La antigua Biblia de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera es el mayor aporte hecho por los cristianos evangélicos a la literatura española.
Su clasicismo y majestuoso lenguaje han garantizado su preeminencia. Como tantos otros evangélicos, no puedo separar la Biblia Reina Valera de mi peregrinaje espiritual. El primer ejemplar de la Biblia completa que llegó a mis manos había sido publicado por la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, y forma parte de mi nostalgia por la juventud.
Con motivo de mi ingreso como miembro de número a la Academia Norteamericana de Lengua Española —y correspondiente de la Real Academia Española— se me presentó la oportunidad de ofrecerle un sincero reconocimiento a la versión Reina-Valera, a la que he asociado siempre con las glorias de nuestra lengua. El título del discurso de ingreso, pronunciado en Columbia University, es el siguiente: «Marcelino Menéndez y Pelayo: Historiador de las Religiones». No hubo necesidad alguna de acudir a mis propias palabras, sino más bien a las de nuestro erudito por excelencia, ya que el discurso era una evocación del más famoso de los críticos españoles. La contestación de rigor, a cargo de don Jaime Santamaría, miembro de las Academias Norteamericana y Filipina, y correspondiente de la Española, estuvo dedicada a exaltar nuestra amada versión castellana de las Escrituras. De repente, recordé que fue precisamente don Jaime Santamaría quien puso en mis manos, en los ya lejanos días de mi niñez, el Evangelio según San Juan de la versión Reina-Valera.
Importancia de la versión Reina Valera

Menéndez y Pelayo dejó un testimonio de la importancia de esa versión, situándola en su contexto histórico y literario. Esas palabras forman parte de su célebre Historia de los Heterodoxos Españoles: «Los trabajos bíblicos, considerados como instrumentos de propaganda, han sido en todo tiempo ocupación predilecta de las sectas protestantes. No los desdeñaron nuestros reformistas del siglo xvi: Juan de Valdés puso en hermoso castellano los Salmos y parte de las Epístolas de San Pablo, Francisco de Enzinas, no menor helenista, vertió del original todo el Nuevo Testamento; Juan Pérez aprovechó y corrigió todos estos trabajos. Faltaba, con todo eso, una versión completa de las Escrituras que pudiera sustituir con ventaja a la de los judíos de Ferrara, única que corría impresa, y que por lo sobrado literal y lo demasiado añejo del estilo, lleno de hebraísmos intolerables, ni era popular, ni servía para lectores cristianos del siglo xvi. Uno de los protestantes fugitivos de Sevilla se movió a reparar esta falta; emprendió y llevó a cabo, no sin acierto, una traducción de la Biblia, y logró introducir en España ejemplares a pesar de las severas prohibiciones. Esta Biblia, corregida y enmendada después por Cipriano de Valera, es la que hoy difunden, en fabulosa cantidad de ejemplares, las Sociedades Bíblicas Unidas por todos los países donde se habla la lengua castellana. El escritor a quien debió nuestro idioma igual servicio que el italiano Diodati era un morisco granadino llamado Casiodoro de Reina».

(Biblia del Oso-imagen Wikipedia-Public Domain)
Por siglos se había dependido de los reinos de la Península Ibérica de la Vulgata, versión latina que vino a ser la Biblia de toda la iglesia en el medioevo.
Isidoro de Sevilla había escrito comentarios al Antiguo Testamento y biografías de ochenta y seis personajes bíblicos. Otro gigante de la erudición medieval, Alfonso el Sabio, rey de León y Castilla, promovió la traducción del Antiguo Testamento y la encargó a un grupo de eruditos en Toledo. Al iniciarse los tiempos modernos, el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, arzobispo de Toledo futuro regente del Reino y Gran Inquisidor, publicó en España la Biblia, que se conoce generalmente como la políglota Complutense. Según el historiador Justo L. González: «Esta Biblia manifiesta un espíritu de erudición crítica que los estudiosos bíblicos no habían conocido desde tiempos de Orígenes en el siglo iii, de Jerónimo en el iv, o de Teodoro de Mopsuestia en el v». Sin embargo, sería un miembro ilustre de la pequeña minoría religiosa constituida por los reformistas de la Península, el escogido de Dios para la proeza de publicar, en agosto de 1569 el primer ejemplar de toda la Biblia vertida a nuestra lengua con una maestría no superada por ningún otro esfuerzo de esa naturaleza.

En aquella gloriosa era de Cervantes, Lope de Vega y Juan de Valdés, el Siglo de Oro de la literatura española, la incipiente comunidad evangélica dio a luz, mediante las abnegaciones de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, una versión que ya recibe el debido reconocimiento en las academias de lengua. Su mensaje sigue siendo el mismo: «La luz en las tinieblas resplandece».
Por Marcos Antonio Ramos en «La Biblia en las Américas»