Las familias viven y se desarrollan en un contexto social y temporal determinado. En la actualidad, ese contexto presenta características singulares y contradictorias, que influyen en la vida familiar. Es mi deseo, que estas breves reflexiones sobre la Biblia en la familia estimulen a otros a continuar y perfeccionar estos pensamientos y de esta manera hacer que la Biblia signifique para la vida individual, familiar y de la sociedad actual no un libro más sino el horizonte y la guía indispensable para una vida más plena que dé honra a Dios, nuestro Padre, Creador del maravilloso continente llamado «familia».
Por Marcelo Figueroa
I Del relativismo a los valores eternos
Jesús finaliza su Sermón del monte con una parábola en donde participan dos personas que construyen su casa. (Mt 7.24-29). Allí, el Señor traza una relación directa de dos conductas opuestas frente a un mismo hecho. Califica a uno de los edificadores como prudente y al otro como insensato. El prudente trabaja sobre bases firmes y el otro construye sin fundamentos sólidos. Luego, circunstancias adversas afectan a ambos por igual y las consecuencias resultan inevitables y evidentes. Para el insensato la ruina de su casa y para el otro la permanencia de su vivienda. Esta enseñanza magistral de Jesús, relaciona al prudente con aquel que oye la Palabra de Dios y la pone en práctica, y al insensato con aquel que oyendo esa misma Palabra no la obedece.
Se me ocurre trazar un paralelismo entre los edificadores de las casas de la parábola de Jesús y los integrantes de una familia y evaluar asimismo esos conceptos frente a las circunstancias que afectan la vida familiar en la época que nos toca vivir.
A los conceptos psicológicos que sostienen que todas las identidades, inclusive las familiares, están en permanente elaboración o construcción, debemos acercar el concepto bíblico de esta parábola. Asimismo, debemos considerar que san Pablo nos recuerda que además de poner cuidado en la piedra fundamental de la construcción se debe seleccionar diligentemente los materiales de la edificación (1 Co 3.10-14). En la construcción de una familia cristiana es fundamental la aceptación de la autoridad de la Palabra de Dios, que tendrá su manifestación práctica en el desarrollo de las virtudes cristianas como el amor, el servicio, la piedad, etc.
Paradigmas y relativismo moral
Hoy existe la extendida premisa que todo esta permitido mientras se enmarque dentro de la utilidad propia y el ejercicio privado. Esos paradigmas derivan en un relativismo moral que enmascarado de tolerancia y respeto encierra tras de sí el antiamor de la indiferencia. Bajo estas premisas, nada es malo ni bueno en sí mismo.
La familia, está amenazada por estos conceptos. Y en muchos casos, los introduce y los adopta como propios. Esta siembra del «desvalor» en la vida familiar, lejos de ser en un signo de madurez, como se quiere mostrar, es la semilla de la permisividad que dará necesariamente como fruto la destrucción de la familia.

Frente a los embates de ese relativismo posmoderno, la Biblia debe significar para la familia cristiana la norma suprema, y su aplicación la única forma de mantenerse firme y sana.
El relativismo moral, la carencia de normas explícitas y universales sobre los principios fundamentales de la vida llevan al rechazo y menosprecio de cualquier normativa absoluta, sea de índole social, legal y especialmente espiritual. Rechazando normas absolutas se rechaza a un Dios Absoluto.
El Dios de la Palabra de Vida es un Dios absoluto y excluyente. En la revelación veterotestamentaria lo encontramos presentándose ante Moisés como Yo soy el que soy (Ex 3.14). Luego, en el primer mandamiento del decálogo, Jehová reclama exclusividad a sus seguidores cuando dice:No tendrás dioses ajenos delante de mí (Ex 20.3).En el Nuevo Testamento es Jesucristo quien se proclama el «Yo soy». Lo hace por ejemplo al declararse la manifestación visible de elementos o valores absolutos como la luz, el camino, la verdad, la vida, etc. en su dimensión espiritual. (Jn 8.12; 14.6; 11.25). También es Jesús quien se muestra excluyente cuando proclama que: El que no está conmigo, está contra mí; y el que conmigo no recoge, desparrama (Mt 12.30, RVR-95).
Una realidad a enfrentar
Para el hombre de hoy no existen inconvenientes en creer en uno o en varios dioses, y eso no solo facilita el relativismo moral y la ausencia de valores sino que también lo promueve. Estos dioses convencionales y acomodaticios no hacen ninguna demanda moral y simplemente están al servicio utilitario de quien los invoque y los haga actuar con la fuerza y el mérito de su propia fe.
¡El Dios de la Biblia está lejos de esta concepción! Mientras que el Dios revelado en las Sagradas Escrituras crea al ser humano a su imagen y semejanza (Gn 1.26), hoy es el ser humano quien «crea» sus dioses a su propia imagen y semejanza.
La importancia de la Biblia en la familia
En estos tiempos, resulta imperioso que las familias abracen la Biblia y encuentren allí la fe en un Dios que es galardonador de los que le buscan y que da a sus seguidores leyes inmutables y eternas para que, al seguirlas, alcancen la plenitud de su existencia individual y familiar. Solo la familia que oye las palabras de la Biblia y vive de acuerdo a ellas, permanecerá firme frente a los problemas, pruebas y angustias de la vida.
Josué, en una actitud digna de ser imitada, tomó esa decisión para su familia y la comunicó así al pueblo reunido: Si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová (Jos 24:15, RVR-95).
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Notas y referencias
[1]Lipovetsky, Gilles.El crepúsculo del deber(Editorial Anagrama, Madrid: 2000), 161.
[2]Georgia Campanini (citado por Enrique Fabbri), La familia fra publico e privato(Milán: Editorial Vita e Pensscero, 1979), p. 82