La Biblia, Palabra de Dios

La Biblia, Palabra de Dios

En la Biblia se encuentran mensajes de los profetas, palabras de Jesús y testimonios de los apóstoles. Los profetas, Jesús y los apóstoles actuaron y hablaron en distintas épocas y en circunstancias muy diversas; pero todos anunciaron la Palabra de Dios.

Los profetas se presentaron como testigos y mensajeros de la Palabra, y así lo expresaron muchas veces de manera inequívoca, por ejemplo, cuando introducían sus mensajes con la frase: «Así dice el Señor». (Cf. Jr 1.9-10: Entonces el Señor extendió la mano, me tocó los labios y me dijo: ‘Yo pongo mis palabras en tus labios’.1)

Después de haber comunicado su Palabra por medio de los profetas, Dios se reveló en la persona y en la obra redentora de Jesús, como lo expresa la Carta a los Hebreos (1.1-2): En tiempos antiguos Dios habló a nuestros antepasados muchas veces y de muchas maneras por medio de los profetas. Ahora, en estos tiempos últimos, nos ha hablado por su Hijo.

Jesús, la Palabra hecha carne

Jesús, la Palabra hecha carne (Jn 1.14), dio testimonio de lo que había visto y oído junto al Padre (Jn 1.18; cf. Mt 11.27), y envió a sus discípulos diciéndoles: El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza a mí, rechaza al que me envió (Lc 10.16).

Los apóstoles, a su vez, fueron testigos oculares y servidores de la Palabra (Lc 1.2). Ellos fueron elegidos de antemano por Dios (Hch 10.41-42) y a ellos se les confió la misión de anunciar la Palabra de Dios a todo el mundo (Mc 16.15).

Este mensaje de los profetas, de Jesús y de los apóstoles fue luego consignado por escrito, y así nació la Biblia, que es la Palabra de Dios encarnada en un lenguaje humano. Ella, como Jesús, es plenamente divina y plenamente humana, sin que lo divino ceda en detrimento de lo humano, ni lo humano de lo divino.

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La Palabra en la comunicación

Ahora bien, la palabra es la acción de una persona que expresa algo de sí misma y se dirige a otra para establecer una comunicación:

  1. Si analizamos por partes los elementos de esta definición, vemos que hablar es, en primer lugar, dirigirse a otro. El que habla, por el simple hecho de dirigir la palabra a otra persona (y aunque no lo diga expresamente), está manifestando la voluntad de ser escuchado y comprendido, de obtener una respuesta, de lograr que su palabra no caiga en el vacío.
    O dicho de otra manera: toda palabra interpela al destinatario del mensaje; es invitación, llamado, interpelación. El ser de la palabra es esencialmente «para-otro», tiene un carácter interpersonal y oblativo.2 La orientación hacia el destinatario del mensaje, generalmente sobreentendida, aflora a veces de manera explícita y se expresa en palabras y en giros sintácticos, de un modo especial, en los vocativos y en los imperativos.
    Así, cuando el Señor dice «(Abraham, Abraham!» (Gn 22.11) o «(Moisés, Moisés!» (Ex 3.4), lo que hace es atraer la atención del que va a ser su interlocutor. Todavía no le ha comunicado nada. Lo llama, simplemente, para obtener de él una respuesta y establecer de ese modo el circuito de la comunicación. Porque sin ese llamado previo, y sin la respuesta del interlocutor, no habría diálogo posible.
    De manera semejante, el que pide algo o da una orden con un imperativo apunta en forma directa al destinatario del mensaje: Vé a lavarte al estanque de Siloé, dice Jesús al ciego de nacimiento, y esta orden provoca en él una respuesta inmediata: El ciego fue y se lavó (Jn 9.7).
  2. Toda palabra comunica algo. Los interlocutores intercambian siempre algún tipo de información, y hasta la conversación más trivial trata sobre algún tema. El tema de la conversación, el significado de las palabras, la noticia que se quiere comunicar, dan un contenido al mensaje.
  1. Por su misma dinámica interna, la palabra tiende a convertirse en diálogo entre un «yo» y un «tú». Es verdad que muchas veces empleamos el lenguaje por razones prácticas, de manera que la comunicación se establece casi siempre en un contexto utilitario y más bien superficial. Además, la comunicación fracasa muchas veces porque las personas no se abren al diálogo, se encierran en su propio egoísmo, o porque la buena disposición de una persona no encuentra en la otra una acogida o un eco favorable.
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La comunión

Por lo tanto, el encuentro personal puede adquirir distintos grados de profundidad, o puede incluso frustrarse por la falta de receptividad y de correspondencia en alguna de las partes. Pero también hay veces en que el encuentro se realiza plenamente, ya que la palabra y la respuesta se convierten en un diálogo auténtico y recíproco de comunión y de mutuo compromiso. Solo en el encuentro amoroso puede darse esta perfecta reciprocidad, que es fruto de una revelación y de un don, por una parte, y de una acogida franca y abierta, por la otra.

Estos aspectos del lenguaje humano se aplican analógicamente a la Palabra de Dios. Expresado de otra manera: este encuentro y este diálogo se vuelven a encontrar en el plano infinitamente más elevado de la revelación de Dios y de la fe.

La buena noticia

La Palabra de Dios posee un contenido: la Buena Noticia por excelencia, el evangelio de la salvación. Así puede apreciarse, por ejemplo, en los pasajes siguientes:

  • Oye Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. (Dt 6.4-5)
  • Ama a tu prójimo como a ti mismo.
    (Lv 19.18; Ro 13.9)
  • Si con tu boca reconoces a Jesús como Señor, y con tu corazón crees que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación. (Ro 10.9)

Estos tres pasajes expresan contenidos fundamentales del mensaje bíblico, como son el mandamiento principal (cf. Mt 22.34-40) y la profesión de fe en Cristo (cf. 1 Co 15.1-7). Pero no basta escuchar con los oídos, porque la Palabra de Dios interpela, quiere ser acogida interiormente, reclama una respuesta.

La fe como respuesta

Esa respuesta es la fe. Mediante la fe, que acoge el mensaje de la Palabra, se realiza el encuentro con el Dios viviente. Esta respuesta de la fe hace que la Palabra de Dios -creída, proclamada y vivida individual y eclesialmente- llegue a ser una fuerza efectiva en la historia. La Palabra de Dios es también eficaz: …tiene vida y poder. Es más aguda que cualquier espada de dos filos, y penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta lo más íntimo de la persona;… (Heb 4.12).

Así como la lluvia y la nieve bajan del cielo, y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, y producen la semilla para sembrar y el pan para comer, así también la palabra que sale de mis labios no vuelve a mí sin producir efecto, sino que hace lo que yo quiero y cumple la orden que le doy. (Is 55.10-11)

Esta Palabra tiene tanta eficacia porque Dios actúa desde el exterior y también en el interior de las personas. A diferencia de los seres humanos, que solo disponen de la fuerza expresiva y significativa del lenguaje, el Espíritu de Dios penetra en el interior de las personas y allí realiza su acción más profunda.

Para referirse a esta eficacia, la Escritura habla de una revelación especial (Mt 11.25), de una luz que Dios hace brotar en nuestro corazón (2 Co 4.6) y de una atracción interior (Jn 6.44). Por la acción del Espíritu Santo, Dios puede infundir en el espíritu humano una luz que lo incline a aceptar confiadamente el testimonio divino. La iniciativa parte siempre de Dios. De él proceden el mensaje de la salvación y la capacidad para dar una respuesta de fe a ese mensaje

La Palabra de Dios y la fe son, por lo tanto, esencialmente interpersonales. El que acoge la Palabra y permanece en ella, de siervo pasa a ser hijo y amigo, es iniciado en los secretos del Padre, que el Hijo y el Espíritu son los únicos en conocer. No cabe imaginar un encuentro humano que alcance tanta hondura de intimidad y de comunicación.

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