La mirada de Jesús

La mirada de Jesús

Ya en los últimos tiempos sobre esta tierra; terminada la obra que el Padre le había dado, el Señor Jesús se reunió con sus discípulos más íntimos, los «Doce». Era la noche antes de la crucifixión. Fue en un aposento alto, especialmente preparado, que el Señor dio su último y gran discurso. Antes de comenzar la enseñanza de aquella noche, el Señor Jesús les dijo: «Uno de ustedes me va a entregar» (Juan 13.21). Ninguno de los discípulos, a excepción de Judas, claro, pudo discernir de quién hablaba Jesús. Después de que Judas abandonó el cuarto, Jesús les dijo que se iría a un lugar a donde ellos no podrían ir, y Pedro le respondió: «Señor, ¿Por qué no te puedo seguir ahora? ¡Por ti daré la vida! Jesús le respondió: “¿Tú darás tu vida por mí? De cierto, de cierto te digo, que no cantará el gallo sin que me hayas negado tres veces» (Juan 13.37-38). Este es, quizás, uno de los pasajes más impactantes de los Evangelios. ¡Nada menos que Pedro negaría a su Señor y Maestro!

Después de terminar aquel discurso, el Señor y los discípulos salieron hacia Getsemaní, donde arrestan a Jesús. Si bien todos los discípulos huyeron, Juan y Pedro se las arreglan para estar cerca de Jesús, al tiempo en que el Señor era cuestionado y enjuiciado. Mientras esto sucedía, Pedro estaba en el patio del sumo sacerdote. Tres veces le preguntaron si tenía algo que ver con Jesús, y las tres veces lo negó. El evangelista Lucas comenta la tercera de esas negaciones y dice: «Pedro le dijo: “¡Hombre, no sé de qué hablas!” Y en ese momento, mientras Pedro aún estaban hablando, el gallo cantó. En ese mismo instante el Señor se volvió a ver a Pedro, y entonces Pedro se acordó de las palabras del Señor, cuando dijo: “Antes de que el gallo cante, me negarás tres veces”. Enseguida, Pedro salió de allí y lloró amargamente» (Lucas 22.60-62). Si bien la Biblia no lo dice, ¿qué habrá habido en aquella mirada de Jesús? ¿Un «te lo dije»? ¿Un «y ahora qué dices»?

¿Qué hay en la mirada de Jesús? Veamos otros pasajes para ver si podemos concluir algo respecto a aquella mirada de Jesús a Pedro, que hizo que aquel discípulo llorara amargamente.

Un joven rico se encontró con Jesús y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna». Si bien Jesús le pregunta por qué le dice «bueno», inmediatamente le responde que debe respetar y obedecer los mandamientos, aquel joven le respondió: «Maestro, todo esto lo he cumplido desde mi juventud». Inmediatamente, Marcos dice: «Jesús lo miró y, con mucho amor, le dijo…» (Marcos 10.17-21).

En esta ocasión, podemos ver que la mirada de Jesús era una de amor y no de acusación y condenación. «Lo miró con mucho amor».

En cierta ocasión en que Jesús recorría las ciudades y aldeas, dice Mateo: «Al ver las multitudes, Jesús tuvo compasión de ellas» (Mateo 9.36), al verlas sin pastor, Jesús se preocupó de enseñarles a sus discípulos que debían rogar a Dios para que envíe obreros que pastoreen a las multitudes. Otra vez, vemos que la mirada de Jesús al encontrar una necesidad no fue de acusación, sino de amor y compasión (Mateo 9.35-38).

En otro momento, Jesús se encontró con una gran multitud cerca de la ciudad de Naín, que acompañaba a una mujer, viuda, que iba a enterrar a su único hijo, y dice la Escritura: «Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: “No llores”. Luego se acercó al féretro y lo tocó». Inmediatamente, resucitó al joven y se lo entregó a su madre.

Por otro lado, la mirada de Jesús a veces iba acompañada de enseñanza. En el mismo pasaje del joven rico, dice: «Jesús los miró fijamente y les dijo: “Esto es imposible para los hombres, pero no para Dios. Porque para Dios todo es posible» (Marcos 10.27).

Por último, recordamos el pasaje que nos relata el encuentro de Jesús con Zaqueo. Dice la Palabra: «Cuando Jesús llegó a ese lugar, levantó la vista y le dijo: “Zaqueo, apúrate y baja de allí, porque hoy tengo que pasar la noche en tu casa» (Lucas 19.5). Esta vez, la mirada de Jesús fue una de salvación, para alguien que estaba perdido.

Volviendo a Pedro, no debemos olvidar la ocasión cuando Jesús conoció a Pedro: «Mientras Jesús caminaba junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés, que estaban echando la red al agua, pues eran pescadores. Jesús les dijo: “Síganme, y yo haré de ustedes pescadores de hombres”» (Mateo 4.18-19).

Ahora bien, ¿podemos interpretar el significado de aquella mirada de Jesús a Pedro después de que este lo negara por tercera vez y analizarla y extrapolarla a la luz de las otras veces que vimos de qué manera Jesús miró a otros en diferentes circunstancias? Conociendo el amor y la compasión mostrada por Jesús a lo largo de su ministerio, sí, podemos. Máxime, teniendo en cuenta que Jesús lo había llamado desde el principio para que sea un pescador de hombres. Jesús tenía un lugar importante para Pedro en la Iglesia después de su ascensión (Hechos 1.10).

Sin duda podemos decir que aquella mirada de Jesús después de la negación de Pedro fue una de misericordia, de amor y perdón. Y esto resulta claro, dado que después de su resurrección, Jesús se encontró con Pedro en varias ocasiones, lo restituyó y le encargó que cuidara a sus ovejas (Juan 21.15-19).

Siempre podemos acudir a Jesús, sabiendo que él estará dispuesto a mirarnos con amor y perdón, si nos arrepentimos después de pecar o, incluso, de negarlo; y podremos contar con su mirada de amor y aceptación. Siempre podremos cobijarnos en la amorosa mirada de Jesús.

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