Hablemos de nuestra fe con acciones y sencillez

Hablemos de nuestra fe con acciones y sencillez

«Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí.» (Isaías 6.8).

Al principio creía que todo estaba bien, que su comportamiento era ejemplar, mucho mejor que la conducta de quienes lo rodeaban. Quizás estaba en lo cierto, pero había algo que todavía no entendía: a Dios le interesa quiénes somos en nuestro corazón.

Isaías se ponía muy triste cuando miraba a los demás y veía la decadencia de su pueblo. ¡A nadie parecía importarle la fe!

Pero en el peor momento de su vida tuvo un encuentro personal con Dios. Lo vio como nunca antes lo había mirado, lleno de poder y autoridad. ¡Alguien a quien no se le escapa lo que ocurre en el mundo, sino que conoce bien lo que sucede día a día!

En ese momento, Isaías se dio cuenta de que era parte del problema. Les había dado más lugar a la tristeza, la queja y la crítica que al amor y la fe. Por eso le pidió a Dios que lo perdonara y recibió la limpieza de sus pecados.

Entonces, recién ahí logró comprender lo que Dios quería hacer a través de su vida. Por eso respondió con tanta alegría y seguridad. ¡Ahora sí estaba dispuesto a compartir su fe desde el corazón!

  • Recordemos esto: más que palabras o grandes acciones –que son buenos instrumentos para comunicarnos– busquemos hablar con la gente desde nuestra propia experiencia de vida. Es decir, hablemos del amor de Dios como quien conoce ese amor y no solo como quien ha leído algo acerca de él.

Sumérgete: Las personas que todavía no conocen a Jesús necesitan a alguien que les hable con amor y sencillez. Gente que además de buenas palabras y acciones conozca a Dios en forma personal.

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