es suficiente con tener oídos, hace falta usarlos. 

Siempre utilizaba esa frase para resaltar la importancia de la enseñanza y para exhortar a sus oyentes a cumplir con ella. Y hubo dos enseñanzas prácticas de la vida de Jesús, que sería bueno que analicemos. 

Las Escrituras siempre resaltaron el oír y obedecer la Palabra de Dios. A decir verdad, el gran mandamiento que el pueblo de Israel aún hoy repite hasta el cansancio comienza con una exhortación a escuchar. 

Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas” (Dt 6.4-9). 

Nehemías y sus hombres recibieron elogios porque «estaban atentos al libro de la Ley» (Neh 8.3). 

Para Jesús, pasar tiempo con la Palabra era tan importante como pasar tiempo en la oración. Él se esforzaba, deliberadamente, para pasar tiempo a solas con Dios; pasaba regularmente tiempo con Dios, orando y escuchando. 

Marcos 1.35 dice con respecto a Jesús: «Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba». 

Lucas 5.15-16 agrega: «Su fama se extendía más y más; y se reunía mucha gente para oírlo y para que los sanara de sus enfermedades. Pero él se apartaba a lugares desiertos para orar». 

No solamente pasaba tiempo orando a Dios, sino que, como decíamos antes, invertía tiempo en la lectura de la Palabra de Dios. 

En medio de la tentación, Jesús resistió repitiendo de memoria la Palabra de Dios. Jesús no solamente leía las Escrituras, sino que las memorizaba. A cada tentación, nuestro Salvador respondió comenzando con la misma frase: «Escrito está». 

Cuando en la sinagoga de Nazaret se le dieron los rollos para que leyera, Jesús ubicó el pasaje que quería leer, lo leyó y hasta lo interpretó, pues dijo: «Hoy se ha cumplido esta escritura». 

Entonces, vemos que Jesús tenía dos sanos hábitos: (1) El de la oración y (2) El de la lectura bíblica. 

¿De qué estamos hablando? ¿Del devocional diario? No. Estamos hablando de algo mucho más importante. 

Un tiempo y lugar regulares para nuestro encuentro con Dios 

 
Selecciona un tiempo y un lugar y sepáralo para Dios. No es obligatorio que sea algún momento especial del día. Para muchos será a la mañana muy temprano. Para otros a la noche, después de un día atareado. Para otros será otro momento.  

Busca la hora y el lugar apropiado para ti, y resérvalo para el Señor. Pasa todo el tiempo que quieras. Dale más importancia a la calidad que a la cantidad. Tu tiempo con Dios debe durar lo suficiente como para que puedas decir lo que quieras decir y que Dios te diga lo que te quiere decir.  

Esto nos lleva al segundo recurso. Tiempo con la Palabra

Dios nos habla por medio de la Palabra. El primer paso al leer la Biblia es pedirle a Dios que nos ilumine para comprenderla cabal y personalmente. 

Antes de leer la Biblia, ora. No te acerque a las Escrituras buscando tus propias ideas o para comprobar tus propias teorías, busca las de Dios. Lee la Biblia con oración. También léela con cuidado. Ora, leyendo la Biblia. Muchas veces los salmos pueden ayudarnos en nuestra alabanza y adoración personal. 

Salmos 1.1-2 dice: «Bienaventurado el varón… que en la ley de Jehová 

está su delicia y en su Ley medita de día y de noche». No es simple 

lectura de la Biblia, es deleitarse en ella

Proverbios 2.4-5 dice: «Si la buscas como si fuera plata y la examinas como a un tesoro, entonces entenderás el temor de Jehová y hallarás el conocimiento de Dios». 

No es necesario que leas diez capítulos cada vez. Es más importante que 

hagas lo del varón bienaventurado del Salmo 1: «Medita en lo que lees. 

Aunque sea poca lectura. Emplea mucho tiempo en la meditación de 

la Palabra de Dios». 

 
Cuando nos comunicamos con Dios a través de la oración y de la lectura de la Biblia, es imprescindible que tengamos un corazón que escucha. 

C.S. Lewis decía: «El momento en que se levanta cada mañana sus deseos y esperanzas para ese día se le acercan en tropel como animales salvajes. La primera tarea de cada mañana consiste en hacerlos retroceder; en escuchar esa otra voz, tomar ese otro punto de vista, permitir que esa otra vida, más grande, más fuerte, más tranquila, entre y fluya». 

Cuando vayas a encontrarte con Dios no permitas que las ansiedades de la vida te invadan. Entrégale tus cargas a Dios y espera en él, y él hará. 

Asimismo, entrégale tus pensamientos y sueños al ocaso. Cuando ya el día terminó busca su rostro y déjate conducir serenamente por los brazos de Dios. Descansa, literalmente, en él. Que tus últimas palabras sean para él.  
 

No tiene que ser nada armado, ni largo, ni teológico. Sólo dile que lo amas y que descansas en él confiado como un bebé en brazos de su madre. 

Repasemos entonces: 

  • Un tiempo y lugar especialmente separados para Dios 
  • Una Biblia abierta sobre nuestro regazo 
  • Un corazón abierto para escuchar la voz de Dios y dejar que nos ame 
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