Pascal dijo: Jesucristo es el centro de cada cosa y el objeto de cada cosa. Aquel que no lo conoce no conoce nada del orden de la naturaleza y nada de sí mismo.
El teólogo Chafer dijo: Las más grandes realidades en el universo son
aquellas relacionadas con la persona de Cristo. No se han pronunciado preguntas más importantes y vitales que estas: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo»?
Si bien Jesucristo era verdaderamente hombre, también era verdaderamente Dios. No es suficiente hablar de la divinidad de Cristo; los hombres reclaman ser divinos, ser de Dios. Debemos afirmar la deidad de Jesús: él era y es Dios.
La consideración preliminar que se debe hacer es que tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento representan a Cristo actuando como sustituto de aquellos a quienes vino a salvar (Is 53.5, 6; Mt 20.28; Jn 10.11; Gl 3.13). Si Cristo no fuera deidad no podría haber tomado el lugar de los pecadores de manera que hiciese expiación por los pecados de ellos. Se requería la deidad de Cristo para concederle valor universal a su muerte por la raza y para que pudiera «gustar la muerte por todos» (He 2.9).
La subordinación de la persona del Hijo a la persona del Padre es un orden de personalidad, oficio y funcionamiento, que permite que el Padre esté oficialmente primero, el Hijo segundo, y tercero el Espíritu Santo, en perfecta consistencia con la igualdad. Prioridad no es, necesariamente, superioridad. Jesucristo está posicionalmente subordinado a Dios el Padre. Para los propósitos de la redención él asumió una subordinación distintiva en el hecho de que en la encarnación cambió su soberanía por servidumbre (Fil 2.5-8). Esto se ve en las Escrituras, sustancial y esencialmente, en las siguientes:
- Cristo hizo referencia a la grandeza superior del Padre – Jn 14.28
- Cristo fue engendrado del Padre – Jn 3.16
- Cristo dependía del Padre – Jn 5.19, 36; 6.57
- Cristo fue enviado por el Padre – Jn 8.29; Jn 6.29; 8.42
- Cristo estaba bajo la autoridad del Padre – Jn 10.18
- Cristo recibió la autoridad delegada de parte del Padre – Jn 13.3
- Cristo recibió su mensaje de parte del Padre – Jn 17.8; Jn 8.26, 40
- El reino de Cristo fue asignado por el Padre – Lc 22.29
- Finalmente, Cristo entregará su reino al Padre – 1 Co 15.24
- Cristo está y estará sujeto al Padre – 1 Co 11.3; 15.27, 28
Aunque hay una subordinación eterna de Cristo al Padre, como ya dijimos es únicamente de orden, oficio y funcionamiento.
La deidad de Cristo se muestra por:
Los nombres divinos que se le dan en las Escrituras
- Dios – H. 1.8 (véanse Jn 1.18; 5.20; 20.28; Ro 8.5; Tit 2.13). Aquí el término
se utiliza en sentido absoluto refiriéndose a la deidad. Algunos argumentan que el término también se usa con referencia a jueces humanos (Jn 10,34-36), pero ese es solamente un uso secundario del término.
- El Primero y el Último; el Alfa y la Omega: Ap 1.17 (comparar esto con Is 41.4; véase también Is 44.6; Ap 1.8; 22.12-13).
Este título describe a Cristo como el tema de toda la Escritura, el creador del universo y las criaturas; el controlador de toda la historia, y el eterno e inmutable Jehová.
- El Santo: Hch 3.14; comparar con Os 11.9.
- El Señor: Hch 9.17; véanse también Lc 2.11; Hch 4.33; 6.31. Este título significa literalmente «amo». Es el equivalente neotestamentario de «Jehová». Los emperadores romanos permitían que se les aplicara este nombre solamente cuando querían ser deificados. Por lo tanto, cuando el NT habla de Jesús como Señor (Fil 2.9-11), hay poca duda en cuanto al reclamo explícito de su deidad. En el AT el término Señor siempre se refiere a Dios, mientras que en el NT se refiere a Cristo, a menos que se declare de otro modo en forma expresa.
Señor de todos (Hch 10.36) y Señor de gloria (1 Co 2.8; véanse Sal 24.8-10; Is 9 :6; He 1.8) son títulos relacionados que exponen su soberanía y majestad divinas, respectivamente.
DECLARACIÓN DOCTRINAL: Se utilizan nombres y títulos acerca de Jesucristo, que implican claramente su deidad, siendo esta, de aquella manera, establecida tan claramente como la del Padre.
La adoración divina que se le otorga
La adoración, tal como la recibía Cristo comúnmente, se le daba solamente a la deidad. Al recibir tal adoración, Cristo hacía un reconocimiento práctico o reclamo en cuanto a la deidad.
- Las Escrituras reconocen que la adoración se le debe a la deidad sola –
Mt 4.10; véanse Hch 10.25, 26; 12.20-23; 14.14, 15; Ap 22.8, 9.
Si Cristo no fuera Dios la adoración dada a Cristo en el NT sería idolatría sacrílega (véanse Hch 21.20-23; Dn 4.29-33; Hch 10.25, 26; Ap 22.8, 9).
- Jesucristo aceptaba la adoración sin vacilar, y parecía invitar a ella –
Jn 13.13, comparar con Mt 14.33; Lc 5.8; 24.52; Jn 4.10; 20.27-29. Parece no haber la más mínima renuencia de parte de Cristo en la aceptación de la
adoración. Por lo tanto, Cristo era Dios o un impostor. Pero toda su vida refuta que fuera un impostor.
- Es la voluntad revelada de Dios que Cristo debe ser adorado – He 1.6 y
comparar con Fil 2.10, 11. También comparar Is 45.21-23 con Jn 5.22, 23.
- La práctica de la iglesia primitiva era dirigir la oración y la adoración a
Cristo – 1 Co 1.2, comparar con 2 Co 12.8-10; Hch 7.59.
DECLARACIÓN DOCTRINAL: Jesucristo, en armonía con la voluntad revelada de Dios, aceptaba sin vacilación la adoración que le pertenece solamente a la deidad, la cual hombres buenos y ángeles rechazaban decididamente.
Los oficios divinos que las Escrituras asignan a Jesucristo
- Creador del universo – En Jn 1.3; Col 1.16; He 1.10; Ap 3.14 se ve que
Cristo está excluido de las «cosas creadas» y que es el origen de todas ellas. Jesucristo es el creador y no una criatura, y como tal es infinito y no finito; divino, no humano; Dios y no, simplemente, hombre.
- Preservador de todas las cosas – He 1.3 cp. Col 1.17
El universo no se mantiene por sí mismo ni está olvidado de Dios (deísmo). El poder de Cristo hace que todas las cosas se mantengan unidas. Él no es solo el creador sino también el sustentador de todas las cosas.
Lo que llamamos las leyes de la naturaleza son las acciones de la voluntad del Hijo de Dios demostrando, una vez más, su deidad.
- Perdonador de pecados – Mr 2.5, 10, 11; cp. Sal 51.4; Lc 7.48-50
Perdonar pecados es un privilegio divino. Inclusive los fariseos notaron que Cristo asumió ese derecho sin vacilar. Él no solo declaró perdonar pecados, sino que realmente los perdonó. Los judíos lo atacaban pues «él se hacía Dios» al perdonar pecados. Decían: «¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?» El perdón de pecados es solo prerrogativa de Dios. Al asumirla, Cristo hacía una aseveración práctica de su deidad.
- Concesor de inmortalidad y resurrección – Fil 3.21, cp. Jn 5.28, 29; 6.39-44.
El dador de la vida es Dios. La capacidad y autoridad de Cristo para resucitar a los muertos establece su deidad.
- Juez de vivos y muertos – 2 Ti 4.1 cp. Mt 25.31-33; Jn 5.21-23; Hch 17.31. En el NT, el juicio futuro está asignado a Dios; también se le asigna a Cristo. La conclusión lógica es que Cristo es el Dios que ejecutará todo juicio futuro.
- Dador de vida eterna – Jn 7.2 cp. Jn 10.28. Solamente un ser que inherentemente tenga vida eterna puede otorgarla; y solo Dios posee vida eterna en el sentido absoluto, por tanto, Jesucristo, como dador de la vida eterna, debe, necesariamente, ser Dios.
DECLARACIÓN DOCTRINAL – Los oficios y funciones que pertenecen en forma distintiva a la deidad son atributos de Jesucristo.
Los cumplimientos en Cristo de las declaraciones del AT en relación a Jehová
- Véanse Sal 102.24-27 y He 1.10-12.
- Jesús es el Señor ante cuyo rostro va el mensajero. Véanse Is 40.3, 4 y Lc 1.68, 69, 76.
- Es Jesús quien hace lo que en forma distintiva se dice acerca de Jehová en el AT. Véanse Jer 17.10 y Ap 2.23.
- Se ve que Jesús es la luz y gloria prometida en el AT. Véanse Is 60.19 y Lc. 2.32.
- La gloria de Jesucristo, la cual Juan dice que vio Isaías, es a la que se hace referencia en el AT como la gloria de Jehová de los ejércitos. Véanse Is 6.1-10 y Jn 12.37-41.
- En el AT, la piedra de tropiezo es Jehová; en el NT es Jesucristo. Véanse Is 8.13 y 1 P 2.7, 8.
- Cristo el Señor, a quien Pedro nos impulsa a santificar, es el Jehová de los ejércitos a quien se le mandaba a Israel que santificase. Véanse Is 8.12, 13 y 1 P 3.14, 15.
- Pablo identifica a Jehová, a quien tentó Israel, con Cristo a quien él dice que ellos tentaron en el desierto. Véanse Nm 21.6, 7 y 1 Co 10.9.
- Jesús se identificó a sí mismo como el Señor, el Pastor. Véanse Sal 23.1 y Jn 10.11; He 13.20; 1 P 5.4.
- Jehová en el AT y Jesús en el NT buscan y salvan al perdido. Véanse Ez. 34.11, 12 y Lc. 19.10.
- La asociación del nombre de Jesucristo, el Hijo, con el de Dios, el Padre:
«La Gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros» 2 Co 13.14. Véanse también Mt 28.19; Jn 14.1, 23; 17.3; Ro 1.7; 1 Co 12.4-6; Col 2.2; 1 Ts 3.11; Stg 1.1, 2; 2 P 1.1; Ap 5.13; 7.10).
DECLARACIÓN DOCTRINAL – En el pensamiento y enseñanza del NT, Jesucristo ocupa el lugar que Jehová ocupa en el pensamiento y enseñanza del AT.
DECLARACIÓN DOCTRINAL – El nombre de Jesucristo está unido al de Dios el Padre en numerosos pasajes de las Escrituras de una manera en la cual sería imposible unir el nombre de un ser finito con el de la Deidad. De este modo está claramente implícita la igualdad con el Padre.
La autoconciencia de Jesús en cuanto a su deidad
¿Hasta qué punto Jesús sabía y/o reconocía su deidad?
Primeramente, debemos notar que Jesús no hace una declaración explícita y abierta de su deidad. Él nunca dijo: «Yo soy Dios». Lo que sí encontramos son declaraciones que serían inapropiadas si fueran dichas por alguien que fuera menos que Dios. Por ejemplo, Jesús dijo que él enviaría a «sus ángeles» (Mt 13.41); en las otras ocasiones que se los nombra de esta manera se dice que son «los ángeles de Dios» (Lc 12.8, 9; 15.10). Esa referencia es particularmente significativa pues no solo los ángeles, sino también el reino, se dice que es de él: «Enviará el Hijo del hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo y a los que hacen maldad». Este reino es referido repetidamente como el reino de Dios, aún en el Evangelio de Mateo, donde uno esperaría encontrar, en su lugar, el término «reino de los cielos».
Jesús también reclamó otras prerrogativas. En Mateo 25.31-46 él habla de juzgar al mundo. Se sentará en su glorioso trono y dividirá las ovejas de los cabritos. El poder de juzgar la condición espiritual y asignar el destino eterno de la gente le pertenece. Ciertamente, este es un poder que solo Dios puede ejercitar.
La autoridad que Jesús reclama y ejercita es vista, claramente, en relación al día de reposo. La sacralidad del día de reposo había sido establecida por Dios (Éx 20.8-11). Solo Dios podía abrogar o modificar esta ley. Jesús, sin embargo, dijo: «El día de reposo se hizo por causa del género humano, y no el género humano por causa del día de reposo. De modo que el Hijo del hombre es también Señor del día de reposo» (Mr 2.27, 28). Aquí, claramente, Jesús estaba reclamando el derecho de redefinir el estatus del día de reposo, un derecho que pertenece solo a alguien virtualmente igual a Dios.
También vemos a Jesús reclamando una relación inusual con el Padre, particularmente en los dichos escritos por Juan. Por ejemplo, Jesús dice ser uno con el Padre (Jn 10.30), y que verlo y conocerlo es ver y conocer al Padre (Jn 14.7-9). También hay una declaración de preexistencia en Juan 8.58: «De cierto, de cierto les digo: Antes que Abrahán fuera, yo soy». Nótese que no dice «yo era», sino «yo soy». Es muy posible que Jesús esté aludiendo a la fórmula «YO SOY» con la que Jehová se identificó a sí mismo en Éx 3.14, 5. En ambos casos es importante notar que el verbo no es copulativo (como en el caso de yo soy la puerta, yo soy el pan de vida, yo soy el pastor, etc.).
Es interesante que a pesar de que algunas de las declaraciones de Jesús parecen algo vagas para nosotros, no hay dudas de cómo fueron interpretadas por los oponentes de Jesús. Después de su declaración de que existía antes que Abrahán, la reacción inmediata de los judíos fue tomar piedras para arrojárselas (Jn 8.59). Ciertamente, esta es una indicación de que ellos lo creyeron culpable de blasfemia, pues la lapidación era el castigo para la blasfemia (Lv 24.16).
Mateo nos dice que el sumo sacerdote le dijo: “Te ordeno en el nombre del Dios viviente, que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios. Jesús le respondió: Tú lo has dicho. Y además les digo que, desde ahora, verán al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poderoso, y venir en las nubes del cielo. El sumo sacerdote se rasgó entonces las vestiduras y dijo: «¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos de más testigos? ¡Ustedes acaban de oír su blasfemia! ¿Qué les parece?» Y ellos respondieron: ¡Que merece la muerte!” (Mt 26.63-66).
El crimen era que Jesús había reclamado lo que solo Dios tenía el derecho de reclamar. Aquí, entonces, tenemos a Jesús aseverando, a través del asentimiento silencioso, su igualdad con el Padre.
No solo Jesús no disputó el cargo de reclamar ser Dios, sino que también acepta la atribución de deidad de parte de sus discípulos. El caso más claro de esto es su respuesta a la declaración de Tomás: «¡Mi Señor y mi Dios!» (Jn 20.28). Esta era una excelente oportunidad para corregir un error de comprensión (si eso fuera), pero Jesús no lo hizo.
También vemos que vez tras vez Jesús dice: «Oyeron que fue dicho, …pero yo les digo…» (ejemplos Mt 5.21, 22; 27, 28). Aquí Jesús pone su palabra en el mismo nivel de las Escrituras del AT. Con esto Jesús dice que tiene, en sí mismo, el poder de establecer enseñanzas con tanta autoridad como las dadas por los profetas del AT.
Por otro lado, debemos argumentar que Pablo, en Fil 2.5-11, claramente proclama la deidad de Jesucristo dado que habla de Jesús existiendo en «forma» de Dios. En el griego bíblico y en el clásico, este término se refiere «al completo conjunto de características que hace que algo sea lo que es. Denota la genuina naturaleza de algo».
Por último, veremos algunas implicancias de la deidad de Cristo
- Podemos tener un conocimiento verdadero de Dios. Jesús dijo: «El que me
visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14.9). Mientras que los profetas portaban el
mensaje de Dios, Jesús era Dios. Si queremos saber cómo es el amor de Dios, la
santidad de Dios, el poder de Dios, simplemente necesitamos mirar a Cristo.
- La redención está disponible para nosotros. La muerte de Cristo es suficiente
para todos los pecadores que alguna vez hayan vivido, pues él no fue, simplemente, un ser finito, sino un Dios infinito que murió. Él, la Vida, el Dador y Sustentador de la vida, quien no tenía que morir, murió.
- Dios y el hombre han sido reunidos. No fue un ángel o un ser humano que vino
desde Dios, sino que Dios mismo cruzó el abismo creado por el pecado.
- La adoración a Jesucristo es apropiada. Él no es simplemente la más importante
de las criaturas, sino que es Dios en el mismo sentido y en el mismo grado que el Padre.
Un día toda la humanidad reconocerá quién y qué fue Jesús; y toda lengua confesará su nombre, y toda rodilla se doblará ante su deidad. Sin importar si creyeron en él como Dios o no, igualmente todos se inclinarán ante él y le reconocerán como Dios.