Introducción:
Hace mucho, mucho tiempo, los profetas dieron el mensaje de Dios a nuestros antepasados. Lo hicieron muchas veces y de muchas maneras (Heb 1.1, TLA). La literatura profética ocupa un lugar importante en la Biblia. Esto se debe no solo a la cantidad de escritos proféticos que están en el texto bíblico, sino al tipo de mensaje que proclaman y ofrecen.
Por Esteban Voth
Esta literatura escrita, que recoge la vida, la obra, y el mensaje de los denominados profetas, exhibe una diversidad inusual. Esto hace que sea muy interesante y compleja a la vez. No es aconsejable hablar de una literatura profética bíblica homogénea. Desde los mismos autores-profetas surgen una diversidad y una creatividad que atentan contra todo reduccionismo y contra toda categorización simplista. Una sistematización rígida le quitará a esta literatura su esencia y su poder transformador. Es imprescindible que al confrontarse con esta literatura, el lector se abra a una experiencia rica, multifascéticay desafiante. Así se nutrirá de asombro, de paradojas, de desafíos, y de proclamas esperanzadoras.
El mensaje de los profetas de Israel estaba dirigido primordialmente a los que formaban parte del pueblo de Dios. Los destinatarios principales eran los israelitas que habían hecho una alianza con el Dios de la historia. Esto sugiere que siempre existió una relación estrecha entre el profeta y su comunidad. Tal es así que, a pesar de que el mensaje profético contenía (y contiene) una crítica profunda, el pueblo de Israel de alguna manera lo asimiló, lo repitió, lo retransmitió y lo actualizó constantemente. En este sentido vale señalar que la literatura profética que está presente en el canon es el producto final de un proceso muy largo de transmisión, redacción e interpretación por parte de la comunidad de Israel. Seguramente que el núcleo del mensaje del profeta particular está preservado, pero esto no quita que el documento final que hoy podemos leer no sea el resultado de un trabajo comunitario que se preocupó por transmitir de generación en generación aquello que ardía en el corazón del profeta. El hecho de que el mensaje profético se haya preservado hasta siglo 21 de nuestra era habla de la importancia y del valor que tiene esta literatura.
Contexto histórico
Es imposible hacer una interpretación adecuada de la literatura profética del Antiguo Testamento si no ubicamos a los profetas en su contexto religioso, social, histórico y político. Ningún profeta vivió ni proclamó en un vacío. Todos pertenecieron a una época específica con características particulares. Los profetas vivieron de cerca el devenir histórico de su nación junto con el de las naciones vecinas. Por lo tanto para comprender la conducta y la proclamación de los profetas es clave meterse en su historia y así descubrir el mundo que dio a luz a estos personajes.
En este capítulo centraremos nuestra atención en los profetas que dejaron sus mensajes por escrito. Los profetas que aparecieron antes en la historia, alrededor de los siglos XI-IX a.C., son tan importantes como los que fungieron en los siglos VIII-VI a.C. Pero de ellos no tenemos obras escritas en el canon.
En el siglo VIII a.C., Israel y Judá eran pequeñas monarquías divididas que se disputaban el poder y la ocupación de la tierra en medio de muchos otros países pequeños, tales como Edom, Moab, Siria, Fenicia, y otros. A su vez, vivían bajo la presión opresora de las potencias del antiguo Cercano Oriente que, en ese momento, eran Egipto, Asiria y Babilonia. Estas grandes potencias siempre buscaban dominar la zona de Palestina antigua, ya que esta se constituía en una especie de puente entre la región mesopotámica y el territorio de Egipto. La suerte tanto de Israel en el norte como la de Judá en el sur estaba en manos de estas potencias. Es sabido que los grandes imperios antiguos de esta zona lograban su verdadero apogeo únicamente cuando consolidaban su control sobre la zona Siro-Palestina. Dominar la zona donde se desarrollaban las pequeñas monarquías de Israel y Judá les daba acceso a muchos recursos naturales, a rutas comerciales y marítimas, y a la posibilidad de cobrar impuestos muy altos.
La presión que ejercían estas grandes potencias no era solo a nivel político y económico. También imponían sus religiones y sus dioses. Más de una vez, el hecho de hacer una alianza con alguna de las potencias implicaba aceptar su sistema religioso y colocar a los ídolos dentro del templo de Dios. Es en medio de esta situación socio-política y religiosa que Dios llama a profetas para ser portadores de su palabra, y agentes de transformación en una sociedad tan vapuleada. A continuación veremos algunos eventos históricos que sirven de marco para comprender el mundo en el que los profetas proclamaron una alternativa teológica a la realidad que se estaba viviendo.
Israel y Judá durante el siglo VIII a.C.
Hacía ya más de un siglo que el reino de Israel se había dividido en dos: el reino del norte, llamado Israel, y el reino del sur, llamado Judá. Estos dos reinos, a principios del siglo VIII a.C., gozaron de un tiempo de prosperidad. Esto se debió a que había una especie de vacío de poder en la zona, ya que los asirios no lograban imponer su poder sobre los sirios ni sobre los egipcios. Esta situación permitió que tanto Israel como Judá pudieran recobrar cierta prosperidad que hacía recordar un tiempo pasado cuando reinaron David y Salomón. Durante la primera mitad del siglo VIII a.C., el rey Jeroboam II logró recuperar casi todo el territorio que Israel había perdido en los años anteriores, y además pudo controlar algunas de las rutas comerciales. Esto significó para Israel una recuperación económica importante. Cuando las grandes potencias políticas y económicas del antiguo Cercano Oriente no lograban imponer su poder, los pequeños reinos de Israel y Judá aprovechaban la situación para crecer y disfrutar de cierta independencia política y económica.
Durante la última mitad del siglo VIII a.C., comenzaron a sucederse una serie de momentos claves que afectaron tanto a los reinos de Israel y Judá como al contenido de las proclamas proféticas. En el año 745 a.C., hubo una rebelión en Asiria. De esta surge un nuevo rey llamado Tiglat-Pileser III, que logró consolidar el poder en su país y comenzó a conquistar los estados vecinos. Tiglat-Pileser III fue el rey que comenzó la práctica de exiliar a los pueblos que conquistaba. Esta fue su estrategia para ejercer el control sobre las naciones vencidas. Durante 40 años su reinado tuvo efectos negativos sobre la zona Siro-Palestina. Es precisamente durante estos años que el profeta Amós levanta su voz porque la sociedad en Israel había abandonado los valores establecidos por el pacto trazado con Yavé. La presión de Asiria y los crímenes sociales que se daban en Israel fueron factores que causaron una desintegración estrepitosa de la sociedad de Israel.
Esta situación de presión que comenzaba a ejercer el Imperio asirio generó una crisis difícil de sobrellevar para los reinos de Israel y Judá. La amenaza constante de este gran Imperio motivó a otros estados a unirse para contrarrestar su poder. Fue así que Israel, Siria y otros estados formaron una coalición anti-Asiria. Esta coalición pretendía que Judá se sumara a dicha alianza para colaborar en contra de Asiria. Pero en Judá la facción que estaba a favor de Asiria era muy fuerte, y el rey Acaz compartía ese sentir y se negó a participar de la coalición anti-Asiria. Además, ante el inminente ataque siro-israelita en contra de Judá, esta decidió pedirle ayuda a Tiglat-Pileser III para poder defenderse del ataque. Esta decisión de aliarse con Asiria tuvo consecuencias en diversos ámbitos. En el contexto geopolítico de la región, a Tiglat-Pileser III se le abren puertas para comenzar a ejercer su dominio en ese corredor geográfico representado por la zona de Canaán. Para la coalición siro-israelita significó un golpe difícil de asimilar. En cambio, en el contexto teológico-religioso, para el profeta Isaías, la decisión de Acaz representó una total falta de confianza en el Dios verdadero. Judá decidió confiar más en alianzas políticas que en el Dios todopoderoso que lo había liberado de la esclavitud en Egipto demostrando así su señorío sobre las naciones. Tiglat-Pileser III no dudó en brindarle ayuda y apoyo a Judá. Pero esto significó que Judá se convirtió en un vasallo de Asiria y tuvo que aceptar la intromisión de los dioses asirios y de costumbres ajenas en el mismo seno del Templo de Yavé.
Otro momento clave en la historia de estos reinos divididos, que ayuda a comprender el mensaje de los profetas, es la destrucción de Samaria, capital del reino del norte, alrededor del año 722 a.C. Esto se podría explicar de diversas maneras. Por un lado, Israel vivía momentos críticos de inestabilidad política. Por otro lado, el Imperio asirio seguía creciendo y extendiendo sus brazos poderosos y opresores. En cambio, para el profeta, la caída y destrucción de las diez tribus del norte, se debió a la idolatría y a la desobediencia sistemática por parte del pueblo para con las estipulaciones del pacto. La interpretación profética de estos eventos fue que en última instancia, Asiria no era más que un instrumento en manos de Dios para castigar al Israel idólatra y rebelde.
Judá durante el fin del siglo VIII y el principio del siglo VII a.C.
A partir del año 715 a.C., el rey de Judá fue Ezequías. Este rey, según el profeta Isaías, cometió varios errores. Durante este tiempo, Asiria sufrió varias rebeliones y su poder comenzó a mermar en el concierto internacional de las naciones del antiguo Cercano Oriente. En el año 705 a.C., Senaquerib, nuevo rey de Asiria, accede al poder. Este rey logró calmar algunas rebeliones y además pudo consolidar su poder en el trono de Asiria. En este resurgimiento del poder de Asiria, Ezequías, rey de Judá, no tuvo mejor idea que rebelarse contra Asiria y se unió a una alianza anti-Asiria. Senaquerib no tardó en reaccionar y decidió atacar a Judá para una vez más tenerla bajo su control.
Ante esta situación, Ezequías busca el consejo del profeta Isaías, quien le dice que la solución al problema es confiar en Yavé. Según el criterio del profeta Isaías, el pueblo debe creer que Yavé ha de intervenir a su favor tal como lo había hecho en el pasado. Sin duda esto representaba un desafío difícil para Ezequías y su pueblo. Para colmo de males, Senaquerib y los asirios anunciaban que Yavé los había enviado y que el mismo Yavé apoyaba el ataque asirio contra Judá. El final de este momento le dio la razón al profeta Isaías. Senaquerib fue derrotando ciudades y pueblos de Judá, y de esa manera fue arrinconando a Jerusalén. Luego sitió a Jerusalén por largo tiempo, pero un milagro de Dios salvó a la ciudad elegida. Este evento generó una teología de esperanza basada en la presencia del Templo de Yavé y la ciudad de Yavé. El pueblo de Judá comenzó a colocar su esperanza en la realidad física de estos lugares, en vez de basarla en su relación de pacto con Yavé. Esto también tuvo sus efectos en el tipo de mensaje que proclamaron los profetas hebreos de esta época.
El largo reinado de Manasés también debe considerarse como un elemento de mucha influencia sobre los profetas, sus vidas y sus mensajes. El rey Manasés ocupó el trono de Judá más años que el propio David. Desde el punto de vista teológico de los profetas, Manasés hizo todo lo contrario a lo que el pacto con Yavé había establecido. Promovió la idolatría entre los habitantes de Judá e hizo reconstruir varios lugares de culto pagano. Según los profetas de esta época, el liderazgo rebelde de Manasés causó la caída estrepitosa de Jerusalén junto con el pueblo de Judá.
Judá durante los últimos años del siglo VII a.C.
El último evento significativo, que ocurrió durante los últimos años del siglo VII, fue la muerte del rey Josías. Según la evaluación del profeta Jeremías, este rey había logrado comprometerse seriamente con las demandas del pacto con Yavé. Josías hizo justicia. Se ocupó del huérfano, de la viuda y del extranjero. Guio al pueblo de Judá en el camino de la lealtad a Yavé. Algunos datos históricos sugieren que Josías instituyó una reforma religiosa espiritual a partir de la lectura seria de lo que podría ser el texto de Deuteronomio. Todo esto llenó de esperanzas al pueblo de Judá.
Durante este momento bueno de Josías y de su pueblo, el faraón Necao de Egipto decidió pasar por el territorio de Judá con su ejército para ir a atacar a los babilónicos. Josías tuvo la pésima idea de tratar de impedir el avance de los egipcios. En la batalla que se suscitó, el faraón Necao y su ejército mataron a Josías. Esta derrota rotunda sufrida por Josías y su ejército fue un aviso de que Jerusalén y todo su pueblo serían derrotados y llevados al exilio. Con la muerte de Josías se esfumaron todas las esperanzas de Judá. Esta situación de angustia, confusión y desazón se convirtió en el contexto clave, desde el cual el profeta proclamó su mensaje.
Las diferentes caras de los profetas
Los profetas aparecen en la Biblia con diferentes nombres y funciones. Si bien, llegaron a ser conocidos como «profetas», no siempre fueron llamados así. Según la época histórica y según la función, estos hombres y algunas mujeres fueron caracterizados y conocidos por los siguientes títulos.
roʼeh(har)
En general, el significado de roʼehes «vidente». No obstante, en muchos casos podemos ver que funciona de forma diferente que el jozeh (véase el siguiente párrafo). En ciertas ocasiones se puede considerar al roʼeh más como un adivino (cf. I S 9.9, 11). Muchas veces se piensa que la actividad del adivino es algo mecánico. Pero vemos que a menudo la respuesta del roʼeh no involucra una acción mecánica como la que se utilizaba en el uso del Urim y el Tumim. Es decir, el adivino le da una respuesta oral a quien la busca directamente. En este sentido uno puede sugerir que la actividad del roʼeh se da en un marco específico de interacción social.
Sin embargo, no se debe ser categórico en estos casos. Por ejemplo, al profeta Samuel se le llama roʼeh. Pero a otros que cumplen la misma función que un roʼeh no se les llama así. Esto se puede ver en el caso del profeta Ezequiel. En un momento dado, los jefes de Israel quieren consultar a Yavé y se sientan frente al profeta para recibir el mensaje de Yavé. Sin embargo, a Ezequiel no se le caracteriza con el título roʼeh (Ez 20.1). También es interesante el caso de Balaam en Números 22.7.
En todos esos casos, es claro que el ro=eh actúa como un intermediario, y que existe una interacción entre el roʼeh y el que solicita información de la divinidad.
jozeh(hzj))
Este título para «profeta» es el que se utiliza para designarlo más específicamente como «vidente». Es interesante notar que esta designación aparece en forma preponderante en los profetas de Judá: Amós 7.12; Isaías 29.10; 30.9-10; Miqueas 3.5-8. En estos libros es bastante común encontrar informes de visiones, y de hecho existe una tradición a través de la cual se forman «series de visiones»:
- Las 5 visiones de Amós (7.1-9; 8.1-3; 9.1-4)
- Las 4 visiones de Ezequiel (1.1; 8.1; 37.1; 40.1)
- Las 8 visiones de Zacarías (1—6)
Una diferencia que tenemos aquí en relación con lo que vimos con el roʼehes que en estos casos no hay una solicitud directa por parte de una audiencia o de un individuo. De todas maneras, este medio de «profecía» es tan importante como cualquier otro. Quizá en la literatura erudita o en el contexto de ciertas comunidades eclesiásticas se la desmerezca un poco por ser una conducta visionaria, pero sin duda tiene su importancia en medio de todo el mensaje profético.
naviʼ(aybn)
Este es el término más común que se utiliza para referirse al «profeta». En un sentido, este título representa el «ideal» dentro del movimiento profético. En este caso, el uso del título naviʼse reserva más para la función de profeta en la que se conjuga la de percepción auditiva junto con la emisión de palabra por parte del profeta.
El ejemplo por excelencia es el llamado del profeta Jeremías (Jer 1.4-10). Ser profeta es primordialmente ser oidor de la palabra de Yavé, ser receptor de esa palabra, y luego emitir esa palabra de Yavé a otros. En algunos casos se utiliza la metáfora de «colocar la palabra en la boca» del profeta.
Son varias las formas de articulación de la palabra que encontramos en los profetas. Una de ellas es a través del discurso directo, es decir, el emitir palabra en forma directa. Se pueden identificar por lo menos dos tipos de discurso directo:
- Oráculos divinos en los que Dios habla en 1ª persona (Jer 15.2-9)
- Oráculos proféticos en los que el profeta habla en 1ª persona y se refiere a Dios en 3ª persona (Miq 3.5-8).
Ahora bien, es importante señalar que estos dos tipos se entrelazan constantemente, y uno no debería adjudicarle una fuerza retórica mayor a uno u otro. Ambas formas de articulación conforman la mayor parte de toda la literatura profética del Antiguo Testamento. Como tales, tanto el oráculo divino proferido en primera persona como el discurso profético tienen el mismo peso teológico.
Los profetas denominados naviʼ, son muy creativos en su discurso. Esto quiere decir que se nutren de varios estilos y géneros literarios: el uso del discurso legal (riv);de un lenguaje pedagógico característico de una escuela, del lenguaje ritual, y también el uso del idioma coloquial de todos los días reflejan la creatividad del naviʼ. No obstante, los eruditos han llegado a la conclusión de que el género más utilizado es el que se conoce como el de anuncio de juicio.
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