Esclavos… ¿del amo equivocado?

A partir de Génesis 12, la Biblia relata las vidas de los patriarcas—Abraham, Isaac y Jacob. A medida que las historias se desarrollan, podemos ver de qué manera se fue deteriorando la relación de los patriarcas con Dios. Cada vez hay menos altares levantados, menos unidad familiar y más relación con las naciones vecinas paganas. A pesar de que Dios les había dicho explícitamente que no se relacionaran con las naciones paganas, el naciente pueblo de Dios no obedecía. Fue por eso que Dios los envía a vivir entre un pueblo que no se relacionarían con ellos, «porque para los egipcios es abominación todo pastor de ovejas» (Génesis 46.34).En Egipto no tenían otra opción que relacionarse entre ellos.

Dios, a través de José, enriqueció a su pueblo, que crecía y se hacía cada vez más poderoso. Después de la muerte de José, «se levantó sobre Egipto un nuevo rey que no conocía a José; y dijo a su pueblo: “He aquí el pueblo de los hijos de Israel es mayor y más fuerte que nosotros» (Éxodo 1.8-9). La solución fue esclavizarlos. Y así fue que el pueblo de Dios vivió esclavizado en Egipto por 430 años (Éxodo 12.40).

Después de aquellos 430 años, Dios llamó a Moisés para liberar a su pueblo, cosa que hizo luego de diez plagas y mucho dolor para los egipcios. Finalmente, el pueblo de Dios sería libre de la esclavitud y podría constituirse en el pueblo elegido de acuerdo a la voluntad de Dios. O, al menos, eso es lo que se esperaba de aquella muchedumbre—porque todavía no eran un pueblo, solo una muchedumbre—.

Sin embargo, vemos que, a pesar de todos los milagros realizados por Dios, poco tiempo después de salir de Egipto, la muchedumbre se quejaba por haber sido rescatados de la esclavitud, y añoraban los tiempos en que vivían en Egipto como esclavos. Y esto fue una constante hasta que Moisés envió a 12 espías para recorrer la Tierra Prometida. Si bien dos de ellos volvieron con gozo por lo que habían visto —Josué y Caleb—, los otros diez se asustaron de los enemigos que debían enfrentar y convencieron al resto del pueblo devolverse a Egipto: «Designemos un capitán, y volvámonos a Egipto» (Números 14.5). Como resultado de aquella revuelta, toda esa generación volvió al desierto, y por 40 años dieron vueltas sin poder entrar a la Tierra que Dios le había prometido a los patriarcas. Solo sus descendientes pudieron recibir la Tierra Prometida.

Cuando todo parecía encaminarse a constituirse finalmente en el pueblo elegido de Dios, sus quejas y desobediencias los llevaron a convertirse nuevamente en esclavos.

Después de la época de Salomón, el reino fue dividido—en el año 931a.C.—.El reino del norte—Israel—lo constituían 10 tribus, y el reino del sur—Judá—fue constituido por dos tribus, Judá y Benjamín.

El reino del norte tuvo 19 reyes—todos malos y desobedientes a Dios—,hasta que Asiria lo invadió en el 722 a.C., lo conquistó y esparció a sus habitantes a lo largo de todo el Imperio, convirtiéndolos en sus esclavos.

Si bien en el reino del sur hubo algunos reyes muy buenos—Ezequías y Josías, por ejemplo—,poco a poco el pueblo fue alejándose de Dios, hasta que entre el año 606 y el 586 a.C., Judá fue llevada en cautiverio por Babilonia, y esclavizada.

Mientras aun eran esclavos de Babilonia, el Imperio persa conquista Babilonia y recibe a Israel como botín de guerra. Divide al pueblo entre sus 127 provincias y lo esclaviza (Ester 1.1).

La historia de Israel comienza siendo esclavos en Egipto, luego Asiria, Babilonia y Persia. Luego, Persia es invadida por Grecia, quien también recibe como premio al esclavizado Judá, hasta que el Imperio romano toma el control y también esclaviza al pueblo de Dios. Y es así como encontramos al pueblo de Dios en los tiempos de Jesús.

Parece ser que la historia del pueblo de Dios puede trazarse a través delos distintos amos bajo los cuales estuvo esclavizado a causa de su pecado.

En la época de Jesús, vemos que el Señor también habla de esclavos y amos, pero no hace hincapié en el hecho de ser esclavos, sino en escoger al Amo correcto.

En cierta ocasión, Jesús tuvo un encuentro con los líderes religiosos, y les dijo: «Y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres» (Juan 8.32). La respuesta de los fariseos fue rápida: «Nosotros somos descendientes de Abrahán, y jamás hemos sido esclavos de nadie» (Juan 8.33). Parece ser que olvidaron su historia a partir de Egipto y hasta Roma. Pero Jesús les respondió: «De cierto, de cierto les digo: que todo aquel que comete pecado, esclavo es del pecado» (Juan 8.34).

Según se desprende de las enseñanzas de Jesús, los líderes religiosos seguían siendo esclavos—¿podríamos decir que habían vuelto a Egipto?—,pues Jesús les dice con toda claridad que el pecado se constituye en nuestro amo cuando lo obedecemos.

El apóstol Pablo también aborda el tema de ser esclavos, y aclara más el tema. Parece ser que no tenemos otra opción de ser esclavos de alguien o algo. Es decir, no hay una «tierra de nadie» donde podamos estar, porque dice en su carta a la iglesia de Roma: «Los que hemos muerto al pecado, ¿Cómo podemos seguir viviendo en él?» (Romanos 6.7). Y más adelante desarrolla más el tema: «¿Acaso no saben ustedes que, si se someten a alguien para obedecerlo, se hacen esclavos de aquel a quien obedecen, ya sea del pecado que lleva a la muerte, o de la obediencia que lleva a la justicia? Pero gracias a Dios que, aunque ustedes eran esclavos del pecado, han obedecido de corazón al modelo de enseñanza que han recibido, y una vez liberados del pecado llegaron a ser siervos de la justicia» (Romanos 6.16-18).Es decir, o somos esclavos del pecado o somos esclavos de la justicia. Y concluye su idea, cuando dice: «Como ya han sido liberados del pecado y hechos siervos de Dios, el provecho que obtienen es la santificación, cuya meta final es la vida eterna»(Romanos 6.22).

Es decir, somos esclavos de Dios o esclavos del diablo. Debemos elegir. No hay una tercera opción.

Para finalizar nuestra breve reflexión, recordamos las palabras de apóstol, cuando le escribe a la iglesia de Galacia: «Ustedes han sido llamados a libertad» (Gálatas 5.13).Y la libertad a la que hace referencia es la verdadera libertad, que solo obtenemos cuando voluntariamente nos hacemos esclavos de Dios y vivimos de acuerdo a su propósito y voluntad para nuestra vida.

Ser esclavos de Dios, entonces, implica rendir nuestras vidas a su voluntad, obedecer sus mandamientos y servirle con amor y devoción. La relación de siervo de Dios se basa en una entrega voluntaria y un compromiso total con él.

Ser esclavos de Jesús, asimismo, significa tener una relación íntima y de sumisión a Cristo como Señor. Al considerarnos esclavos de Jesús, reconocemos su autoridad y nos sometemos a su dirección en nuestras vidas.

La enseñanza es clara: somos exhortados a ser esclavos del Amo correcto.

Podríamos terminar esta reflexión con las palabras del Predicador: «Todo este discurso termina en lo siguiente: Teme a Dios, y cumple sus mandamientos. Eso es el todo del hombre» (Eclesiastés 12.13).

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio