Mensaje de los profetas
El profeta, a través de los diversos géneros literarios mencionados, proclamó lo que Dios quería que se transmitiera al pueblo de Israel en general, y a su liderazgo en particular. Tal como hemos señalado desde el principio, no se puede ni se debe tratar de sugerir un mensaje totalizador que caracteriza a todos los profetas del Antiguo Testamento.
Por Esteban Voth
Cada profeta proclama un énfasis particular que se gesta en un contexto particular. Para el profeta Oseas, el tema del éxodo de Egipto es de suma importancia, mientras que el primer Isaías (Is 1-39) no se nutre de esa experiencia liberadora del pueblo para su predicación. En la profecía de Oseas escuchamos ecos de los Diez Mandamientos con mucha insistencia, mientras que la teología de Sión es algo medular para la teología de Isaías. No obstante podemos afirmar que todo profeta verdadero se presenta como presencia que desestabiliza. Un elemento importante de su mensaje es que la realidad que vive el pueblo de Israel no es la única posible, y que existen otras alternativas que se pueden articular y soñar. En palabras de Walter Brueggemann, el profeta tuvo la responsabilidad de crear y nutrir una conciencia y percepción alternativa. Sin duda, esta es diferente a aquella propuesta por la cultura dominante que oprime y define realidades acéfalas y caducas.
El culto caduco
El profeta desestabiliza al articular una crítica al culto religioso vacío de contenido y compromiso. Declara que Dios odia los sacrificios y los festivales religiosos que no están acompañados por un compromiso ético con Dios y con el prójimo. El cumplimiento rutinario de ciertos ritos como si fuera algo mágico no es lo que Dios quiere. Dios exige que detrás de cada sacrificio ofrecido, detrás de cada ofrenda presentada, de cada alabanza cantada, esté el compromiso con la justicia. Dios, a través del profeta Amós, declara:
¡Yo aborrezco sus fiestas religiosas! ¡No soporto sus cultos de adoración!
Ustedes se acercan a mí trayendo toda clase de ofrendas,
pero yo no quiero ni mirarlas. ¡Vayan a cantar a otra parte!
¡No quiero oír esa música de arpa! Mejor traten con justicia a los demás
y sean justos como yo lo soy. ¡Que abunden sus buenas acciones
como abundan las aguas de un río caudaloso! (Am 5.21-24, TLA)
Es decir, no se puede adorar a Dios y a la vez alimentar la injusticia y la opresión. Cuando las manos de los religiosos están manchadas con la sangre de los pobres y oprimidos, toda actividad cúltica se torna abominable para Dios y para su vocero, el profeta. El mensaje del profeta es subversivo en este sentido. Su mensaje a los reyes, a los sacerdotes, a los expertos en la ley y al pueblo en general, es que el mero cumplir con ciertos ritos, prácticas y cultos religiosos no garantiza la presencia ni la protección de Dios. La demanda ética del pacto establecido entre Dios y el pueblo no puede ser ignorada a la hora de adorar a Yavé.
El arrepentimiento
Un porcentaje muy alto del legado profético conservado en el canon bíblico se compone de llamados reiterados al arrepentimiento. Esto se da en un contexto de alianza. El pueblo de Israel había hecho una alianza con Dios. El testimonio concreto de esa alianza era la Torá, la cual debía ser obedecida. La alianza estaba basada en el amor mutuo de ambas partes y cada cual tenía responsabilidades. Con el tiempo, el pueblo de Israel comenzó a desconocer las estipulaciones de la alianza. Esta es la razón principal por la que Dios llama a profetas para que hagan un llamado concreto y pasional a que el pueblo vuelva (shuv) a la fuente (Torá) y a la relación de amor con su Dios.
El uso del verbo shuv(volver) es característico de los profetas y conlleva toda la connotación necesaria para el arrepentimiento. El profeta Jeremías lo utiliza mucho, especialmente en su poesía de los capítulos 3 y 4 (TLA). Allí repite una y otra vez: Israel, pueblo infiel, ¡vuélvete a mí!(3.12); ¡Vuelvan a mí, israelitas rebeldes!(3.14) ¡Vuelvan conmigo, hijos rebeldes! ¡Yo los convertiré en hijos obedientes!(3.22). Luego de que Israel expresara una intención de volver, Dios les responde:
Israelitas, si piensan volver, dejen de pecar. Desháganse de esos ídolos asquerosos,
y no se aparten de mí. Cuando juren en mi nombre, sean sinceros y justos
conmigo y con los demás. Así, por amor a ustedes bendeciré a todas las naciones
y ellas me cantarán alabanzas. (Jer 4.1-2).
Es claro que el profeta llama a volver, pero lo hace en términos de volvera la relación de alianza que tan claramente fue establecida en Deuteronomio. Esta relación de alianza implica una obediencia seria a lo establecido en la Torá. El volver no es a estilos de vida antiguos, a costumbres del pasado, ni a ritos vacíos. El volver es para ser fiel a las demandas del pacto y así se cumplirá el deseo original de Dios de que Judá será mi pueblo y yo seré su Dios.
La justicia bien entendida
Los profetas se preocupan muchísimo por articular un concepto de justicia que refleje los deseos y los valores de Yavé. Esto lo hacen porque se identifican con el sufrimiento de la gente indefensa e inocente. Con el devenir de una monarquía burocratizada, se crearon mecanismos «pseudolegales» que legitimaban prácticas injustas. Los que tenían el poder político, religioso o económico habían desarrollado instrumentos que les facilitaban el aprovecharse de la condición del pobre, del indefenso, de la viuda y del extranjero. Profetas de los siglos VIII-VII a.C. como Amós, Isaías, Miqueas y Jeremías insistieron en la necesidad de hacer justicia.
El vocabulario utilizado por los profetas nos señala que la justicia, como concepto relacional, es algo dinámico. Amós proclamó: Pero que fluya como agua la justicia, y la honradez como un manantial inagotable(Am 5.24, DHH). La justicia para los profetas no es un concepto abstracto ni una idea filosófica para discutir. Es más bien algo concreto que está en movimiento. Es cierto que en nuestro mundo occidental, la idea de la justicia se identifica con la imagen de una mujer con los ojos cubiertos teniendo una balanza. Esto refleja un concepto un tanto estático de la justicia, es decir, un sustantivo que describe equidad, igualdad, simbolizada en el estado de equilibrio de la balanza, donde todo está en descanso. En cambio, para el profeta se hacejusticia y esta debe ser como un arroyo que fluye o como un río que purifica.
En segundo lugar, para el profeta la justicia es un término teológico. El punto de referencia es Dios. La justicia tiene su génesis y está arraigada en el ser supremo que ante todo es justo y demanda justicia del ser humano. La justicia es inherente a la realidad divina. Lo que le provee al profeta confianza es el saber que la justicia proviene de Dios y tiene su razón de ser en Dios. Como tal considera que todo ser humano debe reflejar el mismo sentido de justicia que está presente en la divinidad. El pueblo israelita había recibido justicia de parte de Dios, y entonces él pretende y espera justicia de parte de ese pueblo. La poesía de Isaías en el capítulo 5 expresa esta idea. A pesar de que Dios había hecho tanto por el pueblo, los frutos de justicia y rectitud brillaban por su ausencia. Pero, cuando el pueblo de Dios hace justicia, es similar al viñedo del campesino que produce uvas. Es decir, para el profeta hacer justicia es la respuesta adecuada del pueblo para con Dios por todo lo que él ha hecho en su favor.
Finalmente, es claro en literatura profética que hacer justicia es actuar en defensa de los débiles e indefensos. Los diferentes contextos en los que aparece la palabra justicia definen tres categorías de personas: el pobre, la viuda, y el huérfano. Isaías, con pasión poética lo expresa de la siguiente manera:
¡Qué mal les va a ir a ustedes los que inventan leyes insoportables e injustas!
¡Ustedes no protegen a los débiles ni respetan los derechos de los pobres:
maltratan a las viudas y les roban a los huérfanos!(Is 10.1-2, TLA).
En cambio, lo que Dios quiere es que… ¡aprendan a hacer lo bueno! Ayuden al maltratado, traten con justicia al huérfano y defiendan a la viuda(Is 1.17, TLA). En este sentido, el hacer justicia es actuar en defensa de los que no tienen ningún tipo de poder. Los profetas hicieron que la manera en que se trataba al pobre y al débil era el criterio básico para medir si se hacía o no justicia. Como ya se mencionó, el profeta no piensa la justicia en términos filosóficos ni teóricos. Más bien nos guía por los barrios de la ciudad donde viven los pobres, y nos invita a que miremos los ojos de chicos de la calle. Nos desafía a que nos ocupemos de la soledad de la viuda y de la falta de afecto que experimentan el huérfano y el exiliado. El profeta también se acuerda de los ancianos que hoy están abandonados en los geriátricos. La justicia profética no ignora las familias campesinas que pierden sus campos porque son devorados por los poderosos. Es decir, la justicia profética es aquella que es capaz de hacer una excepción según las necesidades del ser humano. Es capaz de hacer una ruptura en la rutina agobiante y ofrecer una alternativa de vida.
Para el profeta, la justicia comenzará a correr como un torrente de agua viva, cuando el pueblo de Israel y sus jerarcas inviertan sus energías en erradicar la discriminación que impregnan los sistemas económicos y legales y así proveer una esperanza genuina para los más desprotegidos.
Esperanza profética
En general, se considera a los profetas como predicadores de juicio, denuncia y destrucción final. No obstante, algo que ha sorprendido a muchos lectores serios de los profetas es la presencia de muchos mensajes de esperanza en la literatura profética. Creemos que esto es una característica clave de un profeta verdadero llamado por Dios. Si bien es cierto que el profeta es llamado a denunciar, a exponer, a hacer cirugía profunda en la vida y corazón del pueblo de Israel, también es cierto que articula una esperanza. Esto lo vemos magistralmente expresado en el pequeño poema que Dios utiliza para llamar a Jeremías:
Luego extendió el Señor la mano y, tocándome la boca, me dijo:
He puesto en tu boca mis palabras. Mira, hoy te doy autoridad sobre naciones y reinos,
para arrancar y derribar, para destruir y demoler, para construir y plantar.
(Jer 1.9-10, NVI).
El mandato de construir y plantar es lo que obliga a Jeremías a proclamar un mensaje de esperanza. Quizá esta es la tarea más difícil del profeta. Es sabido que es mucho más fácil criticar, destruir, denunciar, que construir, plantar y proveer, así, un elemento de esperanza. El profeta pudo, en medio de situaciones de peligro, de inminente ataque enemigo, de crisis económica y política, articular una esperanza. Su mensaje de denuncia siempre tenía como propósito final la restauración del pueblo. Por ejemplo, el profeta lo utiliza para infundir esperanza todo el lenguaje sobre el remanente, esa parte del pueblo que quedaría vivo. A pesar de que la ciudad de Jerusalén y el templo serían destruidos, y a pesar de que el pueblo sería exiliado a Babilonia, la tierra de Israel no quedaría deshabitada ni desolada. Es decir, el castigo y la derrota nunca significaron la aniquilación total del pueblo. Siempre quedaría un remanente desde el cual una nación nueva, obediente al pacto renacería. Esto sin duda proveía una profunda y real esperanza para el pueblo de Israel tan vapuleado.
El vocabulario de los profetas siempre estuvo marcado por la imagen de un Dios que siempre estaría presente en la vida del pueblo. Este Yavé, comprometido con la alianza que había hecho con el pueblo de Israel, siempre obraría a favor del pueblo. La palabra final de Dios siempre está caracterizada por una nueva posibilidad y una nueva oportunidad para el pueblo. En el libro de Jeremías se proclama que Dios hará un nuevo pacto con el pueblo que abrirá nuevas alternativas de vida para el pueblo. Dios dice:
Por eso, mi nuevo pacto con el pueblo de Israel será este:
Haré que mis enseñanzas las aprendan de memoria, y que sean la guía de su vida.
Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Les juro que así será (Jer 31.33, TLA).
Viene el día en que cumpliré la promesa maravillosa que les hice a la gente de Israel y de Judá. Cuando llegue ese día, en el momento preciso nombraré a un rey de la familia de David, que reinará con honradez y justicia. Entonces el reino de Judá estará a salvo, y en Jerusalén habrá seguridad. Por eso la llamarán «Dios de nuestra justicia»(Jer 33.14-16, TLA).
A través de estas y otras palabras poéticas el profeta siempre ofrece un mensaje de esperanza. No todo estaba perdido, ni todo era negativo. El profeta buscó la manera de alentar al pueblo en medio de su desobediencia y rebelión. No buscaba su derrota ni su desaliento. El profeta en medio de su denuncia severa intentaba mostrarle que otra realidad era posible.
El profeta que desestabiliza, nutre una conciencia alternativa mediante estos mensajes. Critica profundamente aquello que solo conduce a la muerte. Hace un llamado pasional a que el pueblo vuelva (shuv)a la fuente de toda vida. Para que esto ocurra el pueblo debe vivir y luchar por la justicia tal como la entiende Yavé. Finalmente este elemento desestabilizador se ve en la articulación de una esperanza genuina. El mundo tal como está definido por los poderosos no tiene que ser así. A través de una poesía teológica el profeta proclama que hay posibilidades de vida, y de vida en abundancia.
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