Geografía del mundo de la Biblia — Parte 2

Geografía del mundo de la Biblia — Parte 2

Clima

El clima de Palestina está determinado por la posición geográfica, la configuración de la región y la proximidad al desierto. Aunque posee variedad en el clima, la región generalmente reconoce dos estaciones básicas: el invierno, con su temporada de lluvias; y el verano, que es un período de gran sequía. Las llamadas «lluvias tempranas» llegan en el otoño, y con ellas comienza el calendario agrícola. El período de mayor lluvia en Palestina se manifiesta desde diciembre hasta marzo; y las llamadas «lluvias tardías», tan importantes para la cosecha, se producen en abril y mayo (Jer 3.3; Am 4.7).

Por Pedro Ortiz y José Soto

Palestina está enclavada entre el mar y el desierto, y las lluvias se producen en las zonas cercanas al mar, desde el oeste de la región. La precipitación pluvial decrece de oeste a este, aunque ese efecto es aminorado por la altura de las montañas. La lluvia se precipita mayormente al oeste de la cordillera de Cisjordania y de Transjordania. La precipitación pluvial anual en la costa y en Jerusalén es de 24-26 pulgadas; en Meguido, 16, y al sur de Hebrón, 12.

La temperatura en la costa durante los veranos es generalmente caliente, aunque en las montañas es más placentera. En la cordillera, como en Jerusalén, a veces cae nieve.

 

Durante el verano es común ver incendios forestales. En el desierto, arden los cardos y la hierba en varios kilómetros, lo que hace que muchos animales salgan de sus madrigueras. En el occidente, durante todo el año, soplan vientos que, con la ayuda del mar, cumplen dos funciones importantes en la vida de Palestina. En el invierno, esos vientos húmedos provenientes del mar hacen contacto con las montañas frías y dejan caer su humedad, causando las lluvias invernales. En el verano, esos vientos vienen del noroeste y, por eso, son más secos. Al entrar en contacto con el calor del verano no se producen lluvias, pero sí una brisa fresca que reduce el calor del día.

Al este del Jordán y al sur del Neguev, está el desierto, donde es mínima la precipitación pluvial. En esa región los cambios bruscos de temperatura producen vientos cálidos y secos que pueden tener efectos devastadores para la agricultura palestina. De particular importancia son los vientos «sirocos», que se producen al comenzar el otoño y al finalizar la primavera. Los profetas de Israel identificaron esos vientos con la ira de Dios (Is 27.8; Ez 17.10; Os 13.15).

El clima de Palestina hace de la región uno de los lugares más saludables del mundo. La temperatura promedio anual varía entre los 17o y 22o C. Los días más calientes no pasan de los 33o C, y el frío durante el invierno rara vez baja al punto de congelación. En febrero la temperatura promedio es de 8o C, sube a lo largo de marzo y abril, de 13o C a 16o C. Para mayo y junio la temperatura sube de 18o C a 25o C; en julio y agosto se mantiene cerca de los 27o C; en septiembre y octubre baja de 27o C a 22o C. Después de las lluvias de noviembre la temperatura baja casi a 17o C, y en diciembre llega a bajar hasta casi 11o C. Luego, en enero, debido a la nieve, los vientos fríos y el poco sol, la temperatura llega a bajar hasta 8o C.

Esa variación de temperatura a lo largo del año ha hecho de los habitantes de Palestina personas sumamente adaptables y resistentes. Su contextura corporal es lo bastante elástica para resistir los cambios.

Flora y Fauna

La flora de Palestina puede brevemente listarse bajo tres grandes divisiones. Cereales: Trigo, cebada y mijo (millo). Frutas: Olivos, uvas, manzanas, almendros, granados, higos, moras, nueces, plátanos y naranjas. Árboles: Pinos, cedros, terebintos, robles, tamariscos, sicómoros, eucaliptos y palmeras. Además de esta lista, debemos añadir una rica variedad de leguminosas (como la lenteja y las habas) y hortalizas: sésamo o ajonjolí, tomate, remolacha, puerros (poro) y cebolla.

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De modo similar se puede dividir la fauna. Animales no domesticados: Leones, hienas, chacales, jabalíes, lobos, zorros, osos, liebres, ciervos, corzos, gacelas, cabra montesa. Aves: avestruz, cigüeña, gavilán, halcón, águila, cuervo, perdiz, codorniz, paloma, tórtola y gran variedad de pájaros. Peces y reptiles: de los peces, se han contado hasta hoy 30 especies diferentes; y entre los reptiles tenemos al cocodrilo pequeño, los lagartos y los camaleones. Insectos: escorpiones, langostas. Animales domésticos: ganado vacuno, caballos, burros, cerdos, ovejas, cabras y camellos.

Geografía humana y económica

Desde la antigüedad hasta ahora, el país se ha ido empobreciendo con la presencia y acción humana. En épocas antiguas, las zonas montañosas de ambos lados del Jordán fueron bosques que, debido a la deforestación, ya no existen. Esto ha provocado la erosión de sus suelos. De hecho, el país nunca fue rico. La economía del país ha sido esencialmente pastoril y agrícola. La estepa y la montaña no le han permitido producir tanto para una población grande.

Población

En la primera parte del siglo VIII a.C. (época de prosperidad económica) había menos de 800 000 habitantes. La población del reino del Norte (Israel) no llegaba a 300 000 habitantes, y Judá era tres veces menor. Si se suma la población de Amón, Moab y Edom, nunca llegaron a más de un millón de habitantes.

Las ciudades del Antiguo Testamento eran muy pequeñas y poco pobladas. Se construían cerca de una fuente, o sobre una capa de agua subterránea, y estaban por lo general amuralladas. Las más importantes eran de unas cuantas hectáreas y algunos millares de habitantes. Jerusalén en Judá, y Samaria en Israel, eran ciudades de mayor extensión, pero no contaban con más de 30 000 habitantes.

En cuanto a Palestina, las regiones más pobladas eran: el borde de la llanura de Esdraelón, la baja Galilea, la vertiente oeste de la montaña de Judea, y la Sefela.

Tipos de oficio en la población

Los habitantes en su mayoría eran campesinos dedicados a la agricultura, sobre todo en la parte norte del país. Los cultivos de esta región eran trigo, cebada, olivos, uvas e higueras. Los habitantes de la parte sur eran pastores dedicados a la cría de ovejas y cabras, y poco ganado mayor.

Las irregularidades físicas de la región (clima-relieve) producen, en parte, una falta de unidad en la población. El terreno es muy quebrado —tiene elevaciones desde el nivel del mar hasta 1000 m. de altura en una distancia de 25 km. y a todo lo largo del territorio—, por lo que ciudades y pueblos forjaron estilos de vida e intereses distintos.

Vías de comunicación

Por su ubicación entre las grandes civilizaciones que se desarrollaron entre los ríos Tigris-Éufrates y el Nilo, y por estar enclavada al sur de los reinos del Asia Menor, Palestina desempeñó un papel preponderante en la historia del antiguo Próximo Oriente. En las caravanas de comerciantes y en los carros de guerra se transmitían valores culturales y comerciales que influyeron de forma destacada en la región. Esos intercambios culturales, comerciales y bélicos pusieron en contacto a los pueblos palestinos con sus vecinos del antiguo Próximo Oriente.

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Las relaciones entre los pueblos se efectuaban a través de una serie de caminos, de los cuales se mencionan algunos en la Biblia. Desde el cuarto milenio a.C. fue importante la influencia de la cultura mesopotámica en Egipto. La ruta comercial entre estas culturas se conoce como «el camino de la tierra de los filisteos» (Ex 13.17); los egipcios lo llamaban «el camino de Horus». Comenzaba en Zilu, Egipto, y seguía cerca de la costa, a través del desierto, para llegar a Rafia, Gaza, Ascalón, Asdod y Jope; hacia el norte cruzaba el Carmelo, por Meguido, y llegaba a la llanura de Esdraelón; proseguía al norte, hacia Damasco, por el sur del antiguo lago Huleh, o al sur del mar de Galilea.

Otra ruta de importancia se conoce como «el camino de Shur» (Gn 16.7). Nace en el lago Timsah, en dirección de Cades-barnea, desde donde prosigue hacia el norte, a través del Neguev, para llegar a Beerseba, Hebrón, Jerusalén y Siquem; también llega a la llanura de Esdraelón.

La tercera de las más importantes rutas comerciales que pasaban por Palestina es «el camino real» (Nm 20.17–21). Procedente de Egipto, cruzaba Ezión-geber, al norte del golfo de Akaba, pasaba por Edom y Moab, para subir por Transjordania y llegar a Damasco.

La vida en Palestina

La vida de los hebreos giraba en torno al hogar (Dt 6.4–9). Ellos se organizaban en aldeas y ciudades. En las zonas montañosas las casas se construían con roca caliza gris, dándoles forma cuadrangular. Pero en los valles, las casas eran de adobe cocido al sol. En los techos se almacenaban alimentos, y sobre ellos se encontraba la azotea, considerada como el lugar más fresco y con mejor vista (Mt 10.27). Era el sitio adecuado para alojar a los visitantes (Hch 10.9). Los pobres vivían en casas de un solo aposento. En general, las casas eran acogedoras y frescas, aunque escaseaba el agua. Los pobres se sentaban y dormían en esteras, y se alumbraban con lámparas de aceite (Lc 15.8). Los ricos dormían en camas, comían en mesas, y contaban con servidumbre.

Por lo general, las mujeres esquilaban la lana de las ovejas del rebaño familiar (Pr 31.13), para la confección de ropa. Los que contaban con plantas de lino se dedicaban a la fabricación de vestidos de ese material; también se usó, aunque en menor cantidad, el algodón. Estos últimos, aunque se cultivaron en Palestina, eran importados principalmente de Egipto. La ropa dependía del clima y de la condición social. La gente se vestía con mantos largos y holgados. Los más ricos se vestían de lino y lana fina (Ez 34.3). Pero en general se usaba delantal, manto y una túnica blanca que, en el caso de los hombres, llegaba hasta la rodilla, y en el de las mujeres, hasta los tobillos. Los hombres usaban un paño blanco sobre la cabeza, atado con una cuerda de pelo de camello. En la cintura se ataban una especie de cartera, que venía unida al cinturón. Las mujeres vestían igual que los hombres, salvo por la presencia de un velo de color que se podía trenzar con el cabello. Sobre las vestiduras se solía echar una capa, que en las noches frías servía de frazada (2 Ti 4.13). Las ropas, por lo general, eran de dos piezas cosidas; sin embargo, como en el caso de la túnica de Cristo, había ropas de una sola pieza y sin costuras, pero ese era un caso más bien excepcional dentro de las costumbres judías (Jn 19.22–24).

 

También se usó el pelo de las cabras para la elaboración de tiendas de campaña, telas gruesas (para cortinas) y bolsas o costales.

En su mayoría, los judíos andaban descalzos. Para caminatas muy largas se usaban sandalias, que no eran más que un cuero atado al tobillo y cruzado en los dedos (Is 5.27; Mc 6.9). Hombres y mujeres usaban aceites y perfumes. Algunas personas acostumbraban llevar perfume en pequeños frasquitos hechos de piedras preciosas, los cuales se ataban al cuello (Mt 26.7; Mc 14.3).

La agricultura era la labor más importante. En el otoño se hacían las eras con el arado y se lanzaban las semillas. Con las lluvias de la primavera se daba la cosecha. La paja se separaba del grano usando bueyes para desgranar lo cosechado, costumbre conocida en la Biblia como «trillar» (Dt 25.4; 2 S 17.19; 1 Co 9.10). En las tardes se aventaba el grano y volaba la paja; luego esta era llevada al horno casero (Sal 1.4; Is 47.14; Jer 13.24). El grano se medía, y se empacaba o se almacenaba. Palestina era productora de uvas, higos, aceitunas, lentejas, frijoles, pepinos, ajos, cebollas, trigo y mostaza. El oficio de pescador no era muy gratificante: lo que se pescaba, se vendía; y si no, se salaba. Los israelitas no desarrollaron mucho la pesca, excepto en ríos y lagos, principalmente en el lago de Galilea. Puede ser que los dos hijos de Zebedeo y Simón Pedro usaran el tercer método de pesca, muy común en Palestina: la red de arrastre, con flotadores y lastre, y una serie de redes en dirección vertical que se estrechan hasta juntar la pesca (Jn 21.8; Mt 4.8; Mc 1.16). Se acostumbraba comer los pescados ahumados y salados, junto con el pan (Jn 21.9). A veces se envolvían en una masa de trigo y se asaban. Era la comida favorita. La vida del pastor de ovejas era más sacrificada. Todas las noches debía contar las ovejas, e incluso dormía en la puerta del corral para cuidar el rebaño de las acechanzas nocturnas de chacales, leones, lobos y zorros (1 S 17.34–37). El pastor cuidaba a la vez sus ovejas y sus cabras. Ambas daban carne, leche y material para abrigos, aunque las ovejas eran más apreciadas.

Dentro de la sociedad judía ocuparon importancia los artesanos, pues de ellos procedían arados, cribas, vasijas, pieles, sandalias y vestidos. Se reunían a vender en las plazas. Estos eran precisamente los lugares públicos de mayor concentración popular (2 Cr 32.6; Neh 8.1; Pr 1.20; Lc 14.21; Hch 17.17). Palestina contó con alfareros, curtidores y carpinteros. José y Jesús fueron carpinteros (Mt 13.55).

La vida matrimonial era un deber. Los matrimonios eran concertados por los padres (Gn 24.1–67), generalmente entre miembros del mismo clan familiar (endogamia), de preferencia primos (Gn 28.1-9). Un intercambio de regalos era señal de compromiso. El día de la boda, la novia esperaba que el novio fuera a visitarla. Los parientes contemplaban cómo la amada era conducida hacia el nuevo hogar. A veces las fiestas nupciales duraban más de una semana.

Como el matrimonio era la mejor de manera de proteger la herencia familiar y le preservación del linaje, se estimaba una calamidad la esterilidad; la felicidad era proporcional al número de la descendencia. Además del problema de la infertilidad, también la corta expectativa de vida entre las mujeres (la mayoría no llegaba a los 40 años) condujo a las prácticas de la poligamia y del levirato (Gn 28; Rut).

 

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El nacimiento de un varón, de manera especial si era el primer hijo, era recibido con mucha alegría y acción de gracias. La razón era más de carácter económico; un hijo aseguraba que los bienes familiares, especialmente los terrenos, quedaran dentro del clan familiar paterno; eso explica por qué solo los varones heredaban las tierras. Se circuncidaba al varón a los ocho días de nacido y, si era el primogénito, los padres debían ofrecer el sacrificio correspondiente (Nm 3.13; Lc 23–24). El destete se daba a los tres años.

Las fiestas anuales eran clave para la vida religiosa del pueblo. En ellas se recordaba el favor de Dios hacia su pueblo elegido. La más importante era la fiesta de la Pascua, para celebrar la salida de Egipto (Ex 12.11; Mt 26.2). Otras fiestas eran: las de las Semanas o de Pentecostés, al inicio de las cosechas (1 Co 16.8); la de los Tabernáculos, durante la cosecha (Jn 7.2); la de la Expiación, o de Purim, para festejar la liberación de los judíos en tiempos de Ester (Est 9.1–32). Los fieles debían ir al templo tres veces al año. En situaciones especiales, se asistía por lo menos una vez. El sábado era día de reposo dedicado a honrar y agradecer a Dios su favor (Ex 20.8; 31.13). De esta manera, la vida israelita gravitaba alrededor de la presencia de Dios y de un especial reconocimiento hacia él. Estos elementos, en efecto, serían retomados en el nuevo contexto de la vida cristiana.

Teología y geografía

La Biblia es un texto de teología. Su mensaje pone de manifiesto la historia de la salvación. No es un manual de ciencias naturales, sino el recuento de la fe y de las interpretaciones teológicas de los acontecimientos históricos significativos de un pueblo. Por esa razón, cuando los pasajes bíblicos aluden a la belleza, exuberancia y fertilidad de la tierra, destacan y ponen de manifiesto los valores teológicos.

Todos los detalles geográficos que hemos discutido nos ayudan a comprender mejor la teología que hay detrás de cada mención de la geografía, la flora y la fauna de Palestina. Consideremos algunos ejemplos.

La «llanura» y la «montaña»: La descripción geográfica que hicimos de Palestina en cuatro franjas que corren de norte a sur, se puede resumir en dos expresiones simples: «Palestina de la llanura» y «Palestina de la montaña». Esta situación geográfica tiene gran importancia en la historia de Israel, pues por lógica la montaña se prestó para las guerras de infantería y la llanura para la guerra de caballería y carros. Esto hacía de las montañas el lugar más seguro para vivir, pues las naciones vecinas preferían la guerra y el comercio a través de las llanuras de Palestina. En realidad, las montañas fueron el último territorio que perdieron los israelitas frente a las invasiones de los imperios vecinos. Israel era poderoso en la montaña, pero débil en la llanura. Esto generó la idea de que el Dios de Israel era un Dios de la montaña y no de la llanura. Por eso cuando el rey sirio Ben-adad invadió Israel, fue derrotado en las montañas por Acab, rey israelita. La explicación que ante la derrota dieron los oficiales del rey Ben-adad la encontramos en 1 Reyes 20.23: Los dioses de los israelitas son dioses de las montañas; por eso nos han vencido. Pero si luchamos contra ellos en la llanura, con toda seguridad los venceremos.

¡Raza de víboras!

Mencionamos antes que, durante el verano, era muy común el incendio forestal, lo cual se daba mucho en el desierto. Conforme avanzaba el fuego que consumía hierbas y arbustos, salían despavoridos de sus agujeros los escorpiones y las víboras. Juan el Bautista, acostumbrado al desierto, tomó esa vívida imagen y la utilizó contra la gente que llegaba a escucharlo y a bautizarse: ¡Raza de víboras! ¿Quién les ha dicho a ustedes que van a librarse del terrible castigo que se acerca? (Lc 3.7, DHH). «Castigo» (DHH) o «ira venidera» (RVR) provienen de la imagen del fuego que avanza, y se vuelve así en símbolo de la ira de Dios. El ruido producido por los arbustos en llamas, y el humo, advertían a los animales. El pecado de aquella gente que llegaba a escuchar a Juan martilleaba en sus conciencias, advirtiéndoles del peligro. Así que, lejos de representar un insulto, la frase promulgada por Juan era una advertencia y una reflexión teológica.
Palestina:

«Tierra prometida»:

Por lo que se refiere al AT, la tierra prometida es fundamental tanto para la historia del pueblo de Israel como para la teología bíblica. El sustantivo «tierra» (erets, en hebreo) se encuentra más de tres mil veces en el AT, siendo superado únicamente por «Dios» e «hijo», si se sigue la lectura del texto hebreo. La importancia de Palestina se destaca en el AT con las palabras «propiedad», «herencia», «posesión», y particularmente con los nombres «Jerusalén» y «Sión».

El tema de la tierra prometida es prioritario en el Pentateuco; da cohesión y continuidad a los relatos patriarcales y mosaicos. La historia inicial del pueblo de Israel gira en torno a la tierra. La Biblia menciona la tierra con predilección en los relatos de la promesa a los antepasados de Israel; en la liberación de Egipto; en el peregrinaje por el desierto; y, finalmente, en la entrada y conquista de Canaán.

De acuerdo con la teología del libro del Éxodo, la promesa de la tierra es el resultado de la acción liberadora de Dios. En los relatos de los patriarcas, se relaciona con otras promesas: el nacimiento milagroso de un hijo (Gn 18.10), tener una descendencia numerosa (Gn 13.16), ser de bendición a todas las familias de la tierra (Gn 12.1–3), mantener una relación especial con sus descendientes (Gn 17.7) y disfrutar de la providencia divina (Gn 28.15). Se destacan, en ambas perspectivas, diferentes aspectos de la teología de la «Tierra prometida». Por un lado, se pone de relieve la relación estrecha de Dios con su pueblo; por el otro, se subraya la importancia de la liberación.

El libro del Deuteronomio presenta la «Tierra prometida» de una forma ideal: …buena tierra…un país lleno de arroyos, fuentes y manantiales que brotan en vegas y montes; es una tierra donde hay trigo, cebada, viñedos, higueras, granados, olivos y miel. En ese país no tendrán ustedes que preocuparse por la falta de alimentos, ni por ninguna otra cosa; en sus piedras encontrarán hierro, y de sus montes sacarán cobre.» (Dt 8.7–9)

En los relatos de la conquista de Canaán o Jericó, se ve la tierra como un don de Dios. La narración de esos importantes acontecimientos de la historia bíblica comienza con la organización del pueblo y la gesta dirigida por Josué (cf. Jos 1–10), y continúa hasta las conquistas militares de David (2 S 5–10). Durante ese período, el pueblo contaminó la tierra con abominaciones y prácticas idolátricas: Israel no correspondió a la generosidad divina. Uno de los objetivos teológicos de la historia deuteronomista —que incluye los libros de Josué hasta 2 Reyes— es responder a la interrogante: ¿Por qué el pueblo ha sido derrotado y humillado, y ha sido obligado a abandonar la tierra que Dios le había prometido y otorgado a sus antepasados?

Los profetas de Israel también utilizaron de forma destacada el tema de la tierra. Los que profetizaron antes del exilio en Babilonia anunciaron el castigo al pueblo y amenazaron con el destierro (por ejemplo, Isaías y Jeremías). El pueblo de Israel no había vivido de acuerdo con las normas dadas por el Señor para vivir en paz en la tierra prometida. El resultado de esa apostasía y desobediencia fue el exilio. Los profetas exílicos hablaron del retorno a la tierra, y presentaron ese acontecimiento de restauración nacional como un nuevo éxodo, una nueva liberación (Is 51–52). Posteriormente, los profetas posexílicos y la literatura apocalíptica destacaron los valores universales de la tierra, hablaron de una «nueva Jerusalén», e incluyeron la idea de «los nuevos cielos y la nueva tierra» (Is 65.17; 66.22; Dn 9; Joel 3).

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Notas y referencias

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Jenkins, Simon. Libro de mapas bíblicos. Miami: Editorial Unilit, 1992.
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Smith, G. Adam. Clásicos de la ciencia bíblica. Tomo III Geografía histórica de la tierra santa. Valencia: EDICEP, 1985.
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