La mujer en la casa de Simón el fariseo (Lc 7.36-50):
ejercicio de interpretación – Parte 2
Usemos ahora otra herramienta exegética, el diccionario bíblico, que nos ayudará a entender mejor algunos términos en el texto. Aunque hay diccionarios en varios volúmenes, para este ejercicio utilizaremos una edición de un solo volumen, tal como el Diccionario ilustrado de la Biblia (editado por W. Nelson). El artículo sobre los fariseos (de aproximadamente una página) nos ayuda, como exegetas, a entender quiénes eran los fariseos, y a evitar el error de hacer afirmaciones exageradas, que traspasan los límites de un determinado texto del NT, sobre cómo todos los fariseos eran hipócritas y estaban llenos de malas intenciones.
Por W. Gerald Kendrick
El uso de otras ayudas
Los artículos sobre «comer» y «alimentos» nos muestran las costumbres a la hora de comer en la época del NT. Cuando entendemos que los que se reunían para comer se reclinaban en almohadas, sobre el codo izquierdo y con los pies extendidos hacia atrás, entendemos cómo pudo la mujer estar detrás de Jesús y a sus pies. Al principio puede parecer algo sin importancia, pero la interpretación se ve obstaculizada cuando los lectores de la Biblia simplemente transfieren a la época bíblica las costumbres actuales sobre la comida. A muchos les intriga cómo pudo la mujer estar de pie detrás de Jesús y a sus pies. ¿Cómo hizo para gatear por el piso y meterse debajo de la mesa donde Jesús estaba cenando?1
Este tipo de dato tal vez podamos encontrarlo también en comentarios o Biblias de estudio. Lo que queremos resaltar es que uno debe hacer un poco de investigación del trasfondo de los pasajes que pretendemos interpretar por nuestra cuenta para presentarlos a otros. En un tiempo relativamente corto, leyendo unos cuantos artículos de una página, podemos obtener información que nos servirá mucho a la hora de tratar, no solo este texto, sino también muchos otros.
Uso de los comentarios
Una vez que hemos hecho un poco de labor exegética por nuestra propia cuenta, estamos listos para consultar algunos buenos comentarios y tomar algunas decisiones exegéticas. Dado que hemos leído y estudiado el texto con cuidado, y que hemos reflexionado sobre él, no corremos el peligro de eliminar nuestras reflexiones para aceptar lo que dicen los comentarios. Ahora estamos pensando con los comentaristas, los cuestionamos, y nos preguntamos si sus razonamientos son válidos.
Pero, fíjese, dijimos buenos comentarios.2 Los libros devocionales y los sermones tienen su propósito, pero no los contemplamos aquí. Muchas veces nos vemos tentados a tomar lo que otro ha dicho en un sermón o una lección de escuela dominical y usarlo de forma acrítica, sin pensar las cosas por nosotros mismos. Todo el propósito de este ejercicio ha sido acercarnos de manera significativa al texto de las Escrituras, como intérpretes, para hacernos pensar sobre lo que dice; para que el texto nos cuestione y para que nosotros le hagamos preguntas al texto. No tenemos la libertad de leer en un texto algo que nunca dijo, u obtener de él respuestas a preguntas que nunca planteó.3 Necesitamos usar buenos trabajos, que lidien con el trasfondo (cultural, religioso, político, etc.), con las dificultades y las conexiones textuales y de traducción, y que analicen los significados de las palabras.
Sobre el trasfondo, el comentario debe abarcar toda la perspectiva del libro del que hemos seleccionado el pasaje. Para aplicar esto al Evangelio de Lucas, debemos leer, en el material introductorio, las secciones que hablen sobre la autoría del Evangelio, la audiencia, el propósito, la fecha de composición y los énfasis particulares de la obra. Para esto, necesitaremos más de un comentario por libro; de hecho, sería bueno no tener menos de dos. Y, si deseamos ser exegetas fieles, no solo debemos buscar comentarios que confirmen nuestras conclusiones, sino también aquellos que las retan y que nos invitan a pensar más. Al estudiar algunos textos, quizá debamos buscar palabras importantes en diccionarios bíblicos o utilizar otras herramientas como, por ejemplo, diccionarios teológicos.4
Unir las piezas y obtener aplicaciones5
Al llegar a este punto, usando el estudio que hemos realizado, unido a lo que hemos descubierto en los comentarios, estamos en capacidad de llegar a algunas conclusiones exegéticas. Abajo listamos algunas de las cosas significativas que afectan nuestra interpretación y que pueden ayudarnos a hacer algunas aplicaciones relevantes de esta historia para nuestras propias situaciones y que, a la vez, son fieles al contexto e intenciones originales del texto en el Evangelio de Lucas.
Lucas ofrece un relato independiente
Nuestro trabajo ha demostrado que, cualesquiera las similitudes entre la historia en Lucas y las que aparecen en los otros Evangelios, podemos tratar la de Lucas de manera independiente. Al hablar del relato, necesitaremos discutir la relación entre los diversos pasajes, pero solo lo suficiente como para establecer el punto de que podemos tratar la narración de Lucas por aparte.6 La opinión que aparece en la mayoría de los comentarios tiende a validar estas afirmaciones y a tratar así al texto.
La importancia de los fariseos
También hemos descubierto que hay alguna conexión entre la mención de Simón el fariseo y la historia inmediatamente antes. Los fariseos están entre aquellos que, al rechazar el mensaje de Juan el Bautista, también han rechazado el propósito de Dios para ellos mismos (7.29-30).
No obstante, no debemos exagerar los errores de Simón, ni atribuirle algún motivo ulterior para invitar a Jesús a su casa. Lucas relata otras instancias en las que Jesús come con fariseos (11.37; 14.1). Si bien Jesús comía con la gente despreciada, él no rechazó a otros; por tanto, tenemos que cuidarnos a la hora de lidiar con nuestro texto, para no implicar algo que el texto no dice ni quiere decir. A Jesús se le criticó cuando comió con recolectores de impuestos y pecadores; por ello, podemos ver cómo nuestro relato ilustra, en el Evangelio de Lucas, lo que él dijo en el relato sobre Juan el Bautista.
El carácter de la mujer
Muchos comentaristas sugieren que la frase «la mujer en la ciudad, una pecadora» se refiere a una mujer que era prostituta, y han encontrado que esto es una posibilidad genuina. Por otro lado, el texto mismo no dice que la mujer fuese prostituta, y «pecador(a)» se usa en otros contextos, tanto para hombres como para mujeres (5.30; 7.34; 15.2). Por lo tanto, lo anterior no es necesariamente la conclusión lógica.7 A la mujer se le llama, simplemente, «pecadora», lo que la pone junto a otros en el grupo de aquellos a quienes Jesús daba la bienvenida. Que a ella se la considerara, por los motivos que fuesen, como una persona que no entraba en la gracia de Dios, la hacía «impura» a los ojos de Simón.
Al conocer las costumbres sobre la comida, podemos explicar cómo era posible que la mujer estuviese detrás de Jesús y que, a la vez, sus lágrimas mojaran los pies del Maestro. Todos los comentarios nos dirán que el verbo usado en 7.36 y que es traducido por «tomó su lugar a la mesa» significa «se reclinó a la mesa». No necesitamos especular sobre si ella compró el perfume con ganancias obtenidas de la prostitución porque, aunque ella hubiese sido una prostituta, el asunto no se discute en ningún lugar de la historia, y no tenemos forma de saber cómo ella obtuvo el ungüento.8 Ella se soltó el cabello para secar los pies de Jesús, y los comentarios señalan que tal cosa, por lo general, no lo hacía una mujer virtuosa, pero el texto tampoco comenta este punto. Quizá ella estaba tan sobrecogida con gratitud que olvida cómo otros podrían interpretar sus hechos.
Algunas veces se dice que las acciones de la mujer eran altamente eróticas, y algunos pueden verse tentados a pasar mucho tiempo pintando de forma muy plástica los males que la mujer practicó en el pasado. Dado que el texto no dice nada al respecto, nosotros, como exegetas, haremos bien si nos restringimos en este aspecto.9 Ese no es el énfasis central del pasaje, y tampoco debe ser el nuestro al interpretar la historia. El comentario de Jesús sirve para contrastar la hospitalidad de Simón con la de la mujer, y el único motivo que se discute es la relación entre amor y perdón. En la exégesis y la aplicación de pasajes no debemos ir más allá de lo que dice el texto bíblico, y tampoco debemos rellenar el relato con argumentos imaginativos (por más reales que nos parezcan) que no aparezcan en el pasaje. Como acabamos de indicar, la mujer se soltó su cabello; esto puede ser algo que hicieran las prostitutas, pero no debemos ver este hecho como una recaída hacia su pecaminoso pasado. «Sus acciones no confirman su pecaminosidad; solo dan pie para que la interpretemos».10 Con frecuencia, se encuentra la fuerza del texto en su economía de palabras, sin importar cuánto talento artístico creen los intérpretes modernos que ellos tienen. Algunos comentarios no mejoran la historia original.
Dos reacciones hacia Jesús
Simón piensa que, si Jesús fuese un profeta, él sabría qué tipo de persona era la mujer. Ya indicamos que la palabra «profeta» nos recuerda el rechazo del que fue objeto Juan el Bautista en el versículo 28.11 La pregunta de Simón muestra que él pensaba que, viendo dentro de una mujer, un profeta debía ser capaz de discernir el carácter de ella. Los comentarios nos recuerdan que se esperaba que los profetas tuvieran la capacidad de discernir el carácter de una persona; la ironía especial aquí es que Jesús sí ve lo que hay en los corazones, en lo más íntimo de Simón y de la mujer. En nuestra exégesis, sería apropiado remitir a Lucas 2.35, pues aquí se cumple lo que Simeón predijo de Jesús al principio del Evangelio: que serían «revelados los pensamientos de muchos corazones».12 Jesús en verdad es un profeta que ha visto tanto el corazón de Simón como el de la mujer, y la mujer acepta a Jesús como profeta, mientras que Simón no.13 Simón reconoce a Jesús como «Maestro». Una concordancia mostrará que el término se usa 15 veces en Lucas. Los comentarios nos dicen que el título se usaba para mostrar respeto pero, como indica Johnson, no siempre el que usa el título está mostrando admiración por Jesús (11.45; 20.21, 28). Por otro lado, la mujer muestra su respeto y su reverencia hacia Jesús al besarle los pies en repetidas ocasiones.
La relación entre amor y perdón
En el relato que Jesús hace sobre los dos deudores, algunas traducciones retienen el vocablo griego «denario» e indican, en una nota, que esa moneda equivalía al salario que un jornalero recibía por un día de trabajo. Ambas deudas representan grandes cantidades, aunque una era diez veces más grande que la otra; este es un punto importante en el relato. Fíjese que esto difiere de la enseñanza de la parábola de los dos deudores de Mateo 18.23-34. La respuesta de Simón muestra que él entiende que amará más aquel a quien más se le perdonó. El contraste entre Simón y la mujer gira en torno a cortesías comunes.
Un punto muy debatido se encuentra en el versículo 47, que con frecuencia se traduce como lo hace la TLA: Me ama mucho porque sabe que sus muchos pecados ya están perdonados. En cambio, al que se le perdonan pocos pecados, ama poco. ¿Fue el amor de la mujer producto de su perdón, como parece sugerir esta traducción, o fue el perdón producto de su mucho amor como indica la traducción de la RVR-95?: Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; pero aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Este es un problema de interpretación donde debemos combinar nuestro estudio de varias traducciones, nuestro propio razonamiento sobre el texto y la ayuda de comentarios, para ver si podemos llegar a una respuesta satisfactoria o, en su defecto, determinar cuáles son los puntos a investigar.
Al ver la parábola de Jesús, notamos que Jesús no pregunta por qué el acreedor perdonó a los deudores, sino cuál de los dos amará más al prestamista: al que se le condonó una cantidad más grande o al que se le perdonó la cantidad menor. Cuando Simón responde que aquel a quien se le perdonó la mayor cantidad de dinero será el que más ame, Jesús lo felicita por su respuesta. El gran amor es el resultado o la evidencia de que se ha perdonado mucho, no lo que causa el perdón. Al final del versículo 47, Jesús refuerza este punto al decir «pero aquel a quien se le perdona poco, poco ama». Simón ha demostrado, por su hospitalidad negligente, que él es consciente de que se le ha perdonado poco; los actos efusivos de la mujer muestran que ella sabe que se le ha perdonado mucho.14 Invertir el punto para sugerir que el amor de la mujer le ganó el perdón es ir contra el sentido de la parábola y de lo que Jesús dice al final de la misma. Es tal razonamiento el que ha llevado a los traductores a verter el texto como lo hace la TLA. La enseñanza de la historia tiene entonces consistencia interna. Pero los eruditos se han preguntado si el griego en verdad permite tal traducción, y la respuesta que tienen que dar es afirmativa.15 Aun si no nos hubiésemos percatado de este punto al comparar traducciones, todos los buenos comentarios nos lo habrían señalado, por lo que siempre tendríamos que enfrentarlo en nuestra exégesis.16 También mostrarán que estamos en terreno firme si argüimos en nuestra exégesis que el gran amor mostrado por la mujer es una prueba de que ella ha sido perdonada.
Jesús en verdad es amigo de los pecadores
Jesús ahora le habla a la mujer (v. 48), diciéndole claramente, ante todos los invitados, lo que su conducta ya ha demostrado. De alguna forma ella se percató de que había sido perdonada, y esto había sucedido antes de encontrarse con Jesús en la casa de Simón. No se nos dice cómo o cuándo se le perdonó. ¿Había visto la mujer a Jesús antes de este evento? Solo podemos especular, pero sabemos que ella busca a Jesús en la casa de Simón ya como una mujer perdonada.17 Cuando Jesús declara llanamente el perdón de la mujer, se levanta la pregunta «¿Quién es este, que también perdona pecados?». Los comentarios nos refieren a una controversia acaecida con anterioridad (Lc 5.17-26), donde se critica a Jesús por decirle a un paralítico que sus pecados le fueron perdonados. En ese relato, los fariseos y los escribas preguntan «¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?» (v. 21). Aquí también tenemos fariseos haciendo una pregunta similar. Ya ha habido especulación sobre si Jesús es un profeta capaz de discernir lo que hay en los corazones de las personas. La pregunta ahora es más profunda: «¿Puede él perdonar pecados?». Esta es una pregunta cristológica, o sea, una pregunta sobre qué significa que Jesús sea llamado «el Cristo».18 La historia prueba ser una ilustración o comentario de la razón por la que Jesús se asocia con pecadores. Los fariseos no han respondido positivamente a los profetas de Dios, mientras que los recolectores de impuestos y los pecadores sí. Simón rechaza a los pecadores porque son impuros; Jesús los acepta y anuncia que son perdonados. Aun así, Jesús va a la casa de Simón y le habla directamente. El duro mensaje de juicio es, a la vez, una invitación para Simón y sus amigos. Dios desea perdonar, a través de la misión y la obra de Jesús, a los pecadores que acepten el propósito divino para ellos mismos. Ese propósito está personificado en Jesús, amigo de publicanos y pecadores (Lc 7.29-30, 33-35). Esto parece explicar el ambiente de nuestro relato en el contexto más amplio, que ya hemos examinado. Además, con esto, los lectores del Evangelio están siendo preparados para afrontar la pregunta que se hará en Lucas 9.18-20, sobre la identidad de Jesús.
En general, los comentaristas ven solo una leve conexión entre los dos últimos versos y lo que precede, ya que, hasta ahora, la palabra «fe» y el verbo «salvar» no han sido relacionados en el relato. Por otro lado, persistentemente son relacionados en los capítulos que siguen (Lc 8.48; 17.19; 18.42; cf. Hch 15.11), por lo que nos preparan para un tema importante en este evangelio.
Hasta este momento, nuestro contexto nos ha mantenido dentro de los límites del capítulo 7, pero podemos preguntarnos cómo calza esta historia en el marco mayor de todo el Evangelio de Lucas. Al estudiar todo este Evangelio, nos percatamos de que el autor enfatiza mucho la preocupación de Dios y de Jesús por los despreciados de la sociedad, que son considerados como personas de segunda categoría o de poca importancia debido a su «impureza» general por el pecado, o por su estatus social inferior, su género, ocupación e identidad étnica (por ejemplo, las mujeres, los pobres, los pastores, los recolectores de impuestos, los samaritanos). Luke Johnson ha enfatizado este punto con vehemencia. En esta historia, nos dice él, el lenguaje de la posesión simboliza las relaciones humanas, la lectura del corazón por parte del profeta, el perdón de pecados, fe que salva y salvación que lleva a la paz. «Más que nada, en la mujer pecadora reconocemos de nuevo a un miembro de los pobres, rechazados por la élite religiosa como persona intocable. Pero, como los pobres a través de este evangelio, ella muestra con sus actos de hospitalidad que acepta al profeta Jesús». Los miembros de la élite, como Simón, no aceptan a Jesús de esa forma.
Hemos dicho que no debemos apresurarnos para hacer parecer a los fariseos como viles. ¿Por qué no hacerlo? Porque eso disculparía tanto a los lectores originales como a los modernos de considerar que ellos, también, podrían rechazar a los exiliados, los «donnadie» del mundo, a quienes Jesús vino a salvar. Deseamos tener héroes y villanos en las historias bíblicas como esta, y con mucha frecuencia nos imaginamos a nosotros mismos parados noblemente al lado de Jesús, el héroe, conforme señala a los villanos sus errores. Pero tomemos en consideración las palabras de otro comentarista, antes de condenar con demasiada premura el «elitismo espiritual» de los fariseos, pues «para Jesús, comer con recolectores de impuestos y pecadores y rehusar la comunión a la mesa de un fariseo lo habría hecho tan culpable de prejuicio a la inversa como lo somos nosotros, que descubrimos en nuestro celo por enmendar errores que hemos desarrollado prejuicios contra los prejuiciados, una condición que nos coloca en el campo de los que son culpables de estorbar el propósito del reinado de Dios en la tierra». Estas conclusiones parecen ser aplicaciones correctas de nuestro texto para nuestro propio tiempo, a las que hemos llegado sin violentar el significado del pasaje para su situación original. Esta es la función propia de la exégesis bíblica.
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Notas y referencias
1Esta es una pregunta que se hace Craddock, en su comentario de Lucas (p. 105).
2Véanse los comentarios a François Bovon, Joseph A. Fitzmyer y Cesar Mora Paz y Armando J. Levoratti.
3Cf. Stuart, p. 687.
4En castellano está la obra de Cohenen, Diccionario teológico del Nuevo Testamento (Sígueme, 1994; la obra consta de cuatro volúmenes); Jean-Jacques von Allmen (editor), Vocabulario bíblico (Madrid: Ediciones Marova, 1973); Xavier Leon-Dufour (editor), Vocabulario de teología bíblica (Barcelona: Editorial Herder, 1985).
5Cristina Conti ofrece otra exégesis y relectura de este pasaje: “El amor como praxis. Estudio de Lucas 7,36-50” en Revista de interpretación bíblica latinoamericana (RIBLA) 44: 53-70.
6G. B. Caird ha resumido el asunto brevemente (Luke, p. 115): «No hay razón para confundir a la mujer anónima de este episodio con María Magdalena o con María de Betania ([Lc] 8.1; Mc 14.1-9; Jn 12.1-8), aunque es posible que las dos historias de la unción de Jesús por una mujer hayan interactuado una en la otra (cf., en especial, Jn 12.1 con Lc 7.38)».
7Véanse Karris, Johnson y Fitzmyer.
8Aunque Marshal, “Lucas”, llega a tal conclusión: «Procedió a ungirle con perfume, muy posiblemente pagado con ganancias de su vida inmoral».
9Craddock desecha la idea de que la historia tenga bemoles eróticos e indica que «es claro en la narración de Lucas que ella está brindando [a Jesús] la hospitalidad que Simón no le dio».
10Fitzmyer, p. 689.
11Algunos comentarios pueden indicar que, en lugar de «profeta», algunos manuscritos dicen «el profeta». Por lo general, las traducciones modernas no señalan esta variante, pues la toman como una adición secundaria.
12Johnson, p. 127.
13Ibid., p. 129.
14Kingsbury, p. 143, nota 43.
15Maximiliano Zerwick, El griego del Nuevo Testamento (Estella: Editorial Verbo Divino, 1997), pp. 175-178, ha demostrado claramente que hay casos en el NT, incluyendo Lc 7.47, donde la palabra griega joti (traducida comúnmente por «porque») se refiere al resultado de una acción (en nuestro caso, el amor de la mujer es el resultado de haber sido perdonada), no a la causa de la misma. Véase también, Joachim Jeremias, Las parábolas de Jesús (Estella: Editorial Verbo Divino, 1971 [2ª edición]), p. 157; Antonio Cruz, Parábolas de Jesús en el mundo postmoderno (Terrassa: Editorial CLIE, 1998), p. 322-323.
16En el pasado, muchos buenos comentarios argüían que la mujer había sido perdonada porque ella amó mucho, y con frecuencia especulaban sobre las varias historias que se habían reunido para formar el relato de Lucas. Razonaban que era así, y algunas aparentes inconsistencias simplemente no habían sido resueltas. La exégesis católico romana tendía a ver el amor de la mujer como la base de su perdón. El gran exegeta neotestamentario, católico romano, Raymond E. Brown, señala que esta narración ha sido frecuentemente debatida en la historia de su exégesis, y añade que, «cualquiera de los dos significados, o ambos, cuadran bien con el hincapié lucano en el perdón de Dios en Cristo y la respuesta amorosa a él» (p. 330). Sin embargo, es justo decir que el consenso de los cometarios de hoy día, ya sean hechos por protestantes o católico romanos, tiende a decir que el amor de la mujer no lleva a su perdón, sino que aquel refleja que está consciente de este (por ejemplo, véanse Craddock, Caird, Fitzmyer, Johnson y Karris).
17Caird (p. 115) comenta que «su amor no era el terreno para el amor que había ido a buscar, sino la prueba del perdón que había ido a reconocer. No obstante, puede ser que para ella no fuera tan obvio que había sido perdona antes de entrar a la casa como lo era para Jesús. Con frecuencia Jesús conocía a las personas mejor que ellas mismas, y les sorprendía por la generosidad con la que leía sus personalidades».
18Esto lo señalan casi todos los comentarios.
19Véase Johnson, p. 128.
20Kingsbury, p. 145; Johnson, p. 129.
21 Craddock, Luke, p. 104.
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