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La compasión en Jesús y en nosotros

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Compasión, lástima, piedad y conmiseración pueden considerarse como equivalentes. Sin embargo, hay entre sus significados diferencias de matiz. Compasión es más apta que las otras para ser usada impersonalmente en cuanto al objeto de ella («inclinado a la compasión»), lleva más carga afectiva e implica más participación en la desgracia ajena. Todas ellas implican desear aliviar el padecimiento ajeno mediante una acción.

La compasión en Jesús y en nosotros
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Existen palabras con significados profundos que apelan a lo más íntimo de las personas y que, en muchos casos, urgen a la acción solidaria: compasión, es una de ellas. En griego, la palabra splanjnízomai significa «vísceras principales». Para los griegos esas vísceras constituían el asiento de las emociones y pasiones más profundas. Partiendo de esa idea, se formó el verbo «compadecerse» y, de esa misma derivación, puede inferirse que no describe una piedad o compasión ordinarias, sino una emoción que conmueve lo más recóndito del ser.

En el NT splanjnízomai únicamente se encuentra en los Sinópticos y, excepto en tres ocasiones que aparece en las parábolas, siempre es usado con referencia a Jesús. En las parábolas que aparecen en Mateo 18.23-35 (el siervo malo) y en Lucas 15.11-20 (el hijo pródigo) con el verbo splanjnízomai se expresa un sentimiento muy fuerte de compasión (Mt 18.27) o de amor (Lc 15.20) que cambia totalmente la situación. En ambas parábolas se da a entender la ilimitada misericordia de Dios.

En el relato del buen samaritano (Lc 10.25-37), splanjnízomai supone una actitud existencial que está dispuesta a ayudar a otro poniendo todos los medios necesarios para ello, ya se trate de tiempo, de esfuerzos o de la misma vida, lo cual está en contraposición con la actitud de aquellos que no se conmueven ante el necesitado (lit. «los que pasan de largo»). Al igual que en el caso de Jesús ya que el ver y el estar dispuesto a ayudar son una misma cosa, esta actitud determina una serie de auxilios en cadena: la condición del prójimo no es simplemente una cualidad o una virtud estática sino que ha de manifestarse en actos.

La fuerza impulsora de la compasión humana es, sin dudas, el amor, pero su existencia es una consecuencia de un compromiso con Dios. Es decir, mi compromiso con Dios debe ser el desencadenante de mi compasión.

La compasión en Jesús y en nosotros
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Cuando de Jesús se trata, él tuvo compasión de la multitud cuando la vio como ovejas sin pastor, y les enseñó (Mt 9.36; cf. Mr 6.34). Tuvo compasión de los hambrientos y necesitados que lo seguían en el desierto, y los alimentó (Mt 14.14; 15.32; Mr 8.2), y tuvo misericordia del leproso, y lo sanó (Mr 1.41). Jesús se compadeció de los dos ciegos, y los sanó (Mt 20.34) y de la viuda de Naín que llevaba a enterrar a su único hijo, y lo resucitó (Lc 7.13). El padre del muchacho epiléptico apeló a la compasión de Jesús, y Jesús liberó al hijo (Mr 9.22). Siempre, la compasión de Jesús llevaba a la acción que solucionaba la situación.

En Juan 9 encontramos una aplicación práctica e impactante de la compasión de Jesús por el necesitado. Jesús y sus discípulos caminaban y vieron a un hombre ciego de nacimiento. Para los discípulos, el ciego se convirtió en objeto de discusión teológica: «Maestro, ¿quién pecó, este o sus padres?», para Jesús era un hombre necesitado de su compasión activa y lo sanó. A partir de que el ciego recibió la vista, versículos 6 y 7, aparecen en el relato los vecinos del ciego y los que lo conocían, los fariseos y los padres del ciego. Todos ellos discutían sobre la validez del milagro y sobre la autoridad de Jesús de haberlo sanado en sábado, pero ninguno se interesaba por el que había sido ciego y ahora veía; la necesidad del ciego había sido satisfecha pero a nadie, a excepción del ciego mismo, obviamente, parecía importarle.

Desde el versículo 8 y hasta el 34 inclusive, Jesús no aparece en el relato. El Señor reaparece cuando Juan nos relata, en el versículo 35, que el que había sido ciego fue expulsado de la sinagoga, con todas las implicaciones sociales que eso traía aparejado en los tiempos de Jesús: «Oyó Jesús que le habían expulsado; y hallándole (la expresión indica que Jesús lo buscó diligentemente y lo halló), le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios?» Ahora el ciego tenía una necesidad diferente y Jesús, nuevamente, estaba con él para ayudarlo. El capítulo 9 de Juan nos muestra claramente la forma en que Jesús muestra compasión en cada necesidad humana.

La declaración de misión de Sociedades Bíblicas Unidas declara que «nuestro propósito es poner al alcance de cada persona la Biblia completa o parte de ella».Eso implica a todos, a hombres, mujeres, jóvenes, adultos, niños, pobres, ricos, blancos, negros, discapacitados, minusválidos… cada persona, en cualquier situación o circunstancia. La pregunta es: ¿estamos llegando a ellos? ¿cómo?

Esa frase nos enfrenta con la necesidad de desarrollar una estrategia específica para esas personas con materiales especialmente diseñados para ellos. En Jesús vemos que su compasión concluía con una acción que solucionaba las necesidades, tanto físicas como espirituales, de las personas. Como miembros de SBU nuestra misión es llegar con la Palabra a todos. Así es como debemos mostrar compasión hacia cada persona. Con pasos concretos de compasión y acción.

La compasión en Jesús y en nosotros
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Estamos ante necesidades reales que deben motivar nuestra compasión y, necesariamente, una acción correctora de nuestra parte. Sigamos el ejemplo de nuestro Señor que, como nadie, entendía perfectamente el significado de la palabra compasión. Seamos compasivos y trabajemos para el beneficio de todos aquellos que no tienen un fácil acceso a la Palabra de Dios.

Publicado originalmente en «La Biblia de las Américas»

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