Como resultado de su vasto estudio acerca de la búsqueda espiritual de la humanidad a través de muchos siglos y en muchas culturas, Mircea Eliade, el filósofo, historiador y novelista rumano, ha escrito lo siguiente:
«En cierto momento, cada hombre ve su vida como un fracaso. Esta visión no surge de un juicio moral sobre su pasado, sino de un sentimiento oscuro de haber … traicionado lo mejor que tenía dentro de sí. En tales momentos de crisis total, solo una esperanza parece ofrecer una solución —la esperanza de comenzar la vida de nuevo».
Cada uno de nosotros llega a experimentar ese desgano, ese cansancio, ese deterioro en el corazón de la existencia humana. Frecuentemente, la vida misma parece ser un largo proceso de morirse. La vista se nubla, el oído se apaga, los órganos fallan y el envejecimiento del cuerpo señala su defunción inevitable. Pero las relaciones también se marchitan, las oportunidades se encogen y el entusiasmo por la aventura declina, y parecemos estar atrapados en una especie de entropía espiritual —por tomar una palabra usada por los científicos para referirse a la degradación de la materia cuando su energía se disipa.
Y cuando eso ocurre, cuando pareciera que la vitalidad se esfumara del alma, debemos responder con un resurgimiento de energía fresca o la vida espiritual terminará por desplomarse.
Joseph Campbell ha escrito lo siguiente:
«Solo el nacimiento puede vencer a la muerte … Dentro del alma, dentro del cuerpo social, debe haber … una repetición continua de nacimiento para anular la repetición incesante de muerte».
Pero, ¿dónde hemos de hallar esa fuente perpetua de renovación que nos permite «empezar la vida de nuevo»? Según la Biblia, se halla más profundamente en la experiencia cristiana de la regeneración.
En las Escrituras encontramos varias analogías que nos permiten vislumbrar el significado de la regeneración. Todas ellas ilustran la manera en que la vida corre para llenar el vacío creado por la «repetición incesante de la muerte».
1. La procreación
La metáfora más básica de la regeneración es la del nacimiento. En el Antiguo Testamento encontramos el ejemplo de Abraham y Sara cuando a pesar de que el cuerpo físico no guardaba los elementos necesarios para producir vida, Dios les prometió un hijo.
Jesús, en el Nuevo Testamento, utiliza esta metáfora cuando le dice a Nicodemo que para recibir la vida eterna le era necesario nacer de nuevo (Juan 3.1-7).
Ante la soberbia de haber nacido dentro del pueblo elegido, Jesús les dice que les era necesario nacer espiritualmente… volverse como niños.
De la misma manera, Pablo, en muchos versículos, habla del nuevo nacimiento, y aún Pedro describe la salvación como «nacer de nuevo a una esperanza viva» (1 Pedro 1.3).
2. Germinación
Tanto en AT como en el NT se utiliza esta metáfora. Jesús utilizó la palabra griega «sperma», que significa literalmente «semilla» para ejemplificar la necesidad de morir y nacer a una nueva vida.
3. Resurrección
El ejemplo más cabal de la regeneración es la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Él había muerto a causa de nuestros pecados y Dios lo levantó de entre los muertos, regenerando su vida. Morir para volver a vivir.
Todas estas metáforas tienen un elemento en común: «la aparición de una nueva vida donde no existía antes». Pablo resume el concepto en una frase: «De modo que si alguno está en Cristo, ya es una nueva creación; atrás ha quedado lo viejo: ¡ahora ya todo es nuevo!» (2 Corintios 5.17).
Las fuentes de la regeneración
(1) La Palabra
Permanentemente la Biblia nos habla del poder regenerador de la Palabra de Dios. Es la semilla que muere y renace para vida nueva (Marcos 4.14), es la simiente incorruptible que vive y permanece para siempre (1 Pedro 1.23).
(2) El viento o espíritu
La experiencia de Ezequiel 37, donde se le pide al profeta que profetice sobre los huesos muertos, nos revela dos elementos como necesarios para la regeneración:
- La Palabra, pues dice a los huesos: «Oigan palabra del Señor» (Ezequiel 37.4).
- El Espíritu, pues Dios dice «voy a hacer que entre el espíritu en ustedes» (Ezequiel 37.4).
Jesús aludió a la experiencia de Ezequiel cuando hablaba con Nicodemo (Juan 3.1-8), pues le dice que todo es posible si se nace del Espíritu.
El significado de la regeneración
Hay por lo menos tres implicaciones en la doctrina del Dios que declara: «Mira, yo hago nuevas todas las cosas» (Apocalipsis 21.5).
El cambio radical
La experiencia cristiana de la regeneración declara primero que nunca descubriremos lo mejor de la vida sin un cambio radical en el núcleo de nuestro ser. El reino del espíritu y el reino de la carne no son intercambiables; por lo tanto, si hemos de vivir en ambos, debemos tener no un nacimiento, sino dos (Juan 3.6). A diferencia de otras religiones, el cristianismo enfatiza, no la tradición, sino la transformación, no la evolución, sino la revolución, no dar vuelta a la hoja, sino encontrar una vida nueva. El peregrinaje humano no es solo incremental, edificando cada etapa sobre la anterior; es también innovador, partiendo de una nueva etapa de lo que ha estado antes. Cada momento nuevo es verdaderamente nuevo, ofreciendo posibilidades que tal vez nunca se hayan presentado antes.
El crecimiento radical
Al pedirnos que comencemos la vida de nuevo, la regeneración cristiana nos lleva de vuelta al principio, a un punto en el cual el adulto es un niño y la planta es solo una semilla. Al principio, este retroceso parece ser desconcertante —después de todo, ¿quién quiere abandonar los logros duramente alcanzados de la madurez y retroceder a la infancia? Pero los principiantes tienen una ventaja única: solo tienen el futuro ante ellos, sin ningún peso muerto del pasado para inhibir las oportunidades que ese futuro ofrece. En otras palabras, al volver al punto de origen, la regeneración nos enfrenta con el desafío máximo de crecimiento. No se nos permite suponer ni por un instante que hemos llegado o estamos por llegar al fin (véase Filipenses 3.1214). En lugar de eso, debemos desear «como los niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcan y sean salvos» (1 Pedro 2.2).
La esperanza radical
Finalmente, una vez que nos atrevemos a empezar la vida de nuevo, se nos da no solo un futuro nuevo en el cual crecer, sino también «una esperanza viva» (1 Pedro 1.3) en cuanto a dónde nos llevará ese crecimiento. Cuando miramos el pasado, recordamos nuestra «vida sin sentido la cual heredaron de sus padres» (v. 18) pero hemos sido librados de este legado «para una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera» (v. 4).
¡El creyente vive en la confianza de que lo mejor está por venir!!!