La especificidad del hecho literario
La literatura no se define en sí misma sino en un contexto socio-cultural. Son las convenciones de ciertas clases o grupos sociales, a través de sus instituciones, las que establecen en cada cultura, y aun en cada período histórico, lo que cuenta como texto literario.
Por Armando J. Levoratti
La obra literaria utiliza el lenguaje como medio material de expresión. El lenguaje poético coincide con el funcional o cotidiano en que ambos constituyen un sistema único. Sin embargo, un texto literario —y, de un modo especial, el texto poético— no es un texto como los demás. El lenguaje, en efecto, adopta formas distintas cuando se utiliza como medio de comunicación social (lenguaje funcional) o cuando sirve de medio para la creación estética (lenguaje poético).
De ahí surge el problema: si la lengua de la literatura no es distinta de la que se emplea en la comunicación social, ¿qué es lo que hace de una estructura verbal una obra de arte? ¿Qué rasgos son los que dan a un texto la categoría de literario, mientras que otros escritos no alcanzan ese nivel?
La diferencia entre un texto literario y el lenguaje usado con fines prácticos se advierte intuitivamente. En manos del poeta o escritor, las palabras que están en boca de todo el mundo han sido objeto de una torsión secreta, de la que ha surgido el poema. La cuestión está en determinar cómo ha podido producirse un salto tan misterioso.
La crítica literaria contemporánea aventura respuestas diversas: una peculiar utilización del lenguaje, un desvío de la norma cotidiana, una insistencia sobre determinados temas, una construcción particular del texto, un efecto sobre el lector.
Ninguna de estas respuestas es incorrecta. Pero ninguna da cuenta del hecho literario en su totalidad, porque siempre que el lenguaje se pone en acción se producen desvíos y la palabra cotidiana transgrede con frecuencia las normas. En cuanto a los temas, no hay ninguno que pueda considerarse privativo de la literatura.
En última instancia, la literatura no se define en sí misma sino en un contexto socio-cultural. Son las convenciones de ciertas clases o grupos sociales, a través de sus instituciones, las que establecen en cada cultura, y aun en cada período histórico, lo que cuenta como texto literario.
Ejercicio prácticoUsted ha leído poemas de distintos autores y sin duda ha memorizado algunos de ellos. En estos poemas, hay versos o estrofas que le resultan particularmente significativos y que acuden a su memoria de manera espontánea o en determinadas circunstancias. Recuerde alguno de esos poemas y exponga en pocas palabras qué características de forma o de contenido han hecho que algunos versos o estrofas quedaran grabados en su memoria. Hay también obras literarias en prosa —novelas, cuentos, ensayos científicos o filosóficos— que le han abierto nuevas perspectivas y que usted considera dignas de ser releídas. ¿Qué ha encontrado en esas obras para considerarlas especialmente valiosas? |
La expresividad
Las diferencias que existen entre los textos poéticos y los textos en prosa no son únicamente diferencias formales. La poesía es algo más que discurso organizado en base a cierta cantidad de criterios morfológicos, como la versificación, la rima, las figuras literarias y los ritmos. Tales criterios intervienen en distintos grados, pero no bastan para caracterizar la naturaleza «poética» de un discurso. Esta singular especificidad exige prestar atención no solo a la materia verbal de que está constituido el mensaje, sino también a ciertas estructuras más profundas.
Casi todos los actos lingüísticos acontecen en una determinada situación afectiva y manifiestan una emoción más o menos intensa. Los elementos afectivos se reflejan de algún modo en el lenguaje, y la descripción de tales elementos invita especialmente a buscar el valor expresivo de ciertos sonidos y de sus combinaciones. De hecho, todas las lenguas poseen palabras pintorescas, que presentan una forma curiosa y hasta grotesca. Los dialectos, los refranes y las jergas populares son en este sentido una mina inagotable de enseñanzas.
Particularmente notables en este campo de investigación son los procedimientos rítmicos, ya que el ritmo se aplica a la sustancia lingüística y agrupa varios acentos y articulaciones del discurso. Igualmente expresivas son las figuras retóricas que combinan con arte consonantes y vocales, como las aliteraciones o repeticiones del mismo fonema en la misma palabra o en el mismo enunciado (el silbo de los aires amorosos), las paronomasias que enfrentan en una misma frase vocablos fonéticamente parecidos (compañía de dos, compañía de Dios) y las paradojas del tipo que muero porque no muero).
Es preciso tener presente, sin embargo, que la expresividad del discurso no es un fenómeno de la lengua como sistema abstracto de signos y de las reglas que gobiernan la combinación de los signos. La lengua en sí ofrece un rico arsenal de elementos fónicos y significantes; pero el caudal expresivo de ese acervo lingüístico es puramente potencial y debe ser actualizado en el discurso.
Tomados aisladamente, los signos lingüísticos (las palabras) tienen un significado virtual y no se refieren a una realidad determinada. Si buscamos en el diccionario el significado de una palabra, puede sorprendernos la pluralidad de sus significados. La palabra «persona», por ejemplo, designa a un individuo de la especie humana y un accidente del verbo y del pronombre. En este último sentido determina quién es el sujeto de la oración: la persona que habla (primera persona: yo), su interlocutor (segunda persona: tú) o alguien de quien se habla (tercera persona: él o ella). Unida a un adjetivo, esa misma palabra pasa a designar una «persona física» (cualquier individuo con derechos y obligaciones) o «una persona jurídica» (entidad personificada, que puede ser un individuo o un grupo colegiado).
La actualización de un significado con exclusión de los demás la realiza el hablante en un enunciado concreto. Si alguien dice, por ejemplo, «¡Qué alegría!», su exclamación puede expresar alegría o asumir, según el contexto, un tono sarcástico o irónico.
Cabe notar asimismo, que si un poeta intenta explorar los resortes secretos de la lengua y llevar hasta el extremo el ámbito de su libertad creadora, se encuentra siempre con un límite: el lenguaje que utiliza no debe perder su valor comunicativo. Las convenciones del discurso poético pueden ampliar e incluso modificar parcialmente las normas válidas para generar sentencias en el lenguaje funcional. Pero si el poeta quiere alcanzar para su obra una validez social, si quiere ser entendido —aunque más no sea por una minoría— debe crear su propio modo de expresión dentro de las posibilidades que le ofrece la lengua. Pero la libertad del poeta nunca llega hasta el extremo de alterar por completo el valor que tienen las palabras en el sistema funcional del que las ha tomado.[1]
Ejercicio prácticoLos Salmos, como la poesía lírica en general, expresan una notable variedad de sentimientos. Busque en el Salterio textos que expresan:
Trate de identificar las formas literarias utilizadas por los salmistas para expresar tales sentimientos. Fíjese, por ejemplo, en las angustiosas preguntas de Sal 13.2-3 y 22.2. |
La Biblia como literatura
«Los que conocen los tropos, dice san Agustín, los reencuentran en las sagradas Letras y este conocimiento les ayuda a comprender mejor esas Letras. Pero no me corresponde enseñarlas aquí a los ignorantes, para no darme el aire de hacerles un curso de gramática. Yo les aconsejo una vez más que las aprendan en otra parte, aunque ya les había dado este consejo…» (De doctrina christiana, III, XXIX, 40).
Con estas palabras, Agustín recomendaba a los lectores de las Escrituras el estudio de las ciencias del lenguaje, que los gramáticos y maestros de retórica griegos y latinos habían desarrollado hasta el punto de producir los primeros rudimentos de una teoría analítica de la lengua y de las formas del discurso. Pero no bastaba, según el obispo de Hipona, conocer la retórica de la ornamentación y de la persuasión. Para comprender realmente los libros santos era necesario avanzar un paso más; es decir, superar el mero conocimiento de los artificios oratorios y elaborar una doctrina del signo, como la que él mismo expuso y desarrolló, sobre todo, en el segundo libro de su De doctrina christiana. Tal preocupación hizo de san Agustín uno de los primeros verdaderos teóricos de esta ciencia, que mucho más tarde intentaron reelaborar lingüistas y filósofos como F. de Saussure y Charles S. Pierce.[2]
El consejo que Agustín daba en su tiempo se impone a los lectores de la Escritura todavía hoy. Como la Escritura se da a sí misma en forma textual, es importante que el lector tenga en cuenta, por lo menos en líneas generales, la naturaleza de la comunicación lingüística y las características literarias de los distintos textos. Desde el punto de vista literario, en efecto, la Biblia presenta una notable variedad de lenguajes. Hay textos narrativos, códigos legislativos, dichos sapienciales, parábolas, profecías, cartas y escritos apocalípticos. Muchos de esos textos están escritos en prosa; otros —bastante numerosos— son textos poéticos. En algunos casos, es absolutamente indispensable conocer el «género literario» de un determinado escrito para acceder a su auténtico sentido y a la verdad de lo afirmado en el texto.[3]
Los diferentes tipos de literatura cumplen distintas funciones. En el mundo contemporáneo, hay una inmensa cantidad de libros, folletos y revistas que proporcionan toda clase de información. En una escala menor, también la Biblia presenta una notable variedad de formas literarias. La persona religiosa busca en los textos de la Escritura un mensaje personal, que le enseñe qué debe creer y cómo tiene que actuar. Pero hay en los textos sagrados logros estéticos de no escaso valor, y las ciencias de la literatura tienen derecho a investigar cómo contribuye el arte literario a expresar con más vigor y belleza un tema, una enseñanza o una idea.
El poeta Thomas S. Eliot[4] temía que la Biblia se leyera como mera literatura, porque es mucho más que eso. Otro gran poeta, Coleridge,[5] también estaba convencido de que la Biblia era, de algún modo, diferente de toda otra literatura, «porque procede del Espíritu Santo». Pero afirmaba al mismo tiempo que esa diferencia se revela a los lectores capaces de reconocer su belleza poética y de reaccionar ante ella. De ahí su enojo contra los «bibliólatras», que estudian interminablemente la Biblia como texto sagrado, pero que rara vez la leen con la atención que se dispensa a otras grandes obras literarias, concretamente (dice Coleridge) a los dramas de Shakespeare.
Como todos los grandes textos, la Escritura contiene numerosos pasajes de la más elevada calidad literaria. Una buena parte de ella fue escrita por poetas y escritores de notable sensibilidad e imaginación, que sin dejar de estar involucrados en sus propias culturas siguen hablando todavía hoy con una voz universal. Al prestar la debida atención a las cualidades literarias de los textos bíblicos, el lector experimenta con una nueva inmediatez e intensidad el poder de la Palabra de Dios.
Por último, conviene tener presente un cambio importante que se ha producido en la teoría literaria de estos últimos años y que ha empezado a ejercer su influencia en los estudios bíblicos. En el momento de determinar el significado e importancia de un texto, el centro de interés se ha desplazado, de la intención del autor y del contexto original del escrito, a la respuesta del lector. La atención ya no queda centrada en la época de origen del texto, sino en la lectura y en las señales que en determinados momentos un enunciado o una frase dirigen al lector. Este método de investigación es complejo, y no todos los críticos literarios lo practican de la misma manera. Hay muchos y variados enfoques posibles, pero todos coinciden en prestar la máxima atención al individuo o a la «comunidad interpretativa» en el acto de leer la Biblia aquí y ahora.
Ejercicio prácticoBusque en algún diccionario o introducción a la literatura el significado de los siguientes términos: Tropo Metáfora Metonimia Sinécdoque Quiasmo Onomatopeya Etimología |
Nuevos enfoques y perspectivas
La lectura de la Biblia se ha enriquecido en los últimos tiempos con perspectivas traídas a la luz del día por los «nuevos sujetos teológicos». La lectura popular de la Biblia y los estudios realizados desde la perspectiva de la mujer han llevado a descubrir en la Escritura líneas de pensamiento y conflictos que pasaban desapercibidos y no eran tenidos en cuenta por la erudición académica. Las teologías surgidas en África, Asia y en las comunidades negras de los Estados Unidos han aportado profundos cuestionamientos, que obligan a releer los textos con nuevos ojos críticos. Las teologías latinoamericanas de la liberación han estado casi siempre acompañadas de enfoques hermenéuticos que contribuyeron a profundizar el mensaje bíblico, sus condicionamientos y posibilidades. De ahí la especial atención prestada a la situación contextual, tanto de los textos como de los lectores.
El interés por la situación contextual lleva a plantear preguntas como las siguientes:
- ¿Quién lee la Escritura?
- ¿En qué situación se encuentran las personas o los grupos que leen la Biblia?
- ¿Qué presupuestos llevan a su lectura de los textos bíblicos?
- ¿Qué esperan encontrar en ellos?
- ¿Qué pautas de acción extraen de sus lecturas?
Al mismo tiempo se ha ido elaborando un nuevo instrumental metodológico, surgido especialmente de la aplicación de las ciencias lingüísticas y sociales al estudio de la Escritura. Gracias a esta aplicación, la verdad revelada en los textos bíblicos aparece ahora mucho más enraizada en el suelo humano, y este suelo, con los elementos que de él nutren a los textos de la Escritura, son estudiados y expuestos con todo el rigor que autorizan las fuentes disponibles. Por tanto, hoy puede hablarse de una nueva primavera en la interpretación de la Escritura, que hace brotar ramas nuevas de la vieja savia de las ciencias bíblicas.
Ejercicio prácticoResponda desde su propia perspectiva a las preguntas arriba planteadas.
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Notas y referencias
[1] Cf. A. J. Levoratti, «Los géneros literarios (Primera parte)», en Traducción de la Biblia7/1 (1997): 14ss.
[2] Cf. Charles S. Pierce, Collected Papers (ed. C. Hartshorney y C. Weiss)
(Cambridge: Harvard University Press, 21960); id., Semiotic and Significance(ed. C. S.
Hardwick), (Bloomington: Indiana University Press, 1977).
[3] A J. Levoratti: 9.
[4]Thomas Stearns Eliot (1888 – 1965), poeta nacido en EE. UU. y nacionalizado inglés, premio Nobel de literatura en 1948.
[5]Samuel Taylor Coleridge (1772 – 1834), poeta inglés, precursor del romanticismo moderno.
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