De acuerdo a las costumbres y la ley judías, el hijo varón mayor de una familia recibía privilegios especiales debido a ser el primogénito. Isaac tuvo dos hijos: Esaú —el primogénito— y Jacob. Sin embargo, fue este último quien fue beneficiado con los derechos y las bendiciones de la primogenitura. Tratemos de ver qué hubo detrás de eso.
Analicemos, primero, algunos elementos importantes en la vida de Esaú.
En Hebreos 12.16, leemos:
«No sea que haya algún fornicario, o profano (mundano), como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura».
Es decir, Esaú no le dio ningún valor a su primogenitura, y eso antes de que Jacob engañara a su padre Isaac y recibiera la bendición de la primogenitura.
El escritor de Hebreos deja bien en claro quién era Esaú. Un profano que por un plato de comida vendió su primogenitura.
El libro de Génesis también habla de Esaú, y dice:
«Entonces Jacob dio a Esaú pan y del guisado de las lentejas; y él comió y bebió, y se levantó y se fue. Así menospreció Esaú la primogenitura» (Génesis 25.34).
Es decir, Esaú menospreció lo que tenía. Por otro lado, sabemos que una de las características de los Patriarcas (Abraham, Isaac y Jacob) era que debían mantenerse separados de las naciones vecinas (y de sus dioses). Eso implicaba que se casaran con mujeres de sus familias. ¿Qué hizo Esaú? Leamos:
«Y cuando Esaú era de cuarenta años, tomó por mujer a Judit hija de Beeri heteo, y a Basemat hija de Elón heteo; y fueron amargura de espíritu para Isaac y para Rebeca» (Génesis 26.34-35).
«Vio asimismo Esaú que las hijas de Canaán parecían mal a Isaac su padre; y se fue Esaú a Ismael, y tomó para sí por mujer a Mahalat, hija de Ismael hijo de Abraham, hermana de Nebaiot, además de sus otras mujeres» (Génesis 28.8-9).
«Esaú tomó sus mujeres de las hijas de Canaán: a Ada, hija de Elón heteo, a Aholibama, hija de Aná, hijo de Zibeón heveo, y a Basemat hija de Ismael, hermana de Nebaiot» (Génesis 36.2).
Por otro lado, ¿qué emergió en su corazón cuando supo que Jacob había robado su primogenitura?
«Y aborreció Esaú a Jacob por la bendición con que su padre le había bendecido, y dijo en su corazón: Llegarán los días del luto de mi padre, y yo mataré a mi hermano Jacob» (Génesis 27.41).
Lo que nos hace recordar a otro par de hermanos:
«Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató» (Génesis 4.8).
(Dicho sea de paso, Caín también era el hermano mayor).
Vemos también que Isaac y Rebeca sufrieron ese menosprecio de Esaú por los mandamientos de Dios, cuando leemos:
«Y dijo Rebeca a Isaac: Fastidio tengo de mi vida, a causa de las hijas de Het. Si Jacob toma mujer de las hijas de Het, como éstas, de las hijas de esta tierra, ¿para qué quiero la vida? Entonces Isaac llamó a Jacob, y lo bendijo, y le mandó diciendo: No tomes mujer de las hijas de Canaán» (Génesis 27.46–28.1).
Veamos ahora algunos elementos importantes en la vida de Jacob.
Sin duda, sabemos que Jacob fue mentiroso, engañador y tramposo. Sin embargo, tenía algo que destacaba en su corazón: anhelaba ardientemente la bendición de Dios.
Primero, obtuvo los derechos de la primogenitura a cambio de un plato de comida. ¿Culpable? ¡De ninguna manera! Esaú no debió ceder su primogenitura por ningún motivo, ¡y menos por un plato de comida! Así que Jacob obtuvo esos derechos legítimamente, aunque no de la manera convencional, podríamos decir. Por otro lado, aquí comenzamos a ver el anhelo de Jacob por recibir la bendición de Dios. Y eso fue antes de engañar a su padre, ayudado (e incitado) por Rebeca, su madre.
Luego de engañar a su padre y recibir así las bendiciones de la primogenitura de parte de Isaac, su madre le dice que huya de su hermano Esaú, y Jacob obedece. ¿A dónde va? A la casa de Labán, hermano de Rebeca. A la familia de su madre.
Antes de llegar allí, Dios se encuentra con él en Bet-el (Casa de Dios) y lo bendice (Génesis 28.10-17). Esto ya nos indica que Dios estaba trabajando con Jacob y que lo usaría para ser de bendición a muchos.
Finalmente llegó a Harán, tierra de su tío Labán, a quien sirvió por 7 años a fin de que este le permitiera casarse con su hija menor, Raquel, a quien amaba profundamente.
Sin embargo, después de los 7 años, el engañador fue engañado, y después de esos 7 años Labán envió a la tienda nupcial de Jacob a Lea en lugar de Raquel, con la excusa de que Lea era su hija mayor. Jacob tuvo relaciones con Lea (sin saber quién era, en la oscuridad de la noche) y no tuvo más remedio que aceptarla. Luego de eso, sirvió a Labán otros siete años por Raquel, cosa que así sucedió. Finalmente, sirvió a Labán otros 7 años y se dispuso a volver a su tierra. Después de 21 años, Jacob era otra persona.
En todo esto, vemos que Dios guardó y bendijo a Jacob, hasta que, en su camino de vuelta a Canaán, Jacob tuvo otro encuentro con Dios, y ahí podemos ver nuevamente el corazón de Jacob, que ardía apasionadamente por recibir la bendición de Dios, cosa que Dios le concede, según leemos en Génesis 32.24-32, al luchar en Peniel (que significa «el rostro de Dios»).
Ahora bien, ¿por qué Dios eligió a Jacob en vez de a Esaú? Antes que nada, debemos enfatizar la soberanía de Dios. Él es el que elige y el que aborrece. No hay discusión en eso. Por otro lado, él conoce todas las cosas. Y cuando decimos eso, debemos pensar que Dios no solo conoce todas las cosas que van a pasar, sino que también conoce todas las cosas que no van a pasar si algo ocurre de la manera en que ocurre o si algo no ocurre de la manera en que nosotros pensamos que debería ocurrir. Jamás podríamos evaluar objetivamente el obrar de Dios; nunca podríamos comprenderlo.
En lo expuesto arriba, vemos que el corazón de Esaú estaba bien lejos de Dios y de sus caminos (y que menospreció la primogenitura); en cambio, el corazón de Jacob, a pesar de ser un mentiroso y un tramposo, anhelaba profundamente la bendición de Dios, y Dios se la concedió. Asimismo, Dios trabajó en Jacob y vemos que el Jacob de los primeros tiempos cambió rotundamente, y se convirtió en el Jacob de donde salieron las doce tribus de Israel. Con sus aciertos y sus errores, Jacob siguió los planes de Dios y se convirtió en uno de los tres Patriarcas permanentemente nombrados junto al nombre de Dios, cuando la Biblia dice: «El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob».
El corazón de Esaú no tenía arreglo, pero el de Jacob sí. Y Dios lo bendijo y nos bendijo a nosotros también a través de aquella elección soberana.