«Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño.» (1 Corintios 13.11)

Cuando apenas éramos bebés recién nacidos no sabíamos hablar, caminar, leer o escribir.
Pero poco a poco aprendimos muchas cosas. ¡Crecimos!
Fue Dios quien quiso que naciéramos y él también desea que crezcamos y maduremos en nuestro ser interior. Quiere que aprendamos…
- …a perdonar en lugar de guardar rencor, y pedir perdón cuando ofendimos a alguien;
- …a ser disciplinados en nuestra propia vida para hacer realidad nuestros sueños;
- …a disfrutar de la vida en vez de quejarnos por todo;
- …a leer la Biblia, asistir a la iglesia y compartir su amor con los demás;
- …a hablar con él y contarle nuestras alegrías, tristezas y desafíos;
- …a vencer sobre lo que nos hace daño, y no caer jamás esclavos de las adicciones;
- …a amar de verdad y no utilizar a los demás para satisfacer nuestros deseos egoístas.
Noticia número uno: ¡Ya no somos bebés! Noticia número dos: ¡Tampoco somos niños!
La adolescencia y la juventud son etapas de la vida diseñadas por Dios para seguir creciendo en todo los aspectos de la vida. Pensemos en esto y meditemos en la manera en que hablamos, cómo nos relacionamos con la gente, qué aprendimos de nuestro pasado, qué queremos para el futuro.
¡Esforcémonos por crecer como persona!
Sumérgete: Estas preguntas nos ayudarán cada día para saber si estamos creciendo: ¿somos mejores personas que ayer? ¿Mejoramos nuestro vocabulario? ¿Nuestros pensamientos son más puros? ¿Nos relacionamos mejor con los demás?