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La santificación

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La santificación es la obra de la gracia, de tal manera que el creyente es separado de sí mismo y de su pecaminosidad interior y, a través de la llenura del Espíritu Santo, es apartado para santidad y servicio.

Literalmente, santificar significa «hacer santo»; por lo tanto, el Espíritu Santo es el agente imprescindible para la santificación y Jesucristo es la provisión adecuada para hacerlo.

Por otro lado, está la santificación práctica, que tiene que ver con la vida santa que el cristiano debe buscar día a día en obediencia a la voluntad de Dios, que es nuestra santificación.

Por lo tanto, hay una santificación posicional, que es producto de la gracia de Dios y que se gana una vez y para siempre en el momento de la conversión y una santificación práctica que tiene que ver con nuestra obediencia diaria a la voluntad revelada de Dios.

Clarificando términos

  1. Bautismo del Espíritu Santo – Hecho concreto recibido por todos los creyentes en el momento de la conversión (véanse Mateo 3.11; Juan 1.33; Hechos 1.5; 11.16).
  2. Llenura del Espíritu Santo – Imperativo dado por Pablo en Efesios 5.18. Implica una tarea de nuestra parte. Dios, a través de todo el proceso de regeneración, nos capacita para vivir una vida llena del Espíritu. La llenura del Espíritu Santo es un proceso que dura toda la vida y que depende no solamente de la disposición del Espíritu Santo de hacerlo, sino también de nuestra vida consagrada y apartada del pecado. Es ubicar nuestra vida de tal manera que el soplo del Espíritu pueda llevarnos hacia donde él quiera.

La santificación tiene tanto un aspecto negativo como otro positivo. Negativamente hablando, la santificación nos separa del pecado. Positivamente, la santificación nos consagra o dedica a Dios.

Medios de santificación

  1. La Palabra de Dios nos santifica. Jesús dijo: «Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad» (Juan 17.17). La Palabra tiene un efecto de limpieza, pues nos lava (Efesios 2.26) y un efecto de penetración, pues penetra hasta partir el alma (Hebreos 4.12).
  2. La oración también es un medio de santificación en el sentido de vivir una vida de continua comunión con Dios (1 Tesalonicenses 5.17).
  3. La sangre de Cristo nos santifica. Hebreos 13.12 dice: «De igual manera, Jesús sufrió fuera de la puerta, para santificar así al pueblo mediante su propia sangre». La sangre de Jesús es la base de toda nuestra pureza y victoria.
  4. La Trinidad toda nos santifica. Somos santificados por Dios Padre (1 Tesalonicenses 5.23); somos santificados por Dios Hijo (Hebreos 2.11); y somos santificados por Dios Espíritu Santo (2 Tesalonicenses 2.13).

La santificación progresiva, cuyo camino el creyente comienza en el mismo momento de su conversión, se va desarrollando en toda la vida del creyente y progresa a medida que el creyente va cediendo el control de su vida a Dios. Es un camino en el que el creyente aprende todos los días con la idea de parecerse más y más a Cristo. Habrá caídas a causa del pecado que todavía mora en nosotros, pero el creyente puede volver a ponerse en el camino de la santificación a fin de ir creciendo en fe y en santidad cada día. Siempre tenemos la posibilidad de acudir a Dios en busca de su perdón; como bien dice el apóstol Juan: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1.9).

La santificación, entonces, es una obra progresiva de Dios y del hombre, la cual nos hace cada vez más libres del pecado y más parecidos a Cristo en nuestra vida actual.

Resultados de la santificación

  1. Recibir poder (Hechos 1.8)
  2. Victoria sobre el pecado (Gálatas 5.16)
  3. Vida fructífera (Gálatas 5.22-23)
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