Quizás, una de las definiciones de fe más recordadas en las Escrituras es que la fe es «la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» (Hebreos 11.1).
Después de batallar contra el cáncer pancreático por tres años, el 19 de mayo partió a la presencia del Señor el teólogo, escritor y pastor —tierno, compasivo, cercano—, Timothy Keller (1950-2023). En su lecho de muerte, el pastor Keller oró, según relató su hijo Michael, diciendo: «Estoy agradecido por el tiempo que Dios me ha dado, pero estoy listo para ver a Jesús. No puedo esperar para ver a Jesús. Envíame a casa». Esta oración expresa certeza y convicción.
Esa esperanza cierta que reflejó la oración del pastor Keller se escucha solamente en los labios de quienes han entregado sus vidas a Jesucristo. Otros han buscado esquivar a la muerte a través de otros medios. Los egipcios antiguos, por ejemplo, enterraban a sus faraones con fortunas, carruajes y aun esclavos, para vivir en el «más allá» de la misma manera con que vivían mientras estaban vivos. El epitafio de Tutankamón dice: «He visto el ayer, conozco el mañana».
Hoy en día, hay quienes buscan la vida eterna a través de la ciencia. La criopreservación es una hipótesis tecnológica que sueña con la posibilidad de que los seres humanos puedan ser congelados inmediatamente después de morir y ser «traídos nuevamente a la vida» muchos años después, cuando la ciencia pudiera prometerle una nueva vida, quizás eterna. Si bien ya se practica esta técnica de conservación, hoy nadie puede asegurar que las personas así conservadas puedan volver a la vida algún día.
Desde siempre, los seres humanos hemos tratado de «vencer» a la muerte. ¿Qué dice la Biblia al respecto?
Si bien la muerte es una realidad ineludible para todas las personas —Y así como está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después venga el juicio (Hebreos 9.27)—, la Biblia enseña que, a través de la fe en Jesucristo, los creyentes pueden tener la esperanza cierta de la vida eterna «Por eso vivimos siempre confiados, pues sabemos que mientras estemos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque vivimos por la fe, no por la vista). Pero confiamos, y quisiéramos más bien ausentarnos del cuerpo y presentarnos ante el Señor» (2 Corintios 5.6-8).
Según nos enseña la Palabra de Dios, la muerte es un resultado directo del pecado. La Biblia enseña que la muerte fue introducida en el mundo debido a la desobediencia de Adán y Eva en el jardín del Edén «Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un solo hombre, y por medio del pecado entró la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron» (Romanos 5.12). Sin embargo, los cristianos sabemos que Jesucristo vino a la tierra y murió en la cruz para pagar el precio del pecado y ofrecer vida eterna a todos los que creen en él. «Pero Dios muestra su amor por nosotros, en que, cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5.8).
Bíblicamente, la muerte es vista como una transición de la vida terrenal a la vida eterna. Los creyentes pueden encontrar consuelo en la seguridad de que aquellos que mueren en Cristo son recibidos en el cielo. «Y si me voy y les preparo lugar, vendré otra vez, y los llevaré conmigo, para que donde yo esté, también ustedes estén» (Juan 14.3).
La Biblia enseña que los creyentes estarán con Cristo eternamente y que, eventualmente, tendrán cuerpos resucitados. «El Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán primero» (1 Tesalonicenses 4.16).
Los cristianos también creemos en el juicio final. La Biblia enseña que todos seremos juzgados por nuestras acciones terrenales, y que aquellos que rechacen a Jesucristo enfrentarán la muerte eterna. Los creyentes, por otro lado, serán juzgados ante el tribunal de Cristo, pero su salvación no estará en juego ya que esta se encuentra segura en Cristo. «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3.16).
En la Biblia aprendemos que la muerte es el acceso a la vida eterna con Cristo, y será también una oportunidad para reunirse con aquellos que han muerto antes que nosotros. La Biblia enseña que aquellos que mueren en Cristo están con el Señor, lo que significa que los creyentes pueden esperar un reencuentro con sus seres queridos creyentes que han fallecido. «Hermanos, no queremos que ustedes se queden sin saber lo que pasará con los que ya han muerto, ni que se pongan tristes, como los que no tienen esperanza. Así como creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios levantará con Jesús a los que murieron en él» (1 Tesalonicenses 4.13-14).
Si bien la muerte es, según el apóstol Pablo, «el último enemigo que será destruido» (1 Corintios 15.26), y es un trago amargo que debemos transitar, debemos recordar que inmediatamente después de que demos el último suspiro en esta tierra, estaremos tomando nuestra primera bocanada de aire celestial junto a nuestro Salvador.
Sin duda, la muerte es un tema importante en la fe cristiana, pero, si bien la muerte es una consecuencia del pecado, a través de la fe en Jesucristo los creyentes podemos tener la esperanza cierta de la vida eterna. En última instancia, la perspectiva cristiana sobre la muerte es una de esperanza y consuelo para aquellos que ponen su fe en Jesucristo.
La muerte puede ser aterradora, pero la fe nos permite enfrentarla con certeza y convicción de la promesa de la vida después de la muerte.
Charles Spurgeon decía: «La muerte para el cristiano no es un acantilado que amenaza con tragarnos, sino un portal que nos conduce al cielo».
Será después de la muerte que nos encontraremos cara a cara con nuestro Salvador; por lo tanto, si bien la muerte —la nuestra y la de nuestros seres queridos— es un trance que deberemos enfrentar, ese temible enemigo finalmente se traiciona a sí mismo impeliéndonos hacia la vida; vida eterna, vida en presencia de nuestro Redentor, sin dolor ni muerte. Una vida donde el pecado ya no exista y donde seremos finalmente glorificados, perfectamente santos, para gloria de Dios Padre y para estar toda la eternidad en su presencia.
Por último, recordamos la frase de Alistar Begg: «La muerte, para los cristianos, es dormirnos en los brazos de Jesús, despertarnos, y darnos cuenta de que hemos llegado a casa».