Presupuestos teológicos y hermenéuticos
«…así también la palabra que sale de mis labios no vuelve a mí sin producir efecto, sino que hace lo que yo quiero y cumple la orden que le doy» (Is. 55.11, DHH).
«No crean que vine a quitar la ley ni a decir que la enseñanza de los profetas ya no vale. Al contrario: vine a darles su verdadero valor. Les aseguro que mientras existan el cielo y la tierra, ni siquiera un punto o una coma se quitará de la ley, hasta que todo se cumpla» (Mt 5.17-18, TLA).
Por Edesio Sánchez Cetina
Son bíblicas y cristológicas
Tanto en el AT como en el NT, la misma «boca» de Dios afirma que las Escrituras sagradas que llamamos Palabra de Dios, y pertenecen a la primera alianza (AT) tienen una vigencia que no solo responden a lo temporal, sino también a lo geográfico y a lo propiamente existencial.
Para quienes consideramos al Dios de Abraham, de Isaac, y de Jacob y Padre de nuestro Señor Jesucristo nuestro propio y único Dios, las palabras de las Escrituras citadas al inicio de este ensayo tienen una profunda fuerza argumentativa. Primero, la palabra que Dios pronuncia (pertenezca a la antigua o a la nueva alianza) produce un efecto visible, y ese efecto está supeditado a la voluntad de Dios: «hace lo que yo quiero y cumple la orden que le doy». Por eso es palabra de Dios. Segundo, Jesucristo, «el unigénito Hijo de Dios», el enviado especial de Dios, fue el primero en afirmar que la palabra de Dios plasmada en el AT no había perdido, con su llegada y el establecimiento de la nueva alianza, vigencia alguna.
Por lo anterior podemos decir que la vigencia del AT para la predicación contemporánea no solo se autentica por lo que Dios mismo dice de su palabra, sino también porque el efecto visible que produce se convierte en experiencia concreta en la vida de quienes afirman vivir por esa Palabra. Se podría decir: «Cristo me ama, yo lo sé, porque la Biblia me lo dice»; pero aún más fuerte la afirmación sería: «Cristo me ama, yo lo sé, porque en mi experiencia he visto que el testimonio de la Biblia acerca del amor de Cristo es fidedigno».
Visto desde esta segunda afirmación, la predicación del AT constataría que la Iglesia continúa considerando que esa primera parte del canon bíblico no ha quedado relegada al pasado histórico del pueblo de Israel, sino que, como Palabra de Dios, tiene mucho que decirnos hoy, tiene mucho para impactar nuestras vidas y transformarlas; ¡no ha sido superada!; ¡no ha sido desplazada! Dietrich Bohoeffer, en una carta a su cuñado, dice lo siguiente: «Toda la Biblia desea ser por tanto la palabra en que Dios quiere dejarse encontrar por nosotros. Ningún lugar que nos sea agradable o aceptable a priori, sino un lugar que desde cualquier punto de vista nos resulta extraño, que nos es absolutamente repelente. Pero precisamente es el lugar que Dios ha escogido para salir a nuestro encuentro».1
En efecto, para quienes nos llamamos cristianos, esa palabra veterotestamentaria, no es para nosotros las Sagradas escrituras de los judíos (la Tanak), sino parte de una obra más extensa que contiene una sección llamada NT: la Biblia, el libro sagrado de la iglesia cristiana. Por ello, nuestra lectura, nuestra interpretación y nuestra proclamación se hacen desde una perspectiva cristiana y cristológica. Nuestro acceso a la Biblia es a través de Jesucristo; el propósito de nuestra exégesis y proclamación es proclamar el «Hecho de Cristo»: «Basándose en la Sagrada Escritura, el ministerio de la predicación anuncia a Jesucristo como el Señor y el Salvador del mundo. No hay una predicación legítima de la Iglesia que no sea predicación de Cristo.2 ¿Por qué tiene que ser así? Porque Jesucristo es el mediador entre Dios y nosotros, y entre nosotros y los demás seres humanos. Cecilio Arrastía dice al respecto:3
Cristo Jesús es el corazón de la proclamación cristiana. El nombre y la persona de Cristo son esenciales a la vida cristiana… Él es el “lugar” donde Dios y el hombre se encuentran y coexisten. Lo que conocemos acerca de Dios y del hombre, lo conocemos a través de Cristo. Resulta imposible, por lo tanto, predicar correctamente sin la colocación de Cristo en el centro mismo del mensaje… Jesucristo es, primeramente, lo que Dios tiene que decirnos… En resumen, Cristo es Palabra (medio de comunicación); es Evangelio (contenido y esencia del mensaje); es Evangelista (factor real de conversión); Señor (Hijo de Dios, Dios mismo) y Juez. Como Palabra de Dios es la más íntima y genuina expresión de los pensamientos y propósitos de Dios para el hombre; como Evangelio provee la estructura conceptual del sermón; como Evangelista toma en sus manos la responsabilidad de transformar el corazón y la voluntad del hombre; como Señor, demanda la obediencia que da sentido a la vida humana, y como Juez produce la crisis del hombre subrayando así el hecho de que la redención del hombre pertenece a Dios, se origina en Dios, y es producto de la acción graciosa de Dios.
Son comunitarias y contextuales
La predicación de suyo es una tarea comunitaria; sería una contradicción de términos decir que en esa tarea solo interviene el que hace la exégesis y presenta el sermón u homilía.
En primer lugar, es comunitaria porque el sujeto de la proclamación es Dios mismo. Al respecto Karl Barth dice: «La predicación es la Palabra de Dios pronunciada por él mismo. Dios utiliza como le parece el servicio de un hombre que habla en su nombre a sus contemporáneos, por medio de un texto bíblico».4
En segundo lugar, es comunitaria porque Dios, por medio de su Espíritu Santo, nos inspira y dirige en el estudio de su Palabra al encuentro y proclamación de la verdad. Aquel que inspiró a los santos escritores para que la Palabra de Dios hoy exista en forma impresa, es el mismo que hoy nos inspira para una interpretación sana y «evangélica» del texto sagrado.
En tercer lugar, es comunitaria porque el proclamador elegido por Dios se acerca a la Palabra divina llevando consigo todo un acervo cultural, moral, religioso, social e ideológico que ha recibido como herencia de quienes lo antecedieron (sus padres, sus líderes o guías religiosos, sus maestros, los libros y otros materiales de aprendizaje, etc.). Quien se acerca a la interpretación y proclamación de la Palabra no lo puede hacer tabula rasa (i.e. sin a priori o sin pensamientos e ideas preconcebidas). Trae consigo aquello que lo ha formado teológica y moralmente. El trabajo exegético y hermenéutico, sin duda, lo hace integrando a su propio pensamiento el pensamiento e ideas de sus profesores de Biblia y teología, así como los comentarios y libros de exegetas y predicadores de «ayer». El conocido predicador bautista, Rolando Gutiérrez, en ocasión de una charla presentada en un servicio de graduación, dijo lo siguiente:
…quiero compartir en esta ocasión algunas de las experiencias que han conformado mi vida de predicador y de los oficios más agradables que conjugo en mi vida pastoral…
1. La influencia de mi pastor…
2. La influencia de mi profesor de homilética…
3. La influencia del Presidente del Seminario…
4. La influencia de mi profesor de Teología Sistemática…
5. La influencia de un pastor asociado…
6. La influencia de compañeros en investigación teológica…
7. La influencia de compañeros en investigación filológica…
8. La influencia de un pastoralista…
9. La influencia de un profesor de teología dogmática [se refiere a Karl Barth, su profesor]…
10. La influencia de un ambiente de intensa investigación teológica…
11. La influencia de los laicos de la iglesia…
12. Las influencias seculares sobre la predicación…
13. Las influencias de mis lecturas.5
Es comunitaria, en cuarto lugar, porque el predicador expone la palabra divina en medio de una comunidad de fe, la cual es, en última instancia, el verdadero sujeto hermenéutico. Porque la palabra predicada es acción inconclusa mientras no se haga «hueso y carne» en la vida de los miembros de esa comunidad, e impacte y transforme vidas, comunidades y sociedades. Ningún predicador puede descansar tranquilo hasta que la comunidad a quien le ha presentado la palabra divina sea sujeto activo de su verdadera interpretación e implementación. En otras, palabras, ya pasó la era del exegeta y predicador con complejo de «Llanero Solitario». Recuérdese que la manera tradicional de preparar el sermón y de exponerlo no es necesariamente bíblico; su práctica actual parece iniciarse durante la Edad Media. Erasmo, en su obra Elogio de la locura (1508) decía sarcásticamente de los predicadores que pertenecían a esa tradición:
Y ¿qué cómico o qué sacamuelas callejero pueden ser más entretenidos que estos hombres cuando en sus sermones imitan a los retóricos de un modo completamente ridículo, pero donosísimo, y procuran seguir las reglas del arte de hablar que aquellos enseñaron? ¡Oh dioses inmortales! ¡Qué manera de gesticular!, ¡qué propiamente cambian el tono de voz!, ¡cómo modulan!, ¡cómo se pavonean!, ¡cómo vuelven sus miradas, ya a los unos, ya a los otros, y qué gritos dan tan destemplados! En este sistema de predicar van iniciando los profesores a los novicios como si fuera un conjunto de misterios.6
En realidad, tanto en el trabajo de exégesis como en el de proclamación, la palabra de Dios debe interpretarse y exponerse integrando la mayor variedad posible de perspectivas de «lectura» (mujeres, varones, niños, jóvenes, ancianos, negros, indígenas, pobres, marginados, ricos, etc.). El exegeta y predicador necesita de manera consciente hacer todo lo posible por llevar a cabo su relectura del texto tomando una perspectiva hermenéutica ajena a la suya. Y debe dar espacio para que antes de la proclamación de la palabra divina, la comunidad de fe a la que pertenece pueda aportar con preguntas y anotaciones sus maneras peculiares de leer el texto sagrado. Sería excelente, si en el momento de la proclamación se abra un espacio para que la comunidad interactúe con el expositor. Al respecto, John Wijngaards dice: «Para que sea humanamente eficaz, el lenguaje humano debe incluir al mismo tiempo un enunciado y una respuesta. Debe ser un círculo en que la comunicación fluya del que habla a quien le escucha, y viceversa… La Sagrada Escritura y su utilización pastoral exigen una participación muy activa de parte de la persona que vaya a beneficiarse de ellas.»7 En Jesús tenemos el ejemplo de alguien que adoptaba no uno sino varios estilos de exposición. Adoptaba los estilos, según las necesidades del auditorio: en las sinagogas habló como lo hacían los «rabíes» de aquella época; ante el grueso del pueblo y sus discípulos presentó el mensaje tomando ejemplos de la vida real; dialogaba con la gente junto al mar, en casas, en el camino, cerca del Templo; hacía preguntas y respondía a preguntas; pero siempre enfocaba su enseñanza y charlas en las necesidades concretas de la gente con la que interactuaba.8
Por otro lado, existen libros y artículos que presentan las formas particulares en que un pasaje concreto ha sido leído o explicado desde una perspectiva especial (feminista, negra, indígena, infantil, etc.). Realizando este ejercicio, el exegeta puede ayudarse a sí mismo a superar sus «miopías» y «puntos ciegos». Puede, sobre todo, descubrir que el texto que tiene enfrente para ser proclamado es la palabra de Dios fresca, viva y contemporánea para sí mismo y para todos y cada uno a quienes va dirigido el mensaje.
Conviene, entonces, decir que la frescura, vitalidad y contemporaneidad de la Palabra de Dios, resalta el carácter contextual y social de la interpretación y proclamación. La palabra de Dios debe llegar a cada hombre y mujer en el lenguaje que realmente entienda, en el «aquí y ahora» de su realidad existencial; debe responder a sus necesidades vitales concretas, y debe traerle un mensaje de paz y esperanza que considere viable y obtenible. Hace ya dos décadas, Orlando Costas (misionólogo puertorriqueño), en la conferencia de apertura de un simposio sobre Predicación hispana, decía:
«Hay que reconocer que la predicación evangélica en las comunidades hispanohablantes de Norteamérica necesita ser sostenida por una teología criolla. Las circunstancias en que viven los casi 25 millones de hispanos y la idiosincrasia que han desarrollado hace necesario una predicación que refleje una comprensión de la fe cristiana a partir de las experiencias vividas por dicho pueblo a lo largo y ancho del país. Una predicación sin una teología encarnada en la realidad de un pueblo está siempre permeada de lagunas y expuesta a perderse en el vasto océano de la irrelevancia».9
Para lograrse lo anterior, debe considerarse, en primer lugar, que Dios ha decidido que su palabra sea comunicada al ser humano por la mediación de la palabra humana. Debe también tomarse en cuenta que la palabra divina que se proclama, pretende hacerse escuchar en el mismo lugar y momento en que «otras» palabras y voces quieren hacerse escuchar: palabras humanas y palabras pseudodivinas. ¿Cómo escuchar la palabra de Dios libre de las interferencias de otras palabras y voces? He allí el planteamiento que nos ofrece Génesis 3: ¿La voz de quién escuchará el humano, la de Dios, la de la serpiente, la de otro ser humano? El Salmo 1 nos presenta una respuesta concreta; y el Salmo 119 remacha esa respuesta en cada uno de sus 176 versículos. ¿Cómo puedo yo estar seguro que la palabra que proclamo en nombre Dios es realmente palabra de Dios y no simplemente palabra mía o de «otro»?
Fijémonos en lo que dice al respecto Jürgen Moltmann:
Tenemos que estar todavía mucho más convencidos de una realidad, de que el esplendor de nuestra predicación, portadora de la palabra de Dios y solo de esta palabra, está inevitablemente ligado a la miseria de la palabra de nuestro tiempo, y de que —también en la iglesia— hay otras fuerzas que deciden.
…El lenguaje va transformándose continuamente bajo el influjo de los acontecimientos, de las estructuras sociales, de las religiones e ideologías. No existe nunca una, sino muchas lenguas, con las que los hombres se hablan unos a otros y también unos al margen de otros. El lenguaje está sometido a una cantidad innumerable de factores que ejercen su influjo sobre él. Cuanto más activa es la vida, tanto más se universalizan las interdependencias y comunicaciones en determinados tiempos y lugares, tanto más ambiguo se hace el lenguaje, tanto más impreciso. También la predicación se hace en él ambigua e imprecisa.10
El cristiano contemporáneo intenta escuchar la palabra de Dios sumergido en las interferencias de multitud de lenguas y mensajes que usan las personas y las fuerzas políticas, ideológicas y económicas. Cuando el creyente cree que ha entrado en sintonía con la palabra de Dios, descubre —y a veces no— que esa palabra le llega interferida. Porque en el proceso de ser proferida —pues la palabra de Dios nos llega siempre por mediación humana— otras «fuentes» incrustan su mensaje, casi siempre, en beneficio de ellas y no de acuerdo al proyecto divino.11
¿Cuántas veces hemos usado una noticia de la prensa como material ilustrativo de un sermón, sin percatarnos de que la noticia no es reflejo de la realidad que pretende comunicar, sino una interpretación tendenciosa de ella? En nuestra sociedad, los poderes que controlan la economía y la política, también controlan los medios de comunicación masiva. Ellos comunican no lo que sucede en la realidad, sino lo que ellos quieren que la realidad sea. En ese sentido, la noticia se convierte en realidad y la realidad se desconoce, se distorsiona y se destruye. Dice Moltmann:
…surge en torno al hombre un mundo de apariencias y de interpretaciones con consistencia y realidad propias. Los asertos acerca del mundo vienen a constituir una especie de segundo mundo. Sobre la auténtica realidad se vierte una segunda, la realidad de las informaciones. La interpretación de la realidad se convierte en realidad misma. El juicio sobre las cosas llega a ser más importante que ellas mismas. Se forma la opinión, se controla el lenguaje y se inculca una conciencia nueva.12
¿Qué hacer, entonces? El comunicador de la palabra divina necesita conocer bien esos muchos lenguajes e imágenes; y así como interpreta la palabra divina, también necesita hacerlo con esos lenguajes. Aquí, es importante considerar lo que dice Brueggemann sobre la predicación contemporánea: «Cada vez sea hace más claro el hecho que lo que el texto «significa» para nosotros, no es simplemente un asunto de exégesis, sino que se ocupa, en mucho, de las enormes realidades ideológicas de nuestra sociedad que nos arrebatan nuestra capacidad de hablar, de nuestra capacidad de preocuparnos por otros y de nuestra capacidad de observar».13 Por ello, la predicación de hoy, necesita traducir esas realidades y esos lenguajes de tal manera que ya no digan las palabras y mensajes del sistema y poder que gobierna el mundo, sino que digan y cuenten la realidad cruda y dolorosa. De tal modo que estando así «desnuda» por la palabra divina, que es «espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón», la vuelva a vestir con la verdad y la esperanza del evangelio. Esa palabra eficaz que hace que «los ciegos vean, los cojos caminen, los leprosos sean limpiados, los muertos sean resucitados, y los pobres sean receptores de las buenas noticias del Reino de Dios» (cf. Mt. 11.2-5).
En la verdadera predicación de la palabra de Dios, la palabra viene como «prenda» de la esperanza que todavía no se hace efectiva, pero que tiene su realización y concretización en Dios mismo que no nos dejó solos. Está con nosotros: Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo (Mt. 28.20; cf. Jn. 16.7-9; Hch. 1—2).
En este punto, tenemos que ayudarnos de Karl Barth para entender qué significa que Dios nos hable hoy:
Debemos empezar con la afirmación de que, por la gracia de la revelación y su testimonio, Dios mismo se compromete por medio de su Palabra eterna con la predicación de la iglesia cristiana; de tal manera que esta predicación no es simplemente una proclamación de ideas y convicciones humanas, sino que, al igual que la existencia del mismo Jesucristo, y el testimonio de los profetas y los apóstoles sobre la que está fundada y por la que vive, es la propia proclamación de Dios. Es decir, los hombres que hablan aquí —hombres que no son Jesucristo ni profetas ni apóstoles— no se abrogan el derecho, afirmando o defendiendo su propia humanidad, de intentar, de manera arrogante, hablar algo que no sea la Palabra de Dios.14
Recordando las palabras de Barth, citadas varios párrafos atrás, al hablar en nombre de Dios, es Dios mismo el que habla; porque de acuerdo al testimonio bíblico, el nombre de la persona es la persona misma. Así que hablar en el nombre de Dios es reconocer el gran milagro de que en la proclamación de su palabra, Dios mismo está presente: «Emmanuel». Por eso, la proclamación de la palabra, en la ambigüedad del hablar y el ser humanos, está fundamentada en el hecho real de que nuestro Señor ha resucitado, que está presente aquí, con nosotros y nos ha hecho miembros de la familia de Dios.
Por ello, en el prólogo del Evangelio de Juan, la palabra encarnada es la palabra engendradora: «A todos los que le recibieron… les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Jn. 1.12, véase también el v. 13). Y, ¿quiénes son esos hijos de Dios?: «todo el que hace justicia es nacido de él» (1 Jn. 2.29); «Todo el que ama, es nacido de Dios» (1 Jn. 4.7); «todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios» (1 Jn. 3.10).
Quien se atreve a predicar o proferir la palabra de Dios, tiene que estar seguro y convencido de que esa misma palabra lo ha engendrado y de que él camina en ella por los senderos del amor y de la justicia. Para quien se dice hijo de Dios, esa palabra que lo ha engendrado también lo convoca y lo envía. Por el hecho de ser engendrado y conformado por la palabra, el siervo de Dios que la proclama queda automáticamente investido de la autoridad divina; el yo de Dios viene a ser su «yo» humano.
Lo anterior nos asegura que la proclamación de la Palabra es un acto creativo y, como tal, subversivo. La predicación no es proclamación de la Palabra de Dios cuando apenas si «rasga» las calcificadas consciencias u ofrece recetas para una vida «mejor» y sin compromisos; o, como dice Bruggemann, «no seremos la comunidad que deseamos ser, si nuestras prioridades comunicativas se centran en la tecnología utilitaria y en los valores manipulados y conformados [por él y para el status quo]».15 No debemos caer en la trampa de convertirnos en voces del sistema; ¡somos profetas de Dios. La predicación verdaderamente bíblica y evangélica debe definirse así: El lenguaje del texto bíblico es profético: anticipa y convoca una realidad que se encuentra más allá de los convencionalismos del cotidiano y previsible mundo nuestro. Este mensaje es profético porque es poético, y tiene el poder de hacer añicos la realidad predecible y cómodamente establecida. Tiene el poder de evocar nuevas posibilidades en medio de la comunidad de fe. Tiene el poder de crear un mundo que trasciende a este ya desgastado y del cual nos hemos acostumbrado demasiado.16
***** Busque la continuación de este artículo aquí: «Exégesis y proclamación del Antiguo Testamento — Parte 2»
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Notas y referencias
1Dietrich Bonhoeffer, Redimidos para lo humano: cartas y diarios (1924-1942) (Salamanca: Ediciones Sígueme, 1979), p. 99.
2Dietrich Bonhoeffer, Ética (Barcelona: Editorial Estela, 1968), p. 207.
3Cecilio Arrastra, La predicación, el predicador y la Iglesia (San José: Colección CELEP, 1983), pp. 52-53.
4Karl Barth, La proclamación del evangelio (Salamanca: Ediciones Sígueme, 1969), p. 13.
5Rolando Gutiérrez-Cortés, La predicación de la fe cristiana (En ocasión del Servicio de Graduación del Seminario Teológico Bautista Mexicano, Lomas Verdes, Estado de México, el 30 de abril de 1976).
6Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura (Madrid: Mestas ediciones, 2001), pp. 129-130.
7Wijngaards, John N. M. Comunicar la palabra de Dios: predicación y catequesis bíblicas (Estella: Editorial Verbo Divino, 1988), pp. 49-50.
8Wijngaardas, pp. 54-59.
9Orlando Costas (Editor), Predicación evangélica y teología hispana (San Diego: Publicaciones de las Américas, 1982), pp. 7-8.
10Jürgen Moltmann, Esperanza y planificación del futuro: Perspectivas teológicas (Salamanca: Ediciones Sígueme, 1971), pp. 158-159.
11Remito al lector al punzante libro de Jacques Ellul, La palabra humillada (Madrid: S. M. Ediciones, 1983), 366 pp.
12Esperanza y planificación del futuro, pp. 163-164.
13Walter Brueggemann, Finally Comes the Poet (Minneapolis: Fortress Press, 1989), p. ix.
14Karl Barth, Church Dogmatics: The Doctrine of the Word of God-2 (Edinburgh: T. & T. Clark, 1956), pp. 745-746.
15Finally Comes the Poet, p. 2.
16Finally Comes the Poet, p. 4.