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Hay un niño en la calle

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Hoy el mundo está siendo testigo de los horrores de la guerra en vivo y en directo. Sin entrar en el análisis de la guerra en sí, las imágenes que nos llegan continuamente, especialmente de niños sufriendo, llorando y clamando por sus padres y hermanos, son desgarradoras.

Por esa razón, creemos que es oportuno recordar un fragmento de una poesía de Armando Tejada Gómez. 

«Hay un niño en la calle».

A esta hora, exactamente,
hay un niño en la calle.

Es honra de los hombres proteger lo que crece,
cuidar que no haya infancia dispersa por las calles,
evitar que naufrague su corazón de barco,
su increíble aventura de pan y chocolate,
transitar sus países de bandidos y tesoros
poniéndole una estrella en el sitio del hambre,
de otro modo es inútil ensayar en la tierra
la alegría y el canto,
de otro modo es absurdo
porque de nada vale si hay un niño en la calle.

Importan dos maneras de concebir el mundo,
una, salvarse solo,
arrojar ciegamente los demás de la balsa;
y la otra,
un destino de salvarse con todos,
comprometer la vida hasta el último náufrago,
no dormir esta noche si hay un niño en la calle.

Exactamente ahora, si llueve en las ciudades,
si desciende la niebla como un sapo del aire
y el viento no es ninguna canción en las ventanas,
no debe andar el mundo con el amor descalzo,
enarbolando un diario como un ala en la mano,
trepándose a los trenes, canjeándonos la risa,
golpeándonos el pecho con un ala cansada,
no debe andar la vida, recién nacida, a precio,
la niñez, arriesgada a una estrecha ganancia,
porque entonces las manos son dos fardos inútiles
y el corazón, apenas una mala palabra.

Cuando uno anda en los pueblos del país
o va en trenes por su geografía de silencio,
la patria sale a mirar al hombre con los niños desnudos
y a preguntar qué fecha corresponde a su hambre,
qué historia les concierne, qué lugar en el mapa.

Ellos han olvidado
que hay un niño en la calle,
que hay millones de niños
que viven en la calle
y multitud de niños
que crecen en la calle.

A esta hora, exactamente,
hay un niño creciendo.

Yo lo veo apretando su corazón pequeño,
mirándonos a todos con sus ojos de fábula,
viene, sube hacia el hombre acumulando cosas,
un relámpago trunco le cruza la mirada,
porque nadie protege esa vida que crece
y el amor se ha perdido
como un niño en la calle… 

Dijo Jesús: «Dejen que los niños se acerquen a mí. No se lo impidan… Entonces Jesús tomó a los niños en sus brazos, puso sus manos sobre ellos, y los bendijo» (Mr 10.14, 16).

Hoy hay muchos niños que están sufriendo de hambre, abusos y guerras. Dios tomará en cuenta el daño que se les está haciendo a los niños alrededor del mundo. Oremos por los niños que están sufriendo en estos momentos.

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