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La Biblia en el corazón de la misión

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La Biblia no es un libro donde buscar información, sino que, leída con la ayuda del Espíritu Santo y poniendo en la lectura todo nuestro corazón y mente, el resultado será una transformación. Las palabras de la Biblia son las mismas palabras de Dios reveladas para nuestro beneficio, y van a transformar nuestro corazón cuando meditamos en ellas. La Biblia nos transforma, nos ilumina, nos juzga, nos capacita y nos hace crecer.

Meditar de la Palabra de Dios

Josué 1.8: «Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito». 

Este versículo bien puede aplicarse a toda la Biblia. El mandamiento es que no debe apartarse de nuestra boca; debemos hablar de la Biblia y sus enseñanzas cuanto podamos. ¿Cómo hacerlo? Meditando en ella cada día. Si saturamos nuestra mente y pensamientos con la Palabra de Dios, la misma saldrá de nuestra boca en cada ocasión. Proverbios 23.7 dice: «Como es tu pensamiento en tu corazón, así eres tú». Jesús ratifica esto con las conocidas palabras «de la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12.34).

Si tu corazón está lleno de la Palabra de Dios, eso es lo que saldrá de tu boca. El paso previo es llenar nuestro corazón con la Palabra de Dios. Por eso es tan importante la meditación.

Cuando meditamos en un versículo, leyéndolo vez tras vez, y analizamos su significado buscando la guía del Espíritu Santo, el mensaje comienza a inundar nuestro corazón, nuestra mente, y todo nuestro ser y empezamos a cambiar nuestra forma de pensar, de hablar y de actuar.

La meditación no es un encuentro casual con algún versículo de la Biblia, sino una inmersión total en un determinado pasaje, de manera que invada nuestra mente y nos permita comprenderlo y vivirlo.

Si meditamos en la Biblia cada día y todos los días, su enseñanza comenzará a salir de nuestra boca. Nuestra palabra será «siempre con gracia, sazonada con sal», como dice Pablo (Col 4.6). Nuestras palabras conformarán el tipo de conversación que edifica a los demás (1 Cor 14.26; 1 Ts 5.11).

El propósito de meditar en los mandamientos de Dios es «para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito». No es solo conocimiento, sino obediencia. La promesa es que la meditación finalmente producirá un cambio de actitud porque nuestro corazón estará saturado de la Palabra de Dios. David dice en Salmos 19.14: «Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía y redentor mío».

Deleitarnos en la Palabra de Dios

Salmos 1.1-2: «Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado, sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley mediata de día y de noche».

En este conocido pasaje, David nos aconseja bien sobre nuestras compañías y actitudes, para finalmente deleitarnos en la Palabra de Dios. 

Primero, dice David, no andemos en el camino de los malos. Es decir, no sigamos sus consejos, no andemos en sus caminos; no permitamos que su perspectiva de las cosas nos influya; ni su evaluación de los problemas ni su solución, si no concuerdan con la Palabra de Dios. No nos expongamos a los pensamientos de las personas que proponen soluciones sin tener en cuenta a la Palabra de Dios. 

No nos relacionemos íntimamente con los pecadores y los escarnecedores; aquellos que se burlan de Dios con sus palabras y actitudes. 

Aléjate de eso, dice David, y busca tu deleite en el Señor a través de su Palabra. 

La revelación de Dios es la manera de conocerlo y acercarnos a Dios, y eso es un deleite dice David. 

Salmos 16.11 dice: «Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre». Acercarnos a la Palabra de Dios es acercarnos a Dios mismo, y eso producirá deleite en nuestro corazón.

El salmo 119 emplea las palabras deleite y regocijo nueve veces para escribir nuestra actitud hacia la Palabra de Dios, que es fuente de gozo y satisfacción.

El propósito de la Biblia

2 Timoteo 3.16-17: «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra».

Estos versículos nos dicen qué tenía Dios en mente cuando nos dio su Palabra inspirada. 

La meta es que haremos buenas obras. No buenas obras en busca de la salvación. Tampoco son obras que a nuestros ojos parecen buenas. Son obras que son de veras buenas según las normas de Dios y lo honran. Jesús dijo: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos». El propósito de la Biblia es capacitarnos para hacer las cosas que glorifican a Dios a través de nuestras vidas.

A fin de estar listos para hacerlo, debemos estar «enteramente preparados». Aquí la palabra significa  maduros, crecidos y capaces. ¿Cómo llegamos a ese tipo de madurez? A través de un proceso por el cual se nos prepara y perfecciona, e incluye cuatro cosas: doctrina, amonestación, corrección, instrucción en justicia.

Doctrina – Esto es la enseñanza. Debemos recibir la enseñanza de la Biblia, pero la clase de enseñanza que obra en nosotros. ¿Cómo hace esto la Biblia?

  1. Nos redarguye – Necesitamos una enseñanza que confronte nuestro pecado y nuestras ideas incorrectas.
  2. Nos corrije – La doctrina nos señala nuestros errores. La amonestación señala un lugar torcido en nuestro modo de pensar, mientras que la corrección lo endereza. Primero, exponiendo y derribando lo que está mal. Segundo, restaurando y haciéndonos regresar a lo correcto.
  3. Nos instruye en justicia – Debe ser una enseñanza que nos haga caminar por la senda correcta, la senda de Dios.

¿Dónde vamos a encontrar la verdad que elimina el error, trae una creencia acertada y nos pone en el camino correcto? Este pasaje dice: «Toda la Escritura». Toda la Escritura es provechosa para estas cosas. La Biblia es provechosa, útil para nosotros, porque trae la sana doctrina que derriba lo que está mal y fortalece lo que está bien. Nos pone en el camino de la vida para que podamos llegar a ser maduros y estar preparados para hacer las obras que honran a Dios. Toda la Escritura hace eso.

Lo hace porque es inspirada por Dios. La palabra griega conlleva la idea de «espirada por Dios». La Escritura sale de la boca de Dios y cuando leemos la Biblia estamos leyendo la mismísima Palabra hablada de Dios. Los hombres la escribieron, pero Dios la «espiró». Es tan viva y poderosa que nos trae la verdad y nos prepara para toda buena obra.

Debemos estar agradecidos por el poder de la Palabra de Dios sobre nuestra vida. Agradecidos porque la Palabra es fuente consuelo, esperanza, gozo, exhortación y guía. También debemos estar agradecidos porque la Palabra de Dios penetra, convence, discierne y me da un marco de referencia en el cual actuar.

Cuando expongo mi vida a la Palabra de Dios ella revela mi pecado, y de esa manera puedo afrontarlo. Es el tipo de purificación que me permite llevar fruto, mucho fruto y fruto que permanece.

La Palabra de Dios engendra vida. Cuando carecemos de la vida de la Palabra, no engendramos. Para dar vida hay que tenerla y desarrollarla.

Leerla, meditar en ella, reflexionar sobre su guía y enseñanza nos colocará en el centro de la misión de Dios para nuestra vida, nuestra iglesia. La Biblia es la voz del Dios para el mundo perdido, y Dios quiere que seamos sus portavoces. No dejes de lado este hermoso privilegio. 

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