«Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.» (Romanos 10.10)
Hoy en día usamos la palabra «señor» para referirnos a las personas en general, por ejemplo, decimos: «Buenos días, señor Gómez», «Por favor, tome asiento, señora López». Es parte de nuestra manera de hablar y de relacionarnos respetuosamente con los otros, en especial, si se trata de gente mayor.
Hace unos 2000 años, el mundo en donde vivían los primeros seguidores de Jesús estaba bajo el dominio del Imperio Romano. El líder máximo era el César y uno de los títulos que se le daba era «kyrios», una palabra griega que quiere decir algo así como «señor y dueño de todo».
Y era así, porque, por ejemplo, si el emperador quería utilizar un sector de la ciudad para construir un parque, todos debían ceder sus terrenos para tal proyecto. Si quería que la gente se vistiera de una manera determinada, todos tenían que hacerle caso. Si deseaba que los jóvenes se enrolaran como parte del ejército, debían obedecerle o de lo contrario sufrirían la cárcel. ¡No era broma! ¡Lo que decía el César era ley obligatoria para todos!
Las páginas del Nuevo Testamento fueron escritas en griego y hay muchos versículos que se refieren a Jesús como el «kyrios». ¿Qué quiere decir?
Decir que Jesús es nuestro «señor» significa que es el dueño de nuestra vida. En otras palabras: debemos dejarlo que dirija nuestros pensamientos y sentimientos, que guíe nuestras decisiones… ¡saber que él desea lo mejor para cada uno de nosotros y por eso nos invita a seguirlo cada día!
¡Nada que ver con el emperador romano!
Sumérgete: ¿Qué áreas de nuestra vida todavía no le hemos entregado a Jesús? Recordemos que además de perdonar nuestros pecados y darnos el regalo de la vida eterna, él también quiere que le hagamos caso en todo para que vivamos felices. ¡Quiere ser nuestro Salvador y señor!
